"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 12 de mayo de 2015

5.2. Ni un cuarto al pregonero



   Águeda y Pepita vuelven de Alicante con sensaciones muy distintas tras la confirmación de que la niña está encinta. La madre con un cabreo monumental. La hija hecha un lío e irritada con su madre a la que nunca había visto tan enfadada. Cuando llegan al pueblo lo primero que hace Águeda es contar a su marido lo que pasa, luego visita a la madre de Rafael, el más que presunto padre de su futuro nieto.
   A Maruja se le cae el mundo encima, otra vez su hijo la hizo buena, pero de ésta no se va a salvar. Una cosa es que preñe a una criada a cuya familia ni conocían y otra muy distinta es que deje embarazada a la niña de los Arnau. Las dos consuegras concluyen que la única salida que tiene el problema creado por sus hijos es el matrimonio y que hay que adelantar todos los trámites para que la boda se efectúe en el plazo más breve posible.
- Tendrían que casarse antes de veinte o treinta días a lo sumo – apunta Águeda.
- Eso es muy precipitado, la gente va a murmurar.
- Más murmurarán si se casan más tarde y mi hija llega al altar con un bombo incapaz de disimularlo. Entonces sí que saltará el escándalo. En cambio, ahora podemos acallarlo, al menos de momento, si la boda es en el plazo que te he dicho. En ese caso parirá a un sietemesino. En la familia ya hubo otros.
- En eso no había caído, Águeda. La noticia me ha dejado tan para el arrastre que ni de pensar soy capaz. Este hijo mío no tiene solución, es un balarrasa.
- Pues tendrá que cambiar ahora que va a tener obligaciones. Y me vas a perdonar, pero tengo mucho que hacer. Mañana volveremos a vernos y trataremos los detalles que faltan. Tú y Antonio os encargáis de explicar a vuestro chico cómo están las cosas. Y no hace falta decirlo, pero de todo esto ni un cuarto al pregonero.
   Quien se queda tocado con la noticia de su próxima paternidad es Rafael. Intenta, como siempre, echar la culpa al empedrado, pero su madre es inflexible: esta vez no hay escapatoria, ni siquiera existe la posibilidad de arreglar el desaguisado sobornando a la familia de la embarazada, como hicieron cuando el lío de la Esperanza, los Arnau tienen más dinero que ellos. Y luego está el escándalo que se organizaría si no hubiese boda. La familia quedaría marcada para siempre. Tendrían que marcharse del pueblo, ni ella ni Antonio serían capaces de soportar una situación tan escandalosa.
- Te guste o no tendrás que casarte.
- ¿Cómo me va a gustar tener que casarme con una tontorrona como esa?
- Será tontorrona, pero parece que no te lo pasabas tan mal con ella. A lo hecho, pecho, hijo. Solo te resta portarte como un hombre y cumplir.
- Pues como no me lleven a la iglesia con una escopeta en los riñones no pienso casarme.
- Tú verás lo qué haces, pero toma la decisión antes de que llegue tu padre. Cuando le cuente lo que ocurre y le diga que no piensas casarte no respondo de lo que pueda pasarle. Ya sabes que está delicado del corazón, solo faltaría que fueras la causa de un ataque cardíaco que podía llevar a papá al cementerio. Y después de lo que les has hecho a los Arnau no quiero pensar lo que pueda hacerte el Braulio, con lo bruto que es. Lo que has dicho de la escopeta tampoco lo descartes. Todo es posible con ese hombre. Y cualquier cosa que te hiciera, la gente lo comprendería. Has deshonrado a su hija, les has faltado al respeto y has traicionado la confianza que habían depositado en ti. Hijo, piénsalo bien. No tienes más que una salida honorable y es convertir en honrada a una mujer a la que has deshonrado y darle tu apellido a su hijo que también es el tuyo.
   Por mucho que reniegue, por jodido que esté y lo está, Rafael sabe que aquello no tiene solución, está perdido. No va a tener más remedio que cargar con la bobalicona de Pepita. La hizo buena. Es un imbécil. Ya podía haber preñado a Lolita en vez de a la palurda. Pero como dice su madre: a lo hecho, pecho.
   La referencia de la inminente boda de la hija de los Arnau y del chico de los Blanquer, puesta en circulación por las propias madres de los futuros contrayentes, es la noticia del día en todos los corrillos. 
- Pues sí, se casan, Pepita la del tío Braulio y Rafael, el chico de Antonio, el que es jefe de estación.
- ¿Lo sabes de buena tinta?
- De primera mano. Me lo ha dicho Lidón, la hermana de la Maruja.
- ¿Y para cuándo será?
- En unas tres semanas.
- Huy, eso me huele a barriga.
- No te digo que no, pero ya sabes que el chico entraba en casa de los Arnau desde hace tiempo y llevaban meses hablando de boda.
- Ese chico tiene fama de ser flojo de bragueta.
- Habrá que oír a la Águeda, con el genio que se gasta.
- Si no les han dicho ni las amonestaciones.
- Empiezan mañana mismo.
- Tantas prisas... Lo que te digo, me huele a preñez.
   La noticia ha dejado grogui a Lolita, como un boxeador al que han dado un crochet en plena mandíbula. ¡Rafa se casa! Guardaba como un tesoro la tenue esperanza de que, pese a todo, volvería a tenerle entre sus brazos. No va a ser así. Se acabaron las falsas ilusiones, se acabó la historia de un amor que ha resultado imposible, de un amor que la ha llevado a convertirse en algo que detesta: una solterona. En la soledad de su habitación, cuando se mira al espejo, la imagen que le devuelve el cristal dista mucho de la jovencita de antaño. Se le está formando un asomo de ojeras y los ojos ya no le brillan como solían. Unas diminutas arrugas comienzan a asomar en las comisuras de los labios y en la frente se le marca un pliegue cada vez más acentuado. Se está haciendo mayor; mucho peor, se siente vieja, tiene veinticuatro años y sus sensaciones son como si tuviera el doble. Si podía quedar algún mínimo vestigio de la utópica esperanza a la que se aferraba Lolita de que Rafa volviese con ella, queda reducido a polvo cuando a mediados de marzo se anuncian los esponsales de Pepita Arnau y Rafael Blanquer.

