Episodio 1. El
sorteo
Murmullos. Es lo que se oye en el salón, lleno
hasta la bandera. El público, de pie, aguarda expectante el comienzo del acto.
La tensión y el nerviosismo flotan en el ambiente, tanto como el humo de los
pestilentes cigarros de tabaco del país. Es domingo, 5 de febrero de 1889,
primer festivo del mes, y tal como dispone la Ley de Reclutamiento y Reemplazo
del Ejército de 1878, se va a proceder al sorteo para la adjudicación de
destino en el servicio militar obligatorio. Los espectadores más inquietos,
solos o acompañados por sus familiares, son una veintena de hombres jóvenes que
integran la quinta del 89, y cuyo destino militar se decidirá en unos minutos. Los
futuros soldados son mozos que, sin llegar a los 21 años, han cumplido, o
cumplen, 20 a lo largo del año en curso.
Las únicas personas sentadas en la sala,
tras una carcomida mesa en la que se celebran los plenos municipales, son las
que presiden el acto: el alcalde, el cabo de la Guardia Civil, el juez de paz y
el secretario del ayuntamiento. El funcionario municipal se levanta, y agitando
una campanilla pide silencio en la sala.
-Ruego silencio, por favor, vamos a proceder
al acto del sorteo.
La petición es atendida solo en parte pues
siguen habiendo murmullos, por lo que el secretario se ve en la obligación de
volver a pedir silencio. La gente que está más cercana a la presidencia se calla,
pero los que están al fondo siguen cuchicheando, hasta que un vozarrón inunda
el salón.
-¿No han oído al señor secretario? ¡¡Cállense!!
– La conminatoria orden procede del cabo de la Guardia Civil, y tiene fama de
tener malas pulgas. Al instante, un silencio sepulcral y temeroso se esparce
por el salón, lo que aprovecha el funcionario para continuar.
-De orden del señor alcalde-presidente del ayuntamiento
de la muy ilustre villa de San Martín de Trevejo, provincia de Cáceres, y de
acuerdo con lo que establece la legislación vigente en materia de reclutamiento
y reemplazo del ejército español, se va a proceder a efectuar el sorteo de los
destinos de los mozos del municipio que cumplen veinte años a lo largo del año
en curso.
A
continuación el secretario efectúa la lectura de las papeletas, con el nombre
de cada mozo, y luego las introduce en un pequeño bombo. Hay otro bombo, que
parece sacado de un juego infantil de lotería, en el que se guardan las
papeletas con el nombre de cada uno de los lugares de destino a los que, según
la ley, deberán ser destinados los nuevos quintos para el reemplazo del
ejército de la península y las islas Baleares. Las Canarias y el Protectorado
de Marruecos quedan excluidos por ley del sorteo. A una indicación del alcalde,
el funcionario gira lentamente el primer bombo hasta que estima que es suficiente.
Saca una papeleta del bombo de los quintos y la lee con voz impostada. A su vez,
el juez saca una papeleta del bombo de los destinos y lo enuncia en alta voz.
Tras lo cual, pasan ambas papeletas al cabo de la Benemérita para que ratifique
su contenido quien, después de la verificación, las traslada al alcalde.
Tras escuchar el nombre de cada mozo y el
destino que el sorteo le ha adjudicado, los murmullos, las exclamaciones de
alegría o de pena, y hasta las risas y lloros se producen inevitablemente.
Cuando la respuesta de los espectadores alcanza cierto volumen, el secretario vuelve
a hacer sonar la campanilla reclamando silencio y compostura. Terminado el
acto, los espectadores van abandonando el salón a la par que comentan la buena
o mala suerte que ha tenido tal o cual quinto. La suerte la miden en función de
la cercanía o lejanía del destino adjudicado por el sorteo. Los miembros de la
presidencia, tras despedirse del secretario, también abandonan el ayuntamiento.
El funcionario se queda, pues tiene que levantar la correspondiente acta que
posteriormente visará el alcalde. Interrumpe su tarea cuando alguien pronuncia
su nombre.
-Don Leandro.
El joven que acaba de llamarle, patentemente
nervioso, se dirige al funcionario con una mezcla de familiaridad y respeto.
-Dime, Julio.
-¿Hay algo que pueda hacerse sobre mi
destino?
-Lo siento, muchacho, pero todo se ha hecho
de acuerdo a reglamento. Mientras yo sea secretario de este ayuntamiento se
acabaron los pucherazos. Los asuntos públicos han de hacerse con luz y
taquígrafos, como dicen en las Cortes.
El joven da un puñetazo en la pared de lo
que antaño debió ser una casa-palacio y ahora es la sede de la corporación
municipal. No consigue mitigar su rabia, lo que si logra es que sus nudillos se
tiñan de rojo.
-Te vas a hacer daño, chacho–le reconviene
el secretario.
-¿Por qué me ha de tocar a mí, precisamente
a mí? –se lamenta el joven mientras se lame la rozadura.
-Vamos, Julio, has de ser razonable. Como
dije, todo el proceso se ha hecho siguiendo al pie de la letra lo que establece
la legislación. El primer domingo de enero, previo anuncio público, leí el
alistamiento, y el 31 de enero se cerraron las listas definitivas. Y hoy,
primer festivo de febrero, se ha realizado el sorteo general en este ayuntamiento,
y supongo que en los de los demás pueblos de la nación, mediante papeletas y a
puertas abiertas. Has sido testigo de ello.
