La charla entre el matrimonio
Pacheco-Hernández y su amigo Jaime Sierra sobre la citación que ambos hombres
han recibido para declarar como testigos en el caso Pradera discurre entre ambigüedades,
medias verdades y mentiras flagrantes. A Sierra le ocurre algo parecido que a
Pacheco y su esposa, también está convencido de que nadie le vio entrar ni
salir de la habitación del exsindicalista, por eso, y tras meditarlo
detenidamente, ha resuelto no declarar que estuvo en la habitación de Salazar
la tarde de los sucesos. Es consciente de que al no haber sido visto se libra
de cualquier acusación, pero si confesara que estuvo allí, dado el estado en
que encontró a Curro, podrían acusarle de ser el causante de su situación o, al
menos, de la omisión del deber de socorro. Por eso, su repuesta a Pacheco,
sobre si estuvo en la habitación de Salazar la tarde de autos es la que ha
preparado cuidadosamente y la que piensa declarar ante la Juez de Instrucción:
-No llegué a
ver a Curro, cuando me cansé de esperaros pensé en subir a verle, pero justo en
ese instante me tropecé con un viejo amigo de mis tiempos universitarios, nos
liamos… -Sierra hace una estudiada pausa tras lo de liar- y dejé de pensar en
Curro y en vosotros. Y al día siguiente me volví con él a Sevilla.
Tal y como preveía Sierra, su forma de
aludir al pretendido amigo, hace que Pacheco piense: “Ciertos son los toros,
este es de los que pierden aceite y se enrollan con el primero que encuentran a
mano”. Acepta como buena la respuesta de Sierra y plantea otra pregunta de
índole práctica:
-¿Vamos
juntos a Castellón o cada uno por su cuenta? –Y sin dar tiempo a que Sierra
conteste lo hace él-. Creo que sería más práctico que fuéramos juntos. Durante
el camino podríamos repasar que no hubiera contradicciones en nuestras declaraciones
y además el viaje nos saldría mucho más barato.
-Por mí no
hay problema. ¿Vamos en tu coche o en el mío? –pregunta Sierra sin pensar en
otro medio de viajar.
-Id en el
nuestro –propone Macarena-. No es por fardar pero con el Volvo vais a ir más
rápidos y seguros que con tu descapotable.
-Es decir,
que Volvo gana, Opel pierde –concluye Sierra.
El primero en llegar a Castellón para
declarar es Carlos Espinosa y con él la teoría de Grandal sobre el modo en que
viajarán los testigos andaluces se cae por el suelo. El malagueño llega a la
ciudad de La Plana y lo hace como en el viaje anterior, en avión. Esta vez no
aterriza en el aeropuerto castellonense de Vilanova de Alcolea sino en el de Manises,
el aeropuerto de Valencia. Allí alquila un coche. Afortunadamente para el plan
del excomisario, Pacheco y Sierra se han puesto de acuerdo en viajar juntos
hasta Castellón, por lo que a los ayudantes de Grandal todavía les quedan
oportunidades para identificarles a través del vehículo en el que van a viajar,
bien en el hotel en el que se alojen, bien viéndoles aparcar en el entorno de
la Audiencia Provincial, aunque esta la tienen como última opción puesto que el
edificio judicial está vigilado por la Policía Nacional y podrían pillarles
haciendo fotos a los testigos.
El malagueño también es el primero en declarar.
Antes de iniciar su declaración, presta juramento de decir todo lo que sepa
respecto a lo que le fuera preguntado. La Jueza Instructora le advierte de su
obligación de decir la verdad y en el caso de que no lo haga incurrirá en un
delito de falso testimonio, según dispone el artículo 458 del Código Penal. Espinosa
ha preparado su declaración con el asesoramiento de un abogado experto en
Derecho Penal, buscado y pagado por los empresarios que le encargaron negociar
con el exsindicalista. Por eso las respuestas de Espinosa son razonablemente
coherentes. Lo primero que pregunta la juez a Espinosa es el motivo por el que
visitó a Salazar el día de autos. El malagueño contesta sin vacilar:
-Por
negocios, señoría. El difunto señor Salazar era un hombre que tenía muchos
contactos con el mundo empresarial de media Andalucía, por eso los inversores
para los que trabajo me encargaron hablarle de un negocio relativo a inversiones
inmobiliarias en el Campo de Gibraltar por si pudiese interesarle a alguno de
sus conocidos. La primera vez que se lo planteé me dijo que se lo pensaría. Y
en esas estaba, esperando su respuesta. Por eso le visité.
La señora juez parece dar por buena la
explicación del malagueño, para a continuación plantearle otra pregunta:
-¿Y cómo vio
al señor Salazar?, me refiero a su estado.
-Pues muy
mal, señoría. Yo, aunque pueda sonar a inmodestia, soy hombre de cierta cultura
y aunque no sé nada de medicina me di rápidamente cuenta de que Salazar estaba
muy enfermo. Pensé que podía haber sufrido un ictus, un infarto o algún ataque
de esa clase.
La jueza ha llevado con tiento el
interrogatorio para llegar poco a poco a las preguntas que considera cruciales.
