"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 30 de junio de 2015

6.2. Una declaración de amor un tanto atípica



   José Vicente le cuenta a su amigo Guillermo como fue la primera y única vez en la que intentó cortejar a Lolita y como la joven respondió con un frontal y agresivo rechazo. Le sirvió de lección. La muchacha le podría aceptar como camarada y hasta como amigo, pero no como pretendiente.
- Lo que estás contando ocurrió hace mucho tiempo y, además, opino que solo fue una nimiedad ¿Has vuelto a comprobar si su reacción sigue siendo la misma que entonces? – pregunta Guillermo.
- No hace falta. Hay cosas que se ven palmariamente.
- Perdona, pero no estoy de acuerdo – discrepa Guillermo -. La gente cambia. ¿Quién puede asegurarte que Lolita no haya cambiado? En realidad lo ha hecho. Me acabas de contar como al principio de vuestra relación se portaba como una borde antipática, en cambio ahora estáis a partir un piñón. Sí cambió de comportamiento y, en lo que a ti más importa, cambió en su manera de tratarte, ¿por qué no han podido cambiar también sus sentimientos?
- Lo dudo mucho. Y además, ¿cómo voy a saberlo?
- ¡Coño, pues preguntándoselo!
   La simiente de la duda, que su amigo ha dejado caer, crece con fuerza en la mente de Gimeno. ¿Será posible que Guillermo tenga razón?, ¿qué puede perder si le habla?, ¿qué le rechace, qué se burle de él?, ¿y qué importa? Más hundido que está, imposible. Le da mil vueltas, lo analiza desde todos los ángulos posibles, sopesa pros y contras… Llega un momento en que siente que ha tocado fondo: no puede continuar así. Es un verdadero dislate, no lo que le está pasando, sino su manera de enfrentarlo. ¡Él, que siempre presumió de su racionalidad! Toma la decisión: se va a sincerar, le va a decir cuáles son sus sentimientos. Una vez tomada la resolución, se va tranquilizando paulatinamente. Se lo va a decir, ¿cómo que decir? Se va a declarar. La precisión que se hace a sí mismo vuelve a provocarle un montón de dudas: si le dice que le quiere eso significará una declaración de amor. ¿Cómo tendría que hacerla para tener más probabilidades de que salga bien?, ¿ponerse en plan romántico o soltárselo sin andarse por las ramas?, ¿qué va a decirle?, ¿qué está loco por ella, qué la adora, qué se ha dado cuenta de que es la mujer de su vida o le dice simplemente que la quiere y qué desea casarse con ella? Tras un interminable análisis desecha la versión romántica. No es un adolescente ni la relación que mantienen le invita a ponerse excesivamente empalagoso. También descarta una declaración a palo seco. Probablemente eso heriría la sensibilidad de su amada… ¿su amada? Es la primera vez que se refiere a Lolita con esa palabra. Y no sabe por qué, pero se encuentra cómodo con ella. Tendrá que comenzar a usar más a menudo esa clase de vocabulario. Ya está: empleará el lenguaje que utiliza habitualmente con la joven, será él mismo. Ni romanticismo cursi ni lenguaje excesivamente aséptico. Le hablará como le dicte el corazón, aunque dado que no se fía excesivamente de su autodominio termina preparando su declaración como prepara las intervenciones públicas, cuidando hasta el último detalle.
   José Vicente deja una nota a Lolita de que se pase por su despacho de jefatura.
- Lolita, siéntate, tenemos que hablar.
- Supongo que quieres comentarme la campaña de Reyes. La verdad es que salió mejor de lo que esperaba. ¿Sabes una idea que se me ha ocurrido? En el No-Do que pusieron el domingo salía la cabalgata de Reyes de Madrid. Voy a estudiar si aquí podríamos hacer algo parecido, salvando las distancias, claro.
- Me parece muy bien, pero lo que quiero hablar contigo es un asunto estrictamente personal – por el momento Gimeno se encuentra asombrosamente tranquilo -. Te voy a pedir un favor: que escuches lo que voy a decirte sin interrumpirme. Necesito decírtelo de un tirón porque si me cortas igual no sé cómo continuar.
- Por Dios, José Vicente, que melodramático te pones. Cualquiera diría que vas a confesarme que fuiste tú quien mató a Cánovas – como es habitual entre ellos la joven emplea un tono levemente irónico.
