Cuando Bernal y Blanchard llegan al Polígono
Cobo Calleja, la policía ya ha acordonado el perímetro del área donde se ha
desarrollado el tiroteo. A su vez, la Policía Municipal de Fuenlabrada ha
dispuesto un cordón de un mayor radio a fin de contener a los curiosos que,
como moscas ante un plato de miel, se agolpan ante las vallas y cordones
perimetrales para no perderse ni una sola acción policial a la par que intentan
saber más del suceso. Antes que la Policía Científica empiece a recoger cuantas
pruebas encuentre en el lugar de los hechos, han llegado las primeras
furgonetas de los distintos canales de televisión que rápidamente despliegan
cámaras, micros, cables, antenas y toda la parafernalia propia de los medios
televisivos. Con menos despliegue de medios pero también presentes las emisoras
de radio se hacen notar, al igual que un nutrido grupo de fotógrafos de prensa que,
cámara en ristre, se esfuerzan en captar todos los detalles de cuanto ocurre. Tanto
los periodistas de las teles cómo los radiofónicos, micro en mano, preguntan a
cuantos se les ponen a tiro, les da igual que sean policías, presuntos testigos
o curiosos que merodean por allí.
Bernal
ha de enseñar su placa a un policía municipal que custodia uno de los accesos
del segundo perímetro para poder pasar. Blanchard no se le despega. En cuanto
llegan a la primera línea que delimita el área en la que ha ocurrido el suceso,
el policía de la Judicial se encuentra con la desagradable sorpresa de que quienes
están investigando el caso son agentes de la Guardia Civil, exactamente de la
Unidad Central Operativa del instituto armado.
- ¡La hemos
jodido! – exclama Bernal al ver la indumentaria de color verde, tradicional en
el centenario cuerpo que inmortalizó en sus versos García Lorca y no siempre de
forma benévola.
- ¿Qué pasa,
por qué la hemos jodido? – inquiere Blanchard, un tanto sorprendido.
- Porque
están los picoletos y no mis compañeros, y sacarles una sola información a los
del tricornio resulta más duro que sacarte una muela.
El francés ya no pregunta más, es conocedor
de la enconada rivalidad existente entre los dos cuerpos de seguridad más
prestigiosos de España: la Guardia Civil y la Policía Nacional. No se extraña,
algo parecido ocurre no solo en un su país sino en otros muchos.
Al llegar a las primeras vallas, Bernal, que
ha tomado la protocolaria precaución de prenderse la placa que le identifica
como inspector de policía, recibe el reglamentario saludo del guardia civil que
vigila el acceso y a quien se presenta:
- Soy el
inspector Eusebio Bernal, de la Policía Judicial, ¿quién está al mando?
- El capitán
Fernando Peña, segundo jefe del Departamento de Investigación Criminal III de
la UCO.
Bernal sabe bien de lo que está hablando el
guardia. Ese departamento de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil es
el que investiga los delitos relacionados con las drogas y el contrabando.
- ¿Dónde
puedo encontrarle? – pregunta Bernal.
- Es el que
está hablando con aquel ciudadano de origen chino – contesta el guardia
señalando a un oficial que está vuelto de espaldas y que, en efecto, está
interrogando a un asiático.
Estos
pipiolos de guardias jóvenes los forman tan modositos que hasta emplean un
lenguaje de lo más políticamente correcto, se dice Bernal, mientras espera que el
capitán termine de interrogar al chino con la ayuda de un intérprete. En esas alguien
le palmea la espalda mientras una bronca voz exclama:
- ¡Coño,
Berni!, ¿tú por aquí?, ¿qué se te ha perdido por estos andurriales? Creía que
seguías en lo del robo del museo.
- Hombre,
Sandi, no me digas que estáis los de tu grupo metidos en este tomate. Mira, te
presento a Michel Blanchard, es un colega francés que colabora en lo del robo
del tesoro de los cojones. Ricardo Sandoval, compañero de promoción y un tío
cojonudo.
Blanchard no presta demasiada
atención porque en lo que piensa es en la cantidad de veces que sus colegas
hispanos usan las diferentes versiones del aparato reproductor masculino para
adjetivar personas, cosas, hechos y hasta opiniones. Recuerda que ya decía su
madre que en su tierra natal, Extremadura, también era así. Mientras, el tío
cojonudo está contando a Bernal lo que sabe del suceso.
- Lo poco
que me han contado los picoletos es que han llegado al almacén unos gitanos
preguntando de muy malos modos por el baranda de la empresa. Al parecer, les
mandaron a freír espárragos. De los gritos pasaron a los empujones. En algún
momento alguien sacó un arma y se montó una balacera del copón.
