"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 3 de julio de 2020

Libro I. Episodio 47. Una cagalera del carajo


   En Plasencia, doña Pilar sigue muy atareada con su pluriempleo. Últimamente, y por lo que le cuenta a Julio en sus cartas, le ha dado por hacer planes de futuro. Piensa en el establecimiento que su hijo podría montar cuando vuelva de la mili. Julio le ha sugerido que localice cual sería el municipio más idóneo donde ubicarlo. El azar, en forma de un accidente sufrido por el tío Bronchales, le ha deparado la ocasión de conocer mejor otros pueblos y ciudades extremeñas. El usurero fue atropellado por un carro, los mal pensados creen que aposta. Fuera adrede o no, a resultas del atropello le tuvieron que escayolar una pierna y anda, malamente, apoyado en una muleta. Debido a lo cual, y aprovechando los fines de semana y festivos, ha tenido que acompañarle en algunos de sus viajes por los pueblos y ciudades de la región; de ahí la maestra ha sacado el ranking de los municipios extremeños con más habitantes que está encabezado por Badajoz, luego le siguen Cáceres, Mérida, Plasencia, Don Benito, Almendralejo y Villanueva de la Serena. Piensa que en todas esas ciudades, Julio se sentirá forastero y aislado pues no conoce a nadie; hay una excepción, Plasencia. La ciudad del Jerte es el centro neurálgico del norte de la provincia cacereña. El municipio placentino está rodeado por poblaciones de seis comarcas: el valle del Jerte, La Vera, Monfragüe, valle del Alagón, valle del Ambroz y Trasierra-Tierras de Granadilla, de las que es su capital natural. La ciudad es sede episcopal y capital de partido judicial, y al ser la urbe más poblada del norte de Extremadura acoge diversos servicios tanto estatales como regionales, lo que incrementa el número de visitantes que recibe. La economía del municipio se basa principalmente en el sector servicios, pues en la ciudad hay numerosos establecimientos comerciales. Por tanto, la localidad placentina por su emplazamiento, población y tráfico mercantil es la más idónea para establecerse. Y además cree que el chico no se sentirá forastero, ha estado muchas veces en ella y tiene amigos y conocidos; a lo que hay que añadir un dato más importante, ahora también ella vive en Plasencia.

   Cuando Julio recibe la carta de su madre en la que le cuenta su análisis sobre la posible localización de su futuro, y todavía desconocido negocio, situándola en la ciudad que tiene como lema Ut placeat Deo et hominibus (para agradar a Dios y a los hombres), no puede menos que alegrarse de lo inteligente y sagaz que es su progenitora. En su respuesta le dice que está de acuerdo con ella. Ya tiene un problema menos, el de dónde establecerse, ahora falta por definir el qué, cuestión que no es moco de pavo, pues sigue sin tener claro qué clase de negocio podría montar, aunque cada vez se decanta más porque sea un establecimiento donde vender…, solo le falta definir el qué.

   El 29 de septiembre es la festividad de San Rafael, Patrón de los Mutilados Militares. Con tal motivo, el Capitán General ha invitado a todo el personal de la Almudaina a un almuerzo extraordinario a celebrar en el comedor del cuartel de caballería. Julio, que está en época de vacas flacas, piensa que si va se ahorrará una comida. El almuerzo extraordinario consiste, para no perder la costumbre, en unas paellas en las que sobresalen las gambas arroceras, algún que otro langostino y abundantes mejillones. La comida discurre entre el natural bullicio de la gente joven. El mañego no es de los que más come porque la paella sabe más a rancho cotidiano que al genuino plato valenciano; así se lo confirma un levantino de pro, su amigo Chimo Puig, que en un aparte le dice:

   -Esto tiene de paella valenciana lo que yo de obispo.

   Otro motivo que ha propiciado que Julio acuda a la celebración es que hoy está de cabo de guardia en la compañía de servicios. Como un par de horas después del fin del almuerzo, tiene que dar cuenta al sargento de guardia de la primera baja, un soldado que sufre fuertes retortijones y una diarrea persistente. En las horas siguientes hay un goteo de bajas que se ven incrementadas al atardecer. Los síntomas son similares en todos los casos: diarrea, acidez gástrica, incontinencia, y en los casos más graves sangrado, náuseas, vómitos y fuerte dolor abdominal. El dormitorio de la compañía de destinos más parece un hospital que un habitáculo para dormir. Antes de que anochezca, Julio presenta al sargento de guardia el parte con la relación de bajas.

   -A sus órdenes, mi sargento, el parte de bajas; hasta el momento son 34 y aumentando. Solo falta añadir una más, la mía –El mañego sufre idénticos síntomas que sus camaradas y apenas se puede tener en pie.

