"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 21 de agosto de 2020

Libro II. Episodio 54. Tendrías que ir como un pincel

   Julio está aprendiendo a marchas forzadas cómo tratar a los clientes, para lo que recuerda las lecciones que le dio el brigada Carbonero. Con las mujeres charla, bromea y hasta les echa algún que otro piropo si viene al caso. Con los hombres es más parco en el decir, suele limitarse a alabar la calidad de la mercancía e indicar el precio. Tiene un problema con la inveterada costumbre del regateo pues le hace perder mucho tiempo. Ha optado que cuando hay un tropel de compradores que atender a la vez no regatea, se circunscribe a decir el precio y se mantiene en el mismo. Si los clientes son pocos se permite regatear. También está aprendiendo la técnica de las ofertas de tres por dos en determinados artículos, así como la venta de saldos o de ofertar un determinado producto a un precio concreto, generalmente rebajado, hasta el fin de las existencias, aunque dentro del carro tenga más mercancía. Todas esas artimañas de vendedor es lo que le está contando a su madre, además de otras cuestiones de las que no le había hablado como la de que hay noches que duerme en el carro, aunque no le ha dicho que al Bisojo le cobra la pernoctación.

   -Lo de dormir en el carro para ahorrarte unas pesetas no me parece mal, pero ahora que vamos de cara al invierno espero que no lo sigas haciendo, puedes pasar frío y si te acatarras vas a perder más que lo ahorrado.

   -Lo tengo previsto, madre. En cuanto caiga la primera escarcha se acabó lo de dormir en el carro. A lo que todavía no le encontré remedio es qué hacer cuando se me agolpan muchos clientes, hay veces que en cuanto llego ni tengo tiempo de exponer toda la mercancía.

   Doña Pilar se queda pensativa y al cabo de un breve lapso le cuenta lo que se le acaba de ocurrir.

   -Cuando se agolpen muchos compradores, sin que hayas podido exponer toda la mercancía,

lo que podrías hacer, antes de montar el chiringuito, es poner unos carteles en los que enumeres los principales artículos que llevas. Tendría que ser de lo primero que hicieras, así la gente tendrá la información que en esos momentos de tumulto tú no puedes ofrecerles de palabra.

   -Me parece una estupenda idea, y se me ocurre donde ponerlos, en los adrales del carro que así los verá todo el mundo. Aunque lo de los carteles tiene un pero: la mayoría de la gente es analfabeta, sobre todo las mujeres.

   -Es verdad, no había caído en eso… –y, tras una pequeña pausa, Pilar sugiere-. Podrías remediarlo en parte poniendo en cada cartel dibujos que representaran, más o menos, los artículos que enumeras en el anuncio. Por cierto, una curiosidad que nunca me acuerdo de preguntarte: teniendo en cuenta lo mal que habla el castellano la mayoría de la gente de pueblo, ¿no les debe parecer tu habla muy redicha?

   Julio suelta una carcajada como si acabaran de contarle un chiste de lo más gracioso.

   -Madre, si oyeras hablar a tu hijo con la gente de los pueblos te harías cruces. A la mayoría de los clientes, salvo excepciones, les hablo en lenguaje pueblerino: les llamo chacho o prenda cada dos por tres, digo lo de no hay na de na y pa que, suelto un mecagondié cuando se tercia, llamo cacharros a los envases y me como las des de los participios. O sea, que de redicho na.

   A principios de septiembre, vuelve a visitar a doña Pilar la señora viuda de Manzano y trae con ella a la menor de sus hijas, Julia, que cumplirá diez años a lo largo del curso 1892-93. Soledad vuelve a plantear a la maestra que quiere que su hija estudie el bachillerato, y que como en la ciudad vive su hermana mayor, Consuelo, podrá quedarse en su casa.

   -…. y me han asegurao que usté es la que mejor prepara a los chicos que estudian por libre. Y no sé si se acordará, pero la otra vez que estuve con usté me aseguró que la niña servía pa estudiar.

