Delante del Museo de América la
policía está instalando unas vallas para delimitar el perímetro donde se ha
producido el asesinato del vigilante de seguridad y en el que ha estado
aparcado el furgón robado. La jueza de guardia, una mujer todavía joven, inicia
la inspección ocular del lugar al tiempo que va dictando al secretario de la
comisión judicial los principales datos que posteriormente se integrarán en las
diligencias del suceso. De manera muy profesional, pese a su juventud parece
bregada en estos menesteres, imparte una serie de órdenes para la protección
inicial del escenario del crimen, la elaboración de un amplio reportaje
fotográfico y la recogida, identificación y guarda de los indicios hallados.
Mientras tanto, el único testigo presencial de
todo el incidente, puesto que las dos empleadas del museo y quienes conducían
el furgón robado estaban con la cara pegada al suelo, está en un rincón
acompañado de dos policías de los que no sabe si le protegen o le vigilan. Una
agente de la policía municipal trata en vano de ayudarle a mitigar al
desconsolado bebé que con tanto ajetreo se ha despertado y reclama su comida de
mediodía.
- Llora porque es su hora de tomar la papilla y no dejará de hacerlo hasta
que pueda comer –
explica el abuelo a los policías
que le rodean -. Déjenme
llamar a mi hija, la madre del niño, y
que venga con su papilla o, al menos, con un biberón. Entonces se calmará.
- Lo siento, señor, pero no podemos permitirle que use su móvil hasta que su
señoría lo autorice.
- Sí, pero ya ve como está el crío, llorando a todo trapo – se lamenta el
abuelo.
- Tenga paciencia, será cuestión de poco tiempo – el policía intenta
calmarle.
Precisamente, su señoría está
preguntando por la existencia de testigos.
- Si tomamos en cuenta a las empleadas del museo y a los ocupantes del
furgón todos ellos son testigos presenciales, pero solo pueden atestiguar lo
que vieron antes de que les obligaran a tumbarse. El único testigo que pudo
verlo todo es un anciano que estaba paseando a su nieto. Bueno, y más tarde
podremos analizar lo que hayan grabado las dos cámaras de seguridad que enfocan
la explanada y la puerta del museo. Las que hay en esa esquina – señala el
inspector de la Comisaría de Moncloa que es quien está ofreciendo las
explicaciones a la jueza -. En este momento, mis hombres están haciéndose cargo
de las cintas. Ah, y también dispondremos de lo que hayan podido grabar las
cámaras del Faro – añade señalando la alta torre que se erige justo enfrente
del museo -, aunque dado su ángulo de enfoque las imágenes serán excesivamente
cenitales. Igualmente, analizaremos lo que hayan podido grabar las cámaras de
vídeovigilancia de la Agencia de Cooperación, aunque me imagino que solo será
el paso de los vehículos.
- Bien, tráiganme al testigo, a ese anciano – ordena la jueza.
El inspector se acerca a donde
está el viejo que trata, inútilmente, de consolar a su nieto.
- Tiene que acompañarme, su señoría quiere interrogarle.
- Ya le he contado a usted y a sus compañeros todo lo que he visto – se
queja el viejo.
- Lo sé, pero tiene que volver a hacerlo delante de la jueza.
El viejo devuelve el bebé al
carro, que parece que se ha tranquilizado algo en brazos de la agente
municipal, y hace intención de llevárselo con él.
- Deje el carro aquí. No se preocupe, está compañera cuidará de él.
El inspector lleva al viejo ante
la jueza.
- ¿Cómo se llama usted? –
pregunta la jueza.
- Manuel Ponte Fernández, señora.
- Bien, cuéntenos lo que ha visto.
El viejo relata lo que ha
presenciado. La jueza, tras hacerle unas cuantas preguntas para precisar
algunos detalles de su narración, le indica al secretario que tome los datos
personales del anciano y cualquier otro que ayude a su identificación y
localización.
