"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 19 de julio de 2019

Capítulo 27. Los últimos testimonios.- 113. Antes se coge al mentiroso que al cojo


   Casi está anocheciendo cuando Grandal llega a Marina d´Or donde el sargento Bellido le está esperando en el hotel de siempre. Nada más pisar la cafetería, el excomisario descubre en una apartada mesa al suboficial que al verle entrar le hace una discreta seña. Tras los saludos de rigor, Bellido comienza excusándose.
-Comisario, antes que nada le pido disculpas por reunirnos a estas horas, pero he creído que puede ser interesante que esté al corriente de todo lo que se cuece en el juzgado que lleva nuestro caso. Y antes de que se me olvide, le diré que siguiendo su consejo he mandado por doble conducto a la jueza del Valle la información que me dio sobre el Chato de Trebujena.
   Grandal, que ya no es ningún jovencito, a estas horas acusa el cansancio y no está de humor para muchos prolegómenos por lo que insta al guardia civil a que vaya al grano.
-Muy bien, Bellido, muy bien, ¿qué querías contarme?
-Como le dije, la declaración de Carlos Espinosa.
-Bien, te escucho. ¿Qué contó el malagueño?
   El sargento, ayudado por unas notas, intenta reproducir con la mayor fidelidad posible la declaración como testigo de Espinosa.
-Pues lo primero a contar de Espinosa, aunque es algo irrelevante, es que no es malagueño sino de Zamora, pero hace muchos años que reside en la Costa del Sol donde ha sido director de importantes hoteles. Bien, la señora jueza comenzó de manera muy suave su interrogatorio, pero pasito a pasito fue endureciéndolo. Me da la impresión de que está aprendiendo a interrogar a marchas forzadas. En lo primero que le apretó las tuercas a Espinosa fue en lo del presunto negocio que vino a proponerle a Salazar. Le pidió que explicase la clase de negocio que era a lo que el mala…, quiero decir el zamorano, contestó que una gran promoción urbanística en unos terrenos de Manilva, un municipio de Málaga sito en la Costa del Sol Occidental, ya en el límite con la provincia de Cádiz. Cuando su señoría le pidió más detalles sobre qué clase de urbanización sería, en qué zona del municipio estaría ubicada, etcétera, Espinosa solo aportó el dato de que el negocio inmobiliario lo promovía un grupo inversor radicado en Gibraltar, pero del que no facilitó más detalles y acabó dándole una larga cambiada.
-Esas preguntas no sé si eran muy pertinentes para lo que la jueza y, por supuesto, nosotros necesitamos saber de Espinosa
-Al parecer, comisario, sí lo eran según me explicó luego mi compañero de la UCO. Era una forma indirecta de saber cuáles eran los motivos de sus visitas a Salazar. Bien, pero la cosa no quedó ahí. Su señoría siguió preguntándole que era muy extraño que quisiera hacer negocios con una persona que, como le ocurría a Salazar, llevaba prácticamente más de dos años prejubilado, fuera del mundo de los negocios y prófugo de la justicia. Ahí Espinosa demostró ser hábil pues contestó que efectivamente era así, pero que Salazar seguía teniendo muchos y buenos contactos con personas del entorno de la Junta de Andalucía, así como con el mundo empresarial andaluz y por eso se le necesitaba, para que pusiera ese haz de relaciones al servicio de la futura inversión inmobiliaria.
-No cabe duda que Espinosa es hábil y rápido para enmendar los tropiezos –reconoce Grandal.
-Sí lo es, pero como le dije la del Valle ha aprendido mucho, y le volvió a poner en un apuro cuando le preguntó que cómo podía saber dónde se encontraba un hombre que llevaba más de dos años desaparecido. Ahí, el zamorano comenzó a hacer aguas pues contestó vaguedades sobre que unos contactos del grupo que representaba le habían facilitado el paradero de Salazar, pero sin dar ninguna concreción. La estocada final de esa parte del interrogatorio fue cuando la jueza le preguntó que como era posible que, un hombre con sus tablas, antes de emprender un negocio no hubiera hecho una mínima investigación sobre la persona con la que iba a tratar, algo que es una práctica elemental y obligada en el mundo empresarial cuando no se conoce al individuo con el que vas a negociar. Espinosa salió por los cerros de Úbeda, pero se le notó que quedaba tocado.
-De todas formas, Bellido, de lo que me has contado hasta ahora no hay una sola pregunta que apunte directamente a la diana de los hechos por los que se pueda encausar a Espinosa: el asunto del matarratas presuntamente disuelto en el coñac–aduce Grandal.
-Según Sales, el compañero de la UCO, la jueza estaba siguiendo un procedimiento de interrogatorio denominado la espiral concéntrica. Se trata de un método  en el que se hacen preguntas aparentemente tangenciales al objetivo que se busca, pero que van concentrándose en espiral para ir desarmando al interrogado y dejarle inerme cuando se plantean las preguntas que van al corazón de lo que se pretende averiguar. Bien, prosigo. En un giro de la jueza, que no sé si lo esperaba el zamorano, su señoría le preguntó que si visitaba a Salazar por motivos de negocios, ¿por qué le insistía tanto en que lo que tenía que hacer era marcharse de España a un país que no tuviera tratado de extradición con el nuestro? Ahí Espinosa volvió a quedarse con el culo al aire. Aseguró que él nunca le propuso tal cosa al finado. Y cuando la del Valle le preguntó si mantenía tal afirmación y el testigo contestó que sí, su señoría ordenó un receso de quince minutos.
