"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 13 de mayo de 2016

26. Han encontrado el furgón blindado



   El Confidencial del 26 de noviembre trae como noticia principal: Los críticos del PSOE de Madrid lanzarán su asalto al poder tras el Comité Federal. Estos periodistas o no se enteran o se trata de rellenar la portada, piensa Ponte. Saben mejor que yo que en cuanto los afiliados madrileños huelan que el partido puede formar gobierno se pondrán todos, como un solo hombre, detrás de quien les pueda garantizar la mamandurria. Como en cualquier otro partido, vamos. La primera foto pertenece a otro tema muy diferente: El saqueo del deporte español. Aquí lo de meter la mano en el cajón del pan se ha convertido en toda una epidemia, hasta entre los deportistas, se dice el viejo. Hay otra foto en la que aparece Felipe VI y cuyo pie es: Una lección del Rey a los políticos: “manca fineza” y falta grandeza, le merece un único comentario en voz alta: bonito titular. Otra de las fotos que le llama la atención es una composición del mapa de España y dos rótulos de calles, aunque es mucho más expresivo el pie: Franco aún vive en 317 calles de toda España; José Antonio, en 373. ¿Las habrán contado de verdad?, piensa. La última información en la que posa sus ojos es una curiosidad: ¿En un paso de cebra tiene preferencia el ciclista o el vehículo? Buena pregunta cuya respuesta no conozco, habrá que leer la información.
   Ponte está firmemente decidido a que no le vuelva a pasar lo del día anterior. Además, hoy lo va a tener más fácil porque los jueves el museo abre de forma continuada desde las nueve y media hasta las siete de la tarde. Por tanto, va a poder comer a su hora habitual y echarse una pequeña siesta sin mayor riesgo. De todas formas, decide ser precavido y no tomar un almuerzo de los que inducen a que la siesta sea más prolongada.
- Felisa, hoy quisiera una comida ligerita. Tengo cosas que hacer luego y no debo estar demasiado pesado.
- ¿Una comida ligera? ¿Qué le parece una sopita de cabellos de ángel y un filete de pollo? Recuerde que la médica de general le ha recomendado que coma poca carne roja.
- Estupendo.
- ¿Comerá a su hora o la adelanto?
- No, comeré cuando siempre.
   Antes de las siete, Ponte ya está en los alrededores del museo esperando la salida de su objetivo. Piensa que seguramente cogerá el metro para volver a casa y las dos estaciones más cercanas son la de Islas Filipinas, de la línea 7, o la de Moncloa, desde la que puedes acceder a las líneas 3 y 6. Esta última que es la circular es, posiblemente, la que tendrá más posibilidades de ser la utilizada. 
   El vigilante de seguridad, al que ha de seguir, tras salir del museo toma la llamada ruta verde que discurre por lo que era el antiguo tendido de los raíles del tranvía Moncloa-Paraninfo en dirección a la calle Princesa. No anda excesivamente aprisa por lo que el viejo puede seguirle sin mayor problema. Doble contra sencillo que va a coger el metro, se dice Ponte. En efecto, el tipo entra en el Intercambiador de Moncloa y se dirige a tomar la línea 6 del metro en dirección sur. El viejo se mete en el mismo vagón que su presa para estar más seguro de no perderle. Esa línea suele estar siempre muy concurrida lo que le ayuda a pasar desapercibido. Además, ¿quién va a pensar que un vejete está siguiendo a un hombre al que le dobla la edad? Lo que le fastidia es no poder sentarse, todos los asientos están ocupados. Antes, piensa, alguna de las personas más jóvenes se habría apresurado a cederme su asiento, pero en los tiempos que corren esas buenas costumbres han desaparecido. Ahora, si eres viejo, te jodes y aguantas. En la siguiente estación, Argüelles, se puede sentar. ¡Menos mal!, se dice, porque la línea 6, que da la vuelta al corazón de la ciudad, puede ser muy larga en función del destino al que vayas. En la siguiente parada, Príncipe Pio, su perseguido se apea. Ponte hace lo mismo y de pronto se da cuenta de que se le puede plantear un problema. El Intercambiador de Príncipe Pío es punto de inicio, terminal o de paso de varias líneas de autobuses de la Empresa Municipal de Transportes, pero también conecta las líneas de autobuses interurbanos que acceden a Madrid por la carretera de Extremadura, los trenes de Cercanías Renfe de las líneas C-1, C-5 y C-10 e incluso líneas de autobuses de largo recorrido. El dilema lo resuelve con rapidez: decide que le seguirá si coge un bus de la EMT, pero que si sube a un coche de cercanías o de otros puntos más lejanos lo dejará ir.
