Águeda
y Pepita vuelven de Alicante con sensaciones muy distintas tras la confirmación
de que la niña está encinta. La madre con un cabreo monumental. La hija hecha
un lío e irritada con su madre a la que nunca había visto tan enfadada. Cuando
llegan al pueblo lo primero que hace Águeda es contar a su marido lo que pasa,
luego visita a la madre de Rafael, el más que presunto padre de su futuro nieto.
A
Maruja se le cae el mundo encima, otra vez su hijo la hizo buena, pero de ésta
no se va a salvar. Una cosa es que preñe a una criada a cuya familia ni
conocían y otra muy distinta es que deje embarazada a la niña de los Arnau. Las
dos consuegras concluyen que la única salida que tiene el problema creado por
sus hijos es el matrimonio y que hay que adelantar todos los trámites para que
la boda se efectúe en el plazo más breve posible.
- Tendrían que casarse antes de veinte o
treinta días a lo sumo – apunta Águeda.
- Eso es muy precipitado, la gente va a
murmurar.
- Más murmurarán si se casan más tarde y mi
hija llega al altar con un bombo incapaz de disimularlo. Entonces sí que
saltará el escándalo. En cambio, ahora podemos acallarlo, al menos de momento,
si la boda es en el plazo que te he dicho. En ese caso parirá a un sietemesino.
En la familia ya hubo otros.
- En eso no había caído, Águeda. La noticia
me ha dejado tan para el arrastre que ni de pensar soy capaz. Este hijo mío no
tiene solución, es un balarrasa.
- Pues tendrá que cambiar ahora que va a
tener obligaciones. Y me vas a perdonar, pero tengo mucho que hacer. Mañana
volveremos a vernos y trataremos los detalles que faltan. Tú y Antonio os
encargáis de explicar a vuestro chico cómo están las cosas. Y no hace falta
decirlo, pero de todo esto ni un cuarto al pregonero.
Quien se queda tocado con la noticia de su próxima paternidad es Rafael.
Intenta, como siempre, echar la culpa al empedrado, pero su madre es
inflexible: esta vez no hay escapatoria, ni siquiera existe la posibilidad de
arreglar el desaguisado sobornando a la familia de la embarazada, como hicieron
cuando el lío de la Esperanza, los Arnau tienen más dinero que ellos. Y luego
está el escándalo que se organizaría si no hubiese boda. La familia quedaría
marcada para siempre. Tendrían que marcharse del pueblo, ni ella ni Antonio
serían capaces de soportar una situación tan escandalosa.
- Te guste o no tendrás que casarte.
- ¿Cómo me va a gustar tener que casarme con
una tontorrona como esa?
- Será tontorrona, pero parece que no te lo
pasabas tan mal con ella. A lo hecho, pecho, hijo. Solo te resta portarte como
un hombre y cumplir.
- Pues como no me lleven a la iglesia con una
escopeta en los riñones no pienso casarme.
- Tú verás lo qué haces, pero toma la
decisión antes de que llegue tu padre. Cuando le cuente lo que ocurre y le diga
que no piensas casarte no respondo de lo que pueda pasarle. Ya sabes que está
delicado del corazón, solo faltaría que fueras la causa de un ataque cardíaco
que podía llevar a papá al cementerio. Y después de lo que les has hecho a los
Arnau no quiero pensar lo que pueda hacerte el Braulio, con lo bruto que es. Lo
que has dicho de la escopeta tampoco lo descartes. Todo es posible con ese
hombre. Y cualquier cosa que te hiciera, la gente lo comprendería. Has
deshonrado a su hija, les has faltado al respeto y has traicionado la confianza
que habían depositado en ti. Hijo, piénsalo bien. No tienes más que una salida
honorable y es convertir en honrada a una mujer a la que has deshonrado y darle tu apellido a su hijo que
también es el tuyo.
Por
mucho que reniegue, por jodido que esté y lo está, Rafael sabe que aquello no
tiene solución, está perdido. No va a tener más remedio que cargar con la
bobalicona de Pepita. La hizo buena. Es un imbécil. Ya podía haber preñado a Lolita
en vez de a la palurda. Pero como dice su madre: a lo hecho, pecho.