   Doña Pilar se acuerda de la niña que, pese a sus nueve años, apunta ya una precoz pubertad. La pequeña no ha abierto la boca, solo mira con curiosidad y algo de recelo a la maestra que termina aceptándola como alumna. Pilar le da a la madre una lista con los libros de texto que debe comprar, y se despiden sin que ninguna de ambas haga la menor alusión al hecho de que sus hijos mantuvieron una apasionada relación. En cuanto comienza el curso, rápidamente la maestra se da cuenta que Julia Manzano es especial por varios motivos: es la única chica entre sus alumnos, es hermana de la que fue el gran amor de su hijo y también la que le plantea mayores problemas como alumna. Esta chiquilla es un diamante en bruto, se dice, pero me va a costar pulirla, sí es que lo consigo. Cuando está enseñando a los futuros bachilleres, hay días que Pilar piensa que tres trabajos al tiempo son muchos, pero quiere comprarse una casa en la ciudad y para eso necesita sumar ingresos. Se ha prometido que en cuanto alcance la cifra necesaria, al menos uno de los quehaceres lo dejará.

   En noviembre ocurre algo imprevisto: al Bisojo se le ha agravado la artritis reumatoide que padece. Se le han inflamado las membranas sinoviales, especialmente de los dedos de las manos, y ha quedado imposibilitado para atender a los clientes. El tío Elías cuenta a Julio lo que le está pasando y que, como su mujer también está pachucha, el mañego tendrá que ponerse al frente de la tienda. Julio no pone ningún reparo, al contrario recibe complacido la nueva, pues así se ahorrará transitar por los embarrados caminos del norte cacereño. En cuanto llega a casa le cuenta a su madre el cambio y que, además, el Bisojo le subirá la comisión dos puntos.

   -Lo siento por el señor Elías, pero me alegro por ti. Ahora que ha empezado el mal tiempo estarás mejor detrás de un mostrador que en el pescante del carro –comenta doña Pilar-. ¿Y cuánto tiempo va a estar de baja?

   -El médico ha dicho que le ha dado un brote muy fuerte; calcula que tiene para varias semanas.

   -Si vas a estar en la tienda se me ocurre que igual tienes que comprarte una bata. El señor Elías lleva siempre una. Supongo que lo hace para no ensuciarse la ropa, pues en la tienda debe haber productos y líquidos con los que ha de ser fácil mancharse.

   -No pienso llevar ninguna bata, madre.

   -Lo que quieras, hijo, ya tienes edad más que suficiente para decidir por tu cuenta.

   Y así comienza una nueva etapa en la vida laboral de Julio Carreño. El cambio es más profundo de lo que esperaba. Ni vende los mismos artículos que antes, ni los compradores tienen el mismo talante, ni la mayoría de procedimientos que empleaba le sirven en el ambiente urbano en que ahora se desenvuelve. Uno de los primeros cambios que constata es que no puede vender medicamentos, solo productos herbarios, dietéticos y homeopáticos, pues en Plasencia hay varias boticas. También ha debido olvidarse de usar el dialecto extremeño, ya que generalmente en la ciudad la gente habla bien el castellano. Otro aspecto que ha tenido que modificar es su vestimenta, aunque la idea no ha sido suya. A los dos días de su estreno como tendero, al llegar a casa encuentra a su madre planchándole una camisa.

   -Hoy es jueves, madre, ¿por qué me planchas la camisa de los domingos?

   -Porque es la que deberías ponerte mañana, no tendrías que ir a la tienda llevando camisas con los puños deshilachados y esa vieja chaqueta de pana. Eso podía servir para ir por los pueblos, pero no vale para la ciudad.

   -Madre, no soy el señor juez, ni el notario, ni un médico, soy un simple tendero y no creo que la gente compre o deje de comprar porque vaya vestido de una u otra forma. Y tú que tan aficionada eres a citar refranes te recuerdo aquél que dice: el hábito no hace al monje.

   -Bien, hijico, pero ya que vamos de refranes te recuerdo otro: dime cómo vistes y te diré quién eres. Si vas a la tienda hecho un zarrapastroso, los clientes pensarán que no eres más que un pobre empleado que no gana ni para ir vestido decentemente. Y no te respetarán. En cambio, si vistes bien la gente pensará que eres algo más que un empleaducho y te tratará con mayor respeto. Puedes hacer lo que quieras que ya eres mayorcito, pero lo que yo haría a partir de mañana sería presentarme en la droguería hecho un pincel.

