"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 6 de enero de 2017

94. Unos falsos diplomáticos



   Cuando Lucientes y Grandal llegan al piso de la hermana de María Victoria encuentran a ésta en un estado mezcla de confusión, de nerviosismo y con dificultades para expresarse. Ambos comisarios piensan lo mismo: la mujer ha sido drogada, los síntomas que presenta así parecen atestiguarlo. Por lo demás, salvo que el traje chaqueta que lleva está muy arrugado como si hubiese dormido con él puesto, a primera vista no da la impresión de que haya sufrido ningún tipo de violencia. Se encuentran a ambas hermanas discutiendo, María Victoria quiere marcharse a su apartamento, María Eugenia cree que no es buena idea, no está en condiciones de quedarse a solas.
- Puedes dormir en la habitación de Elenita – ofrece María Eugenia.
- ¿Crees que voy a echar de su habitación a mi sobrina? – farfulla María Victoria.
- ¡Por Dios Mariví!, esta es también tu casa, no vas a echar a nadie. Le pondremos a Elenita una cama en el dormitorio de su hermanito y estará encantada de tenerte con nosotros. Ya sabes que eres su tía predilecta.
   Al ver entrar a los policías, María Victoria se echa en brazos de Grandal en medio de incontenibles sollozos y no hace más que repetir: 
- Jacinto, Jacinto,…, sabía que vendrías a salvarme.
   Grandal trata de tranquilizarla y de entender lo que a borbotones y con una lengua de trapo está diciendo María Victoria.
- Tendrías que hacer caso a tu hermana, Mariví. No estás en condiciones de quedarte a solas. Es mucho mejor que duermas aquí – le aconseja Grandal.
   En esas que llega el forense que inmediatamente se lleva a María Victoria a una de las habitaciones para hacerle un primer reconocimiento. Tras casi un cuarto de hora, el médico sale para informar.
- La paciente está bien, aunque presenta un cuadro agudo de ansiedad. No se advierten signos de que haya sufrido violencia alguna y no ha sido agredida sexualmente, pero si la han mantenido dopada con algún tipo de tranquilizante, de ahí su estado de confusión y cierta dificultad al hablar. En cuestión de poco más de veinticuatro horas habrá eliminado los restos de la droga y recobrará su estado normal y su capacidad de expresión mejorará sensiblemente. No creo necesario hospitalizarla, aunque en los próximos días sería aconsejable hacerle una revisión general por si tuviera algún traumatismo interno o alguna clase de patología como consecuencia del estrés por los días que ha estado cautiva. Le he dado un sedante porque lo que más necesita ahora es dormir y que su ansiedad vaya remitiendo.
- Doctor, ¿podemos interrogarla? – inquiere Lucientes.
- No en estos momentos. Como he dicho le he suministrado un sedante y espero que esté durmiendo entre diez y quince horas. Tendrás que esperar ese tiempo, Paco – el galeno parece conocer bien al comisario Lucientes -, para que te pueda dar respuestas coherentes. De momento, lo que tiene que hacer es descansar, dormir y que se le pase el desasosiego. Mi trabajo aquí ha terminado – y dirigiéndose a María Eugenia le dice -. Le dejo mi teléfono, si ocurriese cualquier anomalía no dude en llamarme.
   Tras la marcha del forense, la hermana de María Victoria explica a ambos comisarios que hacia las siete treinta de la tarde sonó una insistente llamada del telefonillo del portal de la finca. Al preguntar su marido quien era, una voz atropellada dijo:
- Abridme, soy Mariví.
   Su hermana apareció tal y como la habían visto, con la ropa arrugada, el cabello desordenado y un estado entre la histeria y la alegría. Les explicó que la habían soltado en el parking de un centro comercial. Al preguntarle que donde había estado se puso a divagar sobre los hombres que se la llevaron, pero entre que hablaba atropelladamente y que no vocalizaba de forma correcta la mitad de lo que les contó no lo entendieron. Le dieron una tila para que se tranquilizara y un paracetamol porque se quejó de que le dolía la cabeza. Y poco más podía contarles.
- Bien, no se preocupe – la tranquilizó Lucientes -. Mañana, en cuanto se despierte su hermana y la vea recuperada, me llama y vendré personalmente a hablar con ella – y volviéndose a Grandal le pregunta - ¿Tú vas a quedarte o te vuelves a Madrid?
- Voy a quedarme el tiempo que haga falta, hasta que el caso esté cerrado. Y si no te importa, Paco, me gustaría acompañarte en la visita de mañana. Estaré callado y no molestaré – promete Grandal.
