La estancia en el centro de El Patriarca,
donde ingresaron Sergio y Lorena, ha resultado más larga de lo que al inicio
prometió el responsable del establecimiento a los padres de Sergio. La pareja
sale aparentemente rehabilitada, aunque subsisten insuficiencias sobre todo en
el caso de la mujer.
La salida sirve para el enésimo
enfrentamiento entre el matrimonio Martín-Roca y Lorena.
- De momento iremos
todos a Madrid. En casa ya tenemos preparada una habitación para vosotros – al
ver la crispación del rostro de Lorena, Lola que es quien habla se apresura a
añadir -. Eso solo será unos días, los necesarios para que encontremos un piso
donde vayáis a vivir, piso cuyo alquiler pagaremos nosotros, por supuesto.
- Mira, Lola, a mí no
se me ha perdido nada en los Madriles. O sea que muchas gracias por vuestro
ofrecimiento, pero yo me vuelvo al pueblo, sola o acompañada – afirma Lorena
que, mirando a Sergio, agrega -. Eso depende de ti, hermoso.
- ¿Y qué vais a hacer
en el pueblo, de qué vais a vivir? – pregunta Lorenzo.
Sergio, que hasta el momento ha sido testigo
mudo de la charla, interviene:
- Papá, creo que
Lorena tiene razón. En Madrid ella no conoce a nadie y yo hace un montón de
años que no me relaciono con ninguno de mis antiguos amigos y conocidos. En
cambio, en Senillar conocemos a medio mundo y tenemos muchos amigos. Además,
están el abuelo y los tíos. Por otra parte, ese piso que pensabais alquilarnos
os costará mucho más barato en el pueblo. En cuanto al trabajo, siguen
construyendo y a buen seguro que encontraré fácilmente trabajo de lo mío. Hay
mucha gente del oficio que me conoce y me ayudará a encontrar curro.
Lola, que es quien toma las últimas
decisiones en la familia, piensa que volver al pueblo es un error, que lo que
los chicos – sigue llamándoles así pese a que han cumplido sobradamente la
treintena – llaman sus amigos son todos unos drogatas que no les ayudarán
precisamente a seguir por el buen camino, que los tíos - sus hermanos - les han
dicho que poco pueden hacer para apoyar a la pareja, solo el abuelo está
dispuesto a echarles una mano, pero sus recursos son limitados. Pese a todos
esos argumentos, también está cansada de discutir y no lograr nada, por lo que
se encoge de hombros. Será lo que ellos quieran: les buscarán un piso en el
pueblo.
En cuanto la pareja vuelve a Senillar
comienzan a aflorar los problemas. Sergio vuelve a toparse con el obstáculo de
que nadie quiere darle trabajo, los patronos siguen viéndole como un colgado.
Lo único que encuentra son chapuzas. Lorena halla curro más fácilmente en un
bar de copas de dudosa reputación, las camareras visten con una escuálida
minifalda y un top que enseña más que cubre. Hay unos reservados donde además
de beber se llevan a cabo otros entretenimientos más carnales. De ahí es donde
Lorena vuelve a sacar la pasta para seguir drogándose. Con una vida miserable como
la que llevan, sin futuro y sin alicientes para reintegrarse a la existencia
del común, la recaída estaba cantada.
Los padres de Sergio vuelven a intervenir y
les convencen de que ingresen en otro centro de rehabilitación. La pareja, tras
muchas dudas y no pocas presiones familiares, en la que el abuelo Punchent
tiene un papel destacado, acepta internarse, pero no en la red de El Patriarca.
Les buscan otro centro. Esto no es más que el principio de casi una década de
ingresos y salidas en establecimientos, públicos y privados, de
desintoxicación.
El matrimonio Martín-Roca, que es quien
sigue sufragando los gastos derivados de los tratamientos de rehabilitación,
está a punto de tirar la toalla. Lorenzo
y Lola han perdido la esperanza de que la pareja se recupere. Por otra parte,
se han gastado casi todos sus ahorros, incluso han tenido que vender un
apartamento que tenían en Benialcaide. Realizan lo que piensan que será la
última intentona: buscan un centro, que tiene de fama de lograr sorprendentes
resultados, con un programa muy riguroso y cuyos tratamientos se centran
básicamente en la medicación. Después de una estancia no excesivamente larga,
el médico director del centro cita al matrimonio.
- Les
he llamado para no falsear mi juramento hipocrático – así de ampuloso comienza
el doctor su intervención -. Lo que he de decirles se resume en esto: no
podemos hacer mucho más por sus hijos.
- ¿Eso
quiere decir que les echan? – pregunta desconsolada Lola.
