"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Libro I. Episodio 1. El sorteo.


Episodio 1. El sorteo

    Murmullos. Es lo que se oye en el salón, lleno hasta la bandera. El público, de pie, aguarda expectante el comienzo del acto. La tensión y el nerviosismo flotan en el ambiente, tanto como el humo de los pestilentes cigarros de tabaco del país. Es domingo, 5 de febrero de 1889, primer festivo del mes, y tal como dispone la Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército de 1878, se va a proceder al sorteo para la adjudicación de destino en el servicio militar obligatorio. Los espectadores más inquietos, solos o acompañados por sus familiares, son una veintena de hombres jóvenes que integran la quinta del 89, y cuyo destino militar se decidirá en unos minutos. Los futuros soldados son mozos que, sin llegar a los 21 años, han cumplido, o cumplen, 20 a lo largo del año en curso.
   Las únicas personas sentadas en la sala, tras una carcomida mesa en la que se celebran los plenos municipales, son las que presiden el acto: el alcalde, el cabo de la Guardia Civil, el juez de paz y el secretario del ayuntamiento. El funcionario municipal se levanta, y agitando una campanilla pide silencio en la sala.
   -Ruego silencio, por favor, vamos a proceder al acto del sorteo.
   La petición es atendida solo en parte pues siguen habiendo murmullos, por lo que el secretario se ve en la obligación de volver a pedir silencio. La gente que está más cercana a la presidencia se calla, pero los que están al fondo siguen cuchicheando, hasta que un vozarrón inunda el salón.
   -¿No han oído al señor secretario? ¡¡Cállense!! – La conminatoria orden procede del cabo de la Guardia Civil, y tiene fama de tener malas pulgas. Al instante, un silencio sepulcral y temeroso se esparce por el salón, lo que aprovecha el funcionario para continuar.
   -De orden del señor alcalde-presidente del ayuntamiento de la muy ilustre villa de San Martín de Trevejo, provincia de Cáceres, y de acuerdo con lo que establece la legislación vigente en materia de reclutamiento y reemplazo del ejército español, se va a proceder a efectuar el sorteo de los destinos de los mozos del municipio que cumplen veinte años a lo largo del año en curso.
   A continuación el secretario efectúa la lectura de las papeletas, con el nombre de cada mozo, y luego las introduce en un pequeño bombo. Hay otro bombo, que parece sacado de un juego infantil de lotería, en el que se guardan las papeletas con el nombre de cada uno de los lugares de destino a los que, según la ley, deberán ser destinados los nuevos quintos para el reemplazo del ejército de la península y las islas Baleares. Las Canarias y el Protectorado de Marruecos quedan excluidos por ley del sorteo. A una indicación del alcalde, el funcionario gira lentamente el primer bombo hasta que estima que es suficiente. Saca una papeleta del bombo de los quintos y la lee con voz impostada. A su vez, el juez saca una papeleta del bombo de los destinos y lo enuncia en alta voz. Tras lo cual, pasan ambas papeletas al cabo de la Benemérita para que ratifique su contenido quien, después de la verificación, las traslada al alcalde.
   Tras escuchar el nombre de cada mozo y el destino que el sorteo le ha adjudicado, los murmullos, las exclamaciones de alegría o de pena, y hasta las risas y lloros se producen inevitablemente. Cuando la respuesta de los espectadores alcanza cierto volumen, el secretario vuelve a hacer sonar la campanilla reclamando silencio y compostura. Terminado el acto, los espectadores van abandonando el salón a la par que comentan la buena o mala suerte que ha tenido tal o cual quinto. La suerte la miden en función de la cercanía o lejanía del destino adjudicado por el sorteo. Los miembros de la presidencia, tras despedirse del secretario, también abandonan el ayuntamiento. El funcionario se queda, pues tiene que levantar la correspondiente acta que posteriormente visará el alcalde. Interrumpe su tarea cuando alguien pronuncia su nombre.
   -Don Leandro.
    El joven que acaba de llamarle, patentemente nervioso, se dirige al funcionario con una mezcla de familiaridad y respeto.
   -Dime, Julio.
   -¿Hay algo que pueda hacerse sobre mi destino?
   -Lo siento, muchacho, pero todo se ha hecho de acuerdo a reglamento. Mientras yo sea secretario de este ayuntamiento se acabaron los pucherazos. Los asuntos públicos han de hacerse con luz y taquígrafos, como dicen en las Cortes.
   El joven da un puñetazo en la pared de lo que antaño debió ser una casa-palacio y ahora es la sede de la corporación municipal. No consigue mitigar su rabia, lo que si logra es que sus nudillos se tiñan de rojo.
   -Te vas a hacer daño, chacho–le reconviene el secretario.
   -¿Por qué me ha de tocar a mí, precisamente a mí? –se lamenta el joven mientras se lame la rozadura.
   -Vamos, Julio, has de ser razonable. Como dije, todo el proceso se ha hecho siguiendo al pie de la letra lo que establece la legislación. El primer domingo de enero, previo anuncio público, leí el alistamiento, y el 31 de enero se cerraron las listas definitivas. Y hoy, primer festivo de febrero, se ha realizado el sorteo general en este ayuntamiento, y supongo que en los de los demás pueblos de la nación, mediante papeletas y a puertas abiertas. Has sido testigo de ello.
