-¿Unas
vikingas? -Julio sabe quiénes fueron los vikingos, lo que le ha descolocado es
que Beltrán se refiera a ellos en femenino y en tiempo presente.
-Sí hombre, las vikingas, las titis del
norte: las suecas, las noruegas, las danesas… Además hay alemanas, inglesas,
francesas, hasta italianas. Bueno, para que contarte, mujeres de media Europa.
La mayoría está de toma pan y moja y a muchas les va la marcha, sobre todo a
las vikingas. Y no puedes imaginarte los trajes de baño que se gastan, solo
falta que se pongan en pelotas.
-¿Y cómo las ligáis, sabéis hablar sus
idiomas o ellas hablan español?
-¿Quién crees que puede saber sueco? Y ellas
de hablar español ni jota.
-Entonces, ¿cómo os las arregláis para
ligar?
-Hombre, Carreño, me ha dicho un tipo que vino
en el tren contigo que te apodaban el profesor, pero de la vida no sabes ni
papa –asegura Beltrán que dirigiéndose a Medrano le pide guiñándole un ojo-.
Tendrás que presentarle a Pepe el Pelos a ver si lo espabila porque en lo de
ligar parece que el novato está más verde que las naranjas en junio.
A todo eso se ha hecho mediodía, el sargento
se ha marchado y los tres chupatintas se van a comer al cuartel de caballería
que está en la parte posterior de La Almudaina. Como habían comentado, el rancho
es tan malo como en el regimiento. Julio todavía se resiente más porque en el
campamento, como ganaba sus buenos reales haciendo de escribano, se acostumbró
a comer en la cantina donde la comida era bastante mejor. Lo que le hace pensar
que tendrá que buscarse la vida para no tener que tragar diariamente la bazofia
a la que llaman rancho. Precisamente, en la misma mesa en la que está el trío
de Justicia hay otro soldado de Capitanía que anda comentando que su capitán
busca un profesor particular para su hija que anda mal en matemáticas. Julio
nunca ha dado clases, pero la necesidad de ingresos le hace agarrarse a un
clavo ardiendo.
-¿Y de qué son las mates? –pregunta.
-De bachillerato.
-Yo podía enseñárselas dependiendo de lo que
pague tu capitán. Estoy puesto en mates mucho más de las que se necesitan para
aprobar el bachillerato pues estudié contabilidad.
-¿Quieres que le dé tu nombre?
-No tengo inconveniente, pero antes querría
saber cuánto me va a pagar –reitera Julio.
-No esperes demasiado, el capitán Mascarell
es un tacaño como buen catalán –tercia otro que ha estado atento a la charla.
A la conversación se han unido compañeros de
otras unidades de Capitanía. Al oír de qué va el asunto, otro veterano ofrece
una nueva información.
-Si de verdad sabes de números, eso le puede
interesar a mi brigada. Tiene un negocio de bisutería y sé que anda buscando alguien
que le lleve los libros. El contable que tenía la ha palmado. Si quieres, le
digo que conozco a un recluta que sabe de cuentas.
Sin
venir mucho a cuento, Julio se pica al ser calificado de recluta.
-Oye, tío, desde que acabé el período de
instrucción y juré bandera dejé de ser recluta, ahora soy soldado de segunda
como todos vosotros, supongo.
-Eso es lo que dicen las Ordenanzas –comenta
un cabo- pero mientras no lleves un año de mili seguirás siendo un recluta por
mucha bandera que hayas jurado.
-¿Se lo digo al brigada o no? –Insiste el
que le ha hablado de llevar unas cuentas-. Y recuerda que estás en la mili,
recluta. Aquí hay que coger lo que buenamente te dan y encima dar gracias. Ah,
mi brigada se apellida Carbonero y para ser chusquero es bastante majo.
Tras acabar el rancho el trío de Secretaría se
va al dormitorio de la compañía, pero antes Julio ha dicho que pueden dar su
nombre para las dos posibles ofertas de trabajo. Ganar un puñado de reales le
vendría al pelo. Cuando quiere volver a la Secretaría le dicen qué dónde va,
que el trabajo de oficina es de ocho a quince y que hasta el día siguiente se
acabó lo de currar. Julio se queda en el dormitorio porque quiere escribir a
Consuelo, y como no hay donde coge la maleta de madera y la usa como mesa. Al
verle de tal guisa, un compañero le ofrece una alternativa.
-Oye, si quieres escribir, ¿por qué no te vienes
a la biblioteca?, no suele haber nadie y estarás más cómodo.
-¿Qué biblioteca?
Pintado, que así se apellida el compañero,
le explica que es el encargado de la biblioteca de Capitanía y que como casi
nadie la usa es un lugar ideal para escribir, leer y hasta estudiar. Carreño
sigue a Pintado que le cuenta que es maestro de primera enseñanza, por eso lo
han nombrado bibliotecario. También le ofrece que puede sacar todos los libros
que quiera. En la tranquilidad de la biblioteca, el mañego escribe a su novia y
le cuenta todo lo que ha vivido en su primer día en Capitanía. Lo que no le
cuenta es que, por lo que le han dicho, en la isla hay extranjeras con las que
se puede ligar fácilmente. Sabe que Consuelo no es especialmente celosa, pero
no quiere darle motivos para incomodarla.
