María Victoria firma su declaración en la
que ha relatado sus días de cautiverio. Un secuestro en el que el único motivo
de los secuestradores fue que autentificara unas piezas de la cultura Quimbaya.
Tras ello vuelve a su domicilio en compañía de Grandal. Una vez en el
apartamento, el excomisario pregunta:
- ¿Quieres
que me quede o regreso al hotel?
- Lo que
prefieras – es la escueta respuesta de la mujer.
- Como
pienso permanecer en Zaragoza unos días más, probablemente hasta el domingo,
creo que será mejor que vuelva al hotel y lo que haré, si no te importa, será
pasarme por aquí un rato los días que restan para ver como sigues.
- Como
quieras.
- ¿Qué
prefieres, que venga por las mañanas o por las tardes?
- Mejor por
las tardes, por las mañanas las voy a tener ocupadas con mis clases.
- ¿No es un
poco pronto para que vuelvas al trabajo?
- No, estoy
bien, además no son solo los alumnos, los compañeros del departamento me
necesitan.
Ya desde el hotel, Grandal llama a Atienza.
Le cuenta la última parte de la declaración de María Victoria sobre su
cautiverio. Lo que responde el inspector era de esperar.
- Esta misma
tarde viajamos los tres a Zaragoza. En este momento Bernal está gestionando los
billetes del AVE. Dime en que hotel estás para reservar habitaciones en el
mismo. Así nos será más cómodo contactar contigo.
- Estoy en
el Silken Reino de Aragón, es muy céntrico.
- Desde el
tren te pondré un WhatsApp indicándote la hora de llegada. Hablamos esta noche.
Para matar el resto de la tarde, Grandal se
lanza a la calle a patear la ciudad. Aunque no es practicante decide visitar la
Catedral-Basílica del Pilar. En un folleto turístico que le dan en recepción ve
que la ruta más directa para llegar al templo es coger la calle Don Jaime I,
pero como tiene tiempo opta por dar un paseo y estirar las piernas. Pasa por la
plaza de los Sitios, recorre el paseo de la Independencia, hasta desembocar en
la plaza de España, de allí coge el Coso y tras transitar por la calle Don
Jaime I desemboca en la plaza del Pilar, junto al mismo Ebro. La enorme mole de
la catedral llena toda la plaza. Antes de entrar se fija que en una de las
fachadas todavía se observan las impactos producidos por las bombas de cuando
los franceses asediaron la ciudad en la Guerra de la Independencia. Una vez en
el interior sigue leyendo que, según la tradición, se trata del primer templo
mariano de la cristiandad dado que en él se conserva y venera el pilar que esa
misma tradición afirma que fue colocado por la Virgen María, que se habría
aparecido en carne mortal al apóstol Santiago en el año cuarenta d.C. Documentalmente
no hay pruebas de lo que afirma la tradición, pero sabe que para los católicos,
y más si son aragoneses, la historia no se pone en duda. El templo le produce
una cierta sensación de frialdad como le ha pasado en anteriores ocasiones al
visitar recintos religiosos, aunque reconoce su grandiosidad. Le llaman la
atención dos proyectiles que se exhiben en uno de los pilares cercanos a la
Santa Capilla hasta que recuerda su origen. En la guerra civil española un
avión republicano lanzó varias bombas sobre la ciudad dos de las cuales cayeron
en el templo sin llegar a estallar, hecho que se atribuyó a un milagro de la
Virgen. También sabe que la explicación probablemente sea otra: gran parte del
armamento de que disponían ambos bandos al inicio del conflicto era anticuado y
estaba fuera de uso. Aunque no estaría dispuesto a discutir por ello con un
maño. Termina su recorrido en la Santa Capilla donde está la Virgen sobre una
columna de jaspe, el famoso pilar. Una vez más se pregunta por qué la mayoría
de las vírgenes españolas sean tallas de madera que apenas miden treinta o
cuarenta centímetros. En esas está cuando oye vibrar el móvil, le da tiempo a apagarlo
antes de que algún devoto feligrés le miré con mala cara. Al salir busca el
origen de la llamada, es Atienza.
- Juan
Carlos, ¿habéis llegado?
- Sí.
Estamos camino del hotel. ¿Estás allí?
- No. Estoy
dando un paseo, pero ahora mismo voy para allá. Una vez dejéis los bártulos en
la habitación os espero en el bar del hotel, creo que se llama Bar Tropical.
