En su
última carta, Álvaro se queja de los estatutos catalán y vasco como preludio de
una posible partición de España. Cuenta además que el Príncipe Alfonso, en unión de los
cruceros Cervantes y Almirante Cervera, zarpó para la bahía
de Alcudia, donde efectuaron ejercicios con torpedos. Y días después partieron
hacia Palma para vigilar los ejercicios efectuados en combinación con otras
flotillas entre Tarragona y Barcelona. Días más tarde han estado realizando
diferentes ejercicios entre Alcudia, Pollensa y Mahón. Y en la tercera misiva
de la serie, dice que han estado fondeados en la bahía de Rosas efectuando
ejercicios de desembarcos hasta el 4 de mayo en que partieron para Cartagena.
Días después, los Carreño reciben una visita que no esperaban, la de Álvaro. Su
madre nada más verle lo primero que piensa es que debe de estar enfermo.
-Hijo, ¿te pasa algo. Creíamos por tus cartas que estabas en Cartagena
-Álvaro, tras tranquilizar a su madre asegurándole que está perfectamente, le
explica el motivo de su inesperada llegada a la capital.
-Como
también soy profesor de educación física, el comandante del Príncipe Alfonso me ha comisionado para
venir a Madrid al frente del equipo del buque que tomará parte en el IV
Concurso de atletismo de la Marina que se celebrará a partir de pasado mañana.
-Paca, ya le estás preparando la habitación a Álvaro –manda Julia.
-No
es necesario, mamá. Tengo que estar con el equipo y no podré quedarme en casa.
Quizá pueda venir algún día a cenar. Solo he venido a daros un beso, y ahora me
bajo a la farmacia a saludar a los hermanos.
Tres
días después, el azar altera los planes del marino. Durante uno de los
entrenamientos sufre la fractura de la cabeza del radio del brazo izquierdo,
quedando hospitalizado en la clínica militar de la calle de Blasco Ibáñez.
Durante su hospitalización, que se alarga al surgir complicaciones, algún
miembro de la familia le visita diariamente y le trae fruta, periódicos, libros
y cuanto necesite. Cuando el visitante es su padre o alguno de sus hermanos
mayores, la conversación suele recaer sobre la situación política y la
preocupante deriva anticlerical y antimilitarista que, en opinión de Julio,
está tomando la II República y que causa un profundo malestar a las fuerzas
armadas, a la Iglesia católica y a los sectores más conservadores de la sociedad.
Dado
que ya es julio y la recuperación de Álvaro sigue estancada, el cabeza de
familia, tras consultarlo con su esposa, toma una resolución que comunica a los
demás.
-Mamá
y yo hemos decidido que este año veranearemos según marque la evolución de la
fractura de Álvaro.
Son
varias las caras que muestran su fastidio ante la resolución paterna, pero
nadie osa disentir. Andrés, que junto con Pilar, es uno de los más atrevidos
del clan, pregunta:
-¿Y
qué pasa si el tato no se cura hasta
que termine el verano?
-En
ese caso, no habrá veraneo. Os tendréis que acostumbrar a ir a la Casa de Campo
o al Parque del Oeste y quizá podamos sacar unos bonos para alguna piscina.
A
mediados de julio, a Álvaro le quitan la escayola del brazo y es dado de alta
por lo que los Carreño comienzan a planear el veraneo. Otra vez se plantean el
dilema de a qué costa ir y a quien primero preguntan es al primogénito. Álvaro
lo tiene claro, le gustaría ir a alguna playa gaditana pues confiesa, ante el
asombro de los suyos, que en San Fernando tuvo una media novia en los años que
estuvo en la Escuela Naval, y le gustaría recuperarla. Volver al sur no estaba
entre los planes de la familia, pues su último verano en Suances les hizo
descubrir lo que supone no pasar calor en verano, pero a nadie se le ocurre
discutir la propuesta del primogénito. El plan de volver al litoral gaditano
dura cuarenta y ocho horas, tiempo suficiente para que llegue una orden del
ministerio de Marina en la que se comunica al alférez de navío, don Álvaro
Carreño Manzano que, tras ser dado de alta y en el plazo ineludible de cuarenta
y ocho horas, debe incorporarse a su destino de Valencia, en cuyo puerto de El
Grao está amarrado el Príncipe Alfonso.