- Sin bromas, por favor. Estoy hablando muy en serio. ¿Me prometes que no me interrumpirás?
- Prometido – La curiosidad de Lolita crece por momentos, ¿qué diablos le va a contar con unos prolegómenos tan misteriosos?, ¿qué ha hecho las paces con Merceditas?, ¿qué le han ofrecido un cargo en la capital?
- No sé cómo empezar… Comenzaré haciendo algo de historia de nuestra relación. La primera vez que hablé contigo, ¿te acuerdas?, fue en tu tienda. Iba a comprar una corbata y por poco me colocas una docena. Ese día te catalogué como una hábil vendedora, con una cara preciosa y un tipazo como para marearse. Cuando volvimos a hablar para que te hicieras cargo de la delegación y aceptaste, era conocedor de a qué venías, a llenar un montón de horas muertas que te pesaban como losas y con las que no sabías qué hacer. En esa segunda etapa, a lo que creía saber de ti tuve que añadir que eras muy capaz y eficiente, pero también que podías ser borde, introvertida y hasta antipática. Como pese a ello seguías siendo una mujer de bandera, un mal día me insinué. Tu rechazo fue tan agresivo, directo y contundente que no me dejaste lugar a dudas. Si quería conservar a la persona, que ya se había convertido en mi más eficaz colaboradora, debía de separar estrictamente lo que era el terreno, llamémosle profesional, del personal. En la última etapa de nuestra relación, la más feliz hasta ahora, descubrí cualidades que ni siquiera imaginaba que tuvieras, sabía que eras tan inteligente como competente, con mucho estilo y dotada de una gran capacidad para pensar por tu cuenta. A todo eso, tuve que sumar otros rasgos de tu personalidad: eras poseedora de una amplia cultura, de un olfato y una habilidad política increíbles, paciente, capaz de escuchar mis dudas y perdonar mis debilidades, humana, generosa y, por descontado, seguías siendo una hermosa y encantadora mujer de la que cualquier hombre estaría orgulloso de llevar a su lado…
  El semblante de Lolita se ha ido endureciendo a medida que José Vicente ha ido desgranando su discurso, pero como le ha prometido no ha dicho una palabra. Escucha atentamente unas manifestaciones que le producen enorme estupor. ¿Pero por dónde va a salir este hombre y a qué viene todo esto?, se pregunta.
- No he terminado. Digamos que esto ha sido el prólogo… El sentimiento que te voy a confesar lo descubrí no hace mucho. Aquella persona, tan sencilla y compleja a la vez, que podía pasar, casi sin solución de continuidad, de ser un encanto de criatura a tornarse al instante en alguien irritable, arisco y antipático… me había robado el corazón… Descubrí que me había enamorado de ti – ante la exclamación de asombro de la joven, José Vicente le insta -. Por favor, Lolita, déjame continuar. Cuando termine será tu turno, pero no me cortes, te lo suplico. Seguramente ésta es la declaración de amor más torpe y sin sentido del planeta, pero no sé hacerlo mejor. Voy a ser más sincero todavía. Acabo de decirte que estoy enamorado de ti, aunque no estoy seguro al cien por cien de que sea así. No sé si lo que siento por ti es amor, admiración, respeto o, por decirlo, lisa y llanamente, que te deseo como no deseé jamás a ninguna mujer. Posiblemente es una mezcla de todo ello. Lo que sí tengo meridianamente claro es que los momentos más felices que pasé en los últimos tiempos son aquellos en los que estuve junto a ti. Hablaba antes de una declaración de amor, es mucho más. También es una petición mucho más profunda, aunque reconozco que muy atípica, porque no pretendo que seas un ligue de temporada ni es mi intención flirtear contigo. Quiero pedirte…, te pido que seas mi mujer, que seas la compañera de mi vida, la amiga a quién confiar mis deseos y temores, la camarada en quien apoyarme cuando lleguen los días difíciles, la amante que sepa darme cariño y fuerza, la madre de nuestros hijos… Si lo piensas, coincidirás conmigo en que tenemos muchos puntos en común: ambos somos libres, tenemos edad como para estar casados, aficiones similares, inquietudes compartidas, y en los últimos meses hemos descubierto que nos entendemos francamente bien y formamos un conjuntado equipo. Lo que te puedo ofrecer ya lo sabes: un empleo con un sueldo mediocre y poco más, pero con muchas ansias de