"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 19 de mayo de 2020

Libro I. Episodio 34. ¿Y por qué no lo haces?


    Los guripas extremeños siguen contemplando atónitos el artilugio llamado gramófono con el que les ha sorprendido Dolors en la reunión de Nochevieja.
   -Estoy pensando que un invento así debe costar una pila de duros, ¿y cómo tu señora te lo ha dejado por las buenas? –pregunta, suspicaz, Julio.
   -¡Huy, la señora ni lo ha tocado! –responde la joven-. Dice que este invento debe ser cosa del demonio y usarlo tiene que resultar pecaminoso. Hasta que no lo consulte con su confesor, no piensa ponerle un dedo encima, por eso me lo ha dejado. Eso sí, me ha advertido que manejarlo sin ton ni son puede ocasionar pecados contra el Espíritu Santo, que son los únicos que no tienen perdón de Dios, pero que si quiero condenarme es asunto mío.
   -¿Y no ties miedo a condenarte? –pregunta Agustín.
   -Agustinet –Julio no conocía ese diminutivo del nombre del montanchego-, los pobres bastante condenaos estamos por haber nacido sin un céntimo. Lo que nos pase después de muertos no creo que sea peor que la vida tan achuchá que llevamos de vivos.
   -Estoy pensando en un primo mío, Adalberto se llama el indino, al que este cacharro le va a joder la vida –explica Agustín-. Mi primo toca la trompeta en la banda del pueblo y con otros músicos tienen montao una orquesta con la que ganan sus buenos duros tocando en toas las fiestas y romerías. Cuando este cacharro se venda por cuatro cuartos se le acabó la mamandurria al Adalberto, ¡quién lo iba a decir!
   -Dejaos de historias –ataja Dolors-, ¿es que no queréis bailar ahora que tenemos música? Yo le doy vueltas al cacharro y tú –dirigiéndose a Roser-, baila con el teu noviet. Luego, giráis la manivela vosotros y Julio bailará conmigo. ¡Vamos, si el señor contable no se da de menos de bailar con una chacha!
   Dolors solo cuenta con tres discos, los que le ha dejado su ama, y uno tras otro los pone en el gramófono para que bailen Agustín y Roser. Al montanchego se le da fatal el bailoteo, es incapaz de seguir el ritmo que le marca su novia, en su defecto se agarra bien a la mallorquina que redondeces no le faltan. El sobeo que, de manera tan descarada, está propinándole Agustín a la Roser despierta los apetitos de la otra pareja por lo que…
   -¡Bueno, ya está bien!, se acabaron las músicas, ya no hay más discos. Ahora es vuestro turno de darle a la manivela –manda Dolors y, cogiendo de la mano a Julio, le lleva al centro de la bajera-. A ver si eres menos patoso que tu amigo.
   Y no solamente Julio es menos patoso que Agustín, sino que resulta ser un excelente bailarín. Lo primero que bailan es un clásico vals francés. El mañego muestra que se le dan igual de bien los giros a la derecha que a la izquierda ante el contento y satisfacción de Dolors.
   -¡Olé mi extremenyet ja que vore lo be que valle! –exclama la joven inquera mezclando el castellano y el mallorquín.
   -No sé que coño has dicho, pero no hables que vas a perder el ritmo.
   -Lo que voy a perder es la cabeza como sigas dando vueltas.
   Los valses se han acabado y lo que suena ahora es una endiablada polca. Ante la sorpresa de Dolors, parece que Julio también sabe bailar la danza popular nacida en Bohemia que se baila con pasos laterales y evoluciones rápidas. Y es que Julio, en sus años alijando en la Raya, no se privó de nada lo que le sirvió, entre otras habilidades, para llegar a ser un consumado bailarín. El endemoniado ritmo de la polca es demasiado para la mallorquina, que para poder seguir a su pareja lo que hace es colgarse literalmente del cuello del mañego y pegarse a él como una lapa.
   Mientras en Palma el singular artilugio llamado gramófono está propiciando que ambas parejas bailen cada vez más apretujados, en Malpartida todo es mucho más comedido. En casa de los Manzano la tía María, que es la que maneja la cocina en las fechas señaladas, ha preparado una modesta pero sabrosa cena en la que no falta de nada. La sorpresa de la noche la da Luis Campos que, sin haber sido previamente invitado al decir de la señora Soledad, aparece de improviso con un paquete bajo el brazo en el que lleva turrones, peladillas para la gente menuda, y un par de botellas de sidra de la conocida marca asturiana El Gaitero. Consuelo, que le ha puesto buena cara al mozo ante la alegría de su madre, le agradece en su nombre y en el de la familia el detalle que ha tenido.
   En Palma, el cuarteto recibe una inesperada visita. Resulta que unas amigas de Dolors, a quienes refirió la existencia del gramófono, se han pasado por la bajera para ver de cerca el singular artilugio. La joven mallorquina disfruta como una adolescente enseñando a sus amigas, que han venido acompañadas de sus parejas, el funcionamiento del cacharro. Al ser más a darle vueltas a la manivela, el baile se generaliza y Dolors aprovecha para presumir de lo bien que baila su pareja de la noche. Uno de los tres discos que tienen recoge unas melodías lentas cantadas en francés que sirven para que la mallorquina se le pegue cariñosamente  al mañego. En uno de los obligados descansos, uno de los chicos recién llegados le comenta a Julio en un aparte:
   -Tío, tienes a la Dolors a punto de caramelo, si no te la tiras esta noche no te la vas a tirar nunca.
