En la reunión que mantienen el director
general adjunto de Cajaeuropa y algunos de los miembros del consejo de BACHSA,
la mención de Senillar ha supuesto toda una sorpresa para los empresarios.
- ¿Es el Senillar
que está entre Albalat y Benialcaide? – pregunta Cardona.
- Que yo sepa no hay otro. Tenéis que conocerlo – afirma el
banquero.
- Claro que conocemos la localidad – interviene Bricart -.
Si vas por la carretera de la costa has de cruzarla forzosamente, pero dudo que
ese pueblo pueda ser un filón de algo, está muerto; cuando lo atraviesas es
raro que llegues a cruzarte con alguien. A veces me da la impresión de que es
uno de esos poblados que salen en las películas del oeste en los que no se ve un
alma por las calles – El empresario remata su comentario con una risotada.
- Es que no se trataría de construir en el pueblo sino en la
costa. Tiene una pequeña playa con más guijarros que arena, pero que prácticamente
es virgen. Sólo hay un pequeño núcleo de edificaciones de tres al cuarto. Y
aparte de la playa, el resto del litoral que pertenece al término municipal del
pueblo está más limpio que una patena.
- Será un territorio virgen, pero es absolutamente desconocido.
¿Sabes lo que costaría ponerlo en el mercado? – Cardona echa su cuarto a
espadas.
- Sé que no será fácil, pero a tu pregunta contesto con otra
¿dónde encontraréis tanto terreno limítrofe con la costa que hoy por hoy se
pueda comprar con una inversión ridícula al ser todavía rústico?, decidme dónde
– reitera el banquero -. A ello hay que añadir que tiene una auténtica joya, una
zona de marjales en el que se podría construir un puerto deportivo interior y a
su alrededor una ciudad residencial, una especie de Ampuriabrava.
Bricart que, como
catalán, conoce bien el turístico paraje del golfo de Rosas, no puede contener
una exclamación:
- ¡Una nueva Ampuriabrava!
- Urbanizar un humedal podría tropezar con problemas
insolubles en la administración autonómica y, posiblemente, también en la
estatal – Es Huguet quien atempera el entusiasmo de su consejero delegado al
señalar el peligro que conlleva la destrucción de una zona pantanosa.
- ¿En tan poco valoras nuestra capacidad suasoria ante quiénes
tendrían que aprobarlo? – La pregunta ha ido acompañada de un guiño malicioso de
complicidad por parte del hombre de la caja.
- La planificación de una marina residencial en el litoral
valenciano podría ser un excelente reclamo – admite Huguet.
- Has mencionado que contaríamos con el apoyo de la caja –
recuerda Cardona.
- Por supuesto, tendrías toda la financiación que hiciera
falta. Es más, nos harías un favor. La oficina que tenemos allí es una de las
que tiene menos movimiento de la comarca y una forma rápida de ponerla en
órbita sería que se comenzase a construir.
- Imagino que la mayor parte del terreno será rústico, ¿no?
– puntualiza Huguet.
- Efectivamente, pero ya sabéis que eso tiene arreglo. Todo
es cuestión de tocar las teclas oportunas y en eso sois maestros. Y si os
toparais con obstáculos inesperados os echaríamos una mano. Nuestro hombre en
Senillar sabe bandearse muy bien con los poderes locales.
Mencionar a los
poderes locales hace que la conversación entre en otros derroteros.
- ¿Tendremos acceso directo a los que allí cortan el
bacalao? Lo digo porque ya nos ha pasado en otros sitios, que te tropiezas con
un paleto que va de digno y no hay manera de que se avenga a tus requerimientos
– apunta Bricart.
- No creo que haya ningún problema al respecto. Como dije,
nuestro hombre está magníficamente relacionado con todos los poderes locales,
los políticos y los fácticos, y os serviría de introductor de embajadores. Y
luego, ¿qué os voy a contar que no sepáis? Todo es cuestión de engrasar adecuadamente
las clavijas oportunas.
- Lo que has dicho de una marina residencial me parece una
excelente idea, mejor quizá que construir un campo de golf o un puerto
deportivo exterior que son recursos que están sobreexplotados, pero lo de
edificar en el marjal, aunque lo aprueben las autoridades locales, ¿no podría
embarrancar en Valencia? – insiste Huguet que no hace más que verbalizar la
duda que siempre atenaza a los constructores de que los políticos pongan la proa
a sus proyectos urbanísticos si no cuentan con ellos.
- Llegado el caso, y siempre que previamente hayamos
conseguido un acuerdo razonable para todas las partes, de ese aspecto del
proyecto nos encargaríamos nosotros. Es de conocimiento público que tenemos en
nuestro consejo de administración personas muy directamente relacionadas con
los poderes autonómicos. No garantizo nada a priori, pero estoy absolutamente
convencido de que en el improbable supuesto de que surgiese alguna pega en el
ámbito de la comunidad podríamos resolverla satisfactoriamente. Vosotros sólo
tendrías que ocuparos de los mandamases locales y, en su día, del proceso de
adquisición, gestión del suelo, urbanización y construcción.
- ¿Nos permites un minuto, Gaspar? – pegunta cortésmente
Cardona.
- Por supuesto. Mientras cambiáis impresiones voy a pagar la
cuenta.
Los tres socios
deliberan rápidamente.
- ¿Qué pensáis? – inquiere Bricart.
- En principio, creo que no perdemos nada en echar un
vistazo al pueblo – opina Huguet.
- Sólo con que se pudiese construir en la mitad del terreno
de que habla Moltó supondría una inversión descomunal. ¿Sabéis cuantos millones
de metros cuadrados suponen ocho quilómetros de costa? – se pregunta Cardona.
- Yo tengo otra pregunta, ¿no será esto un anzuelo para que
volvamos a operar con la caja? – plantea Bricart, tan desconfiado como
acostumbra.
- No lo descartaría – tercia Huguet, siempre parco en
palabras.
- Yo sí lo descarto – afirma Cardona con rotundidad.
- ¿Es pura intuición o tienes algo firme en qué apoyarte? –
inquiere Bricart.
- Si el objetivo de esta propuesta fuera únicamente que
volviéramos al redil de la caja no habría planteado su participación en el
negocio. Su bonus, esa es la clave.