progresar en todos los terrenos y más si te tuviera a mi lado. Me queda por decir lo más duro para mí, pero estoy decidido a no dejarme nada en el tintero. Una pareja es cosa de dos. Los afectos también han de ser compartidos. Sé perfectamente que no compartes mis sentimientos… - ante el conato de protesta de la joven vuelve a rogarle -. Te lo vuelvo a pedir, Lolita, por favor, déjame continuar… Lo diré más claro: sé que no estás enamorada de mí. No sé si lo estás de otro, pero eso tampoco me importa demasiado ahora. Rectifico, sí que me importa, ¿cómo no va a importarme? Lo que pretendo decir, y me estoy armando un lío, es que no tengo ningún temor de casarme contigo aún a sabiendas de que no me amas. Me conformaré con que me respetes como marido, me comprendas como compañero y me ayudes como amigo. No te voy a pedir más. En alguna parte leí que un matrimonio de amigos acaba siendo más firme que un matrimonio de amantes. Yo quiero ser tu amigo, tu marido y… algún día me gustaría ser tu amante…
   Ante una declaración tan atípica como desconcertante la expresión de estupor pintada en el semblante de Lolita dice más que mil palabras.

viernes, 26 de junio de 2015

Capítulo VI De como Lolita se convierte en Lola 6.1. ¿Acaso se lo has preguntado?



   El invierno del cuarenta y siete está siendo realmente duro, y a lo largo de enero el Mediterráneo, contradiciendo su supuesta fama de mar apacible, registra fuertes temporales. En uno de ellos, de brutal violencia, gigantescas olas superan el cinturón de gravas y cantos rodados del litoral y terminan estrellándose contra las humildes casitas de la costa de la Marina de Senillar. Los bajos de las viviendas se ven invadidos por las aguas que alcanzan tal nivel que llegan a amenazar la vida de los habitantes. Se da la voz de alarma y el Ayuntamiento organiza una expedición para socorrer a los pocos marineros que siguen residiendo en el poblado, se les sube al pueblo provisionalmente hasta que pase la tormenta. Cuando el temporal amaina el paisaje que deja tras sí es desolador: las barcas de pesca han sido arrastradas tierra adentro y han quedado varadas en los lugares más impensables y, lo que es peor, muchas destrozadas; la mayoría de las casas han sufrido importantes desperfectos, en algunos casos estructurales, y el mobiliario y los enseres han quedado inservibles. Es la ruina total. Las escasas familias que, contra viento y marea, seguían viviendo en el poblado marítimo dan la guerra por perdida y, como hicieron anteriormente la mayor parte de sus convecinos, deciden emigrar hacia otras poblaciones mejor resguardadas de los embates marinos y que cuentan con puerto donde amarrar las embarcaciones. En apenas unas semanas la casi totalidad de las familias que restan salen del poblado en dirección, la mayoría, al Grao de Valencia y a Denia. La Marina, salvo media docena de familias que resisten numantinamente, queda convertida en una población fantasma donde solo gorriones y vencejos pasean por los tejados y cornisas de las abandonadas viviendas.
   La tempestad provoca el enésimo enfrentamiento entre el alcalde y el jefe local. Vives es partidario de pedir a las autoridades que construyan un puerto, un refugio pesquero o, al menos, una escollera para que el mar no vuelva a invadir el poblado. Gimeno opina que, dadas las características del litoral, plano y sin relieves, y el añadido del contiguo territorio de las turberas del humedal y de la marjalería, hacen poco menos que inviable la construcción de un puerto que, además, no podría sostenerse económicamente dada la inexistencia de embarcaciones. Resultaría más barato para el gobierno, dice, edificar un chalé a cada marinero que construir una dársena. Una vez más, es el alcalde quien toma la iniciativa y la petición de construir algún tipo de defensa para salvar la Marina sale directamente desde el Ayuntamiento hacia el Ministerio de Obras Públicas. Vives, en una jugada que considera astuta, ha preferido nuevamente eludir la intervención de las autoridades provinciales porque teme que, en ese ámbito, Gimeno y sus aliados puedan torpedear el proyecto, en cambio en Madrid el plan no corre tantos riesgos porque lo más seguro es que sus rivales políticos no conozcan allí a nadie.