   Julio ni siquiera responde, pero se queda con la copla y comienza a mirar a Dolors con nuevos ojos. Hace la tira de tiempo que no ha estado con una mujer en estricto sentido bíblico, desde aquellos años en los que alijaba en la Raya y se conocía la mitad de los burdeles de los pueblos rayanos a uno y otro lado de la frontera. Curiosamente, en ningún momento se le ha pasado por la cabeza lo de que debe guardar la ausencia de su novia. Entre el mucho alcohol trasegado, y las lujuriosas imágenes que el comentario del desconocido han despertado en su mente, está para cualquier cosa, pero no para pensar que, un mar por medio y varios cientos de quilómetros de distancia, hay una joven que aguarda su regreso y confía en su fidelidad.
   A todo eso, como las amigas de Dolors se han ido y el cuarteto se ha cansado de dar vueltas a la dichosa manivela, el gramófono ha dejado de sonar, pero han descubierto que si dejan la puerta de la bajera medio entornada se cuelan los compases de unos músicos que deben estar amenizando un baile cercano. Con lo cual todos pueden seguir bailando. En un momento de la noche Julio se apercibe que la otra pareja ha desaparecido sin decir palabra.
   -¿Dónde se han metido Roser y Agustín? –pregunta el mañego.
   -¿Los necesitas o es que tienes miedo de quedarte a solas conmigo? Te prometo que no muerdo, al contrario, esta noche tengo el corazón más tierno que el de un pichón –y Dolors vuelve a pegarse al cuerpo del mozo.
   A estas alturas de la velada, Julio se ha olvidado de todo, incluida la lealtad a su novia, y no piensa, únicamente siente las vibraciones que le transmite el cálido cuerpo de la joven. Hasta ahora han bailado en silencio, pero el mañego comienza a hablarle a la joven rozándole la oreja. Dolors no contesta, solo ronronea como si fuera una gata en celo.
   -No sé cuánto tiempo hacía que no tenía una mujer entre mis brazos que me hiciera sentir tan hombre… ¿A todos los vuelves tan locos o es que me has dado un brebaje de los que preparan las brujas para enamorar a los hombres? ¿Oyes como late mi corazón?, va a mil… -Visto que la moza sigue sin responder, el mañego cambia de táctica y comienza a besuquear el cuello de la joven. Los ronroneos crecen de intensidad y la respuesta de Dolors es devolverle los besos, primero suavemente en el cuello, luego le muerde los lóbulos de las orejas y finalmente le ofrece su entreabierta boca. Cuando las lenguas entran en contacto, Julio termina por perder los papeles y su mano derecha baja de la cintura adonde las redondeces femeninas son más sugerentes. Dolors sigue sin decir nada, únicamente se apretuja si cabe más contra el joven.
   -Me tienes loco, Dolors, no pienso más que en desnudarte.
   La respuesta de la mujer, con un tono que suena ronco, es música celestial para el mañego.
   -¿Y por qué no lo haces? -Es oír la pregunta y Julio se encalabrina. La consecuencia no podía ser otra. El joven ha trasegado mucho alcohol, lleva mucho tiempo de abstinencia y la carne, como suelen recordar los clérigos, es flaca.
   Pasaron los fastos navideños y el año 1890 está discurriendo para Carreño de manera más onerosa que el anterior. Su madre le ha enviado una carta en la que de una manera velada habla de Consuelo de una forma especialmente confusa. El mañego, que ha aprendido a leer entre líneas los escritos de Pilar, se inquieta. Deduce que su madre quiere decirle algo, pero o no se atreve o no quiere expresarlo de forma clara y patente. Y ese algo solo puede estar referido a su novia. Algo pasa con Consuelo y no debe de ser bueno, lo que ha puesto al guripa de los nervios. A la misiva de su madre se une lo ocurrido en la Nochevieja. Piensa que, si por un casual, Consuelo se enterara corre el grave riesgo de que ponga pie en pared y le mandé a escardar cebollinos. Eso, repite, si se entera de su desliz, porque si no se entera todo seguirá como antes. ¿Y cómo se va a enterar?, se pregunta. Él no se lo ha contado a nadie, ni siquiera lo ha comentado con Agustín. Además, aunque su paisano supiera o sospechara lo que sucedió en aquella bajera entre la mallorquina y él, a fuer de amigo suyo no lo iba a contar…, y por si faltaba algo recuerda que Agustín es analfabeto. Y, desde luego, ninguna de las jóvenes van a decir una palabra y aunque quisieran hacerlo desconocen la dirección de Consuelo…, por tanto tiene las espaldas cubiertas en el sentido de que su secreto está a buen recaudo. Pese a todos los argumentos y razonamientos que se hace no está tranquilo, hay una especie de diablillo que en los momentos más impensados aparece en su mente y le acusa de adúltero, de infiel y de ser un hombre sin palabra… Y ahí vuelve a entrar su educación en danza. Su madre le enseñó desde crío que un hombre vale lo que su palabra… y la suya, quedó bien patente en la Nochevieja, vale bien poco.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
35. Quien lo iba a decir, de exámenes