Casi está anocheciendo cuando Grandal llega
a Marina d´Or donde el sargento Bellido le está esperando en el hotel de
siempre. Nada más pisar la cafetería, el excomisario descubre en una apartada
mesa al suboficial que al verle entrar le hace una discreta seña. Tras los
saludos de rigor, Bellido comienza excusándose.
-Comisario,
antes que nada le pido disculpas por reunirnos a estas horas, pero he creído
que puede ser interesante que esté al corriente de todo lo que se cuece en el juzgado
que lleva nuestro caso. Y antes de que se me olvide, le diré que siguiendo su
consejo he mandado por doble conducto a la jueza del Valle la información que
me dio sobre el Chato de Trebujena.
Grandal, que ya no es ningún jovencito, a
estas horas acusa el cansancio y no está de humor para muchos prolegómenos por
lo que insta al guardia civil a que vaya al grano.
-Muy bien,
Bellido, muy bien, ¿qué querías contarme?
-Como le
dije, la declaración de Carlos Espinosa.
-Bien, te
escucho. ¿Qué contó el malagueño?
El sargento, ayudado por unas notas, intenta
reproducir con la mayor fidelidad posible la declaración como testigo de Espinosa.
-Pues lo
primero a contar de Espinosa, aunque es algo irrelevante, es que no es
malagueño sino de Zamora, pero hace muchos años que reside en la Costa del Sol donde
ha sido director de importantes hoteles. Bien, la señora jueza comenzó de
manera muy suave su interrogatorio, pero pasito a pasito fue endureciéndolo. Me
da la impresión de que está aprendiendo a interrogar a marchas forzadas. En lo
primero que le apretó las tuercas a Espinosa fue en lo del presunto negocio que
vino a proponerle a Salazar. Le pidió que explicase la clase de negocio que era
a lo que el mala…, quiero decir el zamorano, contestó que una gran promoción
urbanística en unos terrenos de Manilva, un municipio de Málaga sito en la
Costa del Sol Occidental, ya en el límite con la provincia de Cádiz. Cuando su
señoría le pidió más detalles sobre qué clase de urbanización sería, en qué
zona del municipio estaría ubicada, etcétera, Espinosa solo aportó el dato de
que el negocio inmobiliario lo promovía un grupo inversor radicado en
Gibraltar, pero del que no facilitó más detalles y acabó dándole una larga
cambiada.
-Esas
preguntas no sé si eran muy pertinentes para lo que la jueza y, por supuesto,
nosotros necesitamos saber de Espinosa
-Al parecer,
comisario, sí lo eran según me explicó luego mi compañero de la UCO. Era una
forma indirecta de saber cuáles eran los motivos de sus visitas a Salazar. Bien,
pero la cosa no quedó ahí. Su señoría siguió preguntándole que era muy extraño
que quisiera hacer negocios con una persona que, como le ocurría a Salazar,
llevaba prácticamente más de dos años prejubilado, fuera del mundo de los
negocios y prófugo de la justicia. Ahí Espinosa demostró ser hábil pues
contestó que efectivamente era así, pero que Salazar seguía teniendo muchos y
buenos contactos con personas del entorno de la Junta de Andalucía, así como con
el mundo empresarial andaluz y por eso se le necesitaba, para que pusiera ese
haz de relaciones al servicio de la futura inversión inmobiliaria.
-No cabe
duda que Espinosa es hábil y rápido para enmendar los tropiezos –reconoce
Grandal.
-Sí lo es,
pero como le dije la del Valle ha aprendido mucho, y le volvió a poner en un
apuro cuando le preguntó que cómo podía saber dónde se encontraba un hombre que
llevaba más de dos años desaparecido. Ahí, el zamorano comenzó a hacer aguas
pues contestó vaguedades sobre que unos contactos del grupo que representaba le
habían facilitado el paradero de Salazar, pero sin dar ninguna concreción. La
estocada final de esa parte del interrogatorio fue cuando la jueza le preguntó que
como era posible que, un hombre con sus tablas, antes de emprender un negocio
no hubiera hecho una mínima investigación sobre la persona con la que iba a
tratar, algo que es una práctica elemental y obligada en el mundo empresarial
cuando no se conoce al individuo con el que vas a negociar. Espinosa salió por
los cerros de Úbeda, pero se le notó que quedaba tocado.
-De todas
formas, Bellido, de lo que me has contado hasta ahora no hay una sola pregunta
que apunte directamente a la diana de los hechos por los que se pueda encausar
a Espinosa: el asunto del matarratas presuntamente disuelto en el coñac–aduce
Grandal.
-Según
Sales, el compañero de la UCO, la jueza estaba siguiendo un procedimiento de interrogatorio
denominado la espiral concéntrica. Se trata de un método en el que se hacen preguntas aparentemente
tangenciales al objetivo que se busca, pero que van concentrándose en espiral
para ir desarmando al interrogado y dejarle inerme cuando se plantean las
preguntas que van al corazón de lo que se pretende averiguar. Bien, prosigo. En
un giro de la jueza, que no sé si lo esperaba el zamorano, su señoría le
preguntó que si visitaba a Salazar por motivos de negocios, ¿por qué le
insistía tanto en que lo que tenía que hacer era marcharse de España a un país
que no tuviera tratado de extradición con el nuestro? Ahí Espinosa volvió a
quedarse con el culo al aire. Aseguró que él nunca le propuso tal cosa al
finado. Y cuando la del Valle le preguntó si mantenía tal afirmación y el
testigo contestó que sí, su señoría ordenó un receso de quince minutos.
