Los guripas extremeños siguen contemplando
atónitos el artilugio llamado gramófono con el que les ha sorprendido Dolors en
la reunión de Nochevieja.
-Estoy pensando que un invento así debe
costar una pila de duros, ¿y cómo tu señora te lo ha dejado por las buenas?
–pregunta, suspicaz, Julio.
-¡Huy, la señora ni lo ha tocado! –responde
la joven-. Dice que este invento debe ser cosa del demonio y usarlo tiene que
resultar pecaminoso. Hasta que no lo consulte con su confesor, no piensa
ponerle un dedo encima, por eso me lo ha dejado. Eso sí, me ha advertido que
manejarlo sin ton ni son puede ocasionar pecados contra el Espíritu Santo, que
son los únicos que no tienen perdón de Dios, pero que si quiero condenarme es
asunto mío.
-¿Y no ties miedo a condenarte? –pregunta
Agustín.
-Agustinet –Julio no conocía ese diminutivo
del nombre del montanchego-, los pobres bastante condenaos estamos por haber
nacido sin un céntimo. Lo que nos pase después de muertos no creo que sea peor
que la vida tan achuchá que llevamos de vivos.
-Estoy pensando en un primo mío, Adalberto
se llama el indino, al que este cacharro le va a joder la vida –explica
Agustín-. Mi primo toca la trompeta en la banda del pueblo y con otros músicos
tienen montao una orquesta con la que ganan sus buenos duros tocando en toas
las fiestas y romerías. Cuando este cacharro se venda por cuatro cuartos se le
acabó la mamandurria al Adalberto, ¡quién lo iba a decir!
-Dejaos de historias –ataja Dolors-, ¿es que
no queréis bailar ahora que tenemos música? Yo le doy vueltas al cacharro y tú
–dirigiéndose a Roser-, baila con el teu
noviet. Luego, giráis la manivela vosotros y Julio bailará conmigo. ¡Vamos,
si el señor contable no se da de menos de bailar con una chacha!
Dolors solo cuenta con tres discos, los que
le ha dejado su ama, y uno tras otro los pone en el gramófono para que bailen
Agustín y Roser. Al montanchego se le da fatal el bailoteo, es incapaz de
seguir el ritmo que le marca su novia, en su defecto se agarra bien a la
mallorquina que redondeces no le faltan. El sobeo que, de manera tan descarada,
está propinándole Agustín a la Roser despierta los apetitos de la otra pareja
por lo que…
-¡Bueno, ya está bien!, se acabaron las
músicas, ya no hay más discos. Ahora es vuestro turno de darle a la manivela
–manda Dolors y, cogiendo de la mano a Julio, le lleva al centro de la bajera-.
A ver si eres menos patoso que tu amigo.
Y no solamente Julio es menos patoso que
Agustín, sino que resulta ser un excelente bailarín. Lo primero que bailan es
un clásico vals francés. El mañego muestra que se le dan igual de bien los
giros a la derecha que a la izquierda ante el contento y satisfacción de
Dolors.
-¡Olé mi extremenyet
ja que vore lo be que valle! –exclama la joven inquera mezclando el
castellano y el mallorquín.
-No sé que coño has dicho, pero no hables
que vas a perder el ritmo.
-Lo que voy a perder es la cabeza como sigas
dando vueltas.
Los valses se han acabado y lo que suena
ahora es una endiablada polca. Ante la sorpresa de Dolors, parece que Julio
también sabe bailar la danza popular nacida en Bohemia que se baila con pasos
laterales y evoluciones rápidas. Y es que Julio, en sus años alijando en la Raya, no se privó de nada lo que le
sirvió, entre otras habilidades, para llegar a ser un consumado bailarín. El
endemoniado ritmo de la polca es demasiado para la mallorquina, que para poder
seguir a su pareja lo que hace es colgarse literalmente del cuello del mañego y
pegarse a él como una lapa.
Mientras en Palma el singular artilugio
llamado gramófono está propiciando que ambas parejas bailen cada vez más
apretujados, en Malpartida todo es mucho más comedido. En casa de los Manzano
la tía María, que es la que maneja la cocina en las fechas señaladas, ha
preparado una modesta pero sabrosa cena en la que no falta de nada. La sorpresa
de la noche la da Luis Campos que, sin haber sido previamente invitado al decir
de la señora Soledad, aparece de improviso con un paquete bajo el brazo en el
que lleva turrones, peladillas para la gente menuda, y un par de botellas de
sidra de la conocida marca asturiana El Gaitero. Consuelo, que le ha puesto
buena cara al mozo ante la alegría de su madre, le agradece en su nombre y en
el de la familia el detalle que ha tenido.
En Palma, el cuarteto recibe una inesperada
visita. Resulta que unas amigas de Dolors, a quienes refirió la existencia del
gramófono, se han pasado por la bajera para ver de cerca el singular artilugio.
La joven mallorquina disfruta como una adolescente enseñando a sus amigas, que
han venido acompañadas de sus parejas, el funcionamiento del cacharro. Al ser
más a darle vueltas a la manivela, el baile se generaliza y Dolors aprovecha
para presumir de lo bien que baila su pareja de la noche. Uno de los tres
discos que tienen recoge unas melodías lentas cantadas en francés que sirven
para que la mallorquina se le pegue cariñosamente al mañego. En uno de los obligados descansos,
uno de los chicos recién llegados le comenta a Julio en un aparte:
-Tío, tienes a la Dolors a punto de
caramelo, si no te la tiras esta noche no te la vas a tirar nunca.
