La intentona de Grandal, para que Pacheco y
Sierra cuenten lo que hicieron el día de la Asunción, ha resultado ser un éxito.
El ingeniero se ha desmoralizado en cuanto ha oído que hay testigos que le
vieron bajar de la habitación de Salazar en compañía de su mujer. En cuanto a
Sierra, está confesando lo que hizo cuando fue a visitar al exsindicalista el
día de autos.
-… ese algo
que disipó mis dudas sobre qué hacer fue un individuo que abrió la puerta de la
habitación y asomó la cara, pero que en cuanto me vio se largó. Tardé unos
minutos en recordar donde había visto ese rostro hasta que lo identifiqué: era
el Chato de Trebujena, el mismo que le había sacudido a Curro unos días antes.
Aquello precipitó mi decisión. Mis dudas se esfumaron en un abrir y cerrar de
ojos y me largué de allí antes de verme involucrado en lo que podía ser un ajuste
de cuentas. Y es todo cuanto hice. Sé que debería haber socorrido al pobre
Curro, pero al ver al Chato me asusté…
Grandal, que ha estado escuchando la
inesperada confesión de Sierra con suma atención, piensa que de todas las
piezas que le faltaban para completar el puzle de la muerte de Salazar ya solo
resta una: la de Pacheco que forzosamente debió ser quien estuvo primero en la
habitación 16, aunque seguía existiendo la posibilidad de que alguien se le
hubiese adelantado. Además, todavía desconoce si cuando el ingeniero estuvo con
el gaditano este ya había entrado en un estado semicomatoso o se encontraba
bien. Se dice que lo mejor que puede hacer para presionarle y que cuente la
verdad es insistir en los riesgos que puede correr su mujer.
-Bien,
Pacheco, ya hemos oído la versión de Sierra de lo que hizo en su visita a
Salazar la tarde de autos. Oigamos cual es la tuya, pero antes una advertencia.
Mis empleadores no tienen ningún interés en que la hija de uno de los suyos,
naturalmente me refiero a tu esposa, pase el vergonzante calvario de la condena
del telediario. Más bien todo lo contrario. En atención a tu suegro preferirían
que no se viese involucrada en este caso. Que ocurra eso o lo contrario lo han
dejado en mi mano. Y estoy dispuesto a no mencionar a tu mujer en mi informe,
pero para ello pongo una condición sine qua non: que cuentes toda la verdad de
cuanto pasó en la habitación de Curro mientras estuvisteis allí –Grandal habla
en plural dando por sentado, aunque sigue sin saberlo con certeza, que Macarena
acompañó a Alfonso en su visita a Salazar. Y añade-. Si tengo la más mínima
sospecha de que faltas a la verdad, por acción u omisión, el nombre de tu
esposa aparecerá en el caso. Ahora la pelota está en tu tejado.
Pacheco vuelve a cerrar los ojos y piensa…,
sabe lo que para su esposa y su orgullosa familia supondrá estar en boca de los
mentideros sevillanos por un asunto tan turbio como todo lo relacionado con
Salazar e indirectamente con el caso ERE. Y se decide a contar lo que ocurrió,
pero sin cargar las tintas en lo relativo a su mujer, y centrando cuanto pasó
en su propia persona. Alguien ha de ser el chivo expiatorio, se dice, y mejor
yo que Macarena.
-Verá…, ese
día después de almorzar pensamos echarnos una siesta, pero hacía mucho calor y
no pudimos dormir. Entonces, y para aprovechar el tiempo, pensé visitar a
Curro, aunque había quedado con Jaime en ir juntos. Cando llegamos, mi paisano estaba
viendo la televisión y nos recibió cordialmente. Le pregunté si había pensado
en la propuesta sobre lo de entregarse a la justicia que Jaime y yo le
presentamos. Su respuesta fue que todavía no lo tenía claro, que lo de volver a
la cárcel se le hacía muy cuesta arriba. Entonces, Macarena, que no había
abierto la boca, comentó como de pasada que posiblemente antes o después
terminaría allí –Aquí Pacheco comienza a edulcorar lo ocurrido para exculpar a
su esposa-. Aquel inofensivo comentario, no sé por qué, enfureció a Curro que
insultó gravemente a Macarena como mujer y como esposa. Naturalmente, ella se
ofendió, pero el que se sintió más herido fui yo porque puso en tela de juicio
la integridad de mi mujer y a mí me llamó cornudo. Le pedí que retirara
inmediatamente aquellos insultos a lo que Curro no solo se negó sino que
intentó agredirme…
En su aliñado relato, Pacheco obvia los
denigrantes insultos que Macarena endilgó a Curro, así como el bofetón que le
propinó. Convierte al exsindicalista en agresor y sigue contando que ante la
agresión de Curro él trato de defenderse…
-… hubo un
forcejeo entre ambos y al tropezar mi paisano con el sillón que tenía detrás se
cayó dándose contra el canto superior del mueble con la mala fortuna que posiblemente
le debió impactar contra las costillas fracturadas. Entonces, se dejó caer y
comenzó a respirar con dificultad, al mismo tiempo que se puso lívido como un
cadáver y empezó a toser y a echar sangre lo que le impedía hablar. Tanto
Macarena como yo quedamos paralizados por la impresión que nos produjo… Recuerdo
que ella fue quien primero reaccionó, dijo que tendríamos que llamar
inmediatamente a un médico porque no había duda de que a Curro le había dado una
especie de ataque. Íbamos a hacerlo cuando de pronto pensé en algo parecido a
lo que ha explicado Jaime –A lo largo de la exposición de Sierra, Pacheco se ha
dado cuenta de que puede aprovecharse de lo contado por su compañero para
justificar porque se fue de la habitación sin llamar a la asistencia
sanitaria-. Todos sabíamos que Salazar era hombre que, desde que se convirtió
en el testigo clave del caso ERE, tenía muchos enemigos y algunos de ellos
habían comentado públicamente que no les importaría pagar a un sicario para que
se lo cargara. Entonces pensé que podrían acusarme de intentar matarle y que
solo me salvaría si creían mi versión de los hechos, pero ¿y si no me creían? A
ello se suma que, al igual que Jaime, estoy imputado en el caso ERE. Ese
recordatorio hizo que mi pánico se disparara y por mucho que Macarena insistió
en que había que llamar a un médico, decidí que nos fuéramos de allí pensando que
en un hostal tan pequeño como aquel no tardaría mucho en llegar alguien y
llamaría inmediatamente a los servicios médicos…
Pacheco se calla como si hubiera acabado su
relato. Está sudando y las manos le tiemblan. Grandal le observa atentamente
mientras sopesa la confesión del ingeniero. Cree que la exposición suena a
verosímil, aunque por experiencia es consciente que también es muy posible que
el zahareño la haya adornado en su favor. Decide ponerle a prueba.
