El arrobamiento
en que están sumidos los novios lo rompe Carolina que se ha acercado.
-Chachos,
¿sabéis la hora qué es? Si llego más tarde mi padre me va a crujir. Nos tenemos
que ir, ya tendréis tiempo pa seguir pelando la pava.
Consuelo se libra
de las manos del joven de un tirón. Se ha ruborizado como si la hubiesen
pillado haciendo algo indebido, pero sus ojos siguen brillando. Él se separa un
poco, no se ha puesto colorado pero hace rato que está muy tenso. Trata
desesperadamente de que la joven no se dé cuenta del bulto que se le marca en
la entrepierna.
Al día siguiente, Julio comienza su rutina
de estudiante. Por las mañanas, a primera horita, coge la bicicleta y se
traslada a Plasencia. Allí recibe las enseñanzas del profesor Hernández sobre
contabilidad, administración, tesorería, caja y demás conocimientos que se
encargan de cuantificar, medir y analizar la realidad económica de una empresa.
Cuando termina las clases teóricas, come en una taberna cercana y después
vuelve donde el señor Hernández y le ayuda a llevar alguna de las
contabilidades de las que se encarga el profesor, con lo que cubre la parte
práctica de las enseñanzas. A media tarde, regresa a Malpartida, estudia un
rato y luego se asea para ir al diario encuentro con su novia.
Tras el regreso del quinto, los primeros
días de los enamorados fueron complicados. En cuanto la madre de Consuelo se
enteró de que el mañego había vuelto, y de que se veían diariamente, montó en
cólera.
-Te prohíbo que vuelvas a verle.
-No puede prohibírmelo, pienso salir con
quien quiera. Y lo que debería hacer es no ir poniéndome en el mercao del
matrimonio como si fuera una mercancía. ¡Qué diría padre si levantara la
cabeza!
La señora Soledad se puso furiosa y llegó a
encerrarla en su cuarto, con el resultado de que cuando regresó de los campos
se encontró con que la casa era un batiburrillo de tareas sin hacer, pues quien
las llevaba a cabo era Consuelo. Al siguiente día, la dejó libre para que
pudiera realizar las faenas domésticas, pero cerró la puerta principal y dejó
la llave a su hijo Andrés. A la joven le sobraron cinco minutos para convencer
a su hermano de que le abriera. Visto que los encierros no eran la solución, la
amenazó con internarla en uno de los conventos de clausura de Plasencia.
-¿Y quién va a llevar la casa, Luisa con
trece años?, y también está Julia, que con siete años ya puede ayudar. ¿O le va
a poner un delantal a Andrés para que haga de criada? Que eso es lo que soy
aquí, la criada de la casa. Si padre resucitara y viera lo que está pasando le
iba a moler las costillas a palos.
-Eres una descará, esa no es manera de
hablar a tu madre. Y mientras vivas en esta casa harás lo que yo te mande y si
no… –exige la madre al par que hace ademán de darle un bofetón.
-Le
juro que si me pone la mano encima me marcho de casa. Y lo de hacer lo que
mande, bien, siempre que no se meta en mis sentimientos.
-¿Y adónde vas a ir, desgraciá? ¿A hacer de
pelandusca en alguna casa de mala fama?
-Sin ir más lejos, la señora de don
Cristóbal, el boticario, está buscando una muchacha pa servir. Me cogería
enseguida, sé muy bien cómo se lleva una casa.
-Eres imposible, muchacha. Toda la culpa la
tie tu padre que siempre te lo consintió to. Si hasta quiso que estudiaras. ¿Cuándo
se vio que una chica de buena familia como la nuestra tuviera que estudiar? Eso
queda pa las muertas de hambre –La forma de hablar de la madre tiene poco que
ver con la de la hija, mucho más formada que su progenitora.
Tras muchas peleas, la situación quedó en
tablas porque María, la hermana mayor de Soledad, le aconsejó que tuviera
paciencia.
-Tu hija es igual de peleona que tú, sois
las dos de armas tomar. A las malas no conseguirás na. Y no sigas con las riñas
porque eres la comidilla del pueblo. Lo que has de hacer es tener mano
izquierda y darle largas. ¿Qué el chico le pasea la calle, y qué? Mientras no
pase de ahí no va a pasar na.
-Pero es que no la soporto, en cuanto digo
lo más mínimo del mozo se pone echa una fiera, no veas el genio que se gasta la
mocosa.
-Sole, ¿es qué no te acuerdas de cuándo
tenías su misma edad?, ¿es qué no te acuerdas de las agarrás que tenías con
padre porque no le parecía bien que Álvaro, que en gloria esté, te cortejara?
Pues lo mismo hace tu hija.
-Pero como siga consintiendo que ese muerto
de hambre la corteje terminará manchando su reputación y no voy a poder
encontrarle un buen partido pa casarla como Dios manda –protesta Soledad.
-No seas alma de cántaro, hermana. Con la de
fanegas y ganaos que tenéis le sobrarán novios a tu chica. Lo que has de hacer
es tener paciencia un par de meses y capear lo mejor que puedas la situación,
que luego el calendario lo arreglará to.
-Eso del calendario no lo he entendio,
María.
-Sí, hermana, el tiempo te solucionará el
problema. En un par de meses, el chico se va a la mili, creo que a Mallorca
que, por lo que sé, está mucho más lejos que Madrid. Y la mili dura tres,
cuatro o cinco años, y eso si no hay otra guerra con los dichosos moros. ¿Tú
crees que van a aguantar tanto tiempo sin verse ni hablarse? Sería un milagro
-María termina convenciéndola y Soledad resuelve tener paciencia con su
primogénita.