   -O sea, que hecho un pincel, eh. Madre, soy yo quien decide cómo ir vestido.

   -¡Por Dios, Julio!, no te pongas en plan de adolescente rebelde. Es cierto que tienes edad para decidir si ir vestido correctamente o como un gañán. Tú mismo.

   Al mañego lo del tú mismo le da que pensar. Es consciente de que a veces su madre se pasa un trecho dando consejos, pero recapacita pues sabe que sus recomendaciones suelen ser atinadas, por lo que agacha las orejas y da por concluido el diálogo. Sin embargo, al día siguiente se esmera en vestirse, se pone la camisa que su madre planchó el día anterior, cambia su raída chaqueta de pana por otra más presentable y hasta llega a abrillantarse los zapatos, aunque sigue irritado. Se distiende su ceño cuando ve que tiene carta de Chimo Puig. El morellano le cuenta una noticia inesperada: ha dejado de trabajar para Carbonero. Resulta que el brigada descubrió que, a sus espaldas, vendía más artículos que los de bisutería. Su reacción fue fulminante: le despidió al instante. Pero Chimo no se arredró, se puso en contacto con un mayorista de bisutería de Barcelona, alquiló un viejo chiscón y ahora lo está adecentando para abrir su propia tienda de bisutería y suvenires. Julio siente envidia por la capacidad de iniciativa que demuestra su amigo. Algún día debería hacer lo mismo.

   El mañego aprende rápido, y pronto se adapta al nuevo horario. Abre la droguería a las nueve de la mañana hasta las catorce en que vuelve a casa a almorzar, comida que prepara la criada que han tenido que buscar y que además les limpia la casa. A las cuatro de la tarde regresa a la tienda hasta las ocho, hora en que cierra, pero casi todos los días se queda más tiempo, pues hay que cuadrar caja y reponer los artículos que se han agotado. Y así, de lunes a sábado. Solo le quedan libres los domingos, en los que no sabe qué hacer.

   Tendré que buscarme algo para entretenerme los domingos, piensa.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 55. La revelación de los márgenes

viernes, 14 de agosto de 2020

Libro II. Episodio 53. Igual acabo haciendo carrera

   Al preparar su próximo viaje, Julio, además de no detenerse en los pueblos chicos, ha resuelto que dadas las cortas distancias entre las localidades de La Vera parará en dos el mismo día, una por la mañana y otra por la tarde. Lo que no tiene resuelto es como informar de su llegada a los vecinos de los pueblos en que hará las paradas, hasta que su madre le brinda una solución.

   -Lo que podrías hacer es llamar a los alguaciles de los municipios que vas a visitar para que el día anterior lo pregonen -Y evocando los tiempos en que vivieron en San Martín rememora-. No sé si te acuerdas que de crío te gustaba seguir al tío Paquito, el alguacil, que después de tocar el cornetín empezaba la mayoría de sus pregones diciendo: de orden del señor alcalde, se hace saber...


   -Lo recuerdo y lo que sugieres puede valer. Y ya que estamos metidos en harina, ¿puedes contarme más cosas sobre La Vera?

   Doña Pilar le explica que la comarca de La Vera está delimitada por el Valle del Jerte, la provincia de Ávila, la de Toledo y la comarca de Plasencia, y está regada por el río Tiétar. Y como le contó, es la zona más tabaquera de la península, lo que le lleva a hablar del real monopolio del tabaco: desde el siglo XVIII, casi una tercera parte de los ingresos ordinarios de la Corona española provienen del monopolio fiscal del tabaco, y el estado protege policialmente dicho monopolio persiguiendo a los que trafican al margen. El contrabando del tabaco, como variante específica del contrabando en general, tiene un carácter endémico en la sociedad española y en especial en los territorios en que se cultiva, como es el caso de La Vera.

   -Los agricultores tabaqueros –prosigue Pilar- deben declarar el monto de la cosecha, que el Gobierno adquiere a precio oficial, pero donde ganan buenos dineros es vendiendo de tapadillo tabaco en rama o en hojas secas.