-Pero don Leandro, ¿usted sabe lo lejos que
está Mallorca? ¡Es una de las islas Baleares! Eso supone estar lejísimos del
pueblo, y hasta tendré que coger un barco y pasar la mar para llegar allí. Es
lo peor que podía haberme pasado.
-Es lo que tienen los sorteos, pero no te
quejes, dentro de todo has tenido suerte. Piensa que si no hubiera cambiado la
normativa podría haberte tocado alguna de las plazas fuertes del Protectorado. Y
ten en cuenta que no hace ni veinte años que finalizó la guerra que nos enfrentó
con el sultanato de Marruecos y que, a pesar de que el Tratado de Wad-Ras
declaraba a España vencedora, solo se ha conseguido establecer una paz frágil.
Los periódicos cuentan que las cabilas del Rif se muestran muy rebeldes, y que en
cualquier momento podría reanudarse el conflicto. Y si te hubieran tocado las
Canarias tu destino estaría más lejos todavía. Afortunadamente esas islas
tienen una normativa aparte. Por tanto, no te quejes, después de todo has
tenido suerte.
-¿Le llama suerte a que me haya tocado el
destino más alejado posible del pueblo?
-Bueno, si no quieres ir a la mili hay una
salida. La Ley de Reclutamiento y Reemplazo del 78, aunque en su primer
capítulo afirma que el servicio militar es obligatorio para todos los españoles,
también dispone que se autoriza la substitución del servicio por cambio de
situación con recluta disponible o soldado de reserva, y por medio de la
entrega de 2.000 pesetas, cuando el mozo que la verifique acredite que sigue o
ha terminado una carrera o ejerce una profesión u oficio.
-Usted sabe, don Leandro, que nadie en el
pueblo se va a cambiar por mí para ir a la isla. Si fuera para ir a Sevilla o a
Madrid a lo mejor encontraba a algún tonto, ¿pero a Mallorca?, ¡vamos, ni que
la pintara de oro! Y lo de las 2.000 pesetas, ¡quién las tuviera!
-Bueno, tu señora madre, a la que por cierto
no he tenido el gusto de saludar…
El exasperado joven no deja continuar al secretario.
-¿Mi madre? –se pregunta retóricamente el joven-,
¿usted conoce a alguna maestra de escuela que haya podido ahorrar ese dineral?
Y si lo tuviera no sé si me lo daría. Siempre dice que servir a la patria es deber
de buen español.
-Bueno… -el funcionario trata de escoger las
palabras para no herir al muchacho-. Me cuentan que a veces eres de los que
pasa la Raya, y que traes y llevas alijos
de Portugal. Ese negocio deja muchos cuartos, a la fuerza has de tener algo ahorrado.
El joven no responde, le da vergüenza contar
la verdad. Ha llegado a tener mucho más de dos mil pesetas, el contrabando es
un saneado negocio, pero lo que gana trajinando a ambos lados de la frontera
hispano-lusa lo acaba perdiendo en las mesas de juego de las mugrientas
tabernas del Valle de Jálama, y hasta del país vecino. Las siete y media, los
montones o el tute subastado se llevan los dineros con tanta o más rapidez con que
los gana. Visto que el chico no se da por aludido, el secretario continúa
intentando mitigar el patente enojo del mozo.
-Lo que no acabo de entender, chacho, es el
porqué de tu enfado. La mili tiene aspectos positivos, los chicos aprendéis disciplina,
lealtad, compañerismo, solidaridad y mucho más, y tenéis la oportunidad de
salir de villorrios como este y ver mundo. Aparte de Plasencia, ¿qué ciudades
conoces?
-Cáceres y también Madrid, pero hace mucho
de eso.
-Bueno, pues ahora tendrás la oportunidad de
volver a Cáceres y a Madrid y, como seguramente os embarcarán en Valencia, de
una tacada habrás estado en dos de las ciudades más importantes de España. Y,
por supuesto, conocerás también Palma de Mallorca.
-Pero usted sabe, don Leandro, lo que puede
ser estar seis años fuera de casa, cuando vuelva tendré veintiséis años, seré un
viejo.
El secretario no puede por menos que sonreír
ante la explicación del joven, pero al ver el ceño de su cara vuelve a ponerse
serio y sigue con sus argumentos.
-No es así. Verás…-Y pacientemente le
explica que una reforma de 1882 modificó algunos artículos de la ley de
Reclutamiento y Reemplazo del 78, entre ellos la duración del servicio militar
que se amplió a doce años, aunque estableció un mínimo de tres años de servicio
para la obtención de la licencia ilimitada y aclara-. En la práctica, los
reemplazos solo están tres años en el ejército. O sea, que cuando regreses del
servicio solo tendrás veintitrés años, una edad idónea para comenzar una nueva
vida.
¡Una nueva vida! se dice el joven, eso es lo
que pretendía comenzar justamente ahora, una nueva vida. Había decidido cambiar,
convertirse en una persona formal, buscar un trabajo honrado, formar un hogar… De
pronto recuerda que su madre suele decir que don Leandro es buena gente y que,
si está en su mano, es amigo de hacer favores… ¿Y si se lo cuento?, se
pregunta, igual le doy lástima y me consigue un apaño…
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un
mañego enamorado, publicaré el episodio 2. Que venga más tarde