-
Aquí, mientras se respeten las mínimas normas de convivencia no echamos a
nadie, pero tampoco pretendemos alargar la estancia de personas que tienen
pocas o ninguna oportunidad de superar de manera definitiva su adicción. Y ese
es el caso de Sergio y Lorena. En nuestra filosofía no entra lucrarnos de internos
que, por los motivos que fuera, han dejado de progresar en su rehabilitación.
Eso es lo que ocurre con su hijo y su mujer. Para lo que hacen aquí quizá
estarían mejor en su domicilio.
-
Entonces, ¿qué nos recomienda? – pregunta Lorenzo.
- Verán. Su hijo
tiene alguna posibilidad de dejar la heroína. Aunque es posible que en un
futuro siga enganchado a otros estupefacientes como la cocaína o a alguna droga
de síntesis. En cualquier caso deben ir haciéndose a la idea de que nunca
volverá a ser el de antes.
- Al hablar de drogas
de síntesis, ¿se refiere a las drogas de
diseño que son esas pastillas de colores
que se toman en la ruta del bakalao y en las fiestas y músicas electrónicas del
tipo Techno y Acid? – pregunta Lola que después de tantos años ya domina buena
parte de la cultura de los drogadictos.
- El término de droga
de diseño se emplea erróneamente – el galeno se pone en plan doctoral -.
Técnicamente deben llamarse drogas de síntesis que son un conjunto de
sustancias psicoestimulantes, en su mayoría derivadas de anfetaminas, la más
genérica de las cuales es la metilendioximetanfetamina, más conocida como
metadona. Pero, bueno, de eso hablaremos más tarde, después de que ustedes
hayan decidido si les dejan o se los llevan.
- Después de lo que
acaba de decirnos no parece que resten muchas más salidas – comenta Lorenzo -.
Nos los tendremos que llevar.
- Y si Sergio
volviera a los estudios, ¿eso no representaría una motivación suficiente para
que dejara la maldita droga? – pregunta esperanzada la madre.
- Me temo que no
volverá a retomar los libros, señora. Si consiguiéramos que llevara una vía
medianamente pautada podremos darnos por satisfechos.
- ¿Y la chica? –
inquiere el padre.
- Lorena es un caso
distinto. Su adicción es mucho más acusada. Habrá que ponerle un tratamiento
compensatorio y sustitutivo de la heroína, quizá con la metadona de la que
hablé antes.
- Doctor, si le he
entendido bien, nuestro hijo puede curarse, si no del todo, en parte, en cambio
la Lorena es poco menos que un caso perdido – sintetiza a su manera la madre -.
Si eso es así, ¿no sería mejor para nuestro chico separarse de ella?
El médico piensa unos segundos antes de
responder:
- Verá, señora. Esta
pareja es un caso digno de un estudio clínico. Hasta donde he podido
profundizar en sus vidas su relación ha pasado por diferentes etapas. En el
inicio, él estuvo profundamente enamorado. Un buen día conoce a una jovencita
que, en un primer momento, concita su atención por su físico y de la que en el
transcurso de unas pocas semanas se enamora como solo puede hacerlo un cuasi
adolescente, al menos en cuanto se refiere a la relación con las mujeres. A eso
se suma que ella le inicia en el sexo del cual estaba en ayunas. El resultado
de todo ello es una pasión tan honda como sincera. Hoy da toda la impresión de que
aquella hoguera pasional se ha extinguido, pero aún quedan rescoldos, no sé si
los suficientes para reavivar la llama, mas sí para mantener los lazos de una unión
que se ha convertido en hábito. En otras palabras: si hay alguna posibilidad de
que se rehabiliten es mejor que sigan juntos que separados. Ustedes deciden.
Los padres toman la única decisión que,
vistas las circunstancias, pueden tomar: la pareja vuelve a Senillar. Les
alquilan un piso modestito, nada de un apartamento con vistas al mar como disfrutaron
en los días de vino y rosas. Sergio, gracias a la gestión en la sombra de su
antiguo capataz Dimas, encuentra un trabajo, si se le puede llamar así, de
vigilante del parking de uno de los supermercados locales. Le pagan una miseria,
pero menos da una piedra. El abuelo Andrés les asegura la comida del mediodía en
su casa. Y se apuntan al programa de rehabilitación que el dispensario local de
la Seguridad Social tiene en funcionamiento y que se reduce a suministrarles el
fármaco más utilizado como sustituto de la heroína: la metadona. Por eso,
cuando Sergio se tropieza con algún conocido y le pregunta cómo le va su
respuesta es casi siempre la misma:
- Ahora con la
metadona, luego ya veremos.