   En vista de que el caso se ha convertido en una epidemia, todos los afectados son recluidos en el dormitorio de la compañía y posteriormente ingresados en el hospital militar de Palma, que hasta 1847 fue el monasterio de Santa Margarita. El diagnóstico fue bastante rápido: se trataba de un severo proceso gastrointestinal producido por algún ingrediente tóxico de las paellas del cuartel de caballería, puesto que todos los afectados habían comido allí. Julio fue de los últimos en caer, pero quizá por eso su estado fue uno de los más críticos, llegó a estar más de diez días sin probar nada sólido, siendo nutrido e hidratado a través de un gotero. Como suele ocurrir, no todos los que comieron las fatídicas paellas enfermaron, Chimo Puig fue uno de los que no se contagió, y fue la segunda cara amiga que vio Julio cuando despertó del estado semicomatoso en el que llegó a estar. Aunque el primer rostro que vio, muy demacrado, fue el de uno de los hermanos Salinas.

   -Pijo, creía que no volverías a abrir los ojos.

   -¿Dónde estoy? –pregunta Julio con una voz apenas audible.

   -Donde está o ha estado media Capitanía, en el hospital militar.

   Al oírle, el mañego recuerda que presentó su propia baja al sargento de guardia, que lo metieron en uno de los catres de la compañía de servicios… y ya no recuerda más.

   -¿Cuántos días llevo aquí?

   -Desde el maldito 29 de septiembre.

   -¿Tú también estás enfermo?

   -Sí, pero mañana me dan el alta. A mi hermano se la dieron ayer.

   -¿Y qué hemos tenido?

   -Los médicos han dicho un nombre de esos que manejan y que no entiende nadie. De mí para ti, que lo que hemos tenido ha sido una cagalera del carajo.

   -¿Y a qué fue debida la cagalera? –El tono de voz de Julio poco a poco va entonándose.

   -Todavía no lo saben, pero la Voz de Capitanía ha hecho correr el rumor de que la causa fue una partida de mejillones en mal estado. Han abierto un expediente y dicen que rodarán cabezas, pero al final echarán tierra al asunto y no pasará ni pijo, como siempre. Eso sí, a nosotros nos han dejado bien jodidos. Hombre, mira quien está aquí, el cartero valenciano. Te dejo con él.

   Chimo Puig saluda a su amigo y deja encima de la mesilla unos libros.

   -Me han dicho que te vas a poner bien y que en cuanto controles lo de ir al váter te darán el alta. Te he traído unos libros y saludos de Carbonero y su gente. Vinieron a verte, pero como estabas inconsciente no pudieron hablar contigo.

   En ese momento, Julio se da cuenta que de la Secretaría de Justicia no ha venido nadie a verle, al menos hasta hoy. Y creía que eran sus amigos.

   -Según Salinas hemos tenido una cagalera del carajo y, al parecer, la causa fueron unos mejillones podridos –comenta Julio.

   -Es posible. Los médicos dicen que habéis sufrido un proceso gastrointestinal severo. O si lo prefieres, una infección de collons, pero que ya estáis fuera de peligro. No todos habéis corrido la misma suerte. ¿Recuerdas al pelirrojo catalán que trabajaba en la sección de cartografía?, pues la ha palmado. La intoxicación le provocó una peritonitis aguda y no pudieron hacer nada por él, murió en el quirófano. Pero tú, tranquilo, en tres o cuatro días te darán el alta y estarás rebajado de servicio otro par de semanas más –y el morellano agrega lo que sabe que será el mayor aliciente para ayudar a la recuperación del mañego-. Y hasta se dice que es posible que a los afectados os den un permiso especial. Por tanto, ponte bien cuanto antes que con algo de suerte la próxima Navidad puedes pasarla en casa.

   La información de Puig, como se temía el propio morellano, no se confirmó y Julio ha tenido que pasar la Navidad de 1891 lejos de su casa. En un momento dado recuerda que durante los días que estuvo grogui apenas pensó en Consuelo, sin embargo sí lo hizo de su madre y de los amigachos de los tiempos en que alijaba por la Raya. El recuerdo le provoca una sonrisa irónica y le hace pensar: creo que ya estoy en condiciones de probar más pomelos.

   Le ha escrito a su madre contándole sus desventuras, pero que ya está bien aunque un poco más delgado. Lo de un poco es un decir, se ha quedado en la piel y los huesos, tanto que el primer día que salió del hospital, Chimo, que fue a recogerle, le embromó.

   -Macho, tienes las orejas tan transparentes que se puede ver a su través.

   Doña Pilar se ha llevado un susto de muerte al saber de la enfermedad de su hijo, aunque este no ha cargado las tintas sobre su dolencia. Como mujer práctica lo que ha hecho es mandarle un cajón bien surtido de sabrosos productos de la tierra, para que coma hasta hartarse y recupere peso y ganas de vivir. Incluso ha metido en el paquete un par de botellas de vino enriquecido con quina y dotado de supuestos efectos saludables y estimulantes del apetito. Será por el vino, por las viandas caseras o por la sensación de que la mili está dando sus últimas boqueadas, al menos para los de su quinta pues pronto cumplirán tres años en el ejército, lo cierto es que Julio se ha puesto bien con bastante rapidez, aunque le ha quedado una secuela: en cuanto prueba pescado, marisco o cualquier otro producto del mar que esté un pelín pasado tiene tendencia a sufrir procesos disentéricos, en general poco severos.

   -No volveré a probar mejillones en toda mi vida. Dios quiera que para el poco tiempo que me queda de mili no vuelva a pasarme nada -implora Julio.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio

48. ¡Así habla un Carreño, hijo!