Curro
está cada día más colado por la joven camarera rumana. En buena parte es porque
Anca, pese a sus pocos años, tiene la astucia suficiente para mantener al hombre
en la cuerda floja del deseo. Un día le trata con displicencia y al siguiente
le hace unos arrumacos que ponen al exsindicalista en el disparadero del antojo.
La táctica del palo y la zanahoria parece funcionar pues Curro, a pesar de sus
años y de una trabajada experiencia con el mal llamado sexo débil, está en un
sinvivir por culpa de una jovencita que bien podría ser su hija. En una
situación así, siente la imperiosa necesidad de compartir sus vivencias con
alguien. Más que pedir consejo lo que necesita es explayarse, aligerar la carga
de encontrados sentimientos en los que se mezclan el sexo y un incipiente
enamoramiento. El problema es que en Torrenostra no cuenta con ese alguien. Sigue
sin revelar a nadie su verdadera personalidad y no tiene ni familia ni amigos
ni colegas. Lo más parecido a unos compañeros son los jubilados con los que, de
vez en cuando, se echa una partida de dominó, pero ni por asomo se le ocurre
comentar con ellos sus cuitas amorosas, posiblemente no le entenderían. Esa
tarde, tras terminarse la cotidiana partida de dominó en la que ha estado de
mirón, los viejos se van a dar una vuelta por la playa, dicen que a estirar las
piernas. Grandal no les acompaña pues tiene que volverse a Marina d´Or. Cuando
se quedan solos le comenta burlonamente a Salazar:
-No se van a
pasear, a lo que van es a ver jovencitas con las tetas al aire. Como ya no se
les levanta se contentan con ir de voyeurs –lo ha dicho a la manera francesa.
-¿Vuayeurs?
–repite Curro con una entonación interrogativa.
-Ya sabes,
los tipos que espían a escondidas a otras personas en situaciones eróticas para
excitarse sexualmente. Aunque dudo que se exciten mucho pero, bueno, tampoco
hacen daño a nadie.
Un comentario aparentemente tan aséptico
como el que acaba de hacer Grandal es motivo suficiente para que Salazar se
lance, sin pensárselo demasiado, a contar al excomisario sus cuitas amorosas,
aunque da una versión edulcorada de su vida sentimental. Le explica que se
divorció hace años, luego se emparejó con una compañera del trabajo bastante más
joven que él, la cual le dio puerta cuando le cazó pegándosela con su hermana.
Después fue pasando de unos brazos a otros y en los últimos tiempos convivió
con una mujer con la que también ha roto. Llegó a un extremo en que, un tanto
hastiado de su difícil convivencia con la grey femenina, se prometió a sí mismo
que ya no iba a tener más líos de faldas. Pero es cierto aquello de que el
hombre propone y la mujer todo lo descompone, pues ha sido aterrizar en
Torrenostra y la camarera que se ocupa de ordenar su habitación resulta ser una
jovencita que está más buena que el pan y tiene salero a raudales. Muchas
mañanas está un rato de palique con ella aprovechando que arregla el cuarto y
hasta la ha invitado a comer un par de veces explotando el hecho de que estaba
enfadada con su novio. Y lo que comenzó como un modo de mitigar la necesidad de
compañía cuando uno está solo pasó a ser un tímido flirteo y ha terminado convirtiéndose
en una verdadera obsesión por la joven. No consigue quitársela de la cabeza y más
aún desde que Anca le brindó sus favores.
-No sé si
alguna vez has experimentado lo que es tener entre tus brazos a una mujer de
diecinueve años cuando tú vas para los cincuenta. ¡Qué mujer y qué cuerpazo
tiene!. Cómo para hacer perder la cabeza al más pintado. Me ha hecho sentir
sensaciones que creía que no volvería a experimentar. Y eso a mi edad es algo
que te vuelve loco.
Grandal no hace ningún comentario, se limita
a mover la cabeza en gesto de que entiende las vivencias que le está confesando
Curro.
-Y encima,
si no quieres taza, taza y media porque hay un problema añadido, Anca tiene
novio. Es un chiquilicuatro del pueblo, uno de esos ninis de hoy en día que ni estudia
ni trabaja. Y del que para más inri no está enamorada, solo está con él porque
el pazguato pertenece a una familia con mucha pasta. Le he dicho a Anca que se
venga conmigo, que podemos vivir donde ella quiera, que no le va a faltar de
nada, pero no acabo de convencerla. Y, chico, no sé qué hacer. Estoy hecho un verdadero
lío.
Grandal tiene demasiada experiencia como
para recoger la velada invitación de su interlocutor de aconsejarle sobre la
tesitura en la que se encuentra. Sigue limitándose a escuchar y asentir. Por
otra parte, no se sorprende demasiado de lo que le cuenta Martínez, así sigue
creyendo que se llama, pues en su larga carrera en la policía ha tenido que
escuchar relatos mucho más retorcidos y escabrosos.