   -O sea, que la mayoría de compradores que puedo tener en La Vera son contrabandistas –comenta Julio con ironía.

   -Yo no les calificaría así, realmente son agricultores que salen adelante vendiendo a hurtadillas aquella parte de la cosecha que pueden esconder del voraz apetito fiscal del gobierno de turno. Si no lo hicieran malvivirían y haciéndolo, no es que se hagan ricos, pero sacan adelante a sus familias. Son defraudadores fiscales por necesidad.

   Julio, que algo ha aprendido de los errores de sus anteriores viajes, en esta ocasión planifica meticulosamente el desplazamiento. Puesto que la distancia de Plasencia a su primera parada, es de unos veintisiete kilómetros, calcula que le costará llegar toda la mañana del primer día, venderá por la tarde y, si puede, hará noche en Jaraíz de la Vera. Allí venderá por la mañana y por la tarde en Cuacos de Yuste. Dormirá en Aldeanueva de la Vera, donde estará hasta mediodía, y por la tarde irá a Losar de la Vera, abrirá el puesto y dormirá allí. En la cuarta etapa, se desplazará hasta Villanueva de la Vera y, según como vayan las ventas, llegará hasta Jarandilla. En principio, ha decidido acortar la ruta porque las siete jornadas que empleó en su anterior viaje le resultaron pesadas. Otras providencias que ha tomado, y estas no se las ha contado a su madre porque sabe que no las aprobaría, se refieren a la comida y la pernoctación. Comerá las menos veces posibles en posadas y ventas, en su lugar ha comprado provisiones de mano, pan y una bota de vino. Y en cuanto a pernoctar, se ha hecho con una colchoneta enrollable, dos mantas y un cojín a modo de almohada, y mientras dure el verano dormirá en el carro. Luego le pasará los correspondientes, aunque no realizados, gastos de manutención y pernocta al Bisojo. Es consciente de que lo que piensa hacer no es que sea muy honesto, pero tranquiliza su conciencia diciéndose que más que robarle al Bisojo lo que hará será ganarse unas pesetillas a costa de su comodidad, pues evidentemente no es lo mismo dormir en una cama que en el carro, como no es igual comer en una venta que zamparse un bocadillo.

   El lunes, Julio se pone en camino hacia Tejeda del Tiétar con el carro cargado de productos, también lleva aperos de labranza y hasta un arado que, por su peso y volumen, merma la capacidad del carro para transportar otros artículos de menor tamaño, pero de mayor beneficio. Piensa que eso es algo a discutir con el Bisojo para los siguientes viajes. Llega a Tejeda y se va a una taberna donde encarga una ensalada y media botella de vino y almuerza con las viandas y el pan que lleva. Por la tarde, cuando llega a la plaza ya hay clientas esperándole, se ve que el pregón del alguacil ha hecho efecto. Cuando acaba se marcha a Jaraíz de la Vera. Allí estrena el lecho de la colchoneta enrollable. No duerme demasiado bien, aunque piensa que todo será cuestión de acostumbrarse. Por la mañana abre el puesto en Jaraíz que, con sus más de dos mil doscientos vecinos, ha de ser una de las plazas fuertes del viaje, pues además el pueblo es conocido como la capital española del pimentón. Aquí las ventas son de las mejores que ha tenido hasta la fecha.

   Por la tarde emprende camino hacia Cuacos de Yuste. Mientras recorre el polvoriento camino piensa que se acerca a uno de los lugares más emblemáticos de Extremadura, pues cerca del pueblo está el Monasterio de Yuste en el que vivió Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico tras su abdicación, y donde murió. Las ventas son discretas y se dirige a Aldeanueva de la Vera donde espera aumentarlas al ser una plaza de buen poder adquisitivo, pues es uno de los mayores productores de tabaco, y además su pimentón está entre los de mayor calidad, conservando la tradición artesanal de su secado con humo de encina y roble, que le da una fragancia y color que lo hacen inconfundible. Como preveía, las ventas se disparan, por lo que se permite el lujo de cenar en la posada, pero luego se va a dormir al carro. A media noche le despiertan unos ruidos.