   Gimeno lo ha convertido ya en hábito y le cuenta la resolución del alcalde a la que, cariñosamente, denomina su consejera áulica quién, como ya pasó otras veces, tiene una opinión distinta de la suya.
- No estaría mal que se hiciese algo para salvar el poblado de la Marina y la propia playa – opina Lolita ante la desilusión de José Vicente.
- Por supuesto, Lolita, pero me gustaría ser yo el salvador y no Vives.
- Entonces lo que debes de hacer es adelantarte a las iniciativas de Paco. Tu problema es que siempre vas a rebufo.
- Poco me ayudas hoy.
- Sí es que me da rabia que muestres tan poca determinación porque eso nos obliga – Vuelve a emplear el plural de primera persona involucrándose en la controversia - a jugar a la contra.
- Te prometo que no volverá a pasar, pero es que la resolución la tomó Vives sobre la marcha. No dio tiempo a nada. Por eso el único movimiento factible que veo es poner a la gente de Valencia en contra de la petición arguyendo que les ha puenteado, algo que es cierto y que les va a sentar a cuerno quemado.
- Eso está bien pensado, José Vicente, aunque sigo opinando que la Marina merece ser salvada.
- Estoy de acuerdo en proteger el poblado, pero de lo que se trata es que Paco no se apunte el tanto, luego haremos lo que sea.
   Gimeno vuelve poner a las autoridades de Valencia en contra del alcalde.
- …y explícale al jefe, Germán, que clase de fulano es Vives. El problema no es la petición en sí ni que no me haya tenido en cuenta, eso importa poco, lo peor es que al jefe también le ha puenteado. Fíjate si es patán que envía la solicitud directamente a Madrid, como si en el ministerio fueran a tomar alguna resolución sin contar con los pertinentes informes provinciales. Es un tipo de cuidado este personaje, decidido e ignorante que es una combinación de lo más peligrosa.
- Pierde cuidado, José Vicente, en el primer despacho que tenga con el jefe le pondré sobre aviso.
   En verdad a Gimeno, en estos momentos, más que su enfrentamiento con Vives lo que le preocupa es otra cuestión: sus recién descubiertos sentimientos. Lo que siente por Lolita se ha convertido en una especie de círculo vicioso: cuanto más piensa en ella más convencido está de que es la mujer de su vida, cuanto más se reafirma en sus sentimientos más insoportable le resulta continuar viviendo como si no los tuviese. No puede seguir así. Va a terminar desquiciado. Duerme mal, está inapetente y cumple penosamente con su trabajo. Cada vez que ve a Lolita su existencia se convierte en un sinvivir, de tal modo que la relación con la joven se ha convertido en una especie de suplicio de Tántalo, tener al alcance de la mano lo que más desea y no poder conseguirlo. Y se siente más solo que nunca, no tiene a nadie con quien desahogarse, alguien a quien contar sus obsesiones, sus angustias… Un buen día termina sincerándose con su amigo Guillermo Bruñó. 
- … y eso es lo que me pasa. Te juro que estoy desconcertado. Creo que por primera vez en mi vida no sé qué camino tomar ni qué diablos hacer.
- Ahora me explico tu conducta de los últimos meses. Me daba en la nariz que te pasaba algo, pero nunca pude imaginar que fuera una cosa así. Chico, parece que te dio fuerte y comprendo cómo te sientes. Lo que no acabo de entender es la actitud tan negativa que tienes. Tu comportamiento no es propio de alguien como tú que filtra todas las acciones a través del tamiz de la razón.  
- Ahí reside el principal problema, que no estoy hablando de razonamientos sino de sentimientos. Si experimentaras lo que siento, me comprenderías mejor. Y si conocieras a Lolita tan bien como yo entenderías perfectamente el porqué de mi amargura. Me acepta como compañero, hasta como amigo, pero no quiere saber nada de mí como hombre.
- Vamos a ver, José Vicente. Hay algo que no me cuadra. Dices que no quiere saber nada de ti, pero estáis juntos la mitad de los días y no te cansas de decir que es tu mejor colaboradora. ¿Cómo se compadece todo eso con lo de que no quiere saber nada de ti? No lo entiendo, la verdad.