   El inexperto detective tiene suerte, su objetivo se pone en la cola que aguarda el bus de la línea 25 de la EMT en dirección a la Casa de Campo. Ponte es uno más de los que está en la cola, justo tres personas detrás del trabajador del museo. Cuando sube al coche el viejo se sienta en uno de los asientos reservados para minusválidos, embarazadas y ancianos que está libre. Apenas si se ha sentado se da cuenta de que ha cometido un error de principiante: esos asientos están en la parte delantera del autobús y desde esa posición no podrá ver en que parada se baja su perseguido. La solución que adopta, algo que jamás haría un profesional del seguimiento, es sentarse de medio lado y mirar hacia atrás cada vez que se abren las puertas traseras del vehículo para que desciendan los pasajeros. El bus toma el Paseo de la Virgen del Puerto hasta llegar a la intersección con la calle Segovia donde gira a la derecha para franquear el río Manzanares por el Puente de Segovia, al final del cual tuerce a la izquierda incorporándose al Paseo de la Ermita del Santo. En una parada del paseo, cerca del cruce con la Vía Carpetana, es donde se apea el objetivo.
   Mientras el perseguido espera que se ponga verde el semáforo para cruzar la calle, el viejo da unos pasos como dudando de hacia dónde ir. En cuanto se enciende la luz verde, el objetivo cruza a la otra acera, anda como unos cuarenta o cincuenta metros y se adentra en una calle de las que conducen directamente al río. Ponte, que no conoce muy bien el barrio, se dice que como la vía sea muy larga hay muchas posibilidades de que el tipo se pueda dar cuenta de que le sigue pues por los alrededores no se ven otros viandantes. Otra vez tiene suerte, el hombre se mete en la calle San Conrado, un callejón que debe tener poco más de cien metros y que termina en la Avenida del Manzanares, paralela al mismo río, y entra en el tercer portal de la derecha. Ya sabe dónde vive, ahora solo tiene que mirar en los buzones que hay en la entrada para ver si alguno de ellos corresponde a uno de los nombres de los presuntos sospechosos. Enseguida encuentra el nombre que busca, Obdulio Romero. Ya tiene localizado al objetivo que le asignó Grandal.
   Ponte se vuelve al Paseo de la Ermita del Santo a coger el bus para volver a casa con la satisfacción del deber cumplido. Acaba de llevar a cabo su primer trabajo detectivesco y, en su opinión, lo ha hecho francamente bien. Grandal podrá sentirse satisfecho de su cometido. Piensa en llamarle desde el autobús, pero decide que será mejor hacerlo cuando llegue a casa pues con el ruido de fondo y su creciente sordera no se manejará muy bien con el móvil. En cuanto llega a casa se quita la ropa de calle, se pone el pijama y encima una bata y llama a su jefe en las tareas detectivescas. Tiene que hacerlo un par de veces más porque el teléfono de Grandal no para de comunicar. Al final desiste, ya le llamará mañana.
   El teléfono de Grandal está ocupado porque el excomisario está intentando localizar a alguno de sus muchos amigos que están todavía en activo en la policía para que le den más información sobre un soplo de un antiguo subordinado que le ha llegado en forma de WhatsApp con un mensaje lacónico:
- Han encontrado el furgón blindado.