"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 28 de octubre de 2014

1.2. ¿Dónde encontrar un mirlo blanco?


   La pregunta que Benjamín Arbós ha formulado a su sobrino Leoncio deja a éste atónito. El desconcierto del hombre es patente. Nunca se le pasó por la imaginación ocupar un cargo político como el de jefe de Falange, ser presidente de la Cooperativa Agrícola de San Isidro ha colmado todas sus ambiciones personales. No sabe cómo decirle que no a su tío, al fin y al cabo lo que es se lo debe a él, pero algo tiene que responder:
- Tío, yo haré lo que usted diga, como siempre, pero ¿cree que serviré para ese cargo? No sé casi nada de la Falange y lo de hablar en público se me da fatal, me pongo muy nervioso y no doy una a derechas.
- Por eso no te preocupes. Aquí de la Falange casi nadie sabe nada. Y en cuanto a dar discursos no tienes por qué hacerlo.
- En la jefatura – interviene Rodrigo – hay algunos libros sobre Falange. Te los lees, que ahí debe de venir todo lo que necesitarás saber.
- Vuelvo a decirles, tíos, que haré lo que manden, pero de verdad que no me veo de jefe. Tengo mucho trabajo con la presidencia de la cooperativa y ahora eso. No sé si voy a tener fuerzas ni tiempo para dos cargos tan peliagudos.
   Benjamín piensa que su sobrino es un flojo, por eso ha creído que podría ser un buen candidato, los blandos siempre son manejables. Lo que no sospechaba era que lo fuese hasta el extremo que se desprende de sus vacilantes protestas. Él sería capaz de llevar no dos cargos sino media docena si fuera necesario. En cambio esta gente joven enseguida entrega la cuchara.
- Ve haciéndote a la idea, Leoncio. Y de esto ni media palabra a nadie, incluida tu mujer.

    En cuanto Leoncio llega a casa, y pese a la recomendación de su tío, le falta tiempo para contar a su esposa la propuesta de Benjamín:
- … y ahora quiere que sea el jefe de Falange. ¿Qué te parece?
   La mujer se interesa primero por los dineros:
- ¿Cuánto te pagarán?
- Me da la impresión de que ese cargo debe ser de los que no tienen sueldo, al menos de manera directa.
- Entonces ya sabes: para ser puta y no ganar na más vale ser mujer honrá.
- Pues ya me dirás como le digo que no al tío. Igual se enfada y me quita lo de la cooperativa.
- ¡Qué corto eres, marido! Lo que tienes que hacer es buscar para el puesto a alguien que creas que le pueda petar… Ya sé, tu primo Gervasio.
- Gervasio no vale. No está apuntado a Falange.
- Bueno, lo apuntas y en paz. ¿No es eso lo que hizo contigo tu tío Rodrigo antes de que te nombraran presidente de la cooperativa? Pues haces lo mismo con tu primo.
- Que te digo que no vale, mujer. Gervasio tiene mucho desparpajo, pero no sabe hacer la o ni con un canuto. ¿Cómo va a ser el jefe de Falange? Si voy con ese nombre al tío me puede correr a gorrazos. Habría que buscar a alguien que no fuera un lerdo y que, claro, sea de nuestra cuerda.
- ¿Pues a ver dónde encuentras un mirlo blanco que le pete a tu tío?

