Ajeno por completo a las idas y venidas de
los emisarios que las diferentes camarillas sevillanas han enviado para negociar
o lo que se tercie, Curro solo tiene una preocupación en mente: Anca. Cada día
que pasa está más encaprichado con la joven. Por las mañanas se queda en la
habitación hasta que la pizpireta camarera aparece para arreglar el cuarto. Le
da palique, le relata historias de sus andanzas por Andalucía, le cuenta
anécdotas y chascarrillos y alardea de los muchos dineros que tiene pues sabe
lo pragmática que es la joven rumana. A menudo le compra obsequios procurando
que no sean demasiado ostentosos para no dar motivos a las suspicacias del receloso
de su novio. Hasta ha llegado a espiarla en algunos de sus encuentros con
Vicentín, de quien ha procurado informarse de su vida y de cuanto hace y deja
de hacer. Igualmente ha indagado, de la manera más discreta posible, sobre las
familias de los novios. Así, ha llegado a enterarse de que ambos jóvenes
tuvieron otras parejas antes de ennoviarse. Él tuvo relaciones con una pubilla, que es como en el pueblo se
llama a la hija única de una familia de posibles; ella, desde casi la
adolescencia, anduvo con un chico rumano que trabajaba de camarero en un
parador de carretera. También ha descubierto que a los padres de Vicentín el
noviazgo no les gusta un pelo pues creen que la rumana solo busca la fortuna de
su hijo. En cambio, la familia de Anca, especialmente su madre, está ilusionada
con una relación que, en caso de cuajar, supondría para su hija una escalada en
el estatus social del pueblo y sobre todo le proporcionaría seguridad económica.
A Curro hay veces que le da la impresión de que Vicentín está enamorado hasta
las trancas de la joven y bebe los vientos por ella. En cambio, en otras le
parece que el hereu, la versión
masculina de la pubilla, lo que está
es encoñado con la joven porque ha podido comprobar lo tórridas que son las
relaciones de la pareja. La propia joven, sin ninguna clase de recato, se lo ha
contado: si por su novio fuera follarían todos los días y más de una vez pues Vicentín,
criado en un ambiente en el que la virilidad es un valor altamente apreciado,
se siente en la obligación de mostrarse muy macho. En cuanto a ella, hija de
una cultura en la que las relaciones sexuales son muy permisivas, es consciente
de sus muchos encantos y no escatima las ocasiones de lucirlos y, según le
pete, hasta de ofrecerlos. Por todo eso Curro se pregunta si lo de Vicentín por
Anca es amor o simplemente, sexo. Ante la duda, el exsindicalista, que nunca
fue un romántico, se dice: “Para mí que el gilipollas del Visentín” –Cuando
habla para sí le sale el seseo de su tierra natal, seseo que se cuida muy mucho
de ocultarlo en su vida de fugitivo- “lo que está es encoñado hasta las trancas”.
La pregunta de si lo del joven es amor o
sexo, Curro se la aplica también a sí mismo porque el subidón que le da nada
más ver a la joven puede ser cualquiera de ambas cosas. “La verdá es que desde
Rosío ninguna mujer me había puesto como una moto. Está claro que lo que quiero
es volver a tirármela, pero también es sierto que me lo paso muy bien con ella
aunque no se abra de piernas”. En toda esta historia, de lo que no tiene
ninguna duda Curro es del rasgo más acusado del carácter de uno de sus
protagonistas: Vicentín es más celoso que un moro. Sabe, porque se lo ha
contado uno de los amigos del joven, que si por él fuera Anca no solo no
trabajaría sino que ni saldría de casa. Se pone enfermo por el simple hecho de
ver que cuando pasea con ella más de uno la desnuda con la mirada. Tiene unos
celos casi enfermizos y ha contado a sus amigos que la única manera de poder
retenerla en casa es casándose, algo que si por él fuera ya lo habrían hecho.
Si no han pasado por el Ayuntamiento para que la alcaldesa legitime su unión,
Anca no quiere saber nada de casarse por la Iglesia puesto que no es
practicante, es porque los padres de él ponen todos los obstáculos posibles
para que el enlace no tenga lugar. La familia del joven tiene una poderosa arma
para frenar las desbocadas ansias de boda de Vicentín: ¿de qué viviría la
pareja en el supuesto de formalizar la relación?. Ella trabaja, pero el joven
vive de la sopa boba de sus padres pues no tiene ni oficio ni beneficio, ni
trabaja ni estudia; es lo que en un modismo de nuestros días se llama un “nini”.
Como estudiante fue una calamidad, ni siquiera llegó a terminar la educación
secundaria obligatoria. Y como trabajador nunca le ha dado un palo al agua, lo
más que ha hecho ha sido ayudar a su padre en la recogida de las cosechas y eso,
cuando el patrón de la familia no ha conseguido contratar los braceros
necesarios.