- ¿Y por qué
son los picos los que llevan la investigación?
- Según he
podido saber vigilaban a los chinos del almacén pues presuntamente forman parte
de una red dedicada al tráfico internacional de mercancías al tiempo que eluden
el pago de los correspondientes impuestos. Y como los chinorris están en eso de
la globalización, también se dedican al blanqueo de capitales, al tráfico
ilegal de mano de obra y a no sé cuántas cosas más. Por lo que cuentan hace más
de dos años que los tienen en el punto de mira.
- Todo eso
no me interesa, por lo que he venido ha sido por lo del tiroteo, ¿es verdad que
han participado en el mismo unos gitanos? – pregunta Bernal.
- En efecto
y eso es lo que nos tiene mosca a todos. Además, son conocidos nuestros, sobre
todo en la Brigada de Estupefacientes.
- Estás
hablando de los Corrochanos, ¿no? – afirma-pregunta Bernal.
- Sí señor,
una gente de tronío y con mala leche como para parar un expreso. Aunque han
salido malparados de la refriega. Se han dejado un fiambre y dos heridos, uno
de ellos bastante grave.
- Y los que
se les han enfrentado, ¿quiénes eran, los chinos?
- ¡Qué va! Sus
guardaespaldas, dos autóctonos expresidiarios y un par de sudacas. ¡Manda
cojones! Con los millones que mueven estos chinos y que no se gasten lo que
haga falta en tener un servicio de seguridad como mandan los cánones.
- ¿Has dicho
sudacas? – el tono de la voz de Bernal indica que esa información le interesa.
- Parece que
sí, pero todo esto es un sindiós y nada es lo que parece. Hasta que los
picoletos se dignen pasarnos las diligencias previas no sabemos más que retazos
y ni siquiera estoy seguro de que lo poco que nos han contado sea fidedigno.
A todo esto, el capitán de la Guardia Civil
ha terminado con el asiático y un asistente le avisa de que hay otro inspector
de la Policía Judicial que quiere hablar con él. El oficial con evidente
desgana hace una seña a Bernal para que se acerque.
- Dígame
inspector, pero le ruego que sea breve, todavía tengo que interrogar a otros
testigos.
- Capitán,
soy Eusebio Bernal de la Policía Judicial y coordino con otro compañero el robo
del Tesoro Quimbaya – en última instancia, Bernal decide presentar al galo como
modo de presionar al oficial -. También colabora en el caso el inspector
Blanchard, del Servicio de Cooperación Técnica Internacional de la Policía
francesa, que viene conmigo. Lo que pueda haber detrás de lo ocurrido no me
interesa demasiado, me refiero al tráfico de mercancías y personas, blanqueo de
capitales, etcétera. Lo que me interesa saber son los motivos de la
participación del clan de los Corrochanos en el suceso. Ese interés viene dado
porque ese clan podría estar conectado con el robo del tesoro. Por tanto, le
ruego que me facilite cuantas informaciones tenga que puedan ayudarnos en el
Caso Inca. Ya sabe la prioridad que le ha dado al caso la Secretaría de Estado
– recuerda Bernal para meter más presión al oficial.
El capitán no parece demasiado impresionado
ante la exposición del policía. Se le queda mirando como sopesando los motivos
que le ha contado Bernal. Tras unos segundos, contesta.
- Verá,
inspector. Entiendo su interés, pero éste no es el momento ni el lugar adecuado
para que pueda atenderle. Como le dije, me faltan testigos por interrogar y no
tengo todavía todos los datos en mi mano para tener una idea clara de lo que
aquí ha sucedido. Y usted quiere saber nada menos que los motivos de los
gitanos para liarse a tiros contra medio mundo. Eso, en estos momentos, es
pedirle peras al olmo. Cuando mis hombres hayan redactado las primeras
diligencias, le sugiero que las pida por conducto reglamentario y estaré
encantado de enviárselas. Y ahora, me disculpará pero tengo trabajo que hacer –
Y sin dar ninguna posibilidad de respuesta, el oficial da media vuelta y vuelve
a entrar en el almacén en que se ha desarrollado el tiroteo.
Bernal, rojo de ira, da un primer paso en
pos del capitán, pero no llega a dar el segundo. Le vienen a la mente las
instrucciones, siempre verbales, que los mandos policiales les recuerdan a
menudo: ningún enfrentamiento con la Guardia Civil. Cuando haya un desencuentro
hay que cursar a Jefatura el incidente para que sean los mandos superiores
quienes se encarguen de resolverlo.
Todavía está Bernal pensando qué hacer,
cuando aparece Atienza.