Los
amigos ferroviarios de la tertulia nocturna de Manuel Lapuerta no andan muy
desencaminados al comentar el cambio de comportamiento sufrido por su anfitrión.
El médico está inquieto, nervioso, preocupado y lleva semanas así. Lapuerta siempre
ha tenido a gala deslindar su vida privada de la actividad profesional, aunque como
no es un santo en alguna que otra ocasión rompió ese principio deontológico.
Errores que corrigió rápidamente, pero en estos momentos están emergiendo
sentimientos y sensaciones que le tienen desconcertado. Cuando la joven se le
insinuó, bueno no tan joven pues tiene ya veintiocho años, aparentó no darse
cuenta de la velada invitación de Milagros. Aunque en ese momento no era una
paciente directa pero sí lo era su madre, a quien visitaba periódicamente por
una enfermedad crónica, consideraba que se imponía la ética profesional y no
fue más allá. Mila, así la suele llamar ahora, era quien cuidaba a la enferma y,
por tanto, se veían y charlaban en cada
una de las visitas. La relación se fue enredando hasta que una tarde, no sabría
decir ni cómo empezó, terminaron en la cama. Al principio lo tomó como una
complaciente y pasajera aventura, más gratificante aún en un momento de su vida
en que comenzaba a notar como declinaba su virilidad. La manera en que
reaccionó su cuerpo fue una agradable sorpresa. Todavía podía gozar y, lo que
más le llenó de orgullo, aún era capaz de hacer gemir de placer a una mujer. Lo
que nunca pudo imaginar es que a su edad pudiese ocurrirle lo que le está
pasando. De ahí su desasosiego. Nunca fue un mujeriego, ni siquiera cuando era
joven, y ahora, cuando está más cerca de los sesenta que de los cincuenta, se
ha enredado con una mujer a la que lleva treinta años y que está casada. Cada
vez que se acuesta con ella se dice que va a ser la última vez, pero se engaña
miserablemente, en cuanto pasan unos días sin verla una especie de fiebre le
conduce irremisiblemente a sus brazos. Se siente más joven y con más ganas de
vivir. Los emparejamientos con su esposa han ido declinando con el paso del
tiempo y ni siquiera recuerda la última vez que yacieron. A ella no debe de
importarle demasiado porque no se ha referido al sexo ni una sola vez. De todas
formas, sufre pensando que su mujer pueda enterarse de su infidelidad. Ha
procurado ser muy discreto y, dada su profesión, nadie se extraña de verle
entrando en cualquier casa, pero es consciente de que es cuestión de tiempo que
el romance sea pasto de las chismosas. También le preocupa lo que le pueda
pasar a Mila, sobre todo en relación a su marido, nunca se sabe cómo puede
reaccionar un hombre cornudo. Lo que menos le preocupa es su reputación y lo
que puedan decir de él.
Acaban de mantener un encuentro tan apasionado como de costumbre. Manuel
sigue asombrándose de donde puede sacar tanto vigor, da la impresión como si
tuviera veinte años. Nunca antes había sido tan fogoso. Piensa que ya no se
trata solo de una mera atracción sexual, la verdad es que Mila le gusta cada
vez más y cuando está a su lado el tiempo le pasa volando. Ha pensado todas las
posibilidades que tiene y no encuentra una salida que sea pasablemente
razonable. Si continúa su relación terminará sabiéndose y entonces no le
quedarán más alternativas que terminar con Mila o irse del pueblo y, además,
arrostrar la imprevisible reacción de Angustias. Quizá marcharse fuera la mejor
solución, no soportaría que su mujer fuese el blanco de los chismorreos, pero
si se va, ¿con cuál de las dos? Nunca se creyó capaz de dejar a su esposa por
otra mujer, pero últimamente ya comienza a dudarlo. Decide dejar de pensar en
lo que no parece tener solución y que sea el tiempo quien termine poniendo las
cosas en su lugar. Al llegar a casa Angustias, como hace siempre, le informa de
los avisos de visitas que se han acumulado a lo largo de la tarde.
- Manolo, tienes tres avisos. Les dije que si
no venías muy tarde te pasarías. Solo hay uno urgente, el de la mujer de Llombart.
Por los síntomas que me ha contado el marido podría tratarse de un cólico
nefrítico.
- La verdad es que se me ha ido la tarde de
mala manera. Tampoco tenía tantas visitas, pero últimamente me lío a charlar
con cualquiera de no importa qué y se me va el tiempo sin sentirlo. Me voy a
casa de los Llombart a ver qué le ocurre a la buena de Maripepa. Si me retraso,
cena y no me esperes. Ya tomaré cualquier cosilla.
