"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 21 de octubre de 2016

Capítulo 14. Nuevos personajes de la trama.- 72. Entra en juego la Guardia Civil



   Cuando Bernal y Blanchard llegan al Polígono Cobo Calleja, la policía ya ha acordonado el perímetro del área donde se ha desarrollado el tiroteo. A su vez, la Policía Municipal de Fuenlabrada ha dispuesto un cordón de un mayor radio a fin de contener a los curiosos que, como moscas ante un plato de miel, se agolpan ante las vallas y cordones perimetrales para no perderse ni una sola acción policial a la par que intentan saber más del suceso. Antes que la Policía Científica empiece a recoger cuantas pruebas encuentre en el lugar de los hechos, han llegado las primeras furgonetas de los distintos canales de televisión que rápidamente despliegan cámaras, micros, cables, antenas y toda la parafernalia propia de los medios televisivos. Con menos despliegue de medios pero también presentes las emisoras de radio se hacen notar, al igual que un nutrido grupo de fotógrafos de prensa que, cámara en ristre, se esfuerzan en captar todos los detalles de cuanto ocurre. Tanto los periodistas de las teles cómo los radiofónicos, micro en mano, preguntan a cuantos se les ponen a tiro, les da igual que sean policías, presuntos testigos o curiosos que merodean por allí.
   Bernal ha de enseñar su placa a un policía municipal que custodia uno de los accesos del segundo perímetro para poder pasar. Blanchard no se le despega. En cuanto llegan a la primera línea que delimita el área en la que ha ocurrido el suceso, el policía de la Judicial se encuentra con la desagradable sorpresa de que quienes están investigando el caso son agentes de la Guardia Civil, exactamente de la Unidad Central Operativa del instituto armado.
- ¡La hemos jodido! – exclama Bernal al ver la indumentaria de color verde, tradicional en el centenario cuerpo que inmortalizó en sus versos García Lorca y no siempre de forma benévola.
- ¿Qué pasa, por qué la hemos jodido? – inquiere Blanchard, un tanto sorprendido.
- Porque están los picoletos y no mis compañeros, y sacarles una sola información a los del tricornio resulta más duro que sacarte una muela.
   El francés ya no pregunta más, es conocedor de la enconada rivalidad existente entre los dos cuerpos de seguridad más prestigiosos de España: la Guardia Civil y la Policía Nacional. No se extraña, algo parecido ocurre no solo en un su país sino en otros muchos.
   Al llegar a las primeras vallas, Bernal, que ha tomado la protocolaria precaución de prenderse la placa que le identifica como inspector de policía, recibe el reglamentario saludo del guardia civil que vigila el acceso y a quien se presenta: 
- Soy el inspector Eusebio Bernal, de la Policía Judicial, ¿quién está al mando?
- El capitán Fernando Peña, segundo jefe del Departamento de Investigación Criminal III de la UCO.
   Bernal sabe bien de lo que está hablando el guardia. Ese departamento de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil es el que investiga los delitos relacionados con las drogas y el contrabando.
- ¿Dónde puedo encontrarle? – pregunta Bernal.
- Es el que está hablando con aquel ciudadano de origen chino – contesta el guardia señalando a un oficial que está vuelto de espaldas y que, en efecto, está interrogando a un asiático.
   Estos pipiolos de guardias jóvenes los forman tan modositos que hasta emplean un lenguaje de lo más políticamente correcto, se dice Bernal, mientras espera que el capitán termine de interrogar al chino con la ayuda de un intérprete. En esas alguien le palmea la espalda mientras una bronca voz exclama:
- ¡Coño, Berni!, ¿tú por aquí?, ¿qué se te ha perdido por estos andurriales? Creía que seguías en lo del robo del museo.
- Hombre, Sandi, no me digas que estáis los de tu grupo metidos en este tomate. Mira, te presento a Michel Blanchard, es un colega francés que colabora en lo del robo del tesoro de los cojones. Ricardo Sandoval, compañero de promoción y un tío cojonudo.
   Blanchard no presta demasiada atención porque en lo que piensa es en la cantidad de veces que sus colegas hispanos usan las diferentes versiones del aparato reproductor masculino para adjetivar personas, cosas, hechos y hasta opiniones. Recuerda que ya decía su madre que en su tierra natal, Extremadura, también era así. Mientras, el tío cojonudo está contando a Bernal lo que sabe del suceso.   
- Lo poco que me han contado los picoletos es que han llegado al almacén unos gitanos preguntando de muy malos modos por el baranda de la empresa. Al parecer, les mandaron a freír espárragos. De los gritos pasaron a los empujones. En algún momento alguien sacó un arma y se montó una balacera del copón.
