Doblarle el brazo al tío Bronchales no fue
en absoluto fácil. De él se decía, entre otras muchas habladurías, que los
reales que ganaba jamás volvían a ver el sol, pues real que llegaba a sus
manos, real que iba a la faltriquera. La partida estuvo en un tris de perderla
la maestra pues el prestamista, tras muchos regateos, aceptó aumentarle su
salario un veinte por ciento, algo impensable para el usurero unos meses antes.
Pero la aragonesa, que ahora conocía de primera mano los entresijos del negocio
y los saneados réditos que daba, se obcecó en que le duplicaba la paga o dejaba
de llevarle las cuentas. El ultimátum fue demasiado para el Bronchales que se
plantó y dijo que no pensaba darle ni una peseta más. Ahí fue cuando la
relación estuvo a punto de romperse definitivamente, de hecho la maestra llegó
a tener empaquetados los libros de contabilidad para devolverlos. Y cuando todo
parecía irremisiblemente roto, la inopinada intervención de Luis Campos propició
que ambas partes retomaran el diálogo aunque por persona interpuesta.
-Señor Dimas, me urge el préstamo. Tengo alquilao
el local pa la tienda, pero hay que hacer
unos
arreglos y la cuadrilla de albañiles que se va a encargar de las obras me pide
un anticipo de ciento veinte duros pa comprar materiales –explica Campos al tío
Elías.
-El préstamo lo tendrás inmediatamente en
cuanto la cabezona de la maestra me devuelva los libros. Eso será mañana o
pasao lo más tardar.
-¿Doña Pilar ha dejao de llevarle las
cuentas?, ¿y cómo ha sido eso?
El Bronchales, aunque no es muy dado a
contar sus problemas, le refiere a Luis el contencioso que mantiene con Pilar
por unas pesetas de nada y que, como no se baja de la pretensión de que le
doble el sueldo y a él nadie le pone las peras al cuarto, ha decidido mandarla
a paseo y volver a lo de antes: papelitos y memoria. Luis razona al prestamista
que, en su opinión, esa no es una buena solución y le hace ver que Pilar le
hace más falta a su negocio que él a la aragonesa.
-Verá, señor Dimas. Pilar Lahoz, hasta donde
yo sé y supongo que usted también, no apalea los duros, pero tampoco le falta
de na, ni siquiera unas pesetas pa gastarlas en chuminás si ganas tuviera. Por
lo que parece, si ella trabaja pa usted es más que na pa darse algún capricho y
poco más. Lo que quiere decir que si deja de llevarle las cuentas se va a
quedar como antes. Y sí, su negocio también seguirá, pero con más problemas, al
menos contables. Y como pa muestra vale un botón, ahí está lo de mi préstamo, usted
no me lo puede dar ahora mismo porque le hacen falta los libros que lleva la
maestra. ¿Qué usted no quiere doblarle la paga?, lo entiendo, yo tampoco lo
haría, pero es que entre parar y correr está el caminar. Si me deja que hable
con ella, trataré de que se ponga en razón, en el bien entendido que nunca se
hablará del doble de aumento, pero… entre un veinte y un cien por cien hay
mucho trecho pa recorrer…y negociar. Y de eso, usted sabe más que nadie –El
placentino, que no es tonto, termina trabajándose la vanidad del prestamista.
El tío Dimas, que aunque le pese sigue
necesitando a la maestra, acepta la mediación de Luis y este habla con Pilar.
Le hace ver que es una cabezonería obcecarse en que el usurero tiene que
doblarle el sueldo y trata de convencerla de que acepte el aumento de la paga
otro veinte por ciento más. Así obtendrá un incremento del cuarenta por ciento
que no deja de ser una barbaridad de aumento. Y que él se encarga de que la
otra parte se trague lo que para el usurero será como tomarse una dosis de aceite
de ricino. Pilar le pide tiempo para pensárselo y en el entretanto no se queda
mano sobre mano, procura informarse sobre los pactos que se hacen entre
empresas y asalariados en el mundo moderno. Y para ello recurre al profesor
Hernández, el que fue maestro de su hijo cuando estudiaba contabilidad. Se entrevista
con el antiguo profesor de la Escuela de Comercio de Madrid y le cuenta su
problema.
-… y así es como está el asunto, señor
Hernández. No es que me vaya la vida en seguir llevándole las cuentas al señor
Dimas, pero sí me gustaría continuar porque esas pesetillas extras que me gano
me vendrán de perlas cuando Julio vuelva de la mili, y así podré ayudarle si se
decide a poner en marcha algún negocio.
-¡Doña Pilar, no sabe lo que ha logrado! Conseguir
que el buitre del Bronchales le suba un cuarenta por ciento el sueldo es una
hazaña digna de figurar en un libro de récords si lo hubiera. Mucho debe de
hacerle falta para que ese sacacuartos haya llegado a ese extremo, pero… si
continúa tirando de la cuerda la va a romper.
-Entonces la disyuntiva que tengo es: o
acepto el cuarenta por ciento de aumento, que dado lo que me paga al final no
supone tanto, o hago mutis por el foro y dejo al buitre que se las componga.
-Tiene otra opción que comienza a usarse en
las empresas norteamericanas y que en Europa se está tímidamente abriendo paso.
