Ajeno a la radical
transformación que está en trance de iniciarse en el pueblo de su amada, Sergio
termina el curso y lo hace con tan buenas notas como cuando estudiaba formación
profesional. Todos los indicios apuntan a que le espera un brillante futuro
profesional. Apenas ha tenido en sus manos el último aprobado cuando ya está
pidiendo a sus padres que le dejen partir para Senillar donde su abuelo le
espera con los brazos abiertos. Lo que no dice a sus progenitores es que le
espera alguien más.
Lorena le recibe
con el mismo aparente cariño y ternura con que le trató en la pasada Semana
Santa. El vínculo de la pareja parece afianzarse a marchas forzadas, de hecho
todos contemplan su relación como un noviazgo formal. Así es para Sergio. No lo
es tanto para Lorena, la joven no las tiene todas consigo de que haya
conseguido atrapar al muchacho con tanta fuerza como para que acepte el plan
que ha maquinado. Es consciente de que no va a ser fácil forzarle a que
abandone sus estudios y su familia, a que se instale en el pueblo y a que
busque un trabajo que les permita alquilar un piso en el que vivir como pareja.
Para que un plan como ese triunfe necesita forzar la situación para llevar la
relación a un punto de no retorno. Llega a la conclusión de que los besos, las
caricias, los arrumacos no son suficientes, va a precisar algo más. Cada día es
más permisiva, deja que le bese los pechos y que juegue con su vello púbico,
pero eso tampoco basta. Como ve que él no se atreve a dar el paso, decide darlo
ella. Ha llegado el momento de hacerle paladear el sabor de su piel y de que
sienta lo que es estar dentro de una mujer.
La última tarea que
Lorena lleva a cabo, al terminar por la tarde en el chiringuito, es hacer un
somero balance de las existencias que guarda el dueño del merendero en un precario
almacén para elaborar el pedido del siguiente día. Sergio, que suele llegar
mucho antes del término de la jornada laboral, le acompaña y le ayuda en el
conteo pues calculando es mucho más rápido y fiable. Aquella tarde, el chico ha
realizado el arqueo en un pispás.
- Cada día eres más rápido, mi amor. Como se nota que vas
para ingeniero. Ven, que te voy a recompensar por tu ayuda.
Los besos de la
joven son más apasionados por momentos. Como ha hecho otras veces, le echa los
brazos al cuello y se aprieta contra su cuerpo. Nota como la respiración del
chico se acelera e intuye la pronta erección. Decide que ha llegado el momento
y tendrá que ser ella quien haga el primer movimiento. Desliza su mano en el
interior del pantalón del muchacho y le acaricia, mientras con la otra mano
trata de soltar el cinturón.
La operación apenas
ha durado unos segundos, pero tiempo suficiente para que Sergio alcance el
clímax y salpique la mano de la muchacha. La precoz eyaculación pone de los
nervios al joven, y a ella está a punto de darle un ataque de rabia. Lorena piensa
cuánta razón tienen sus amigas al llamarle pichafloja. Sin embargo en vez de
mostrar su irritación intenta mitigar el sofocón del chico.
- No te preocupes, mi vida, eso le puede pasar a cualquiera.
Dicen que cuanto más hombre se es más a menudo suele ocurrir.
Al día siguiente se
vuelve a repetir la escena con variantes, la frustrante experiencia anterior parece
que les ha servido a ambos. Una vez más es Lorena quien toma la iniciativa,
pero actúa más cautelosamente.
- Mi amor, no quiero verte sufrir más. Quiero ser tuya,
quiero darte lo que una mujer sólo puede ofrecer una vez en la vida.
- ¿Estás segura de querer hacerlo, mi vida, no te
arrepentirás?
- Te quiero demasiado para tener que arrepentirme, mi cielo.
Y sí, estoy deseando hacerlo, más por ti que por mí. No te pongas nervioso y
verás como todo sale bien.
No sale tan bien como esperaba Lorena, pero
al menos consigue que el chico la penetre. Ya ha puesto el primer eslabón de la
cadena con la que espera apresar a Sergio.
Lorena
vuelve a entregarse una y otra vez. Ya son realmente novios
tal como la mayoría de parejas entiende el noviazgo en el pueblo. Ambos se entregan a sus ardientes efusiones cuando hacen el inventario
de las existencias. Poco a poco, el muchacho va controlando sus emociones y hasta
sus orgasmos. Hasta que un día casi les cogen en pleno trance al golpear
alguien la puerta del almacenillo que, prudentemente, han tenido la precaución
de cerrar con llave. De todas formas, Sergio se pone colorado como un tomate al
ver la cáustica sonrisa del camarero que intentaba acceder al almacén.
La joven decide que
algo así no vuelva a pasar. Los padres de una de sus amigas, Verónica, tienen
un pequeño apartamento en la playa de Benialcaide que sólo utilizan algunos
fines de semana. En el grupo, son varias las amigas que lo han usado para sus
escarceos íntimos. Allí es donde aterriza la pareja después de terminar la
joven su turno de trabajo, y donde pasan buena parte de la jornada en su día de
descanso.
Más que el hecho de
poseerla, ha sido ver a Lorena desnuda lo que ha provocado una conmoción
indescriptible en el muchacho. Ha visto muchos desnudos en revistas, en cine y
vídeos, pero jamás en vivo. Y la joven tiene un cuerpo tan adorablemente
excitante que inflama más, si cabe, la pasión y el deseo de Sergio, que pasa
del amor idealista y casi adolescente a una idolatría pasional.
Lorena sigue contando
a sus amigas los avatares de su relación con Sergio y continúa mofándose del
chico .
- Lo tengo encoñao. Si le pidiera que fuera por el pueblo en
bolas y dando volteretas lo haría.
- Vamos, que te come de la mano.
- Lo que yo os diga. A este palomino lo voy a llevar de
donde me salga de los ovarios.
- ¿Y qué tal se porta, sigue siendo un pichafloja?
- Es menos blandengue de lo que creía. Lo que le pasa es que
nunca se comió una rosca y se va por la pata abajo en cuanto doy un par de
meneos, pero poco a poco le haré entrar en órbita. Nunca será como… - el nombre
de Maxi lo tiene en la punta de la lengua, pero se contiene a tiempo.
Lorena comienza la
segunda fase de su plan dejando caer que, ahora que ha perdido la virginidad,
ya será siempre suya y tiembla sólo de pensar qué hará cuando acabe el verano y
él vuelva a Madrid. Ya no va a saber vivir sin él, sin sus besos, sus caricias
y su manera de hacerla suya, que es algo que la vuelve completamente loca. Que
no puede hacerle la marranada de marcharse y dejarla allí tirada. Que algo
tienen que hacer para que eso no pase.