- El problema, señoría –
aclara el inspector –, es
que el testigo no lleva encima ninguna clase de identificación.
- Bien, llévenlo a comisaría y que acuda algún familiar o persona que pueda
identificarlo – ordena
la jueza.
- Señora jueza, ¿y mientras tanto qué pasa con mi nieto? – inquiere el viejo -. Es su hora de comer y no hace más que llorar, debe estar muerto de hambre. ¿Puedo
llamar a mi hija, que es la madre del niño, para que lleve un biberón a la comisaría?
- Debería haberla llamado ya – El tono conminatorio de su señoría es
más propio de una madre que de una
jueza de guardia.
- No puedo, me han quitado el móvil –
replica el viejo.
- Devuélvanle el móvil para que llame a su hija y luego vuelvan a retenérselo
El viejo, cuyas manos todavía
tiemblan, marca el número de su hija.
- Papá, ¿dónde estáis?, ¿ya venís para casa? – es lo primero que pregunta
la madre del niño.
- No, hija. Estamos delante del Museo de América y aún no volvemos. Ha
pasado algo muy gordo, ya te lo contaré. Ahora, escucha: tienes que ir a la
comisaria de Moncloa, la que está en Rey Francisco, 15. Trae mi DNI…
- ¿Qué ha pasado? – le
interrumpe la hija -, ¿el niño está
bien?, ¿por
qué hay que ir a la comisaría?, ¿cómo está
Julio?, ¿qué ha pasado? –
repregunta la hija cuyo tono de voz es más angustioso por momentos.
- Clarita, hija, tranquilízate. El niño está perfectamente y yo también. Lo
que tienes que hacer es ir a la comisaría para que puedas identificarme y allí
te lo contaré todo. Mientras no tengan mi identificación no creo que me dejen
salir.
- Dios sabe lo que habrás podido hacer para que te hayan detenido. Y te lo
he dicho mil veces, no se puede salir a la calle sin alguna clase de documentación.
Si estás en una comisaria necesitarás un abogado. Ahora mismo voy a llamar a
Pepe Cruz para que se haga cargo de tu defensa, que hay policías que todavía
creen que Franco sigue en El Pardo. Haya pasado lo que haya pasado tú no digas
nada hasta que no llegue Pepe. ¿Y seguro que Julio está bien?
- Clarita, hija, te prometo que el niño está perfectamente, solo tiene
hambre. Y no necesito ningún abogado, lo que has de traerme, además del DNI, es
un calzoncillo y unos pantalones. Me he mojado. Ah, trae también la comida del
mediodía para Julito. Si esto se alarga, tendrás que dársela en la misma
comisaría.
Cuando Clara Ponte llega a la
comisaría, tras identificarse, es pasada a una sala donde entre otras personas
encuentra a su padre con el niño en brazos intentando que deje de llorar.
- Papá, ¿qué le pasa a Julio, ¿por qué llora?, ¿está bien? – al tiempo que pregunta Clara coge a su hijo en
brazos. El bebé en
cuanto reconoce a su madre deja de hacer pucheros.
- Ya te dije que el niño está bien. Lloraba porque tiene hambre. ¿Me has traído
la ropa que te pedí?
- Primero voy a darle el bibe a Julio. Tu ropa está en el bolso.
El viejo coge las prendas y pide a
uno de los policías que le indique donde hay un baño pues necesita cambiarse.
Mientras tanto, su hija está dándole el biberón al crío que succiona la tetina
ávidamente. Una vez que el viejo se ha cambiado regresa a la sala y le explica
a su hija lo que ha ocurrido.
- ¡Dios mío, podrían haberos matado! Ahora la que está asustada soy
yo – se lamenta Clarita -.
Y si ya lo has contado todo, ¿por qué siguen reteniéndote aquí? ¿Es que
creen que todavía estamos en tiempos de la dictadura o qué? Dime quien es el
que manda aquí que me va a oír.