-¡Nuestro
gozo en un pozo, hijo! –Exclama Julia-. La Marina no tiene sentimientos,
tendría que haberte dado al menos un mes de permiso después de tanto tiempo de
convalecencia.
-Mamá, en lugar de quejarte échame una mano con el equipaje.
Días
después de la marcha de Álvaro, el 27 de julio, se celebra en la plaza de toros de Las Ventas un acto
multitudinario contra el Estatuto de autonomía de Cataluña, organizado por
diversas entidades políticas y sociales vinculadas a los partidos de derechas.
Algunos de los oradores presentan el Estatuto como una flagrante amenaza a la
unidad de España. La portada del ABC
del día siguiente califica de mitin
monstruo el acto de afirmación nacional, y en páginas interiores lo
describe como un gran acto españolista y apolítico. Al acto asisten todos los
Carreño, respaldando como una piña a su padre.
Este
año es Pilar la que se sale con la suya, van a pasar parte
de agosto en una playa mediterránea al parecer bastante popular entre la
burguesía valenciana: Las Villas de Benicássim, en la costa norte de Castellón.
Allí les coge un fallido golpe de estado contra la II República que se conocerá
como la Sanjurjada, pues la lidera el general José Sanjurjo. La asonada se
produce en la madrugada del 10 de agosto de 1932 en Sevilla e inicialmente
parece triunfar en la ciudad hispalense, pero no en el resto del territorio
nacional, pues en el levantamiento solo toma parte una pequeña fracción del
ejército, lo que supone su rotundo fracaso. Constituye el primer levantamiento
contra la República, y convence a los políticos republicanos de que el peligro
de los golpes militares ha pasado y que la aceptación
de la República es definitiva.
Ante
las primeras noticias del golpe militar, el patriarca de los Carreño no se lo
piensa un segundo, reúne a su camada, les explica lo que está ocurriendo, y
antes de que la asonada vaya a más los mete en el primer tren con destino a
Madrid. Pilar, que se lo estaba pasando en grande, ha mostrado un conato de
rebeldía, pero la oposición de la joven se diluye cuando su padre le explica:
-Pilar, no sabemos cómo va a terminar lo de Sanjurjo y piensa que si se
enteran los republicanos de por aquí que tienes un hermano que es oficial de la
Marina podrían volverse contra nosotros.
Ya de
vuelta en Madrid, reciben a los pocos días carta de Álvaro en la que les cuenta
que muchos oficiales antirrepublicanos no se unieron al golpe porque
consideraron que estaba insuficientemente planteado y sus fines de que
retornara la monarquía resultaban poco realistas, calificando el levantamiento
como una chapuza. Asimismo, les refiere que zarparon de El Grao para Cartagena,
amarrando en el malecón de La Curra pues tenían que recibir la bandera de
combate del buque. Y que posteriormente partieron para Ceuta, luego a Cádiz
desde donde zarparán para Ferrol. Desde allí volverá a escribirles.
En
septiembre, las Cortes reforman el Código Penal, en el que la pena de muerte y
la condena de cadena perpetua desaparecen del cuadro de penas. La condena más
grave es la de reclusión mayor, reservada a los hombres, y que puede llegar a
durar treinta años. A las mujeres no se les impondrá esa sanción, pero también
podrán estar encerradas cumpliendo una pena privativa de libertad hasta un
máximo de treinta años. Con medidas como esa, parece que por fin España está en
camino de igualar los estándares sociales de los países más democráticos.
Aunque en la tertulia del café Comercial no todos están de acuerdo.
-Medidas como las que acaba de tomar el Gobierno son las que convertirán
a España en una nación donde los gánsteres, los mafiosos y los bandidos de todo
tipo se van a hacer los amos del cotarro. Que Dios nos ampare –se lamenta el
relojero.
-Querido Gutiérrez, lamento llevarle la contraria. El que un gobierno,
sea cual fuere, tenga el poder de acabar con la vida de un ser humano es una
monstruosidad. Ese tipo de condena quizá estuviese justificada en la Edad
Media, pero de ninguna manera en pleno siglo veinte. Permítame ponerle un
ejemplo para que compruebe lo errado que está. Si la pena de muerte y la de
cadena perpetua no la hubiesen derogado, su amigo Sanjurjo seguiría en el penal
del Dueso y no estaría veraneando en Estoril donde, al parecer, continúa
conspirando contra la República –afirma Infantes.