Julio ni siquiera responde, pero se queda
con la copla y comienza a mirar a Dolors con nuevos ojos. Hace la tira de
tiempo que no ha estado con una mujer en estricto sentido bíblico, desde
aquellos años en los que alijaba en la
Raya y se conocía la mitad de los burdeles de los pueblos rayanos a uno y otro lado de la
frontera. Curiosamente, en ningún momento se le ha pasado por la cabeza lo de
que debe guardar la ausencia de su novia. Entre el mucho alcohol trasegado, y
las lujuriosas imágenes que el comentario del desconocido han despertado en su
mente, está para cualquier cosa, pero no para pensar que, un mar por medio y
varios cientos de quilómetros de distancia, hay una joven que aguarda su regreso
y confía en su fidelidad.
A todo eso, como las amigas de Dolors se han
ido y el cuarteto se ha cansado de dar vueltas a la dichosa manivela, el
gramófono ha dejado de sonar, pero han descubierto que si dejan la puerta de la
bajera medio entornada se cuelan los compases de unos músicos que deben estar
amenizando un baile cercano. Con lo cual todos pueden seguir bailando. En un
momento de la noche Julio se apercibe que la otra pareja ha desaparecido sin
decir palabra.
-¿Dónde se han metido Roser y Agustín?
–pregunta el mañego.
-¿Los necesitas o es que tienes miedo de
quedarte a solas conmigo? Te prometo que no muerdo, al contrario, esta noche
tengo el corazón más tierno que el de un pichón –y Dolors vuelve a pegarse al
cuerpo del mozo.
A
estas alturas de la velada, Julio se ha olvidado de todo, incluida la lealtad a
su novia, y no piensa, únicamente siente las vibraciones que le transmite el
cálido cuerpo de la joven. Hasta ahora han bailado en silencio, pero el mañego
comienza a hablarle a la joven rozándole la oreja. Dolors no contesta, solo
ronronea como si fuera una gata en celo.
-No sé cuánto tiempo hacía que no tenía una
mujer entre mis brazos que me hiciera sentir tan hombre… ¿A todos los vuelves
tan locos o es que me has dado un brebaje de los que preparan las brujas para
enamorar a los hombres? ¿Oyes como late mi corazón?, va a mil… -Visto que la
moza sigue sin responder, el mañego cambia de táctica y comienza a besuquear el
cuello de la joven. Los ronroneos crecen de intensidad y la respuesta de Dolors
es devolverle los besos, primero suavemente en el cuello, luego le muerde los lóbulos
de las orejas y finalmente le ofrece su entreabierta boca. Cuando las lenguas
entran en contacto, Julio termina por perder los papeles y su mano derecha baja
de la cintura adonde las redondeces femeninas son más sugerentes. Dolors sigue
sin decir nada, únicamente se apretuja si cabe más contra el joven.
-Me tienes loco, Dolors, no pienso más que
en desnudarte.
La respuesta de la mujer, con un tono que
suena ronco, es música celestial para el mañego.
-¿Y por qué no lo haces? -Es oír la pregunta
y Julio se encalabrina. La consecuencia no podía ser otra. El joven ha
trasegado mucho alcohol, lleva mucho tiempo de abstinencia y la carne, como
suelen recordar los clérigos, es flaca.
Pasaron los fastos navideños y el año 1890
está discurriendo para Carreño de manera más onerosa que el anterior. Su madre
le ha enviado una carta en la que de una manera velada habla de Consuelo de una
forma especialmente confusa. El mañego, que ha aprendido a leer entre líneas
los escritos de Pilar, se inquieta. Deduce que su madre quiere decirle algo,
pero o no se atreve o no quiere expresarlo de forma clara y patente. Y ese algo
solo puede estar referido a su novia. Algo pasa con Consuelo y no debe de ser
bueno, lo que ha puesto al guripa de los nervios. A la misiva de su madre se
une lo ocurrido en la Nochevieja. Piensa que, si por un casual, Consuelo se
enterara corre el grave riesgo de que ponga pie en pared y le mandé a escardar
cebollinos. Eso, repite, si se entera de su desliz, porque si no se entera todo
seguirá como antes. ¿Y cómo se va a enterar?, se pregunta. Él no se lo ha
contado a nadie, ni siquiera lo ha comentado con Agustín. Además, aunque su
paisano supiera o sospechara lo que sucedió en aquella bajera entre la
mallorquina y él, a fuer de amigo suyo no lo iba a contar…, y por si faltaba
algo recuerda que Agustín es analfabeto. Y, desde luego, ninguna de las jóvenes
van a decir una palabra y aunque quisieran hacerlo desconocen la dirección de
Consuelo…, por tanto tiene las espaldas cubiertas en el sentido de que su
secreto está a buen recaudo. Pese a todos los argumentos y razonamientos que se
hace no está tranquilo, hay una especie de diablillo que en los momentos más
impensados aparece en su mente y le acusa de adúltero, de infiel y de ser un
hombre sin palabra… Y ahí vuelve a entrar su educación en danza. Su madre le
enseñó desde crío que un hombre vale lo que su palabra… y la suya, quedó bien patente
en la Nochevieja, vale bien poco.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
35. Quien
lo iba a decir, de exámenes