- La explicación es bastante simple, Guillermo. Todo lo que acabas de decir es cierto, pasamos juntos mucho tiempo y es mi mejor asesora. La cuestión es que he descubierto que quiero algo más de ella y ahí es donde reside el quid de la cuestión. No tiene inconveniente alguno en que seamos amigos, pero no quiere oír hablar de que demos un paso más allá de la amistad.
- ¿Y cómo puedes estar seguro de ello, acaso se lo has preguntado?

lunes, 22 de junio de 2015

5.14. El gallego no se va ni echándole aceite hirviendo



   Los senillenses que se han desplazado desde Valencia, para asistir al acto que tendrá lugar en Madrid como desagravio al Caudillo de las Españas, se levantan por la mañana del nueve de diciembre de mil novecientos cuarenta y seis medio adormilados, con el estómago vacío y doliéndoles el cuerpo al haber pasado la noche en las incómodas butacas de los autobuses. Lo más perentorio es llenar la andorga con algo caliente. Como los coches están aparcados en el Parque del Oeste, en un chiringuito del Puente de los Franceses se toman una magra pitanza. Al cabo de un rato, dirigidos por Gimeno, son conducidos a la madrileña Plaza de Oriente donde poco a poco se van congregando los manifestantes. Durante el recorrido los levantinos no hacen más que mirar a ver si encuentran algún comercio abierto donde comprar un recuerdo para la familia, pero todas las tiendas y almacenes han echado los cierres, solo están abiertos bares, cafeterías y restaurantes. Pese al frío y al cansancio, el ambiente es casi festivo, la gente acude al acto como quien que va a una romería y no es raro ver grupos, al parecer con más experiencia que el grupo de Gimeno, que llevan consigo viandas y hasta botas que circulan alegremente de mano en mano.
   A dos de los asistentes del pueblo les ha tocado ser portadores de una pancarta que les han dado en Valencia y en la que en grandes letras se lee: Franco, sí. Comunismo, no. Hay otros muchos carteles con los textos más variados y en los que prima la sal gorda: Con pan o sin pan ¡Franco!, ¡Si ellos tienen ONU, nosotros tenemos dos!, Aquí manda Franco porque nos da la gana, Hijos de la Gran Bretaña: a los chiqueros, Bombas atómicas fabricadas en Ocaña… Hasta hay una en la que Gimeno lee unos ripios que dicen: El dólar y la esterlina/ quieren hacer la puñeta/ a nuestra humilde peseta/ negándonos gasolina/ ante conducta tan porcina/ grito a los anglosajones:/ meteros en los cojones/ vuestros putos carburantes..., un movimiento de la multitud imprime un giro a la pancarta y no puede terminar de leerla.
- ¿Qué pasa?, ¿por qué grita la gente? – pregunta alguien.
   La respuesta la da el rugido del gentío que, de forma sincopada y cada vez más fuerte, comienza a gritar: ¡Fran-co!, ¡Fran-co!, ¡Fran-co!... Casi de manera mecánica, el grupo de valencianos se une a las aclamaciones que terminan convirtiendo la plaza en una olla a presión. El griterío, como si de un estimulante se tratara, provoca en la muchedumbre una suerte de histeria colectiva. Hasta los senillenses, que hasta ese momento mantenían una actitud más bien contemplativa, se contagian del fervor colectivo en que parecen haberse sumido los manifestantes. La plaza se ha convertido en un pandemónium donde es imposible escuchar otra cosa que no sean los gritos aclamando al Generalísimo. A lo lejos, en uno de los balcones de lo que les han dicho que es el Palacio Real, se ven las siluetas de una serie de personajes que, a través de la lejanía, es imposible identificar. Uno de los manifestantes, más previsor o más avezado a estos actos, se ha traído unos prismáticos que solo presta a los levantinos después de insistentes ruegos. Así, a lo lejos y como si fuera un fotograma, es como Gimeno ve, por primera vez en su vida, al Caudillo de España por la gracia de Dios, como reza la leyenda de las monedas españolas.
   Tras insistentes llamadas al silencio, que se repiten por los altavoces distribuidos por toda la plaza, y los gritos conminatorios de los encargados de los grupos pidiendo a la gente que se calle, al final pueden oírse las palabras del Generalísimo amplificadas por la megafonía:
- Combatientes, ex cautivos y españoles todos, necesitaríamos el solar de toda España para esta inmensa manifestación de entusiasmo, de unidad y de firmeza que da la más expresiva y rotunda respuesta a quienes en el exterior especulan torpemente con nuestra lealtad y con nuestra paz interna...