-A
propósito de Sanjurjo, yo el peligro lo veo en otra parte –apunta Valdés, el
funcionario de Gobernación-, y es que los militares más antirrepublicanos y los
sectores sociales más derechistas hayan aprendido la lección de la Sanjurjada,
y que el siguiente golpe militar no sea una chapuza carpetovetónica sino una
asonada más preparada.
-No
diga bobadas, Lisardo –rebate otro contertulio-, la Ley Azaña se ha encargado
de limarle las garras al Ejército y los partidos de derechas son como el perro
del cuento, mucho ladrar pero poco morder. Afortunadamente, ahora lo que cuenta
en España son las papeletas de las urnas y no el ruido de los sables en los
cuarteles.
Antes
de que Valdés pueda contestar, otro tertuliano le pregunta:
-Lisardo, ¿acaso cree que puede producirse otro golpe militar? Y, si
ello sucediera, ¿estaríamos ante una hipotética guerra civil?
-Hasta ahí no llego, pero opino que el
Gobierno, en lugar de machacar a las fuerzas armadas, debería prestarles más
atención y no perder de vista a los oficiales y jefes más jóvenes. Parafraseando el conocido adagio
latino de si vis pacem, para bellum, se
podría decir si vis pacem, vigila milites.
-A ver Valdés, ¿qué quiere decir con ese latinajo? –le interpela
Hernández, el tendero.
-Qué si la República
quiere la paz deberá vigilar a los militares –traduce Valdés.
-Qué gran verdad ha dicho
Lisardo –afirma Iglesias-. En mi partido hay la creencia de que algunos
uniformados no están con la República, aunque hayan prometido defenderla. Sobre
todo los que llaman africanistas que,
como saben, son los que han alcanzado importantes ascensos en la guerra contra
los moros.
Al oír al frutero, Julio
no puede reprimirse y objeta al tertuliano socialista.
-No solo los africanistas sienten ojeriza hacia la
política republicana, sino que muchos oficiales, que aceptaron de buen grado la
llegada de la República, ahora están que se suben por las paredes por la deriva
que ha producido la política de Azaña contra el ejército.
-Estoy de acuerdo con lo
dicho por el amigo Carreño –corrobora Infantes-. Tengo un par de amigos
militares que no tuvieron reparo alguno en hacer el juramento de defender la
República, pero después de las leyes de Azaña y de sus balandronadas de que iba
a triturar el ejército, se han vuelto enemigos del espíritu republicano.
-Supongo que en las
fuerzas armadas habrá casos de todo, de los que miran con simpatía a la
República y de los que no están contentos con la legislación que está
promulgando, pero de ahí a que haya militares que se levanten en armas contra
una República que ha surgido del pueblo, opino que media un abismo. No creo que
pueda producirse un golpe de estado, eso es algo del siglo pasado –afirma
Valdés-…; claro que la historia da muchas vueltas y nunca se sabe lo qué puede
ocurrir.
-El problema de que la
República caiga mal en determinados ambientes no solo es entre algunos
militares, yo tengo clientes civiles que echan pestes de ella –comenta Magín el
sastre.
-¿Y qué puede esperarse
de los clientes de una sastrería del barrio de Salamanca?, a buen seguro que
todos son unos cochinos burgueses –reprocha Iglesias.
-Sin faltar, Rufino, que
yo no me he metido con los clientes de su frutería –responde, malhumorado,
Chaves.
-Si quieren oír mi
opinión, creo que tenemos república para años, por muy mal que los gobernantes
de ahora lo hagan. En cuanto los republicanos dejen de gobernar para medio
país, las aguas volverán a su cauce y, dentro de muchos años, tendremos que
explicarles a nuestros nietos qué coño era la monarquía –asegura Gutiérrez, el
relojero.
-Qué así sea, Ricardo,
pero de todos modos yo no perdería de vista a los milicos como los llaman en la
Argentina –remacha Valdés.
PD. Hasta el próximo viernes en que, dentro
del Libro IV, Guerra, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 201.