Se llama participación en beneficios, incentivo que el patrón da al empleado
dependiendo de las ganancias de la empresa. Hasta donde sé, el Bronchales está
moviendo mucho dinero últimamente pues se ha extendido por media provincia,
también por parte de Badajoz y hasta tiene deudores en algunos pueblos de las
provincias de Toledo y Salamanca. ¿Es así?
-Efectivamente, profesor. El tío Dimas ha
ampliado mucho su negocio en los últimos tiempos y tiene muchos clientes. Creo
que su éxito está en el modelo de los préstamos que concede. No dispensa
grandes cantidades, sus intereses siendo altos no son los más onerosos, y tiene
bastante correa cuando hay que tenerla. Por eso ha crecido tanto y,
posiblemente, más que lo va a hacer.
-Bien, veo que es un negocio con viento en
popa como suele decirse. Entonces lo que le propongo es que se olvide de que le
doble el salario, acepte ese cuarenta por ciento más de subida, que porcentualmente
es mucho, y añada lo siguiente: pídale que una vez al año, cuando hagan el
balance del año fiscal, le pague un modestísimo 0,5 por ciento de los
beneficios, si los hubiesen habido.
-Claro que los hay. En el negocio del señor
Dimas no existen las pérdidas. Solo hay algún caso, y sobran dedos en una mano
para contarlos, de deudores que por fas o por nefas no pueden hacer frente a
los vencimientos, bien del interés, bien del principal. Y cuando eso ocurre ya
se encarga el tío Feliciano el Cachas y su hijo mayor de que el moroso no
vuelva a serlo.
-Ya sabía que en la usura el concepto de
pérdidas es inexistente. Al pedirle ese 0,5 por ciento, añadiendo siempre en el
supuesto de que hubiesen beneficios, convierte su petición en algo posible pero
nunca seguro y, aunque parezca una patochada, será precisamente ese pequeño
matiz el que haga que quizá, y remarco lo del quizá, el Bronchales se lo
conceda.
-¿Y si no acepta este nuevo trato?
-Entonces, la decisión es suya y el
resultado no puede ser otro: o se queda con el cuarenta por ciento de subida o
se olvida del Bronchales.
-Usted, profesor, en mi lugar ¿qué haría?
-Esa pregunta, y permítame la corrección
hecha con el debido respeto, es de las que nunca deberían hacerse. Nunca
podemos meternos del todo en la piel de los demás. Ni yo soy usted, ni tengo
sus expectativas. Ahora bien, por ser la madre de quien es haré una excepción y
le contestaré. Si el Bronchales no se apea del burro, cosa que no me extrañaría,
y se empecina en lo del cuarenta de aumento y ni un real más, yo lo aceptaría,
pero… en cuanto le pillara en un momento de flaqueza, volvería a plantearle lo
del 0,5 por ciento de los beneficios, si existieran. Eche cuentas, y verá el
montón de dinero que podría llevarse.
Doña Pilar, siguiendo los consejos de
Hernández, le cuenta a Luis Campos que se lo ha pensado mucho y que está dispuesta
a quedarse con el cuarenta por ciento de aumento de salario, con una condición:
cuando cuadren los balances anuales, y solo en el supuesto de que los
beneficios superaran con creces a los gastos, exactamente más del doble,
entonces el señor Dimas le abonará un modestísimo medio punto por ciento de
esos beneficios. Esa es una variante que ha introducido la aragonesa que ha
vuelto a echar cuentas. El placentino, que no es demasiado ducho en cuestión de
números, no acaba de entender del todo lo que realmente propone Pilar, pero se
queda con la idea de que puede volver donde el prestamista y jactarse de que,
gracias a su buena mano, la maestra se conforma con la subida pactada y la
menudencia de medio punto sobre los beneficios cuando estos superen en el cien
por cien a los gastos.
-Y no es por echarme flores, señor Dimas,
pero ya ve lo que le he conseguido. Le confieso que fui a hablar con la maestra
con la predisposición de que tendría que regatear con ella más que un tratante
de guarros en la feria de julio, pero lo que son la mujeres, se ve que la cogí
en un día de esos tontos que a veces tienen o no sé lo que fue, pero al final
aceptó la subida del cuarenta por ciento a lo que añadió esa ridiculez del
medio punto. Y no crea que no me costó, estuve más de media tarde charlando con
ella, que si patatín, que si patatán, porque la jodía es dura de pelar, pero al
final me la llevé al huerto…, en el buen sentido, naturalmente. Y es que, como
he dicho, no es por echarme flores, pero con las mujeres tengo buena mano. Y dao
el buen resultao de mis gestiones, espero que me haga una pequeña rebaja en el
interés del préstamo. Creo que me lo he ganao a pulso.
Nadie sabe lo que pudo pasar por la cabeza
del Bronchales, que al revés que el placentino sí sabe mucho de números, pero
ante la sorpresa de Pilar, del profesor Hernández y de Julio cuando se le contó
en su siguiente carta, el prestamista aceptó la propuesta que le llevó Luis. Y
así se solucionó la confrontación entre Pilar y su patrón, que la familia
Carreño-Lahoz siempre recordó como la pelea del medio punto y que tanto peso
iba a tener en su futuro, aunque ellos no lo pudiesen imaginar en ese momento.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
39.
¡Qué te den por saco!