El etéreo currículum de Vicentín es algo que
Salazar le ha comentado a la joven en más de una ocasión. La primera vez que lo
hizo la respuesta de Anca fue tan contundente como cínica:
-¿Qué te
crees, que todo eso no lo sé?. Vamos, anda, como si me cayera de la higuera.
Eso lo sé yo y todo el pueblo.
-Entonces,
¿cómo sigues con él?
-Por muchas
razones. Me divierte, me pasea en coche, se gasta conmigo toda la pasta que
puede arramblar a los tacaños de sus padres y además está lo de que en el
pueblo se le considera, aunque no doble los riñones ni para coger del suelo un
billete de veinte euros. Es alguien y lo será mucho más cuando herede la fortuna
que tiene su familia. Y si él es alguien, la mujer que se case con él también
lo será. Todo eso sin añadir que a mi madre le daría un soponcio si rompiera
con él.
-Todas las
razones que has alegado podrían estimarse como válidas siendo realistas, pero en
la vida también son válidos los sentimientos, si me apuras mucho más que los
aspectos materiales. Y en ningún momento has hablado de que estés enamorada o,
al menos, encariñada con él o simplemente que te guste. ¿Es que eso no cuenta?
-Curro, tío
–La joven ya descubrió hace días que a Francisco Martínez le gusta más que le
llamen Curro-, ¿a tus años todavía crees en lo de contigo pan y cebolla? Tú
tienes tanta pinta de ser de los que se enamoran como yo de ser monja ursulina.
No me hagas reír.
-Uno de los
viejos con los que juego al dominó por las tardes –responde Curro- citó un día
un proverbio escocés: no te cases por dinero, puedes pedirlo prestado a menor
interés.
-Ya te he
dicho que no solo es cuestión de pasta, está lo de ser alguien en el pueblo. Estoy
hasta los mismísimos ovarios de que haya gente que me mire por encima del
hombro porque para ellos solo soy una pobre chica rumana, una migrante, una
forastera. Si me caso con Vicentín muchas palurdas se tendrán que tragar todas
las perrerías que me han hecho y lo mal que me han tratado. Y me pone solo de
pensar lo que les voy a poder restregar a la cara si me convierto en la señora de
Fabregat.
-¿Qué coño
es eso de señora Fabregat?
-Es el
apellido de Vicentín. Aquí es un apellido muy corriente, como en otras partes apellidarse
García o López. Algunas de las familias más ricas y prepotentes del pueblo se
apellidan así, entre ellas la de mi novio.
-Pero para
ser la señora de Fabregat, por lo que me has contado de la inquina de los
padres de Vicentín, tendrás que esperar a que la palmen. Y no me parece que tus
futuros suegros tengan ninguna intención de ello.
-Eso quizá
en poco tiempo se solucione, el padre de Vicentín está bastante cascado. A
pesar de la pasta que tiene lleva una vida muy aperreada. Cualquier día de
estos puede palmarla, entonces Vicentín heredaría una parte de la fortuna
familiar, mucho más que suficiente para poder llevar una vida de cine.
-Mira, Anca,
no te hagas ilusiones que pueden ser más falsas que los Reyes Magos. Gente del
pueblo me ha contado que los padres de tu novio es verdad que poseen muchos
bienes raíces, pero…
-¿Qué es eso
de bienes raíces? –le corta la joven.
-Son las
propiedades que no pueden moverse del lugar en el que están, tales como
tierras, viviendas, locales, etcétera. A lo que iba, tienen muchas propiedades
de esa clase, pero lo que es dinero en efectivo, cash como se le llama en el
mundo de los negocios, tienen muy poquito…
-Te equivocas, tío. Tienen un montón de
millones que guardan parte en el banco y otra parte en una caja fuerte que
compraron cuando les llovió del cielo el dinero. Verás, tenían una finca en la
partida del Clot d´en Pere Tomás, muy cerquita del mar, y que no valía nada
porque la tierra es muy salitrosa, pero cuando surgió el proyecto del campo de
golf “Doña Blanca” que se tenía que construir por allí les compraron el terreno
por una millonada. Por eso tiene Vicentín el coche que tiene, porque por un día
sus padres se sintieron rumbosos y le regalaron el descapotable.
-O sea, que
no es amor ni siquiera sexo, estás dispuesta a venderte por un plato de
lentejas.
-Por un
plato de lentejas nanay. Por un plato de jamón de Jabugo cinco estrellas, que
no es lo mismo.
PD.- ¡¡¡FELIZ NAVIDAD!!!