"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 1 de febrero de 2019

89. Una botella de Courvoisier Imperial


   La charla entre el matrimonio Pacheco-Hernández y su amigo Jaime Sierra sobre la citación que ambos hombres han recibido para declarar como testigos en el caso Pradera discurre entre ambigüedades, medias verdades y mentiras flagrantes. A Sierra le ocurre algo parecido que a Pacheco y su esposa, también está convencido de que nadie le vio entrar ni salir de la habitación del exsindicalista, por eso, y tras meditarlo detenidamente, ha resuelto no declarar que estuvo en la habitación de Salazar la tarde de los sucesos. Es consciente de que al no haber sido visto se libra de cualquier acusación, pero si confesara que estuvo allí, dado el estado en que encontró a Curro, podrían acusarle de ser el causante de su situación o, al menos, de la omisión del deber de socorro. Por eso, su repuesta a Pacheco, sobre si estuvo en la habitación de Salazar la tarde de autos es la que ha preparado cuidadosamente y la que piensa declarar ante la Juez de Instrucción:
-No llegué a ver a Curro, cuando me cansé de esperaros pensé en subir a verle, pero justo en ese instante me tropecé con un viejo amigo de mis tiempos universitarios, nos liamos… -Sierra hace una estudiada pausa tras lo de liar- y dejé de pensar en Curro y en vosotros. Y al día siguiente me volví con él a Sevilla.
   Tal y como preveía Sierra, su forma de aludir al pretendido amigo, hace que Pacheco piense: “Ciertos son los toros, este es de los que pierden aceite y se enrollan con el primero que encuentran a mano”. Acepta como buena la respuesta de Sierra y plantea otra pregunta de índole práctica:
-¿Vamos juntos a Castellón o cada uno por su cuenta? –Y sin dar tiempo a que Sierra conteste lo hace él-. Creo que sería más práctico que fuéramos juntos. Durante el camino podríamos repasar que no hubiera contradicciones en nuestras declaraciones y además el viaje nos saldría mucho más barato.
-Por mí no hay problema. ¿Vamos en tu coche o en el mío? –pregunta Sierra sin pensar en otro medio de viajar.
-Id en el nuestro –propone Macarena-. No es por fardar pero con el Volvo vais a ir más rápidos y seguros que con tu descapotable.
-Es decir, que Volvo gana, Opel pierde –concluye Sierra.
   El primero en llegar a Castellón para declarar es Carlos Espinosa y con él la teoría de Grandal sobre el modo en que viajarán los testigos andaluces se cae por el suelo. El malagueño llega a la ciudad de La Plana y lo hace como en el viaje anterior, en avión. Esta vez no aterriza en el aeropuerto castellonense de Vilanova de Alcolea sino en el de Manises, el aeropuerto de Valencia. Allí alquila un coche. Afortunadamente para el plan del excomisario, Pacheco y Sierra se han puesto de acuerdo en viajar juntos hasta Castellón, por lo que a los ayudantes de Grandal todavía les quedan oportunidades para identificarles a través del vehículo en el que van a viajar, bien en el hotel en el que se alojen, bien viéndoles aparcar en el entorno de la Audiencia Provincial, aunque esta la tienen como última opción puesto que el edificio judicial está vigilado por la Policía Nacional y podrían pillarles haciendo fotos a los testigos.
   El malagueño también es el primero en declarar. Antes de iniciar su declaración, presta juramento de decir todo lo que sepa respecto a lo que le fuera preguntado. La Jueza Instructora le advierte de su obligación de decir la verdad y en el caso de que no lo haga incurrirá en un delito de falso testimonio, según dispone el artículo 458 del Código Penal. Espinosa ha preparado su declaración con el asesoramiento de un abogado experto en Derecho Penal, buscado y pagado por los empresarios que le encargaron negociar con el exsindicalista. Por eso las respuestas de Espinosa son razonablemente coherentes. Lo primero que pregunta la juez a Espinosa es el motivo por el que visitó a Salazar el día de autos. El malagueño contesta sin vacilar:
-Por negocios, señoría. El difunto señor Salazar era un hombre que tenía muchos contactos con el mundo empresarial de media Andalucía, por eso los inversores para los que trabajo me encargaron hablarle de un negocio relativo a inversiones inmobiliarias en el Campo de Gibraltar por si pudiese interesarle a alguno de sus conocidos. La primera vez que se lo planteé me dijo que se lo pensaría. Y en esas estaba, esperando su respuesta. Por eso le visité.
   La señora juez parece dar por buena la explicación del malagueño, para a continuación plantearle otra pregunta:
-¿Y cómo vio al señor Salazar?, me refiero a su estado.
-Pues muy mal, señoría. Yo, aunque pueda sonar a inmodestia, soy hombre de cierta cultura y aunque no sé nada de medicina me di rápidamente cuenta de que Salazar estaba muy enfermo. Pensé que podía haber sufrido un ictus, un infarto o algún ataque de esa clase.
   La jueza ha llevado con tiento el interrogatorio para llegar poco a poco a las preguntas que considera cruciales.
