"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 25 de febrero de 2022

Libro III. Episodio 133. A río revuelto, ganancia de pescadores

  

   A Julia ya le han llegado los presupuestos parciales de la decoración y electrificación de la nueva casa de los Viqueira y tras elaborar el presupuesto global se apresta a llevarlo al portugués. De camino al almacén del luso, se pregunta qué va a hacer si el señor Viqueira no está y tiene que entregar la estimación de costes a Toni Cortés. Lo piensa y se autocontesta: ya no eres una jovencita inexperta, eres una mujer casada, madre de cinco hijos y con treinta y dos tacos; por tanto, compórtate como tal y no te arrugues ni ante Toni ni ante ningún cantamañanas que se cruce en tu camino.

   En el almacén le informan que el senhor Viqueira está de viaje y que le recibirá su yerno. Toni continúa siendo un hombre apuesto, pero su rostro comienza a acusar, más que los años, los excesos de un tormentoso pasado. Pese a ello la sonrisa con la que recibe a Julia sigue siendo cálida y acogedora.

   -Mi querida Julia, cuantísimo tiempo sin verte. Has de saber que he seguido muy de cerca tu trayectoria y de tu vida lo sé casi todo. Y lo primero es decirte que a pesar de tu repetida maternidad sigues teniendo una figura envidiable y sobre todo tu mirada tiene la misma chispa que cuando tenías diecinueve años.

   -Toni, gracias por tus palabras, pero no estoy aquí para oír halagos sino para darte el presupuesto de la obra que tu suegro nos ha encargado. Te lo dejo y le dices que esperamos noticias suyas. Adiós.

   -Pero, ¿a qué vienen tantas prisas?, ¿quieres un cafelito?, tenemos los mejores cafés de España.

   -No, gracias. Acuérdate de entregarle estos papeles a tu suegro.

   -Lo siento, pero no puedes irte sin desglosarme detalladamente el presupuesto. Me lo ha encargado Viqueira.

   Julia se queda mirando al hombre. No sabe si le está diciendo la verdad o no es más que una treta para retenerla más tiempo. Pensando en el negocio más que en las trampas que le pueda tender el antiguo casanova, decide realizar lo que le ha pedido, pero...

   -Bien, si es como dices, te voy a detallar el presupuesto pero con una condición: en cuanto vuelvas a decir una sola palabra que no se ajuste a lo que para aquí estamos doy media vuelta y me voy. ¿Queda claro?

   Toni se da cuenta de que la antes cándida jovenzuela ha dejado de serlo y acepta la condición. Julia hace el desglose de la estimación de costes de manera sencilla y resumida y sin más se despide del yerno de Viqueira, del que acaba de darse cuenta que para ella ya no es más que  el familiar de un cliente.

   Poco después del estallido de la guerra los británicos, aprovechando el inmenso poder de su colosal armada, comenzaron el bloqueo naval de Alemania. La estrategia enseguida se mostró efectiva al cortar los vitales suministros civiles y militares a los germanos, aunque el bloqueo no dejara de ser una violación en toda regla del derecho marítimo internacional. Gran Bretaña incluso intervino las aguas internacionales para evitar que ningún barco arribase a los puertos alemanes, lo que hizo peligrar la integridad de los buques de los países neutrales. La respuesta de la Alianza a las tácticas británicas fue una guerra submarina sin restricciones. Los sumergibles alemanes intentaron cortar las rutas de suministro entre América del norte y las Islas británicas, hundiendo millones de toneladas de buques de la Entente. Operación que, a pesar del éxito inicial, terminó fracasando pues los británicos y sus aliados fueron capaces de construir más barcos de los que hundían los submarinos germanos.

   En 1915, además de la batalla de Ypres, hay sangrientos enfrentamientos con graves pérdidas, no tanto territoriales pero si humanas para ambos bandos, siendo las últimas ofensivas del año las de Artois y Champaña que causaron la pérdida de un cuarto de millón de soldados para ambas coaliciones contendientes.

   Es tal el cúmulo de noticias, a veces contradictorias, sobre el desarrollo de la contienda que la gente comienza a cansarse de tanta sobreinformación sobre lugares y ciudades que no les dicen nada porque en la mayoría de ocasiones ni siquiera sabían que existían. La excepción a esa falta de interés son los individuos que se empapan de las noticias de prensa cuando van a rasurarse a la barbería y leen la prensa, o los ciudadanos que forman parte de un grupo de debate o de una tertulia. Es lo que le ocurre a Julio que suele asistir a la reunión, más de conocidos que de amigos, que se celebra diariamente en el casino. Tertulia en la que la voz más autorizada sigue siendo la del comandante Liaño, básicamente por tres razones: porque es el único militar del grupo, porque también es el mejor informado y finalmente porque sus opiniones y comentarios suelen ser bastante razonables. Por eso, es a Liaño a quien más suele preguntar Julio.

   -Comandante, si no le importa, quisiera saber su opinión sobre la declaración gubernativa de la neutralidad de nuestro país. ¿Qué supondrá para la economía en general y para el comercio en particular?