Poco a poco, Julio se va acoplando a la vida
de archivero. Era lo que menos esperaba de su paso por el ejército. Casi
ninguno de los consejos que le dio el cabo Montero de San Martín y los amigos y
conocidos que ya hicieron la mili le están sirviendo. Nadie le preparó para un
trabajo de oficinista, pero como la faena es escasa y el ambiente de la
Secretaría es bastante relajado se dice que peores destinos podrían haberle
tocado. De vez en cuando hace descubrimientos de la mili para los que tampoco
le preparó nadie. Como que te puedes dar de baja en el rancho si puedes pagarte
comer fuera, y asimismo puedes dormir fuera de Capitanía, si tienes cuartos
para alquilar una habitación y te dan los correspondientes permisos, con lo
cual puedes vestir de paisano. Sus mayores problemas se centran en la comida y
el dormitorio, sigue llevando mal lo del rancho y lo de dormir con tanta gente.
Para solucionarlos necesita un dinero que no tiene y no está dispuesto a
pedírselo a su madre, sabe que no nada en la abundancia precisamente.
De pronto, como tantas veces sucede en la
vida, todo cambia en un par de días. Lo primero que le ocurre es que va a verle
el compañero que le dijo que su capitán buscaba un profesor de matemáticas para
una de sus hijas. Le conduce al despacho del oficial y lo presenta.
-Mi capitán, este es el chico que le dije
que es contable –dicho lo cual abandona el despacho.
-A sus órdenes, mi capitán –Julio se ha
puesto en posición de firmes.
-Descansa, muchacho. ¿Cómo te llamas?
-Julio Carreño Lahoz, mi capitán.
Parece que su facha ha agradado al oficial,
un hombre que quizá ronde la cincuentena y que luce una recortada barba.
-Así que eres contable.
-En realidad, no, mi capitán. Estaba
estudiando para ello cuando me incorporé a filas –Julio prefiere contar la
verdad. Sabe que en el ejército las mentiras te pueden salir caras.
-Ya me extrañaba… -el oficial parece
decepcionado-, ¿pero cómo andas de matemáticas?
-Si es para los estudios de bachillerato,
creo que sé más que suficiente, mi capitán. Para otro tipo de estudios habría
que ver –el mañego se hace de valer, pero sin abandonar la prudencia.
-Tengo una hija que tiene trece años y anda
de cabeza con las matemáticas. ¿Crees que podrías darle clases dos tardes a la
semana?
-Poder, podría, mi capitán… -Ha tenido la
pregunta en la punta de la lengua, mas no se ha atrevido a formularla: ¿pero cuánto
me va a pagar?
Como si le hubiera adivinado el pensamiento
el oficial habla del estipendio.
-No te voy a poder pagar mucho, pero… le voy
a pedir a tu sargento que te firme un pase pernocta y podrás vestir de paisano
-Julio sale del despacho y sigue pensando en que debió preguntar: ¿pero cuánto
me va a pagar?
Resulta que el capitán Mascarell hace buena
su fama de rácano y le va a pagar una miseria. Se lo compensará pidiéndole al
sargento Fernández que le extienda el pase de pernocta, algo que ahora no es la
prioridad de Julio. El primer día de clase, el joven guripa hace dos
descubrimientos: primero que a la hija del capitán el bachillerato en general y
las matemáticas en particular le importan una higa; segundo que, pese a que sus
camaradas del viaje a Madrid le pusieron el remoquete de profesor, Dios no le
ha llamado por la senda de la pedagogía. Si tengo que ganarme los reales que me
hacen falta enseñando las voy a pasar canutas, piensa.
A los
tres días de la primera clase va a verle
el veterano que le contó que su brigada andaba buscando alguien para que le
llevase las cuentas, le lleva ante el suboficial y le deja con él. El brigada
debe estar en los cuarenta y muchos, va pulcramente afeitado y su uniforme
parece recién salido de una sastrería militar. Su estilo es directo y sin
florituras.
-¿Eres contable?
-No, mi brigada –y Julio se explaya en sus
primeros estudios, que abandonó, y en los últimos que estaba haciendo con un
profesor de la Escuela de Comercio de Madrid. La cita del centro docente parece
que le ha causado buena impresión al suboficial.
-¿Crees que podrías llevar la contabilidad
de una tienda de bisutería que tengo? Y además, trabajo de mayorista y vendo a
otras tiendas de la isla. El contable que tenía lamentablemente falleció.
-Para contestarle debidamente, mi brigada,
tendría que ver los libros que maneja y el volumen del negocio.
Su prudente respuesta ha
vuelto a satisfacer al suboficial que le cita para el día siguiente y le da la
dirección de la tienda. La siguiente tarde, Julio va a la bisutería donde el
brigada le enseña la contabilidad tal como la llevaba el contable fallecido.
Julio constata que se trata de unas cuentas relativamente sencillas y que no
tendrá mayor problema en llevarlas a cabo. Es más, afirma sin ninguna clase de
falsa modestia, cree que incluso podrá mejorarlas. El brigada vuelve a ser
expeditivo y formula la pregunta que no le hizo Mascarell.
-¿Cuánto quieres cobrar?
La directa interpelación coge a Julio con el paso cambiado. Vacila,
era algo que no había preparado, al contrario que en el otro trabajo.
-No lo sé, mi brigada…, no
había pensado en ninguna cifra en concreto.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
21.
¿Tú eres el que anda buscando un catre?