   -¡Quién va por ahí! –vocea.

   Al oír su grito, dos individuos que estaban pegados a los adrales del carro echan a correr. Julio solo es capaz de percibir dos bultos que rápidamente desaparecen tras una esquina. ¿Habrán pretendido robarme?, se pregunta, y es cuando se da cuenta de que no tiene nada con que defenderse. Quizá sería aconsejable que me agenciara una escopeta, piensa. Por la mañana se dirige a Jarandilla de la Vera que, con sus cerca de dos mil vecinos, será otra de las plazas fuertes para la venta. Los pronósticos se cumplen y vuelve a tener unas ventas excelentes. En cuanto recoge se pone en camino hacia Losar de la Vera a unos seis quilómetros. Aquí no despacha tanto como creía. Finalmente, opta por acercarse hasta Villanueva de la Vera, otra población de más de dos mil doscientos habitantes y donde las buenas ventas le confirman lo acertado de su decisión.

   Van pasando los meses y Julio se encuentra cada vez más cómodo en la venta ambulante. Empieza a conocerse al dedillo los caminos de la zona norte cacereña. Está cogiendo el tranquillo a las compradoras –pues la mayoría de sus clientes son mujeres-, y ha averiguado que productos son los más demandados según la localidad. El único pero del trabajo es la cerrazón del Bisojo en no aumentarle el salario, por lo que se dice que no le queda otra que incrementar las ventas para que su modesto cinco por ciento sea relevante.

   En cuanto a las rutas, la experiencia le ha enseñado que no debe desplazarse más de sesenta y tantos kilómetros de Plasencia porque para el regreso emplea toda una jornada. De manera que, tomando como centro la ciudad placentina y trazando un imaginario círculo, los pueblos que caen dentro del mismo son en los que piensa vender. Por el norte, llega hasta Béjar, en la provincia de Salamanca, que con algo más de doce mil habitantes es la localidad más poblada que frecuenta y en la que más vende, pues la ciudad cuenta con una incipiente industria textil, caso único en las provincias del occidente peninsular. Por el nordeste, arriba a Tornavacas, cuyo puerto situado en el extremo occidental de la Sierra de Gredos, y donde nace el río Jerte, es la cabecera del valle del mismo nombre. Hacia levante, y puesto que la comarca es la más rica, se alarga hasta Villanueva de la Vera. Por el sudeste, llega a Navalmoral de la Mata que, con sus cuatro mil quinientos vecinos y estar cruzado por la carretera de Madrid a Badajoz, es un fuerte punto de venta. Hacia occidente, arriba a Coria que se halla en el centro de la llanura del Valle del Alagón. Finalmente, por el noroeste tiene dos rutas, una llega hasta Nuñomoral, población sita en la comarca de Las Hurdes, a la que va contadas veces pues es una zona muy pobre, y, en la otra ruta del noroeste, se desplaza hasta Almaraz, en la comarca del Campo Arañuelo.

  La planificación de cada viaje no es la misma, depende de donde vaya. Ha descubierto que no todos los artículos se venden por igual y que las ventas son estacionales. Hay una excepción: los artículos parafarmacéuticos y medicamentosos se venden por igual en todas partes y durante todo el año. Esta venta tiene una limitación: no puede venderlos en aquellas localidades que cuentan con botica, pues los farmacéuticos lo denuncian, pero como farmacias solo las hay en los pueblos grandes, en los demás son los productos de mayor salida y encima tienen la ventaja de que suelen venir en envases pequeños y de escaso peso, con lo cual puede acarrearlos en mayor cantidad. A ese respecto, su madre le dio una sugerencia: que los aperos agrícolas, grandes y pesados, los venda únicamente previo encargo, de ese modo no los acarreará en vano. Otra medida que ha mejorado para contactar con los alguaciles de las localidades que va a visitar en la siguiente semana es mandarles noticia por medio de los recaderos de los pueblos que se desplazan al mercado semanal de Plasencia. Con toda esa serie de medidas, Julio piensa que está en disposición de convertirse en un vendedor itinerante eficaz. Igual acabo haciendo carrera con la droguería, se dice.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 54. Tendrías que ir como un pincel