El Confidencial del 26 de noviembre trae como noticia principal: Los críticos del PSOE de Madrid lanzarán su
asalto al poder tras el Comité Federal. Estos periodistas o no se enteran o
se trata de rellenar la portada, piensa Ponte. Saben mejor que yo que en cuanto
los afiliados madrileños huelan que el partido puede formar gobierno se pondrán
todos, como un solo hombre, detrás de quien les pueda garantizar la
mamandurria. Como en cualquier otro partido, vamos. La primera foto pertenece a
otro tema muy diferente: El saqueo del
deporte español. Aquí lo de meter la mano en el cajón del pan se ha
convertido en toda una epidemia, hasta entre los deportistas, se dice el viejo.
Hay otra foto en la que aparece Felipe VI y cuyo pie es: Una lección del Rey a los políticos: “manca fineza” y falta grandeza,
le merece un único comentario en voz alta: bonito titular. Otra de las fotos
que le llama la atención es una composición del mapa de España y dos rótulos de
calles, aunque es mucho más expresivo el pie: Franco aún vive en 317 calles de toda España; José Antonio, en 373.
¿Las habrán contado de verdad?, piensa. La última información en la que posa
sus ojos es una curiosidad: ¿En un paso
de cebra tiene preferencia el ciclista o el vehículo? Buena pregunta cuya
respuesta no conozco, habrá que leer la información.
Ponte está firmemente decidido
a que no le vuelva a pasar lo del día anterior. Además, hoy lo va a tener más
fácil porque los jueves el museo abre de forma continuada desde las nueve y
media hasta las siete de la tarde. Por tanto, va a poder comer a su hora habitual
y echarse una pequeña siesta sin mayor riesgo. De todas formas, decide ser
precavido y no tomar un almuerzo de los que inducen a que la siesta sea más
prolongada.
- Felisa, hoy quisiera una comida ligerita. Tengo cosas que hacer luego
y no debo estar demasiado pesado.
- ¿Una comida ligera? ¿Qué le parece una sopita de cabellos de ángel y
un filete de pollo? Recuerde que la médica de general le ha recomendado que
coma poca carne roja.
- Estupendo.
- ¿Comerá a su hora o la adelanto?
- No, comeré cuando siempre.
Antes de las siete, Ponte ya está en los alrededores del museo esperando
la salida de su objetivo. Piensa que seguramente cogerá el metro para volver a
casa y las dos estaciones más cercanas son la de Islas Filipinas, de la línea
7, o la de Moncloa, desde la que puedes acceder a las líneas 3 y 6. Esta última
que es la circular es, posiblemente, la que tendrá más posibilidades de ser la
utilizada.
El vigilante de seguridad, al
que ha de seguir, tras salir del museo toma la llamada ruta verde que discurre
por lo que era el antiguo tendido de los raíles del tranvía Moncloa-Paraninfo
en dirección a la calle Princesa. No anda excesivamente aprisa por lo que el
viejo puede seguirle sin mayor problema. Doble contra sencillo que va a coger
el metro, se dice Ponte. En efecto, el tipo entra en el Intercambiador de
Moncloa y se dirige a tomar la línea 6 del metro en dirección sur. El viejo se
mete en el mismo vagón que su presa para estar más seguro de no perderle. Esa
línea suele estar siempre muy concurrida lo que le ayuda a pasar desapercibido.