- ¿Y por qué son los picos los que llevan la investigación?
- Según he podido saber vigilaban a los chinos del almacén pues presuntamente forman parte de una red dedicada al tráfico internacional de mercancías al tiempo que eluden el pago de los correspondientes impuestos. Y como los chinorris están en eso de la globalización, también se dedican al blanqueo de capitales, al tráfico ilegal de mano de obra y a no sé cuántas cosas más. Por lo que cuentan hace más de dos años que los tienen en el punto de mira.
- Todo eso no me interesa, por lo que he venido ha sido por lo del tiroteo, ¿es verdad que han participado en el mismo unos gitanos? – pregunta Bernal.
- En efecto y eso es lo que nos tiene mosca a todos. Además, son conocidos nuestros, sobre todo en la Brigada de Estupefacientes.
- Estás hablando de los Corrochanos, ¿no? – afirma-pregunta Bernal.
- Sí señor, una gente de tronío y con mala leche como para parar un expreso. Aunque han salido malparados de la refriega. Se han dejado un fiambre y dos heridos, uno de ellos bastante grave.
- Y los que se les han enfrentado, ¿quiénes eran, los chinos?
- ¡Qué va! Sus guardaespaldas, dos autóctonos expresidiarios y un par de sudacas. ¡Manda cojones! Con los millones que mueven estos chinos y que no se gasten lo que haga falta en tener un servicio de seguridad como mandan los cánones.
- ¿Has dicho sudacas? – el tono de la voz de Bernal indica que esa información le interesa.
- Parece que sí, pero todo esto es un sindiós y nada es lo que parece. Hasta que los picoletos se dignen pasarnos las diligencias previas no sabemos más que retazos y ni siquiera estoy seguro de que lo poco que nos han contado sea fidedigno.
   A todo esto, el capitán de la Guardia Civil ha terminado con el asiático y un asistente le avisa de que hay otro inspector de la Policía Judicial que quiere hablar con él. El oficial con evidente desgana hace una seña a Bernal para que se acerque.
- Dígame inspector, pero le ruego que sea breve, todavía tengo que interrogar a otros testigos.
- Capitán, soy Eusebio Bernal de la Policía Judicial y coordino con otro compañero el robo del Tesoro Quimbaya – en última instancia, Bernal decide presentar al galo como modo de presionar al oficial -. También colabora en el caso el inspector Blanchard, del Servicio de Cooperación Técnica Internacional de la Policía francesa, que viene conmigo. Lo que pueda haber detrás de lo ocurrido no me interesa demasiado, me refiero al tráfico de mercancías y personas, blanqueo de capitales, etcétera. Lo que me interesa saber son los motivos de la participación del clan de los Corrochanos en el suceso. Ese interés viene dado porque ese clan podría estar conectado con el robo del tesoro. Por tanto, le ruego que me facilite cuantas informaciones tenga que puedan ayudarnos en el Caso Inca. Ya sabe la prioridad que le ha dado al caso la Secretaría de Estado – recuerda Bernal para meter más presión al oficial.
   El capitán no parece demasiado impresionado ante la exposición del policía. Se le queda mirando como sopesando los motivos que le ha contado Bernal. Tras unos segundos, contesta.
- Verá, inspector. Entiendo su interés, pero éste no es el momento ni el lugar adecuado para que pueda atenderle. Como le dije, me faltan testigos por interrogar y no tengo todavía todos los datos en mi mano para tener una idea clara de lo que aquí ha sucedido. Y usted quiere saber nada menos que los motivos de los gitanos para liarse a tiros contra medio mundo. Eso, en estos momentos, es pedirle peras al olmo. Cuando mis hombres hayan redactado las primeras diligencias, le sugiero que las pida por conducto reglamentario y estaré encantado de enviárselas. Y ahora, me disculpará pero tengo trabajo que hacer – Y sin dar ninguna posibilidad de respuesta, el oficial da media vuelta y vuelve a entrar en el almacén en que se ha desarrollado el tiroteo.
   Bernal, rojo de ira, da un primer paso en pos del capitán, pero no llega a dar el segundo. Le vienen a la mente las instrucciones, siempre verbales, que los mandos policiales les recuerdan a menudo: ningún enfrentamiento con la Guardia Civil. Cuando haya un desencuentro hay que cursar a Jefatura el incidente para que sean los mandos superiores quienes se encarguen de resolverlo.
   Todavía está Bernal pensando qué hacer, cuando aparece Atienza.