-¿Has
terminado?, ¿sí? Pues no sé si creerte Pacheco. Lo has pintado como si se
tratara de una riña de taberna en la que el agresor sale malparado de manera
fortuita. Vamos, que lo que ocurrió fue un accidente y nada más. No sé si la
señora jueza se lo va a creer.
-Le juro por
mis hijos, que es lo que más quiero en el mundo, que acabo de contarle toda la
verdad y nada más que la verdad.
-Vamos a
ver, preguntas. Si Salazar discutió y hasta peleó contigo, ¿quiere eso decir que
antes del encontronazo estaba bien de salud?
-Ya se lo he
dicho, cuando entramos Curro estaba viendo la tele sentado en el maldito sillón
y se encontraba como siempre, hecho un chavea.
-¿Y a qué
hora entrasteis en su habitación?
-Sobre las
cuatro y media, quizá algo menos.
-¿Y cuándo
salisteis?
-Debimos
estar unos veinte minutos aproximadamente.
-¿Qué
hicisteis a continuación?
-Salimos,
cogimos el coche y nos volvimos a nuestro hotel de Orpesa. Esa misma noche
partimos hacia Sevilla pues a mí se me había acabado el permiso que tenía de mi
director.
-¿Y tú,
Sierra, a qué hora entraste en el cuarto de Curro?
-Serían las
cinco, más o menos.
-¿Y no
llegasteis a cruzaros?, lo pregunto porque los tiempos casi se superponen.
Ambos hombres niegan rotundamente.
-Bien, pues
hasta aquí hemos llegado. Una advertencia: esta charla nunca ha tenido lugar.
Si le contáis a la juez del caso que hemos hablado os costará caro; primero,
por el mero acto de haberlo hecho la jueza se pondrá de uñas contra vosotros y,
segundo y más importante, a mis patrocinadores también les joderá y entonces
irán a por vosotros y no precisamente por los cauces legales. Quedáis avisados,
y suerte, la vais a necesitar –y sin más Grandal les deja, recoge a Ponte que
sigue en la mesa donde desayunaron y se van a por el coche.
La primera pregunta de Ponte es para saber
por qué le señaló cuando hablaba con ambos andaluces. Al contarle Grandal la
añagaza en la que lo utilizó como presunto testigo el decano de la cuadrilla
suelta una carcajada.
-Ves como
tenía razón cuando aventuré que como tienes muchas horas de vuelo saldrías
airoso de este marrón. ¿Y Sierra se creyó que yo estaba en el hostal y que lo
identifiqué?
-¿Y por qué
no tenía que creérselo? No sabe quién eres y la historia que le he contado
podría perfectamente haber ocurrido. Lo verdaderamente sorprendente es que
tanto a Sierra como al matrimonio Pacheco no les hubiese visto más gente
subiendo o bajando de la primera planta,
aunque al
estar la escalera bastante alejada del comedor y del bar hace el hecho posible.
-¿Y ahora
qué?
-Lo primero,
devolverte a Torrenostra. Y lo segundo, aunque todo parece bastante claro
después de las confesiones de ese par de membrillos, es que tengo que analizar
detenidamente todos los datos que tenemos para que el puzle quede como si lo
hubiese pintado Velázquez. Y por último, he de meditar qué pongo y qué omito en
el informe que voy a redactar para el sargento Bellido que a su vez lo remitirá
a la jueza del Valle.
-O sea, que
esto es como el the end de las pelis
de Holliwood, pero falta conocer un detalle capital: ¿quién asesinó a Curro
Salazar?
-Todavía no
estoy muy seguro si se puede hablar de asesinato… ¿Te acuerdas de aquella copla
en que se cantaba que entre todos la mataron y ella sola se murió? Pues al
final, quizá en este caso tengamos que decir lo mismo, cambiando el femenino
por el masculino.
-Jacinto,
nunca sé si hablas de coña o lo haces en serio.
-Pues unas
veces sí y otras no. Recuerda que de todo hay en la viña del Señor.
PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Capítulo 28. Nada es
lo que parece, publicaré el Episodio 117. ¿Quién asesinó a Curro?