Los dos enamorados ya han tenido tiempo de
contarse todo cuanto necesitaban saber. Él le ha relatado las conversaciones
con su madre y los consejos que le dio. Y lo más importante: que su madre está
encantada de que haya sentado la cabeza y que si de verdad está tan enamorado,
que adelante, que siga con su amada y que les desea que sean muy felices.
-¿Sabes que te digo, amor mío?, que la mala
fama que tienen las suegras no cuenta pa tu madre, aún sin conocerla ya le
tengo cariño. Creo que nos vamos a llevar de maravilla.
-Me gustaría poder decir lo mismo de la tuya
–refunfuña Julio.
-No te disgustes, chacho, terminaréis
llevándoos bien.
-A veces pienso que si tu madre me tiene
enfilado es por la sencilla razón de que no me conoce. Nunca hemos hablado más
allá de buenos días o buenas tardes. Creo que si me diera la oportunidad de
tener con ella una larga charla muchos malentendidos desaparecerían. ¿Crees que
sería posible hablar con ella?
-La verdad es que nunca me lo he planteado,
pero… ¿qué podemos perder?
Y Consuelo, con la resolución que la
caracteriza, en cuanto aquella noche vuelve a casa espera un momento propicio
para hablar con su madre. La oportunidad llega cuando, después de la cena, le
pasa cuentas del gasto semanal que ha hecho en la tienda de la tía Agustina,
que es donde se aprovisionan de todo lo necesario para el buen funcionamiento
de la casa.
-Madre, quisiera pedirle algo…
-Dime.
-Julio quiere venir a hablar con usted…
La señora Soledad ni la deja seguir.
-A ese muerto de hambre que ni se le ocurra
pisar esta casa. Como le vea cruzar la puerta le suelto los perros. ¡Hasta ahí
podríamos llegar!
-Madre, Julio no quiere pedirle nada, solo
intenta que le conozca, que sepa cómo es y qué pretende.
-Ya sé lo que pretende. Lo que quiere ese
bribón es hacerte una barriga pa así poder casarse contigo con la excusa de que
lo que venga debe tener un padre y unos apellios.
-No diga burradas, madre. Julio me quiere y
me respeta. Sepa que no me ha tocado ni un pelo de la ropa. Yo no se lo
consentiría y, aunque lo hiciera, me quiere lo suficiente pa aceptar que debo
llegar a mi boda como la Virgen María.
-Ni una palabra más, no quiero saber na de
ese chisgarabís.
Allí se acaba el diálogo puesto que la
señora Soledad no quiere saber más…, aunque se queda con el gusanillo de si habrá
hecho lo mejor para sus planes. Ante la duda, y como hace siempre, lo consulta
con su hermana María.
-No puedes cerrarte en banda, Sole. Te lo he
dicho cien veces. Cuanto más te obstines en impedir esa relación más se va a
emperrar tu chica en mantenerla. Eso, si no llegas un día a casa y te
encuentras que tu Consuelín se ha largao.
-¡No será capaz!
-Tu hija es capaz de to, parece mentira que
la conozcas tan mal. Has de ser más pilla. ¿Qué vas a perder en que el mozo te
hable?, na. Tú haces como que le escuchas y después aquí paz y allá gloria.
Deja que la chica crea que te has ablandao y recuerda que al mañego le quedan
dos meses de estar en el pueblo, luego Dios dirá.
La señora Soledad, tras pensarlo mucho,
resuelve hacer caso a su hermana y le dice a su hija que al día siguiente,
después de cenar, puede venir Julio a hablar con ella, pero solo un ratito pues
se acuesta pronto. Consuelo sale de casa con la excusa de que debe comprar algo
y va en busca de su novio para contarle la decisión de su madre.
-… y dice madre que te espera mañana por la
noche después de cenar para hablar contigo.
-Sabía que al final la convencerías, ¡lo que
tú no consigas!
-Sospecho que el que haya cambiado de
parecer no ha salido de ella. Ha debido ser cosa de mi tía María que es a quien
le consulta los asuntos que la superan. Madre en el fondo es buena persona,
pero más cerril que un potro sin domar. En cambio, la tía es más astuta que una
raposa.
-¡Qué más da! Lo importante es que podré
contarle lo que siento por ti, mis sentimientos, que voy por derecho y que mis
intenciones son honradas y cabales.
-Cómo conozco a madre, creo que lo mejor
será que, antes de que te sueltes a hablarle de tus sentimientos, le des
carrete y la dejes hablar a ella. Así podrás encaminar mejor tus palabras. Y,
¡por amor de Dios!, no pierdas los estribos diga lo que te diga. Traga carros y
carretas, pero aguanta el tipo y no pierdas los nervios porque si no podemos
hacer un pan como unas tortas. Ah, y trátala de señora, le chifla.
A partir de ahí, el mañego no hace más que
pensar en una estrategia para enfrentarse a la mujer que algún día puede ser su
suegra, pero que hoy es solo la madre de la mujer de la que está enamorado. Por
ambas razones no le queda otra que llevarse bien con ella. Aunque no puede
evitar preguntarse:
-¿Seré capaz de lidiar con la suegra de
armas tomar que me ha tocado?
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un mañego enamorado, publicaré el episodio 8. Y me dejó con la palabra
en la boca