- Me parece bien. Tu amistad con María Victoria la hará sentirse más confiada y podrá contarnos lo ocurrido con mayor detalle – y dirigiéndose nuevamente a María Eugenia añade -. Esta noche voy a dejar un coche patrulla de vigilancia delante del portal. A la menor sospecha de que algo raro pasa avísenles y, si lo consideran necesario, ellos ya me localizarán. Nosotros nos despedimos y quedamos a la espera de su llamada en cuanto considere que su hermana esté en condiciones de hablar.
   El lunes, Grandal madruga más que de costumbre. Desayuna en el bufet del hotel y no sale puesto que está esperando la llamada de Lucientes para que le acompañe a casa de la hermana de María Victoria. Parte de su tiempo matinal lo dedica a ponerse en contacto con la gente que ha dejado en Madrid. Llama primero a Atienza para contarle que apareció Mariví sana y salva y que en cuanto sepa más datos sobre su secuestro le tendrá informado. Luego llama a Ponte para excusarse de que no podrá reunirse con el trío de sus amigos porque ha tenido que salir de Madrid urgentemente. Le cuenta la mitad de la verdad: que está en Zaragoza porque el comisario jefe de la Policía Judicial tiene un problema y le ha pedido su ayuda. Que ya les contará cuando vuelva. Después de pensarlo, llama también a Chelo. Le repite lo que le dijo el día anterior: que está en Barcelona y que, posiblemente, tendrá que quedarse algunos días más. Estará en contacto. Chelo le agradece que la tenga informada y no le formula ninguna pregunta. Cuando ve que son las doce, ya no puede aguantarse más y llama a Lucientes.
- Paco, ¿sabes algo de María Victoria?
- Acabo de hablar con su hermana. Me ha dicho que se despertó hace un rato, se tomó un tazón de leche con unas galletas y un ibuprofeno y se volvió a dormir. Me llamará cuando se despierte. En cuanto lo haga te llamo, mientras date un paseo por la ciudad, verás que no es la misma de aquellos años en los que íbamos a tapear al Tubo.
   Sobre las cinco de la tarde se produce la llamada de Lucientes, María Victoria se ha despertado. La mujer que encuentran parece distinta a la del día anterior. Está más tranquila, se expresa fluidamente y ha recobrado parte de su prestancia. Comienza a explicarles con todo detalle la historia del secuestro. El pasado jueves, a primera hora, alguien llamó a su puerta. La abrió despreocupadamente y dos hombres, bien trajeados y hablando un español de alguna parte de Sudamérica, le preguntaron cortésmente si era la doctora Martín-Rebollo. Le mostraron unos pasaportes diplomáticos y le explicaron que el embajador de Colombia, que estaba de paso en la ciudad, quería hablar con ella de un asunto relacionado con el Tesoro Quimbaya. El señor embajador la estaba esperando en el Hotel Reina Petronila. Que sería cuestión de media hora como máximo. Eran educados y amables, les creyó. En cuanto entró en el coche estacionado a la puerta de su casa todo cambió. Le hundieron una pistola en los riñones y le dijeron que si estaba callada y no montaba un escándalo no le pasaría nada y que si colaboraba en lo que iban a pedirle nadie iba a tocarle un pelo. Luego le pusieron una capucha. Al revivir su rapto por un momento da la impresión de que la mujer va a venirse abajo. Lucientes se da cuenta y la interrumpe.
- Descanse un momento, María Victoria, no tenga prisa. Tenemos el tiempo que haga falta para que nos lo cuente todo, pero sin atorarse. Beba un poco de agua y, si quiere, fúmese un pitillo.
- Gracias, pero lo dejé. Aunque lo que me vendría bien sería un cafelito.
   Es oír lo del café y María Eugenia se dirige a todos preguntando quien quiere café, té o la infusión que prefiera. En esas están cuando suena el timbre de la puerta.
- ¿Esperan a alguien? – inquiere Lucientes.
- No, a nadie – responde María Eugenia que ya se ha puesto en pie para dirigirse a la puerta.
- Espere, María Eugenia, deje que abra yo, no vaya a ser una visita indeseable.
   No es un indeseable sino el decano de la facultad de Filosofía y Letras que, sabedor de que ha aparecido María Victoria, pregunta por ella. Al oírle es la propia Mariví la que sale a su encuentro para agradecerle su interés y explicarle que no ha llegado en buen momento porque está siendo interrogada por la policía. Que mañana se pasará por su despacho y le relatará toda la odisea por la que ha pasado. A todo eso, ya se han hecho las nueve de la noche y los dos niños de María Eugenia andan reclamando la cena. Es Lucientes quien decide que por hoy está bien.
- ¿A qué hora le viene bien que vengamos a continuar… - iba a decir el interrogatorio, pero cambia de sustantivo – la conversación?