- No te preocupes. Llegues a la hora que sea,
te estaré esperando para calentarte la cena.
Angustias cierra los ojos para no llorar. Un hondo suspiro se le escapa.
Quién le iba a decir que a estas alturas de su vida tuviese que sufrir el
calvario por el que está pasando. Cuando se lo contaron no se lo creyó, pero el
tiempo se ha encargado de corroborarlo: su Manolo le engaña con una mujer mucho
más joven que ella. Su sorpresa fue mayor al averiguar de quien se trataba.
Conoce a la joven de haberla visto en la consulta, hasta ha cruzado algún
saludo con ella, pero poco más. ¿Qué habrá podido ver Manolo en esa mujer?, se
pregunta. Sí, es joven y no mal parecida, pero tampoco es una belleza y, para
su gusto, es demasiado jamona, seguro que en cuanto pasen unos años se va a
poner fondona. Y por otra parte, Manolo, que tanto presume de intelectual, ¿qué
conversaciones puede mantener con una chica que solo ha ido a la escuela del
pueblo y que apenas conoce mundo? Solo puede haber un motivo: el sexo. Hace
muchos meses que no la busca y ella no ha hecho nada para ofrecerse, una mujer
decente no debe de insinuarse al marido. Hasta ahí podríamos llegar. La tal Milagros
le debe de dar gusto y los hombres, ya se sabe, por viejos que sean siempre
están dispuestos a demostrar que siguen siendo muy machos. Se consuela
diciéndose que pueden ser los coletazos de una virilidad que va a menos. Lo que
también le preocupa es el escándalo. Si el adulterio continúa acabará por
saberse y ya se imagina a las comadres contando toda clase de detalles sobre la
pareja, los que sepan y los que se inventen. No le hace ninguna gracia ser la
diana de los corrillos de las chismosas, pero tendrá que pasar por encima y no
darse por enterada. Ojalá el marido de esa desvergonzada piense como ella y no
monte una bronca. Solo faltaba eso. Sabe que su esposo le ha sido infiel otras
veces, dos que ella sepa, pero las aventuras fueron fugaces. En esta ocasión el
devaneo parece que dura más que en anteriores ocasiones, aunque seguro que
acabará desvaneciéndose. Lo que tiene muy claro es cual debe de ser su
comportamiento: hacerse la tonta como si no supiese nada, aguantar el tirón y
esperar a que escampe. Pronto o tarde, Manolo terminará por cansarse y volverá
al redil.
La
infidelidad del médico no pasa desapercibida para algunas personas, pero
curiosamente no se convierte en motivo de escándalo y, más sorprendentemente
todavía, el hecho no es pasto de los chismorreos en los lugares más proclives a
ello como son los lavaderos municipales. Sea por el gran prestigio, tanto personal
como profesional, que tiene Lapuerta, sea por el respeto casi tribal que en los
pueblos pequeños se tiene a los médicos, el rumor sobre el adulterio pasa como
de puntillas y no es condenado. Hay excepciones.
- ¿Sabes lo que me han contado esta mañana? –
pregunta Fina.
- ¿Sobre qué o sobre quién? – repregunta Lola
un tanto inquieta.
- Una de cuernos. Parece que don Manuel se ha
liado con Milagros la de Rosendo.
- ¿Don Manuel de viejo verde? No sé si
creérmelo.
- Pues según todos los indicios así es. Cada
vez que va a visitar a la madre de Mila, igual se tira allí media tarde. Ya me
dirás que hace durante tanto tiempo. Para tomarle el pulso y mirarle la lengua
bastan unos minutos.
- Me dejas de piedra y que se trate de don
Manuel mucho más. Es del último que hubiera esperado una cosa así. Desde luego,
los hombres son todos unos cerdos, lo único que parece interesarles es que nos
abramos de piernas – la última frase la dice Lola como trufada de rencor.
- Pues yo lo siento por doña Angustias –
comenta Fina -. Una mujer que es más buena que el pan.
- Bueno, de eso habría que hablar mucho y
largo. Hay mujeres, como hay hombres, que buscan fuera lo que no encuentran en
casa. Y es posible que doña Angustias sea una bendita, pero igual en la cama es
una sosaina que no es capaz de darle gusto a su marido.
- Lola, últimamente eres un saco de
contradicciones – apunta Fina -. Hace un momento condenabas a don Manuel y
ahora das razones que lo justifican. No te entiendo.
- Yo sé lo que me digo y porqué lo digo – es la
enigmática respuesta de Lola.