Al día siguiente de la agresión sufrida por
Curro a manos de el Chato de Trebujena, Alfonso Pacheco, que inesperadamente
fue quien le salvó, le recoge por la mañana para acompañarle a un hospital a
que le hagan una exploración como le recomendaron en el consultorio médico de
la playa. Pacheco pretende llevarle al Centro de la Seguridad Social de
Torreblanca, que es el servicio sanitario más cercano. Curro no es que tenga
gran amistad con el ingeniero, pero el mero hecho de que sean paisanos hace que
le tenga más confianza que a los otros que han venido a verle, por eso y aunque
todavía le cuesta hablar se sincera:
-Alfonso, no
puedo ir a un centro en que me pidan papeles. Aquí soy Francisco Martínez y
solo tengo con ese nombre un carné de conducir más falso que Judas. Además, por
lo que me han contado soy lo que en la Seguridad Social llaman un desplazado al
pertenecer a otra comunidad autónoma y mientras arreglan el papeleo necesario
se nos iría la mañana. Llévame a una clínica privada donde solo tendré que
enseñar el color de mi dinero.
Atendiendo esa petición, Pacheco le lleva a Castellón
a un centro médico que les ha recomendado la dueña del hostal, que asimismo les
ha recordado que deberían denunciar la agresión a la Guardia Civil. En el
policlínico le someten a diversas pruebas diagnósticas: análisis de sangre y
orina, una ecografía, un TAC y una radiografía de tórax. El primer diagnóstico,
a falta de confirmación por otras pruebas, es que además de las magulladuras,
pequeños cortes y el labio partido tiene fracturadas dos costillas.
-¿Eso quiere
decir que las tengo rotas? –pregunta alarmado Curro.
-No, lo que
realmente se ha roto es el cartílago que une las costillas al esternón –le
aclara el facultativo que le explora.
Le curan las heridas, le aconsejan que
visite a un odontólogo pues tiene un diente que se mueve, le recetan
analgésicos para el dolor y ansiolíticos, pues también le han detectado un
brote de neurosis fóbica, y sobre todo le recomiendan reposo que puede ser cosa
de unas seis semanas. En el camino de vuelta a Torrenostra, Curro formula a su
paisano la pregunta que se ha estado planteando desde el día anterior.
-¿Y se puede
saber que coño haces aquí, tan lejos de nuestro pueblo?
Pacheco es franco y le cuenta el porqué de su presencia en la Costa de
Azahar. Forma parte de un grupo de funcionarios públicos que en su día
desempeñaron cargos políticos y que capitanea el exconsejero Gabriel Salcedo.
Pretenden que Curro, cuando declare, le cuente a la jueza de instrucción que
ellos se limitaron a cumplir la ley y hacerla cumplir que es el primer deber de
todo funcionario. Le ayudarán a pactar con la fiscalía para que su probable
condena sea lo más suave posible. Calculan que en unos tres años podría estar
fuera de la cárcel, a lo mejor incluso antes.
Salazar, aunque parece estar escuchando a su
paisano, realmente está volviendo a pensar en por qué el Chato le ha agredido.
Recuerda que al presentarse le dijo que le traía un recado de parte de Juan
Antonio Almagro y también le gritó que en su pueblo trataban así a los chivatos.
“Blanco y en botella, el recado que me traía de parte del zoquete de Almagro
era una paliza para que no hable”, y una sospecha más inquietante le invade:
“¿Hasta cuándo me hubiera estado sacudiendo ese mala bestia si no llega a
aparecer Alfonso?, ¿hasta dejarme baldado, hasta matarme?”. Pacheco que sigue
con su relato tiene que cortarlo cuando el exsindicalista le pregunta de
sopetón:
-Alfonso,
¿crees que hay gente en Sevilla que querría verme muerto antes de que declare
otra vez?
Al ingeniero la pregunta le coge con el paso
cambiado. Lo piensa y de pronto ve que se le presenta una excepcional
oportunidad para llevar el agua al molino de sus intereses.
-Pues si te
he de ser sincero, no lo sé pero…
La
respuesta inconclusa de su paisano excita aún más el interés de Curro.
-¿Pero qué?
Dime lo que piensas de verdad, Alfonso. Estamos hablando de mi pellejo no de
algo sin importancia.
-Verás.
Sabes mejor que nadie el papel que has estado jugando estos años en todo el
asunto de conseguir EREs más o menos ajustados a derecho. Por otra parte, se
dice que guardas un montón de documentos que, en el supuesto de que se hicieran
públicos, podrían llenar de mierda a un montón de gente que hasta ahora se ha
ido de rositas. Y entre esa gente que se siente amenazada hay de toda clase de
pelajes, desde los que te presionarán con toda suerte de ofrecimientos a los
que intentarán intimidarte sin importarles mucho los medios. Lo del Chato puede
pertenecer a este último grupo. Y dicho esto, respondo a tu pregunta: ¿hasta
querer verte muerto? No lo sé pero… hay mucho malaje suelto, fulanos que no se
paran en barras y que para defender sus intereses son capaces de todo.