-Tú, en mi
lugar, ¿qué harías? –inquiere Curro.
La pregunta coge al excomisario desprevenido
porque no se la esperaba de un tipo que parece curtido en mil batallas de toda
clase. Sale del paso echando mano del galleguismo tópico.
-Pues que
quieres que te diga. Ya sabes cómo son las mujeres, nunca aciertas por donde van
a salir. Y tendrás que disculparme porque se está haciendo tarde y Chelo me
debe estar aguardando. Nos vemos mañana.
Al día siguiente, aprovechando que Curro no
aparece por la partida vespertina, en cuanto la terminan Grandal cuenta a sus
amigos el dilema sentimental en el que anda metido Martínez el Andaluz, así le
motejan a su espalda.
-Ya habías
comentado que se timaba con la moza –recuerda Ballarín.
-Hay que
reconocer que Martínez tiene buen gusto porque la Anca está de toma pan y moja
–comenta Ponte desvelando una cierta envidia.
-A mí no me
extraña nada de lo que estás contando –apostilla Álvarez- porque la moza parece
que es de las que se escurre sin haber barro.
-Explica eso
del barro –pide Ballarín- porque si no me quedo in albis.
-Es una
frase que se suele decir por la toledana comarca de La Sagra, la oí por primera
vez en Añover de Tajo, y se refiere a las mozas ligeras de cascos.
-¿Y cómo
sabes que esa chica es facilona? –pregunta Ponte.
-Porque hace
un par de veranos estuvo trabajando de canguro en casa de mi hijo Nacho, que nunca
fue precisamente un santo. Un día que su mujer volvió antes de lo acostumbrado
se lo encontró morreándose a brazo partido con la muchacha. Esa misma tarde mi
nuera la puso de patitas en la calle. Y entonces ya tenía novio, no el de ahora,
era un joven rumano que parecía un buen muchacho y al que también le ponía los
cuernos. ¡Menuda pelandusca está hecha la tal Anca!
-Llamarla
pelandusca es un poco fuerte –replica Ballarín-, pero desde luego si se la
puede calificar de promiscua.
-Eres un
santo varón Amadeo –se mofa Grandal-. ¿Promiscua?. Por lo que acaba de
contarnos Luis ya le ponía los cuernos al novio de entonces y se los pone
también al que tiene ahora. De promiscua, nada, esa muchacha es más puta que
las gallinas.
-O sea, que lo
dicho, se escurre sin haber barro –remacha Álvarez.
Las dos personas que protagonizan el
cotilleo de los jubilados están en esos mismos momentos en situaciones
distintas. Anca está en el coche de Vicentín soportando, por lo que parece, la
enésima bronca de su novio porque alguien le ha ido con el cuento de que la
vieron en el coche de un foraster. Se
han reconciliado en cuanto la joven ha comenzado a besuquearlo. A Curro, que
los está espiando, se lo llevan los demonios, y termina de descomponerse cuando
adivina, más que verlo pues solo puede observar las cabezas de la pareja, que
Anca se inclina hacia la entrepierna del chico mientras este pone cara de
felicidad. Es más de lo que puede soportar y se marcha.
Cuando
Curro llega al hostal se encuentra con una desagradable sorpresa, tiene una
nota en el casillero de su habitación. El mensaje, escrito en un pésimo
castellano, dice: Le a yamado un señor.
Volverá a yamar.
-¿Quién es
el que me ha llamado? –pregunta a la jovencita que hace las veces de factótum.
-No lo sé,
no ha dejado su nombre.
-¿Pero seguro
que el hombre que ha llamado ha preguntado por mí?
-Por
supuesto. Ha dicho que quería hablar con el señor Francisco Martínez. Usted es
el único huésped que se llama así.
Desde que está en Torrenostra es la primera
vez que alguien pregunta por él, aunque el hecho de que hayan dado su falsa
identidad debería tranquilizarle. Otra cosa es que hubieran usado su verdadero
nombre. De todos modos es algo inquietante. La preocupación crece
exponencialmente cuando le llaman para avisarle de que vuelve a tener una
llamada. Coge el teléfono como si fuera un bicho venenoso.
-Diga.
-¿Francisco
Salazar?
Al oír su nombre el corazón le da un vuelco.
Su primer pensamiento es que se trata de la policía, pero en seguida recapacita,
si fueran los maderos no le llamarían por teléfono, habrían estado allí para
detenerle. Por su mente pasan como un torbellino múltiples pensamientos. Como
no contesta, el desconocido que parece que le ha leído el pensamiento vuelve a
hablar:
-Tranquilo,
Salazar, no corre ningún peligro, pero tenemos que hablar.
PD.-
¡¡¡FELIZ Y PRÓSPERO AÑO NUEVO 2018!!!