-Y siendo un hombre de cierta cultura, por usar sus mismas palabras, ¿cómo estando en las condiciones que estaba Salazar le dio a beber coñac?
   Espinosa también ha preparado la respuesta a una pregunta que su asesor jurídico le anticipó que sería una de las que marcaría el resultado de su declaración. Su contestación es tan expeditiva como han sido las anteriores.
-Señoría, ahora en frío sé que hice mal, pero en aquel momento, ante un hombre que parecía estar yéndose, mi reacción fue instintiva, quería reanimarlo y lo primero que se me ocurrió fue darle a beber el brandy que llevaba. Que además apenas ingirió porque en el mismo instante que trataba de darle un sorbito tuvo un acceso de tos y escupió las pocas gotas que podía haber ingerido. Es una de esas acciones, señoría, que haces en caliente y que luego tú mismo te preguntas por qué lo hiciste y, como he dicho, solo hay una respuesta posible: lo hice por puro instinto, sin pensarlo.
-¿Y para qué llevaba una botella de coñac?
   Salazar suspira mentalmente, el Cabo de Hornos de la pregunta sobre el coñac parece que lo ha sorteado satisfactoriamente, buena prueba es la inocua interpelación que acaba de hacerle la instructora.
-Señoría, antes de emprender un negocio tengo por costumbre estudiar a mis potenciales clientes y uno de los rasgos que descubrí del señor Salazar era que le gustaba el coñac. Por eso compré el mejor coñac francés que pude encontrar, un Courvoisier Imperial XO. Lamentablemente, no tuve ocasión de ofrecérselo como hubiese querido.
   La instructora todavía se guarda una pregunta sobre el licor.
-En la habitación del fallecido no se ha encontrado ni el menor rastro del coñac francés que le dio, ¿qué se hizo de esa botella?
   Una vez más, el abogado penalista previó que le formularían esa pregunta, por tanto la respuesta estaba preparada y suena como muy razonable.
-No pudieron encontrar ninguna botella porque me la llevé, señoría. Pensé que un coñac de esa categoría era una pena desperdiciarlo porque a mí también me gusta. Ah, por si fuese necesaria la botella para completar el expediente del sumario, la tengo en mi domicilio de Marbella. Solo tengo que pedir que la envíen –Lo que no cuenta el malagueño es que la botella que menciona no es la que compró en el súper de Mercadona sino otra adquirida posteriormente.
   La juez se ha guardado para el final las preguntas más peliagudas.
-Según han declarado dos de las testigos del caso, Rocío Molina y Anca Dumitrescu, usted se comprometió a llamar a un médico de urgencias y a una ambulancia antes de irse de la habitación del fallecido. No existe ningún rastro de que hiciera tales llamadas. ¿Por qué no las hizo?
   La pregunta es la que más teme Espinosa, pues es la más comprometedora, y la que más dolor de cabeza causó a su asesor jurídico para buscar una respuesta que sonara como medio razonable.
-Señoría, a fuer de sincero he de decir que el estado en que vi al pobre Salazar me provocó tal shock que, por usar una frase coloquial, perdí los papeles, me trastorné y solo pensé en volver al hotel. Mire si iba ofuscado cuando salí del hostal que ni siquiera recordé donde había aparcado el coche y me costó un buen rato encontrarlo.
-Según las citadas testigos –La instructora sigue apretando las tuercas al malagueño-, mientras estuvo usted en la habitación 16 dio en todo momento la impresión de estar muy sereno y de controlar la situación. Fue usted quien propuso que lo primero era acostar a Salazar y que luego habría que llamar a un médico y a una ambulancia. Incluso cuando la señorita Dumitrescu le propuso que le acompañaba para buscar al médico, usted contestó que no la necesitaba pues se bastaba para ello. Su tranquilidad y dominio de la situación mientras estuvo con ambas mujeres no se compadece con que le diera un shock que le trastornara. ¿Cómo puede explicar esa notable antinomia, esa contradicción entre lo que acaba de declarar y lo que han contado las precitadas testigos?
   Las palabras de la jueza del Valle resuenan en la mente de Espinosa como un potente eco. Por primera vez desde que comenzó el interrogatorio, el malagueño vacila. Hasta ahora, la declaración ha ido razonablemente bien, no en vano la ha preparado cuidadosamente con el asesoramiento de un experto penalista. Sus respuestas han sido claras, directas y aceptablemente lógicas, hasta que ha llegado a la pregunta crítica de cómo puede explicar su comportamiento mientras estuvo en la habitación donde yacía gravemente enfermo Salazar. Cómo explicar la conducta de hombre equilibrado y dueño de sus actos, pero que al salir no llamó al médico y a la ambulancia como prometió a ambas mujeres. Cómo puede explicar una contradicción de tal calibre. Es consciente de que en virtud de la contestación que dé y de que la jueza se la crea va a depender su futuro procesal. Hace un rápido repaso mental de los consejos de su asesor jurídico y se dispone a sortear de la mejor manera posible el dardo envenado de la pregunta de la instructora.

PD.- Hasta el próximo viernes que publicaré el episodio 90. Alea iacta est