Nunca, desde que les conoce, Grandal fue
recibido con tales muestras de afecto por los tres inspectores. Tras los
saludos de rigor, el excomisario les cuenta sin dejarse una coma el relato que
hizo María Victoria sobre sus casi cuatro días de cautiverio. Cuando termina su
narración, comienza el turno de preguntas, la primera se la formula Atienza:
- Lo primero
que habrá que hacer es interrogar a María Victoria. ¿Dónde crees que será mejor
hacerlo, en comisaría o la invitamos a que venga aquí?
- Desde
luego, en comisaría no. Puede ser aquí o hay otra opción: interrogarla en su
propio domicilio. Ya sé que no es muy reglamentario, pero dado que os conoce y
mantenéis amistosas relaciones con ella podría valer. De todos modos, llámala y
que sea ella la que elija.
Así lo hace Atienza. Llama a María Victoria
y ésta le dice que irá al hotel al día siguiente por la mañana, como es festivo
no tiene clases.
- Una
advertencia sobre el interrogatorio – avisa Grandal -. Lógicamente, sus cuatro
días de cautiverio han dejado una profunda huella en el ánimo de Mariví y se
crispa con facilidad. Digo esto para que, sin obviar ninguna clase de pregunta,
la tratéis con manos de seda. Y este consejo va especialmente dirigido a ti – y
su mirada apunta directamente a Bernal -. Cuando hicimos la tormenta de ideas
tuviste varios roces con ella. Ahora lo mejor para todos será que te guardes
las pullas para otro momento.
Bernal no responde a la acusación de
Grandal, pero su mirada lo dice todo.
- Comisario,
puesto que has estado presente en las declaraciones de la doctora
Martín-Rebollo, ¿qué conclusiones has sacado? – pregunta Blanchard.
- No muchas,
pero creo que concluyentes. Primero: los raptores tenían excelente información
sobre María Victoria, conocían su historial, su horario habitual, donde vive,
etcétera. Segundo: eran latinoamericanos, por su acento de algún país de Centro
o de Sudamérica. Tercero: la única finalidad del secuestro fue que datara tres
piezas idénticas a las catalogadas por el Museo de América como pertenecientes
al tesoro Quimbaya. Cuarto: según la opinión de María Victoria las piezas eran
reproducciones de las auténticas puesto que su fabricación es de mediados del
pasado siglo. Y quinto: los raptores trataron bien en todo momento a la
secuestrada – Y ahí acaban las conclusiones de Grandal.
- Y de esas
conclusiones sobre la declaración de la secuestrada, ¿usted qué infiere,
comisario? – vuelve a preguntar Blanchard.
Grandal mira al inspector galo y piensa que,
curiosamente, el francés tan pronto le tutea como le habla de usted, debe ser
que no domina tanto el español como él cree, aunque no cabe duda de que es un
tipo listo, hable como hable. No vacila al contestarle.
- Que estamos ante los que robaron el tesoro o,
al menos, los que tienen el producto del robo en su poder. Otra deducción
elemental es que no están seguros de que las piezas que obran en sus manos sean
auténticas. Ahora, y tras la intervención obligada de María Victoria, ya saben
que solo son reproducciones.
- Me caguen
la leche puta – Grandal esboza un asomo de sonrisa porque es insólito oír tacos
en boca del melindroso Atienza -, ya se ha vuelto a liar parda. La semana
pasada, y después de escuchar las opiniones de Lola Téllez sobre que los museos
no prestan copias a lo que se sumó lo de las fotos de las vitrinas del Museo de
América, creímos tener la certeza definitiva de que las piezas robadas eran las
auténticas y ahora resulta que no es así, que se trata de réplicas. Este caso
es más intrincado que los laberintos de las pirámides faraónicas. Cuando crees
que has llegado al final siempre hay una nueva puerta que descubrir. Me cisco
en – repite Atienza ya desmelenado – los
quimbayas, sus tesoros, los ladrones y la puta madre que los parió a todos.
- Tranquilo,
Juan Carlos, piensa que estamos más cerca que nunca de descubrir a los autores
del robo – le recuerda Blanchard -. Por primera vez desde hace más de cinco
meses los ladrones han movido ficha.
- La verdad
es que nos queda tela que cortar, pero a pesar de todos los errores que hayamos
podido cometer – Grandal, generosamente, usa el plural de primera persona –, y
como acaba de afirmar Michel, hoy estamos más cerca de descubrir a los autores
del atraco.
- No niego
que todo lo que decís sea verdad – admite Atienza -, pero os confieso que estoy
hasta los mismísimos de este caso.