Precisamente por eso, nuestra propuesta es la más idónea para que puedas dormir
tranquilo y no estar continuamente en vilo.
Captado el interés de Salazar, Pacheco se
explaya en lo que encierra la oferta de su grupo. Lo que primero habría que
hacer es volver a desaparecer porque es indubitable que su actual escondite ha
dejado de ser un secreto. Le ayudarían a buscar otro. Segundo, negociarían con
la fiscalía su posterior entrega a la justicia con la condición de que ello y
las pertinentes confesiones, que le ayudarían a preparar, serían a cambio de
una reducción de la irremediable condena. Además, exigirían que se le confinara en un módulo de
seguridad de una cárcel a determinar. Allí estaría seguro de que ninguno de los
que quisieran atentar contra él podría alcanzarlo. De momento, perdería la
libertad, pero ganaría tranquilidad y aseguraría su vida.
-Blanco y en
botella. Nadie te va a ofrecer un trato mejor –concluye Pacheco.
Cuando oye esto último, Curro decide
confesarle a su paisano todo lo que le ha pasado en los últimos días.
-La romería
comenzó el día seis cuando apareció por aquí un figurín, lo digo porque el tipo
iba de punta en blanco. Dijo que representaba a un grupo de empresarios
andaluces a cuyos negocios les estaba perjudicando el caso ERE y que les
perjudicaría todavía más si yo contara todo lo que sé. Me propuso que me fuera al
extranjero hasta que se terminara el proceso, al país que yo quisiera siempre
que no tuviera tratado de extradición con España. Que correrían con todos los
gastos y que me pasarían una cantidad mensual para que pudiera vivir como un
marqués.
-¿Y qué le
contestaste? –quiere saber Pacheco.
-En concreto
nada, quedamos en seguir hablando, pero para serte sincero te diré que es una
oferta tentadora, cada día que pasa y cada nueva proposición que tengo la hace
más atractiva.
Curro le sigue contando que al día siguiente
quien le sorprendió con su presencia fue el antiguo director de la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía, Jaime Sierra.
-Me hizo una
oferta parecida a la tuya a la que añadía que atenderían a mi familia mientras
estuviera en la trena y que le buscarían un curro al mayor de mis chicos. Por
cierto, que Francisco José ha sido el tercero que ha aparecido por estos lares.
¡Y yo que creía que esta era una playa poco menos que desconocida y resulta que
la conoce medio mundo!
-¿Tu hijo
mayor también está aquí? –La noticia ha sorprendido al ingeniero-. ¿Y a que ha
venido?
-A avisarme
de que mi escondrijo ha sido descubierto y que me largue de aquí cuanto antes.
Ah, y a pedirme pasta. Y no es el único, a las pocas horas la que llegó fue
Rocío, mi antigua novia. Me contó lo mismo que Francisco José y terminó igual,
pidiéndome guita. Y ayer fue cuando apareció el Chato de Trebujena. El resto ya
lo sabes –concluye Salazar que agrega-. Si contamos al Chato son seis las
personas que en tres días se han puesto en contacto conmigo.
Entre confesiones y relatos cuando se dan
cuenta ven el cartel que indica la salida 44 de la AP-7, Torreblanca-Alcossebre.
Al ver el nombre del pueblo Curro se acuerda de que prometió telefonear a su
hijo y de que Rocío también debe estar esperando a que le dé el dinero
prometido.
-¿Sabes
dónde está en Torreblanca el Hotel Miramar?, es donde está hospedado mi chico.
Había quedado con él, pero con todo lo que me ha pasado me olvidé.
-Si tienes
su móvil le llamamos ahora.
-No sé su
número y me gustaría hablar con él personalmente.
-¿Has dicho
Hotel Miramar? –pregunta Pacheco que ya está tecleando en el GPS del coche.
La voz metálica del localizador les indica
la ruta que han de seguir: “En la rotonda gire a la derecha y tome la salida
que indica N-340-Torreblanca. A mil cuatrocientos cincuenta metros, a la
izquierda está el Hotel Miramar”. En el hotel no está Francisco José, le dejan
un recado y regresan a la playa. Cuando están a cien metros de la única rotonda
que hay en la carretera a Torrenostra, Salazar ve a su hijo andando por el
arcén izquierdo.
-Para, Alfonso, ese que va por ahí es mi chico.
PD.- Hasta el próximo viernes