"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 14 de octubre de 2014

***Clave IV. El entorno político


   En Senillar antes de la guerra civil, y también después, la mayoría de la población prestaba escasa atención a la política, los escasos interesados por la res publica se dividían entre derechas e izquierdas y la acción política se limitaba a las refriegas electorales. Alcaldes y equipos de gobierno se sucedían al vaivén de los cambios políticos en el ámbito nacional. La desidia de los diversos Ayuntamientos era el factor común. Muy ilustrativa era la anécdota que se contaba de un alcalde de los años veinte: mandó construir la primera acera del pueblo que discurría desde la puerta de la iglesia parroquial a la de su casa. La oposición lo calificó como una cacicada sin paliativos. La respuesta del edil fue contundente: si todos los alcaldes que ha tenido Senillar hubiesen hecho lo mismo todo el pueblo tendría aceras, como no lo han hecho, no las tiene.

   Tras la guerra en Senillar, como en el resto de España, la dictadura impuso el partido único y los sindicatos verticales. En el pueblo la mayoría de los vecinos sabían bien poco sobre la Falange, conocían algo de sus emblemas, de su uniforme y de su himno – el Cara al Sol -, pero apenas tenían idea sobre su doctrina. Por supuesto que había un jefe local del Movimiento – así se autodenominaba un partido que representaba la inmovilidad más absoluta - y hasta algunos delegados, como el del Frente de Juventudes, pero poco más. Teóricamente quien mandaba en el pueblo era el alcalde, cargo designado directamente por el Gobernador Civil al igual que el del jefe local de FET y de las JONS (*), pero quien de verdad cortaba el bacalao era el cacique. A éste no le designaba nadie puesto que era una autoridad que oficialmente no existía, pero era quien tenía la sartén por el mango. Generalmente el cacicato recaía en un miembro de una familia acaudalada y solía transmitirse de padres a hijos. En raras ocasiones se convertía en cacique alguien que no fuera integrante de un poderoso clan familiar, algo que solo podía ocurrir cuando un individuo tenía el apoyo sin fisuras del Gobernador Civil, auténtico sátrapa provincial. En Senillar, como en tantos pueblos de la piel de toro, existía una adinerada familia, los Arbós, uno de cuyos miembros solía ser el cacique de turno, que tenía como uno de sus principales objetivos que la mayoría de los resortes de poder quedasen en el ámbito familiar o en el de sus allegados.

   Los centros de poder estaban claramente delimitados. El político-administrativo correspondía al alcalde. En cuanto al político, sin guiones, al jefe de Falange. Ambos cargos sometidos al tutelaje del cacique y a las perentorias órdenes del Gobernador Civil. Al principio lo usual era que ambos puestos los ocupasen personas distintas, con el paso del tiempo lo habitual fue que dichos cargos recayesen en el mismo individuo. Y hablo en masculino porque a las mujeres no se las consideraba para ocupar ningún centro de poder, lo máximo a lo que podían aspirar era a alguna delegación falangista como la Sección Femenina.
   El poder religioso correspondía en  exclusiva al señor cura párroco, la influencia que pudiera tener el sacerdote en los demás centros de dominio estaba directamente relacionada con su personalidad y su ambición de mando. El poder castrense al cabo de la Guardia Civil que solía limitarse al mantenimiento del orden público y a vigilar para  que no se subvertieran los principios y estructuras del Régimen. El sindical a los presidentes de la hermandad de labradores y de la cooperativa agrícola. El económico no tenía una persona o un centro claramente definido, se repartía entre la media docena de familias con más fincas y dinero, los tres o cuatro comerciantes más prósperos, y acaso los directores de las dos entidades de crédito afincadas en Senillar: el Banco de Vizcaya y la Caja de Ahorros y Monte de Piedad de Valencia.
   Existía otro ámbito de poder que era el judicial encarnado en el juez municipal, al que posteriormente se le llamó juez de paz. No hacía falta ser abogado ni el puesto era retribuido. La capacidad de dirimir litigios y denuncias de estos jueces era mínima, pero si era un cargo que otorgaba cierto prestigio.

   Si era cierto que el fragor de las armas había cedido el paso a una paz imperfecta, llena de contrasentidos y de perversos meandros, también lo era que las batallas en las trincheras habían sido reemplazadas por maquinaciones, complots y enfrentamientos incruentos para conquistar el poder, en este caso el local. Esas peleas políticas, y no dejaba de ser una paradoja, ocurrían en el seno del Régimen, el único poder político que existía. Y pese a que ese poder no dimanaba de la voluntad popular sino de quien decía responder sólo ante Dios y ante la Historia - el Caudillo -, la lucha por quien mandaba seguía siendo tan cruel y apasionada como siempre. Eran enfrentamientos que no llegaban a la gente del común, sino que se debatían entre unas cuantas familias a las que se unía, en contadas ocasiones, algún individuo aislado como francotirador.

   La mayoría de la gente, sin posibilidad de hacer política, se volcaba en los intereses familiares e individuales y también en las alianzas y las contras circunscritas a hechos concretos y a menudo insignificantes: problemas de lindes, de derechos de paso, de turnos de riego en las norias comunales, de viejas peleas familiares de cuyo origen nadie se acordaba, de bronca en un día de mal vino, de riñas de novios que trascendían a las familias… Otra fuente inagotable de rencillas eran las herencias, dada la costumbre de repartir el patrimonio paterno a partes iguales entre todos los hijos.  Por otra parte, la mayoría de los vecinos bastante tenían con trabajar infatigablemente. Pese a la bondad del clima y contar con una relativa abundancia de agua a los senillenses nadie les había regalado nada. Prueba de ello eran los cientos de norias excavadas, los muchos marjales robados al humedal, los múltiples bancales de las colinas y los miles de ribazos construidos. Obras todas ellas que testificaban el incansable trabajo de múltiple generaciones.

   En aquellos años la gente hablaba más bien poco de política y cuando lo hacía, siempre con comedimiento – el miedo a las represalias seguía estando presente -, era para echar la culpa al Gobierno. Curiosamente, solían salvar de las críticas al Caudillo, eran los ministros los culpables de las mil y una cosa que funcionaban mal. En cambio circulaban innumerables chistes sobre Franco que la gente contaba sin ningún temor, daba la impresión de que el contenido bromista o sarcástico del chiste no suponía hablar mal del Régimen o de quien lo encabezaba. Naturalmente había personas totalmente opuestas al Movimiento y que lo criticaban ferozmente, pero siempre que tuviesen la seguridad de que sus oyentes no les iban a denunciar. Con el paso de los años el miedo se fue diluyendo y el pueblo comenzó a expresarse con más libertad, pero siempre dentro de un orden.

   La primera parte de la década de los cuarenta coincidió con la II Guerra Mundial. En Senillar, como en el resto del país, solo se conocía la información que proporcionaban los medios de comunicación españoles, absolutamente controlados por la censura del Régimen. Al principio del conflicto las noticias que aparecían en prensa y radio eran claramente proalemanas. Ejemplo de ello era como Signal, la revista de propaganda de la Wehrmatch, circulaba profusamente y era muy estimada por sus excelentes fotografías en color excepcionales para la época. A medida que los aliados fueron decantando el resultado de la contienda a su favor, la información experimentó un giro hacia los que aparecían como futuros vencedores. A la guerra del Pacífico apenas si se le prestaba atención, quedaba demasiado lejos y los senillenses poco o nada sabían del Japón. 

   En definitiva, al entorno político de Senillar se le podía aplicar el calificativo que tanto repetía el Caudillo: también padecía una pertinaz sequía, en este caso, política.