-Y siendo un
hombre de cierta cultura, por usar sus mismas palabras, ¿cómo estando en las
condiciones que estaba Salazar le dio a beber coñac?
Espinosa también ha preparado la respuesta a
una pregunta que su asesor jurídico le anticipó que sería una de las que
marcaría el resultado de su declaración. Su contestación es tan expeditiva como
han sido las anteriores.
-Señoría,
ahora en frío sé que hice mal, pero en aquel momento, ante un hombre que
parecía estar yéndose, mi reacción fue instintiva, quería reanimarlo y lo
primero que se me ocurrió fue darle a beber el brandy que llevaba. Que además
apenas ingirió porque en el mismo instante que trataba de darle un sorbito tuvo
un acceso de tos y escupió las pocas gotas que podía haber ingerido. Es una de
esas acciones, señoría, que haces en caliente y que luego tú mismo te preguntas
por qué lo hiciste y, como he dicho, solo hay una respuesta posible: lo hice
por puro instinto, sin pensarlo.
-¿Y para qué
llevaba una botella de coñac?
Salazar suspira mentalmente, el Cabo de
Hornos de la pregunta sobre el coñac parece que lo ha sorteado
satisfactoriamente, buena prueba es la inocua interpelación que acaba de
hacerle la instructora.
-Señoría,
antes de emprender un negocio tengo por costumbre estudiar a mis potenciales
clientes y uno de los rasgos que descubrí del señor Salazar era que le gustaba
el coñac. Por eso compré el mejor coñac francés que pude encontrar, un
Courvoisier Imperial XO. Lamentablemente, no tuve ocasión de ofrecérselo como
hubiese querido.
La instructora todavía se guarda una
pregunta sobre el licor.
-En la
habitación del fallecido no se ha encontrado ni el menor rastro del coñac
francés que le dio, ¿qué se hizo de esa botella?
Una vez más, el abogado penalista previó que
le formularían esa pregunta, por tanto la respuesta estaba preparada y suena
como muy razonable.
-No pudieron
encontrar ninguna botella porque me la llevé, señoría. Pensé que un coñac de
esa categoría era una pena desperdiciarlo porque a mí también me gusta. Ah, por
si fuese necesaria la botella para completar el expediente del sumario, la
tengo en mi domicilio de Marbella. Solo tengo que pedir que la envíen –Lo que
no cuenta el malagueño es que la botella que menciona no es la que compró en el
súper de Mercadona sino otra adquirida posteriormente.
La juez se ha guardado para el final las
preguntas más peliagudas.
-Según han
declarado dos de las testigos del caso, Rocío Molina y Anca Dumitrescu, usted
se comprometió a llamar a un médico de urgencias y a una ambulancia antes de
irse de la habitación del fallecido. No existe ningún rastro de que hiciera
tales llamadas. ¿Por qué no las hizo?
La pregunta es la que más teme Espinosa,
pues es la más comprometedora, y la que más dolor de cabeza causó a su asesor
jurídico para buscar una respuesta que sonara como medio razonable.
-Señoría, a
fuer de sincero he de decir que el estado en que vi al pobre Salazar me provocó
tal shock que, por usar una frase coloquial, perdí los papeles, me trastorné y
solo pensé en volver al hotel. Mire si iba ofuscado cuando salí del hostal que
ni siquiera recordé donde había aparcado el coche y me costó un buen rato
encontrarlo.
-Según las
citadas testigos –La instructora sigue apretando las tuercas al malagueño-,
mientras estuvo usted en la habitación 16 dio en todo momento la impresión de
estar muy sereno y de controlar la situación. Fue usted quien propuso que lo
primero era acostar a Salazar y que luego habría que llamar a un médico y a una
ambulancia. Incluso cuando la señorita Dumitrescu le propuso que le acompañaba
para buscar al médico, usted contestó que no la necesitaba pues se bastaba para
ello. Su tranquilidad y dominio de la situación mientras estuvo con ambas
mujeres no se compadece con que le diera un shock que le trastornara. ¿Cómo
puede explicar esa notable antinomia, esa contradicción entre lo que acaba de
declarar y lo que han contado las precitadas testigos?
Las palabras de la jueza del Valle resuenan
en la mente de Espinosa como un potente eco. Por primera vez desde que comenzó
el interrogatorio, el malagueño vacila. Hasta ahora, la declaración ha ido
razonablemente bien, no en vano la ha preparado cuidadosamente con el asesoramiento
de un experto penalista. Sus respuestas han sido claras, directas y
aceptablemente lógicas, hasta que ha llegado a la pregunta crítica de cómo
puede explicar su comportamiento mientras estuvo en la habitación donde yacía
gravemente enfermo Salazar. Cómo explicar la conducta de hombre equilibrado y dueño
de sus actos, pero que al salir no llamó al médico y a la ambulancia como
prometió a ambas mujeres. Cómo puede explicar una contradicción de tal calibre.
Es consciente de que en virtud de la contestación que dé y de que la jueza se
la crea va a depender su futuro procesal. Hace un rápido repaso mental de los
consejos de su asesor jurídico y se dispone a sortear de la mejor manera
posible el dardo envenado de la pregunta de la instructora.
PD.- Hasta
el próximo viernes que publicaré el episodio 90. Alea iacta est