"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 2 de junio de 2020

Libro I. Episodio 38. La pelea del medio punto


   Doblarle el brazo al tío Bronchales no fue en absoluto fácil. De él se decía, entre otras muchas habladurías, que los reales que ganaba jamás volvían a ver el sol, pues real que llegaba a sus manos, real que iba a la faltriquera. La partida estuvo en un tris de perderla la maestra pues el prestamista, tras muchos regateos, aceptó aumentarle su salario un veinte por ciento, algo impensable para el usurero unos meses antes. Pero la aragonesa, que ahora conocía de primera mano los entresijos del negocio y los saneados réditos que daba, se obcecó en que le duplicaba la paga o dejaba de llevarle las cuentas. El ultimátum fue demasiado para el Bronchales que se plantó y dijo que no pensaba darle ni una peseta más. Ahí fue cuando la relación estuvo a punto de romperse definitivamente, de hecho la maestra llegó a tener empaquetados los libros de contabilidad para devolverlos. Y cuando todo parecía irremisiblemente roto, la inopinada intervención de Luis Campos propició que ambas partes retomaran el diálogo aunque por persona interpuesta.
   -Señor Dimas, me urge el préstamo. Tengo alquilao el local pa la tienda, pero hay que hacer
unos arreglos y la cuadrilla de albañiles que se va a encargar de las obras me pide un anticipo de ciento veinte duros pa comprar materiales –explica Campos al tío Elías.
   -El préstamo lo tendrás inmediatamente en cuanto la cabezona de la maestra me devuelva los libros. Eso será mañana o pasao lo más tardar.
   -¿Doña Pilar ha dejao de llevarle las cuentas?, ¿y cómo ha sido eso?
   El Bronchales, aunque no es muy dado a contar sus problemas, le refiere a Luis el contencioso que mantiene con Pilar por unas pesetas de nada y que, como no se baja de la pretensión de que le doble el sueldo y a él nadie le pone las peras al cuarto, ha decidido mandarla a paseo y volver a lo de antes: papelitos y memoria. Luis razona al prestamista que, en su opinión, esa no es una buena solución y le hace ver que Pilar le hace más falta a su negocio que él a la aragonesa.
   -Verá, señor Dimas. Pilar Lahoz, hasta donde yo sé y supongo que usted también, no apalea los duros, pero tampoco le falta de na, ni siquiera unas pesetas pa gastarlas en chuminás si ganas tuviera. Por lo que parece, si ella trabaja pa usted es más que na pa darse algún capricho y poco más. Lo que quiere decir que si deja de llevarle las cuentas se va a quedar como antes. Y sí, su negocio también seguirá, pero con más problemas, al menos contables. Y como pa muestra vale un botón, ahí está lo de mi préstamo, usted no me lo puede dar ahora mismo porque le hacen falta los libros que lleva la maestra. ¿Qué usted no quiere doblarle la paga?, lo entiendo, yo tampoco lo haría, pero es que entre parar y correr está el caminar. Si me deja que hable con ella, trataré de que se ponga en razón, en el bien entendido que nunca se hablará del doble de aumento, pero… entre un veinte y un cien por cien hay mucho trecho pa recorrer…y negociar. Y de eso, usted sabe más que nadie –El placentino, que no es tonto, termina trabajándose la vanidad del prestamista.
   El tío Dimas, que aunque le pese sigue necesitando a la maestra, acepta la mediación de Luis y este habla con Pilar. Le hace ver que es una cabezonería obcecarse en que el usurero tiene que doblarle el sueldo y trata de convencerla de que acepte el aumento de la paga otro veinte por ciento más. Así obtendrá un incremento del cuarenta por ciento que no deja de ser una barbaridad de aumento. Y que él se encarga de que la otra parte se trague lo que para el usurero será como tomarse una dosis de aceite de ricino. Pilar le pide tiempo para pensárselo y en el entretanto no se queda mano sobre mano, procura informarse sobre los pactos que se hacen entre empresas y asalariados en el mundo moderno. Y para ello recurre al profesor Hernández, el que fue maestro de su hijo cuando estudiaba contabilidad. Se entrevista con el antiguo profesor de la Escuela de Comercio de Madrid y le cuenta su problema.
   -… y así es como está el asunto, señor Hernández. No es que me vaya la vida en seguir llevándole las cuentas al señor Dimas, pero sí me gustaría continuar porque esas pesetillas extras que me gano me vendrán de perlas cuando Julio vuelva de la mili, y así podré ayudarle si se decide a poner en marcha algún negocio.
   -¡Doña Pilar, no sabe lo que ha logrado! Conseguir que el buitre del Bronchales le suba un cuarenta por ciento el sueldo es una hazaña digna de figurar en un libro de récords si lo hubiera. Mucho debe de hacerle falta para que ese sacacuartos haya llegado a ese extremo, pero… si continúa tirando de la cuerda la va a romper.
   -Entonces la disyuntiva que tengo es: o acepto el cuarenta por ciento de aumento, que dado lo que me paga al final no supone tanto, o hago mutis por el foro y dejo al buitre que se las componga.