   -Pero don Leandro, ¿usted sabe lo lejos que está Mallorca? ¡Es una de las islas Baleares! Eso supone estar lejísimos del pueblo, y hasta tendré que coger un barco y pasar la mar para llegar allí. Es lo peor que podía haberme pasado.
   -Es lo que tienen los sorteos, pero no te quejes, dentro de todo has tenido suerte. Piensa que si no hubiera cambiado la normativa podría haberte tocado alguna de las plazas fuertes del Protectorado. Y ten en cuenta que no hace ni veinte años que finalizó la guerra que nos enfrentó con el sultanato de Marruecos y que, a pesar de que el Tratado de Wad-Ras declaraba a España vencedora, solo se ha conseguido establecer una paz frágil. Los periódicos cuentan que las cabilas del Rif se muestran muy rebeldes, y que en cualquier momento podría reanudarse el conflicto. Y si te hubieran tocado las Canarias tu destino estaría más lejos todavía. Afortunadamente esas islas tienen una normativa aparte. Por tanto, no te quejes, después de todo has tenido suerte.
   -¿Le llama suerte a que me haya tocado el destino más alejado posible del pueblo?
   -Bueno, si no quieres ir a la mili hay una salida. La Ley de Reclutamiento y Reemplazo del 78, aunque en su primer capítulo afirma que el servicio militar es obligatorio para todos los españoles, también dispone que se autoriza la substitución del servicio por cambio de situación con recluta disponible o soldado de reserva, y por medio de la entrega de 2.000 pesetas, cuando el mozo que la verifique acredite que sigue o ha terminado una carrera o ejerce una profesión u oficio.
   -Usted sabe, don Leandro, que nadie en el pueblo se va a cambiar por mí para ir a la isla. Si fuera para ir a Sevilla o a Madrid a lo mejor encontraba a algún tonto, ¿pero a Mallorca?, ¡vamos, ni que la pintara de oro! Y lo de las 2.000 pesetas, ¡quién las tuviera!
   -Bueno, tu señora madre, a la que por cierto no he tenido el gusto de saludar…
   El exasperado joven no deja continuar al secretario.
   -¿Mi madre? –se pregunta retóricamente el joven-, ¿usted conoce a alguna maestra de escuela que haya podido ahorrar ese dineral? Y si lo tuviera no sé si me lo daría. Siempre dice que servir a la patria es deber de buen español.
   -Bueno… -el funcionario trata de escoger las palabras para no herir al muchacho-. Me cuentan que a veces eres de los que pasa la Raya, y que traes y llevas alijos de Portugal. Ese negocio deja muchos cuartos, a la fuerza has de tener algo ahorrado.
   El joven no responde, le da vergüenza contar la verdad. Ha llegado a tener mucho más de dos mil pesetas, el contrabando es un saneado negocio, pero lo que gana trajinando a ambos lados de la frontera hispano-lusa lo acaba perdiendo en las mesas de juego de las mugrientas tabernas del Valle de Jálama, y hasta del país vecino. Las siete y media, los montones o el tute subastado se llevan los dineros con tanta o más rapidez con que los gana. Visto que el chico no se da por aludido, el secretario continúa intentando mitigar el patente enojo del mozo.
   -Lo que no acabo de entender, chacho, es el porqué de tu enfado. La mili tiene aspectos positivos, los chicos aprendéis disciplina, lealtad, compañerismo, solidaridad y mucho más, y tenéis la oportunidad de salir de villorrios como este y ver mundo. Aparte de Plasencia, ¿qué ciudades conoces?
   -Cáceres y también Madrid, pero hace mucho de eso.
   -Bueno, pues ahora tendrás la oportunidad de volver a Cáceres y a Madrid y, como seguramente os embarcarán en Valencia, de una tacada habrás estado en dos de las ciudades más importantes de España. Y, por supuesto, conocerás también Palma de Mallorca.
   -Pero usted sabe, don Leandro, lo que puede ser estar seis años fuera de casa, cuando vuelva tendré veintiséis años, seré un viejo.
   El secretario no puede por menos que sonreír ante la explicación del joven, pero al ver el ceño de su cara vuelve a ponerse serio y sigue con sus argumentos.
   -No es así. Verás…-Y pacientemente le explica que una reforma de 1882 modificó algunos artículos de la ley de Reclutamiento y Reemplazo del 78, entre ellos la duración del servicio militar que se amplió a doce años, aunque estableció un mínimo de tres años de servicio para la obtención de la licencia ilimitada y aclara-. En la práctica, los reemplazos solo están tres años en el ejército. O sea, que cuando regreses del servicio solo tendrás veintitrés años, una edad idónea para comenzar una nueva vida.
   ¡Una nueva vida! se dice el joven, eso es lo que pretendía comenzar justamente ahora, una nueva vida. Había decidido cambiar, convertirse en una persona formal, buscar un trabajo honrado, formar un hogar… De pronto recuerda que su madre suele decir que don Leandro es buena gente y que, si está en su mano, es amigo de hacer favores… ¿Y si se lo cuento?, se pregunta, igual le doy lástima y me consigue un apaño…
  
PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I, Un mañego enamorado, publicaré el episodio 2. Que venga más tarde