Los días 1 y 2 de noviembre son fechas en
que la gente se acuerda especialmente de sus muertos, pues el uno se celebra el
día de Todos los Santos y el dos la conmemoración de los Fieles Difuntos. Así
es al menos en los países en los que predomina la religión católica de rito latino,
como es el caso de España.
El día de Todos los Santos, la Iglesia
Católica celebra una fiesta solemne por todos aquellos difuntos que, habiendo
superado el purgatorio, se han santificado, han obtenido la visión beatífica y
gozan de la vida eterna en presencia de Dios. De ahí que se le llame el “día de
todos los santos”. Esta festividad no debe confundirse con la conmemoración de
los Fieles Difuntos que se celebra el día dos. Dicha conmemoración, también
llamada el Día de los Muertos o Día de los Difuntos, en el mundo católico tiene
por objetivo orar por aquellos fieles que han fallecido y, especialmente, por los
que se encuentran en el Purgatorio.
En España, como en otros muchos países, en
esas fechas se continúa con la tradición de visitar los cementerios para orar
por los seres queridos fallecidos, recordarles y llevarles flores que se
depositan en sus tumbas. En los ambientes más rurales hay la costumbre de que
en la noche del 1 al 2 de noviembre se reúnen familiares y amigos para velar y
recordar a sus difuntos. Se cuentan historias y se recuerdan anécdotas de los
finados mientras se comen frutos típicos de la época tales como castañas,
nueces, manzanas y dulces acompañados con anís, ron con miel o en su defecto otra
bebida alcohólica. Con la acelerada desaparición del mundo rural esta tradición
acabará por desaparecer.
En los ambientes urbanos se limitan a
asistir a los cementerios. Es lo que hice con el mis hijos y nietos. Fuimos al
cuidado camposanto de Majadahonda donde está enterrada mi mujer y madre de mis
hijos. Rezamos unas oraciones, al menos yo lo hice -de mis hijos no sabría
decir-, y depositamos en su nicho un ramo de 56 margaritas, en recuerdo de los
años que tenía cuando falleció. Aquí quería llegar. ¿Es que solamente hay que
acordarse de los difuntos uno o dos días al año? Supongo que cada uno tendrá su
propia respuesta a esa pregunta. Personalmente creo que uno se acuerda de los
familiares, amigos o simples conocidos que ya no están con nosotros en la
medida en que les echamos de menos, no importa en qué momento del año sea.
Lo del conocido refrán de que el muerto al
hoyo y el vivo al bollo, es tan real como despiadado. Supongo que debe ser una
carga insoportable recordar continuamente a un ser querido extinto, pues la
vida sigue y te impone que sigas su curso, pero como en todo hay notables
diferencias. Hay muertos de los que te acuerdas la mayoría de los días, bien
porque les quisiste con toda el alma, bien porque formaban parte indisoluble de
tu vida, fuera familiar, profesional o simplemente social. Yo recuerdo a mi
mujer con la frecuencia que impone el haber llevado más de treinta años de vida
en común, con sus momentos buenos y malos, pero vividos a la par. Como evoco a
un querido amigo de la infancia cada vez que mis recuerdos me retrotraen a mis
tiempos mozos. Me ocurre lo mismo con un amigo de los tiempos maduros que acaba
de fallecer y con el que convivía durante mis veranos en Torrenostra. Nuestra
amistad fue corta y se centró sobre todo alrededor de las partidas de dominó
que jugábamos cotidianamente. No es que dejara una especial huella en mí, pero
no sé por qué su recuerdo es más constante que el de otras personas
desaparecidas con la que conviví mucho más tiempo. Como diría Einstein, todo es
relativo.
Dedicar solo unas fechas para acordarse de
los muertos es poca cosa. Siempre he creído que uno no se muere del todo
mientras haya un solo vivo que se acuerde de él. Y eso no necesita de unos días
especiales, cualquier fecha del calendario sirve.
Ahora, con la imparable americanización de
nuestras costumbres, se está propagando a la velocidad del rayo la fiesta de Halloween
que, al parecer, significa “Víspera de Todos los Muertos” y
que se celebra durante la noche del 31 de octubre, víspera del día de Todos los
Santos. La práctica superposición de ambas festividades temo que va a terminar
perjudicando a la más antigua y más europea. Si eso llegara a ocurrir, en vez
de llamar europeos a quienes lo hayan consentido más bien deberían de llamarles
preteeuropeos.
Con o sin Halloween, permítanme un consejo:
acuérdense de sus seres queridos fallecidos, sean familiares, amigos o simples
conocidos; al hacerlo les reviven…, al menos en sus mentes. Y eso es impagable.
Habrán muerto, pero de alguna manera siguen con nosotros.