   -Tiene otra opción que comienza a usarse en las empresas norteamericanas y que en Europa se está tímidamente abriendo paso. Se llama participación en beneficios, incentivo que el patrón da al empleado dependiendo de las ganancias de la empresa. Hasta donde sé, el Bronchales está moviendo mucho dinero últimamente pues se ha extendido por media provincia, también por parte de Badajoz y hasta tiene deudores en algunos pueblos de las provincias de Toledo y Salamanca. ¿Es así?
   -Efectivamente, profesor. El tío Dimas ha ampliado mucho su negocio en los últimos tiempos y tiene muchos clientes. Creo que su éxito está en el modelo de los préstamos que concede. No dispensa grandes cantidades, sus intereses siendo altos no son los más onerosos, y tiene bastante correa cuando hay que tenerla. Por eso ha crecido tanto y, posiblemente, más que lo va a hacer.
   -Bien, veo que es un negocio con viento en popa como suele decirse. Entonces lo que le propongo es que se olvide de que le doble el salario, acepte ese cuarenta por ciento más de subida, que porcentualmente es mucho, y añada lo siguiente: pídale que una vez al año, cuando hagan el balance del año fiscal, le pague un modestísimo 0,5 por ciento de los beneficios, si los hubiesen habido.
   -Claro que los hay. En el negocio del señor Dimas no existen las pérdidas. Solo hay algún caso, y sobran dedos en una mano para contarlos, de deudores que por fas o por nefas no pueden hacer frente a los vencimientos, bien del interés, bien del principal. Y cuando eso ocurre ya se encarga el tío Feliciano el Cachas y su hijo mayor de que el moroso no vuelva a serlo.
   -Ya sabía que en la usura el concepto de pérdidas es inexistente. Al pedirle ese 0,5 por ciento, añadiendo siempre en el supuesto de que hubiesen beneficios, convierte su petición en algo posible pero nunca seguro y, aunque parezca una patochada, será precisamente ese pequeño matiz el que haga que quizá, y remarco lo del quizá, el Bronchales se lo conceda.
   -¿Y si no acepta este nuevo trato?
   -Entonces, la decisión es suya y el resultado no puede ser otro: o se queda con el cuarenta por ciento de subida o se olvida del Bronchales.
   -Usted, profesor, en mi lugar ¿qué haría?
   -Esa pregunta, y permítame la corrección hecha con el debido respeto, es de las que nunca deberían hacerse. Nunca podemos meternos del todo en la piel de los demás. Ni yo soy usted, ni tengo sus expectativas. Ahora bien, por ser la madre de quien es haré una excepción y le contestaré. Si el Bronchales no se apea del burro, cosa que no me extrañaría, y se empecina en lo del cuarenta de aumento y ni un real más, yo lo aceptaría, pero… en cuanto le pillara en un momento de flaqueza, volvería a plantearle lo del 0,5 por ciento de los beneficios, si existieran. Eche cuentas, y verá el montón de dinero que podría llevarse.
   Doña Pilar, siguiendo los consejos de Hernández, le cuenta a Luis Campos que se lo ha pensado mucho y que está dispuesta a quedarse con el cuarenta por ciento de aumento de salario, con una condición: cuando cuadren los balances anuales, y solo en el supuesto de que los beneficios superaran con creces a los gastos, exactamente más del doble, entonces el señor Dimas le abonará un modestísimo medio punto por ciento de esos beneficios. Esa es una variante que ha introducido la aragonesa que ha vuelto a echar cuentas. El placentino, que no es demasiado ducho en cuestión de números, no acaba de entender del todo lo que realmente propone Pilar, pero se queda con la idea de que puede volver donde el prestamista y jactarse de que, gracias a su buena mano, la maestra se conforma con la subida pactada y la menudencia de medio punto sobre los beneficios cuando estos superen en el cien por cien a los gastos.
   -Y no es por echarme flores, señor Dimas, pero ya ve lo que le he conseguido. Le confieso que fui a hablar con la maestra con la predisposición de que tendría que regatear con ella más que un tratante de guarros en la feria de julio, pero lo que son la mujeres, se ve que la cogí en un día de esos tontos que a veces tienen o no sé lo que fue, pero al final aceptó la subida del cuarenta por ciento a lo que añadió esa ridiculez del medio punto. Y no crea que no me costó, estuve más de media tarde charlando con ella, que si patatín, que si patatán, porque la jodía es dura de pelar, pero al final me la llevé al huerto…, en el buen sentido, naturalmente. Y es que, como he dicho, no es por echarme flores, pero con las mujeres tengo buena mano. Y dao el buen resultao de mis gestiones, espero que me haga una pequeña rebaja en el interés del préstamo. Creo que me lo he ganao a pulso.
  Nadie sabe lo que pudo pasar por la cabeza del Bronchales, que al revés que el placentino sí sabe mucho de números, pero ante la sorpresa de Pilar, del profesor Hernández y de Julio cuando se le contó en su siguiente carta, el prestamista aceptó la propuesta que le llevó Luis. Y así se solucionó la confrontación entre Pilar y su patrón, que la familia Carreño-Lahoz siempre recordó como la pelea del medio punto y que tanto peso iba a tener en su futuro, aunque ellos no lo pudiesen imaginar en ese momento.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
39. ¡Qué te den por saco!