-La jueza
sabe por el testimonio de Francisco José Salazar que Espinosa estaba empecinado
en que la mejor solución para arreglar los problemas legales de su padre era
huir al extranjero. ¿No le contó la declaración del chaval? –pregunta Grandal.
-Pues no, supongo
que prefirió guardarla para mejor ocasión. Bien, cuando se reanudó el
interrogatorio la jueza sacó el tema de la botella de coñac, aunque ella lo
llamaba brandy, en mi modesta opinión creo que incorrectamente. También debía
llevar preparada la respuesta a la pregunta de por qué llevaba una botella de
brandy, pues igualmente volvió a repetir lo que contó en su primera
declaración: que la llevaba porque se enteró de que a Salazar le gustaba ese
licor y por eso le traía como regalo una botella de Courvoisier. Ahí la señora
jueza le volvió a cazar en un renuncio porque le dijo que sí sabía que a
Salazar le gustaba el brandy como no sabía en cambio que era un prófugo.
Espinosa no supo qué responder. A continuación, ante la pregunta de ¿cómo un
hombre con su formación y experiencia al encontrarse a una persona en estado
casi comatoso le dio a beber alcohol? Ahí, el zamorano volvió a repetir lo que
había dicho en su primera declaración. Que en aquel momento, ante una persona
que parecía estar en las últimas, su reacción fue instintiva, quería reanimarlo
y lo primero que se le ocurrió fue darle a beber el coñac que llevaba. Que es
una de esas acciones que haces en caliente y que luego tú mismo te preguntas
por qué lo hiciste y la única respuesta posible es que lo haces por puro
instinto, sin pensarlo. Se ve que tenía preparada la respuesta; no sé si la
jueza le creyó, pero lo dudo a raíz de lo que vino después.
-Por lo que
me cuentas, veo que la del Valle ya no parece tan novata como al principio de
la instrucción.
-¡Qué va!,
nos ha salido más lista que los ratones colorados. Y la traca gorda la jueza la
guardaba para el final. Y eso sí que no se lo esperaba Espinosa de ninguna
manera. Fue cuando comenzó a interrogarlo por la compra del raticida y para qué
podía necesitarlo. Ahí el zamorano se descompuso y su única salida fue negarlo
todo. Que no había comprado ningún raticida, ¿para qué iba a necesitar un
matarratas estando como estaba alojado en un excelente hotel? Eso mismo me
pregunto, señor Salazar, dicen que le respondió la jueza, y ante la negativa de
Espinosa le precisó que una testigo había declarado que la mañana del día de
autos había adquirido un raticida en un supermercado de la cadena Mercadona,
sito en El Grao de Castellón. Dicen que al oír eso el zamorano se quedó pálido
como un muerto y su única salida fue seguir negándolo todo. Su señoría no
insistió, pero por ahí le tiene cogido por el testimonio de la empleada del
súper que le vendió el matarratas.
-Lo del
raticida, en función del resultado que dictamine el laboratorio, va a ser como
unas banderillas negras para Salazar en el juicio oral.
-Opino lo
mismo. Voy acabando. La última parte del interrogatorio se centró en por qué no
llamó al médico y a un ambulancia antes de irse de la habitación del fallecido,
como les dijo a la Molina y la Dumitrescu; hecho confirmado pues no existe
ningún rastro ni en el 112 ni en los demás teléfonos de ayuda urgente de la
provincia de que hiciera tales llamadas. Ahí Espinosa volvió a explicar lo
mismo que contó en su primera deposición. Que el estado en que se encontraba
Salazar le provocó tal shock que perdió los papeles, se trastornó y solo pensó
en marcharse. Su señoría contraatacó, le pidió al secretario que leyera el
testimonio de la Molina y la Dumitrescu, en el que ambas testigos declaran que mientras
Espinosa estuvo en la habitación 16 dio en todo momento la impresión de estar
muy tranquilo y de controlar la situación. Prueba de ello es que fue Espinosa
quien propuso que lo primero era acostar a Salazar y luego que habría que
llamar a un médico y a una ambulancia. Incluso cuando la testigo Dumitrescu le
propuso que le acompañaba para buscar al médico, Espinosa contestó que no la
necesitaba pues se bastaba para ello. La jueza terminó diciendo: ¿cómo puede
explicar esa notable antinomia, esa contradicción entre lo que acaba de
declarar y lo que han contado las precitadas testigos? Espinosa se mantuvo en
lo del shock, pero ya estaba visiblemente hundido.
-¿Y cómo ha
acabado la cosa?
-Después de
la declaración, y tras un receso bastante largo, su señoría le ha pasado de la
condición de testigo a la de imputado por intento de asesinato ordenando su
prisión provisional, comunicada y sin fianza.
-Desde
luego, bien cierto es que, como dice el refrán, antes se coge al mentiroso que
al cojo.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 114. Wait and see