-La jueza sabe por el testimonio de Francisco José Salazar que Espinosa estaba empecinado en que la mejor solución para arreglar los problemas legales de su padre era huir al extranjero. ¿No le contó la declaración del chaval? –pregunta Grandal.
-Pues no, supongo que prefirió guardarla para mejor ocasión. Bien, cuando se reanudó el interrogatorio la jueza sacó el tema de la botella de coñac, aunque ella lo llamaba brandy, en mi modesta opinión creo que incorrectamente. También debía llevar preparada la respuesta a la pregunta de por qué llevaba una botella de brandy, pues igualmente volvió a repetir lo que contó en su primera declaración: que la llevaba porque se enteró de que a Salazar le gustaba ese licor y por eso le traía como regalo una botella de Courvoisier. Ahí la señora jueza le volvió a cazar en un renuncio porque le dijo que sí sabía que a Salazar le gustaba el brandy como no sabía en cambio que era un prófugo. Espinosa no supo qué responder. A continuación, ante la pregunta de ¿cómo un hombre con su formación y experiencia al encontrarse a una persona en estado casi comatoso le dio a beber alcohol? Ahí, el zamorano volvió a repetir lo que había dicho en su primera declaración. Que en aquel momento, ante una persona que parecía estar en las últimas, su reacción fue instintiva, quería reanimarlo y lo primero que se le ocurrió fue darle a beber el coñac que llevaba. Que es una de esas acciones que haces en caliente y que luego tú mismo te preguntas por qué lo hiciste y la única respuesta posible es que lo haces por puro instinto, sin pensarlo. Se ve que tenía preparada la respuesta; no sé si la jueza le creyó, pero lo dudo a raíz de lo que vino después.
-Por lo que me cuentas, veo que la del Valle ya no parece tan novata como al principio de la instrucción.
-¡Qué va!, nos ha salido más lista que los ratones colorados. Y la traca gorda la jueza la guardaba para el final. Y eso sí que no se lo esperaba Espinosa de ninguna manera. Fue cuando comenzó a interrogarlo por la compra del raticida y para qué podía necesitarlo. Ahí el zamorano se descompuso y su única salida fue negarlo todo. Que no había comprado ningún raticida, ¿para qué iba a necesitar un matarratas estando como estaba alojado en un excelente hotel? Eso mismo me pregunto, señor Salazar, dicen que le respondió la jueza, y ante la negativa de Espinosa le precisó que una testigo había declarado que la mañana del día de autos había adquirido un raticida en un supermercado de la cadena Mercadona, sito en El Grao de Castellón. Dicen que al oír eso el zamorano se quedó pálido como un muerto y su única salida fue seguir negándolo todo. Su señoría no insistió, pero por ahí le tiene cogido por el testimonio de la empleada del súper que le vendió el matarratas.
-Lo del raticida, en función del resultado que dictamine el laboratorio, va a ser como unas banderillas negras para Salazar en el juicio oral.
-Opino lo mismo. Voy acabando. La última parte del interrogatorio se centró en por qué no llamó al médico y a un ambulancia antes de irse de la habitación del fallecido, como les dijo a la Molina y la Dumitrescu; hecho confirmado pues no existe ningún rastro ni en el 112 ni en los demás teléfonos de ayuda urgente de la provincia de que hiciera tales llamadas. Ahí Espinosa volvió a explicar lo mismo que contó en su primera deposición. Que el estado en que se encontraba Salazar le provocó tal shock que perdió los papeles, se trastornó y solo pensó en marcharse. Su señoría contraatacó, le pidió al secretario que leyera el testimonio de la Molina y la Dumitrescu, en el que ambas testigos declaran que mientras Espinosa estuvo en la habitación 16 dio en todo momento la impresión de estar muy tranquilo y de controlar la situación. Prueba de ello es que fue Espinosa quien propuso que lo primero era acostar a Salazar y luego que habría que llamar a un médico y a una ambulancia. Incluso cuando la testigo Dumitrescu le propuso que le acompañaba para buscar al médico, Espinosa contestó que no la necesitaba pues se bastaba para ello. La jueza terminó diciendo: ¿cómo puede explicar esa notable antinomia, esa contradicción entre lo que acaba de declarar y lo que han contado las precitadas testigos? Espinosa se mantuvo en lo del shock, pero ya estaba visiblemente hundido.
-¿Y cómo ha acabado la cosa?
-Después de la declaración, y tras un receso bastante largo, su señoría le ha pasado de la condición de testigo a la de imputado por intento de asesinato ordenando su prisión provisional, comunicada y sin fianza.
-Desde luego, bien cierto es que, como dice el refrán, antes se coge al mentiroso que al cojo.

PD.- Hasta el próximo viernes en que publicaré el episodio 114. Wait and see