Además, ¿quién va a pensar que un vejete está siguiendo a un hombre al que le
dobla la edad? Lo que le fastidia es no poder sentarse, todos los asientos
están ocupados. Antes, piensa, alguna de las personas más jóvenes se habría
apresurado a cederme su asiento, pero en los tiempos que corren esas buenas
costumbres han desaparecido. Ahora, si eres viejo, te jodes y aguantas. En la
siguiente estación, Argüelles, se puede sentar. ¡Menos mal!, se dice, porque la
línea 6, que da la vuelta al corazón de la ciudad, puede ser muy larga en
función del destino al que vayas. En la siguiente parada, Príncipe Pio, su
perseguido se apea. Ponte hace lo mismo y de pronto se da cuenta de que se le puede
plantear un problema. El Intercambiador de Príncipe Pío es punto de inicio,
terminal o de paso de varias líneas de autobuses de la Empresa Municipal de Transportes,
pero también conecta las líneas de autobuses interurbanos que acceden a Madrid
por la carretera de Extremadura, los trenes de Cercanías Renfe de las líneas
C-1, C-5 y C-10 e incluso líneas de autobuses de largo recorrido. El dilema lo
resuelve con rapidez: decide que le seguirá si coge un bus de la EMT, pero que
si sube a un coche de cercanías o de otros puntos más lejanos lo dejará ir.
El inexperto detective tiene
suerte, su objetivo se pone en la cola que aguarda el bus de la línea 25 de la
EMT en dirección a la Casa de Campo. Ponte es uno más de los que está en la
cola, justo tres personas detrás del trabajador del museo. Cuando sube al coche
el viejo se sienta en uno de los asientos reservados para minusválidos,
embarazadas y ancianos que está libre. Apenas si se ha sentado se da cuenta de
que ha cometido un error de principiante: esos asientos están en la parte
delantera del autobús y desde esa posición no podrá ver en que parada se baja
su perseguido. La solución que adopta, algo que jamás haría un profesional del
seguimiento, es sentarse de medio lado y mirar hacia atrás cada vez que se
abren las puertas traseras del vehículo para que desciendan los pasajeros. El
bus toma el Paseo de la Virgen del Puerto hasta llegar a la intersección con la
calle Segovia donde gira a la derecha para franquear el río Manzanares por el
Puente de Segovia, al final del cual tuerce a la izquierda incorporándose al
Paseo de la Ermita del Santo. En una parada del paseo, cerca del cruce con la
Vía Carpetana, es donde se apea el objetivo.
Mientras el perseguido espera
que se ponga verde el semáforo para cruzar la calle, el viejo da unos pasos
como dudando de hacia dónde ir. En cuanto se enciende la luz verde, el objetivo
cruza a la otra acera, anda como unos cuarenta o cincuenta metros y se adentra
en una calle de las que conducen directamente al río. Ponte, que no conoce muy
bien el barrio, se dice que como la vía sea muy larga hay muchas posibilidades
de que el tipo se pueda dar cuenta de que le sigue pues por los alrededores no
se ven otros viandantes. Otra vez tiene suerte, el hombre se mete en la calle
San Conrado, un callejón que debe tener poco más de cien metros y que termina
en la Avenida del Manzanares, paralela al mismo río, y entra en el tercer
portal de la derecha. Ya sabe dónde vive, ahora solo tiene que mirar en los
buzones que hay en la entrada para ver si alguno de ellos corresponde a uno de
los nombres de los presuntos sospechosos. Enseguida encuentra el nombre que
busca, Obdulio Romero. Ya tiene localizado al objetivo que le asignó Grandal.
Ponte se vuelve al Paseo de la
Ermita del Santo a coger el bus para volver a casa con la satisfacción del
deber cumplido. Acaba de llevar a cabo su primer trabajo detectivesco y, en su
opinión, lo ha hecho francamente bien. Grandal podrá sentirse satisfecho de su
cometido. Piensa en llamarle desde el autobús, pero decide que será mejor hacerlo
cuando llegue a casa pues con el ruido de fondo y su creciente sordera no se
manejará muy bien con el móvil. En cuanto llega a casa se quita la ropa de
calle, se pone el pijama y encima una bata y llama a su jefe en las tareas
detectivescas. Tiene que hacerlo un par de veces más porque el teléfono de
Grandal no para de comunicar. Al final desiste, ya le llamará mañana.
El teléfono de Grandal está
ocupado porque el excomisario está intentando localizar a alguno de sus muchos
amigos que están todavía en activo en la policía para que le den más
información sobre un soplo de un antiguo subordinado que le ha llegado en forma
de WhatsApp con un mensaje lacónico:
- Han encontrado el furgón blindado.