   -Los comerciantes siempre a lo suyo, ¿verdad, Carreño?

   A Julio la alusiva respuesta de Liaño le sienta a cuerno quemado por lo que va a replicarle, pero el militar retoma la palabra.

  -Sin embargo, amigo Carreño, le contesto. Verá, que sea bueno o malo dependerá de varios factores, uno de ellos, quizá el más importante, será la duración de la contienda. Si es corta no creo que vaya a influir demasiado en nuestra maltrecha economía. Si la guerra se prolonga, digamos que dos o más años, la influencia en nuestra depauperada hacienda puede ser buena o mala. Y me explico. Será buena en la medida que nuestra agricultura, ganadería e industria sean capaces de suministrar alimentos y bienes de consumo a los contendientes que, al alargarse el conflicto, los necesitarán. Será mala si somos incapaces de hacerlo porque entonces tampoco podremos importar alimentos y bienes de producción, puesto que más de media Europa está envuelta en el conflicto. Imagino que no le habrá gustado mi respuesta, pero de momento no tengo otra que darle porque manejar la bola de cristal siempre supone pisar un terreno resbaladizo –Esto último lo ha dicho Liaño con evidente retranca.

   -Respetando la opinión, siempre cabal, del señor Liaño –El doctor Lavilla, que hoy es de la partida, suele omitir el rango militar del comandante-, y aunque lo de las guerras no sea mi fuerte, mi parecer es que en principio la neutralidad es buena. De entrada, supone que nuestros jóvenes no tendrán que ir a luchar a una guerra en la que no se nos ha perdido nada. Y aunque no soy votante del señor Dato, creo que ha optado por la mejor solución posible, declararse neutral; por cierto, como ha hecho el gobierno italiano entre otros.

   -Hay un aspecto que hasta ahora no hemos tocado –apunta don Mauricio, abogado de escasos saberes jurídicos y endebles argumentos-. Tenemos buenas relaciones con nuestros vecinos franceses e importamos muchos bienes y productos tanto de Alemania como de Inglaterra. Si alguno de ellos solicita nuestro apoyo, ¿qué podrá hacer nuestro gobierno? Lo digo, porque si fuera así, y como reza el adagio latino si vis pacem, para bellum, tendríamos que estar preparados por si hemos de meternos en el conflicto.

   -Interesante punto de vista, don Mauricio –Liaño no deja que otro conteste porque tiene enfilado al rábula-. Le voy a dar mi opinión al respecto. España, mal que nos pese, es un estado de segundo rango que carece de la potencia económica y militar suficiente para presentarse como un aliado deseable para cualquiera de las grandes potencias europeas en conflicto. ¿Por qué, si no, ninguno de los países beligerantes ha protestado por la neutralidad española? Sencillamente, porque no aportaríamos nada, por lo que en este caso el latinajo debería ser si vis pacem, para pacem.

   En España, la neutralidad comienza a tener visibles consecuencias económicas y sociales. En el terreno económico toma fuerza el proceso de modernización que se había iniciado tímidamente a principios del siglo XX. El progresivo aumento de la producción industrial es debido a que de repente se abren nuevos mercados, precisamente los de quienes ahora son los países beligerantes. La otra cara de la moneda es que al incrementarse las exportaciones restan oferta al mercado interior y la inflación se dispara, mientras que los salarios crecen a un menor ritmo, lo que acaba provocando un grave malestar social. En el campo político, la neutralidad comienza a no ser respetada ni por los países contendientes ni por la propia España que comienza a ser benevolente con los beligerantes en función de las inclinaciones del gobierno de turno. En general el pueblo español, que mayoritariamente rechaza de plano entrar en la guerra, es favorable a la Entente, pero las cúpulas del ejército, de la oligarquía y de la Iglesia católica son favorables a la Alianza. En cuanto a los partidos políticos, los conservadores se decantan por alemanes y austrohúngaros, mientras los liberales están a favor de franceses, británicos y rusos. Como explica Liaño, el impacto de la guerra se está haciendo cada vez más patente en el plano económico debido a la demanda de todo tipo de productos que necesitan los países que combaten. Se exporta todo lo que se puede, desde recursos minerales a productos agrícolas e incluso animales de carga y tiro. Y el comandante pone como ejemplo al ejército francés que cada mes necesita de unos 20000 caballos puesto que el naciente parque automovilístico todavía no cuenta con suficiente volumen como para reemplazar a los semovientes.

   La información del comandante sobre las necesidades equinas de los galos provoca que Julio se acuerde de un refrán muy español: a río revuelto, ganancia de pescadores. Y recuerda que en sus viajes por los pueblos de la región a veces los campesinos le ofrecen trueques por sus productos y uno de ellos son acémilas que ya no les hacen falta. Piensa que podría incrementar esos trueques y luego revender los animales adquiridos, ¿pero a quién y cómo?

 

    PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro III, Los hijos, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 134. Julio se hace chalán