La
referencia de la inminente boda de la hija de los Arnau y del chico de los
Blanquer, puesta en circulación por las propias madres de los futuros contrayentes,
es la noticia del día en todos los corrillos.
- Pues sí, se casan, Pepita la del tío Braulio
y Rafael, el chico de Antonio, el que es jefe de estación.
- ¿Lo sabes de buena tinta?
- De primera mano. Me lo ha dicho Lidón, la
hermana de la Maruja.
- ¿Y para cuándo será?
- En unas tres semanas.
- Huy, eso me huele a barriga.
- No te digo que no, pero ya sabes que el chico
entraba en casa de los Arnau desde hace tiempo y llevaban meses hablando de
boda.
- Ese chico tiene fama de ser flojo de
bragueta.
- Habrá que oír a la Águeda, con el genio que
se gasta.
- Si no les han dicho ni las amonestaciones.
- Empiezan mañana mismo.
- Tantas prisas... Lo que te digo, me huele a
preñez.
La
noticia ha dejado grogui a Lolita, como un boxeador al que han dado un crochet
en plena mandíbula. ¡Rafa se casa! Guardaba como un tesoro la tenue esperanza
de que, pese a todo, volvería a tenerle entre sus brazos. No va a ser así. Se
acabaron las falsas ilusiones, se acabó la historia de un amor que ha resultado
imposible, de un amor que la ha llevado a convertirse en algo que detesta: una
solterona. En la soledad de su habitación, cuando se mira al espejo, la imagen
que le devuelve el cristal dista mucho de la jovencita de antaño. Se le está
formando un asomo de ojeras y los ojos ya no le brillan como solían. Unas
diminutas arrugas comienzan a asomar en las comisuras de los labios y en la
frente se le marca un pliegue cada vez más acentuado. Se está haciendo mayor;
mucho peor, se siente vieja, tiene veinticuatro años y sus sensaciones son como
si tuviera el doble. Si podía quedar algún mínimo vestigio de la utópica
esperanza a la que se aferraba Lolita de que Rafa volviese con ella, queda
reducido a polvo cuando a mediados de marzo se anuncian los esponsales de
Pepita Arnau y Rafael Blanquer.
Los
preparativos de la boda, como es costumbre en el pueblo, han corrido a cargo de
ambas consuegras. Han tenido roces por distintos motivos, pero especialmente
uno les llevó a tener un enfrentamiento a cara de perro: el convite y la
correspondiente lista de invitados.
- Y en cuanto al banquete ya sé que, como es
costumbre, debería de hacerse en nuestra casa, pero con tantos invitados me lo
van a desbaratar todo – se lamenta Águeda.
Claro, piensa Maruja, si tuvieras una casa para vivir y no para
enseñarla a las visitas no tendrías ese problema. Pero en vez de soltarle la
pulla, se decanta por facilitarle la salida:
- Te comprendo, Águeda. Con lo bien puesta y
lo mona que la tienes no es cuestión de que te lo pongan todo manga por hombro.
Yo había pensado...
- Perdona, Maruja – le corta Águeda -, pero
no he terminado. Pues como te decía, ya que mi casa no está para acoger al
personal, he pensado que hiciéramos el
banquete en la tuya. Vosotros tenéis una casa muy grande y no habrá problema
para acomodar a todos los invitados.
- A mí se me había ocurrido algo diferente.
Que hiciéramos como en la capital, organizar el convite en un sitio distinto de
nuestras casas. Hace unas semanas, Antonio y yo, estuvimos en una boda en
Gandía y el banquete tuvo lugar en el mejor restaurante de la ciudad. Servido
por camareros, todos con su uniforme, y con un menú de categoría. Como aquí no
hay restaurantes de esa clase, se me ha ocurrido que podíamos organizarlo en
nuestro almacén o en el vuestro, eso me da igual, al que naturalmente habría
que lavarle la cara y ponerlo en condiciones para que la gente se encontrase a
gusto. Ese restaurante de Gandía del que te he hablado nos puede mandar
cocineros, camareros y todo el personal que haga falta. Así, ni tú ni yo
tendríamos que preocuparnos de nada y podríamos dedicarnos a atender a los
invitados como Dios manda.
- ¡Vaya idea, qué forma de tirar el dinero,
cómo si nos sobrara!