   Encontrar una persona que sea cualificada para el puesto y que pueda gustarle a su tío Benjamín se ha convertido en la obsesión de Leoncio. A medida que ha ido dándole vueltas al asunto ha terminado por concretar el perfil del que podría ser el candidato ideal: que hubiese completado la escuela, mejor aún si fuese titulado, que tuviera mano izquierda, que supiese hablar en público o, al menos, que no le diera miedo hacerlo, naturalmente que estuviese afiliado al partido y, por descontado, que fuese persona que se dejase mangonear. ¿Dónde encontrar ese mirlo blanco al que se refería su mujer? Sigue pensando en ello mientras hojea unos papeles en su despacho de la cooperativa. No es más que un destartalado cubículo lleno de archivadores y de carpetas repletas de documentos y que también se usa de sala de reuniones de la junta directiva. Se abre la puerta.
- Eh…, buenas tardes, Leoncio. ¿Querías verme?
- Hola, José Vicente. Pasa. Siéntate. ¿Qué tal va el trabajo? ¿Necesitas algo?
- Todo va sobre ruedas y no necesito nada, aunque... me vendría de perlas tener una calculadora nueva porque la que hay está hecha una cafetera.
- El próximo día que vayas a Valencia compra una. ¿Estás contento con el trabajo?
- Mucho. Es parecido al del almacén de Las Alquerías, sólo que allí trabajábamos únicamente con naranja y aquí hay muchos más géneros, pero en el fondo no hay tantas diferencias.
- ¿Y qué tal llevas lo de ser el jefe?
- Hombre, eh... Leoncio – da la impresión de que todavía no tiene demasiado claro qué tratamiento debe dar al que es su inmediato superior; su único jefe realmente porque el resto de miembros de la directiva son meros comparsas –, aquí el jefe eres tú, yo sólo soy quien lleva la secretaría, pero siempre siguiendo tus indicaciones.
- Quería decirte que el otro día, después de acabar la reunión de la junta, y cuando ya te habías marchado, se habló mucho y bien de ti: de lo trabajador que eres, de la amabilidad con la que tratas al personal y de que encuentras soluciones a la mayoría de problemas.
- Muchas gracias, Leoncio. Procuro esforzarme para que todo el mundo esté contento con mi trabajo.
- Por lo que he oído entre los socios parece que lo estás consiguiendo, tan es así que quiero que sepas, y lo que te voy a decir no lo comentes con nadie, que en la próxima reunión de la junta directiva vamos a dar por firme tu nombramiento.
- Qué alegría me das. No sé cómo agradecerte cuánto estás haciendo por mí.
- Bueno, bueno - le interrumpe Leoncio -. No tienes que agradecerme nada. El nombramiento te lo has ganado a pulso. Espero que estés muchos años con nosotros y que te sientas a gusto en el pueblo.

   Horas después, comentando Leoncio con su mujer la conversación mantenida con el flamante secretario, recuerda un dato que atañe al empleado de la cooperativa: uno de los requisitos que se le exigía para el cargo era que tenía que estar afiliado a Falange. El joven no puso ningún inconveniente y a los pocos días llevó el carné de miembro del partido. Recordar eso y comenzar a mirar al secretario con nuevos ojos es todo lo mismo. Repasa algunos de sus datos personales: se llama José Vicente Gimeno, nacido en 1919 en las Alquerías del Niño Perdido. Cumple con casi todas las condiciones que considera necesarias para ser candidato a la jefatura: tiene un título, algo infrecuente en el pueblo, es un tipo listo, habla bien, sabe tratar a la gente y, como su puesto depende de la presidencia de la cooperativa, no sería complicado tirarle del ronzal si la situación lo requiriese. El único inconveniente que tiene es ser forastero, pero en el mismo caso estaba Castaño que fue el segundo jefe de Falange del pueblo tras la liberación. Por un momento piensa hablarle de lo de la jefatura, pero enseguida lo reconsidera. Antes de meterse en camisa de once varas mejor será pensarlo detenidamente y discutirlo con su mujer, a  veces tiene buenas ocurrencias. Y también comentárselo a su tío Benjamín, no sea que pueda sentarle mal que haya dado un paso de ese calibre sin consultarle.

   Gimeno, tras haberse despedido del presidente, se ha vuelto al modesto despachito que, junto con un antedespacho más chico todavía y la cochambrosa sala en la que han estado hablando, constituyen todas las instalaciones administrativas de la entidad. Se sienta en un viejo sillón y mira en derredor. Piensa que no es gran cosa, más bien una oficina miserable para un puesto de tres al cuarto, pero peor era su trabajo en el almacén de naranjas de Las Alquerías, ganaba menos y lo más inaguantable era que tenía que soportar el mal humor permanente de su jefe, que le trataba como si fuera una zapatilla vieja. Sabía que en el fondo le tenía celos pues temía que algún día trataría de arrebatarle su puesto ya que no tenía sus conocimientos, ni siquiera un título académico como el que había conseguido estudiando por la noche y con mucho esfuerzo. Lo de ser realmente el jefe – sigue pensando – es lo mejor de este cargo de mierda, eso no se paga con dinero. ¿Y qué si me siento a gusto en el pueblo? Mucho, tanto que en cuanto encuentre un trabajo mejor retribuido voy a largarme corriendo y sin mirar atrás. Estos palurdos creen que esto debe de ser París. Leoncio, tranquilo, que aquí no me voy a hacer viejo.