   Los preparativos de la boda, como es costumbre en el pueblo, han corrido a cargo de ambas consuegras. Han tenido roces por distintos motivos, pero especialmente uno les llevó a tener un enfrentamiento a cara de perro: el convite y la correspondiente lista de invitados.
- Y en cuanto al banquete ya sé que, como es costumbre, debería de hacerse en nuestra casa, pero con tantos invitados me lo van a desbaratar todo – se lamenta Águeda.
   Claro, piensa Maruja, si tuvieras una casa para vivir y no para enseñarla a las visitas no tendrías ese problema. Pero en vez de soltarle la pulla, se decanta por facilitarle la salida:
- Te comprendo, Águeda. Con lo bien puesta y lo mona que la tienes no es cuestión de que te lo pongan todo manga por hombro. Yo había pensado...
- Perdona, Maruja – le corta Águeda -, pero no he terminado. Pues como te decía, ya que mi casa no está para acoger al personal, he pensado que  hiciéramos el banquete en la tuya. Vosotros tenéis una casa muy grande y no habrá problema para acomodar a todos los invitados.
- A mí se me había ocurrido algo diferente. Que hiciéramos como en la capital, organizar el convite en un sitio distinto de nuestras casas. Hace unas semanas, Antonio y yo, estuvimos en una boda en Gandía y el banquete tuvo lugar en el mejor restaurante de la ciudad. Servido por camareros, todos con su uniforme, y con un menú de categoría. Como aquí no hay restaurantes de esa clase, se me ha ocurrido que podíamos organizarlo en nuestro almacén o en el vuestro, eso me da igual, al que naturalmente habría que lavarle la cara y ponerlo en condiciones para que la gente se encontrase a gusto. Ese restaurante de Gandía del que te he hablado nos puede mandar cocineros, camareros y todo el personal que haga falta. Así, ni tú ni yo tendríamos que preocuparnos de nada y podríamos dedicarnos a atender a los invitados como Dios manda.
- ¡Vaya idea, qué forma de tirar el dinero, cómo si nos sobrara!