   José Vicente ha tratado de seguir el discurso del Jefe del Estado, pero casi sin darse cuenta ha dejado de atender la arenga, porque entre la voz de falsete de Franco y el acoplamiento que a veces se produce en el sistema de altavoces, la audición deja mucho que desear.
- ... Lo que ocurre en la ONU no puede a los españoles extrañarnos, cuando una ola de terror comunista asola Europa, y las violaciones, los crímenes y las persecuciones..., no debe extrañarnos que los hijos de Giral y de la Pasionaria...
   Como el discurso le aburre, Gimeno se entretiene recordando lo que sabe de los nombres que va citando el Caudillo cuya voz llena todos los recovecos de la plaza.
- ... La situación del mundo y sus vergüenzas llenan una vez más de contenido a nuestra gloriosa Cruzada... Prueba de nuestro resurgimiento es llevar el mundo colgado de los pies. Señal inequívoca de que en España empieza a amanecer...
   La soflama que sale de los altavoces parece enardecer la pasión de la multitud que corea a grito pelado las últimas proclamas del discurso del Generalísimo. El acto termina con los gritos rituales de España, una, grande y libre, y arriba España, a lo que uno de los jerarcas del balcón añade: viva Franco.
   Concluido el acto, Gimeno se desgañita para que sus paisanos no se dispersen cuando el gentío comienza a desalojar la plaza. Hay varios grupos de exaltados que hablan de ir a manifestarse frente a ciertas embajadas, especialmente contra la inglesa. José Vicente les insta que hay que volver a reunirse en la confluencia de la Plaza de España con la calle de la Princesa, que es donde han quedado en concentrarse los de la provincia que van en su autobús. Todo eso es lo que el grupo de senillenses llega a ver de Madrid: el Palacio Real a lo lejos, la Plaza de España donde se han manifestado, la calle Princesa llena de gente que deambula por el centro de la calzada pues han cortado la circulación de vehículos, y un trozo del Parque del Oeste, que es donde está aparcado el autobús.
   Unas noches después, escuchando la BBC en casa de Lapuerta, el médico cuenta a Ballesta y Bonet que la Asamblea de Naciones Unidas ha condenado, en una declaración formal, al régimen español, ha hecho un llamamiento a la retirada de embajadores de los países miembros y ha cerrado las puertas de la organización de Naciones Unidas y de todos los organismos relacionados con ella al gobierno de Franco. Solo algunos países hispanoamericanos, como Argentina y Costa Rica, se han opuesto a dichas medidas y algunos otros han optado por la abstención.
- Pues me han contado – les informa a su vez Bonet – que el otro día los de la radio Pirenaica daban como seguro que los Aliados nos invadirán, se cargarán a Franco y su Régimen e instaurarán una democracia. Si es así, y parece que los tiros apuntan en esa dirección, al gallego y sus mariachis les quedan cuatro días.
- No estoy tan seguro si van a ser cuatro días o cuatro décadas – apostilla escéptico Lapuerta.
- Don Manuel, este régimen no puede durar. Todos los países europeos son democráticos, la única dictadura que queda es la franquista – protesta Bonet.
- Desgraciadamente, eso no es del todo cierto. Te olvidas de la Unión Soviética, y los países del este que han caído bajo la influencia rusa, y que tampoco parece que vayan a ir por sendas muy democráticas. Ah, y no olvidemos a nuestros amigos portugueses que la presidencia de Salazar tampoco tiene ni medio pase – puntualiza Lapuerta.
- Pues la ONU no ha dicho nada sobre ninguna de esas naciones – insiste tercamente el ferroviario.
- Ni creo que lo diga. Rusia es uno de los países ganadores de la guerra y por su extensión y población se va a configurar como una de las potencias más importantes de la posguerra.
- ¿Saben lo que les digo? – Ballesta, que hasta el momento ha permanecido callado, añade tajante -, que por lo que me han contado de lo de la Plaza de Oriente más bien pienso todo lo contrario que Celestino. El gallego no se va ni echándole aceite hirviendo.