"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

lunes, 4 de noviembre de 2019

*** El día de Todos los Santos, el de los Fieles Difuntos y Halloween


   Los días 1 y 2 de noviembre son fechas en que la gente se acuerda especialmente de sus muertos, pues el uno se celebra el día de Todos los Santos y el dos la conmemoración de los Fieles Difuntos. Así es al menos en los países en los que predomina la religión católica de rito latino, como es el caso de España.
   El día de Todos los Santos, la Iglesia Católica celebra una fiesta solemne por todos aquellos difuntos que, habiendo superado el purgatorio, se han santificado, han obtenido la visión beatífica y gozan de la vida eterna en presencia de Dios. De ahí que se le llame el “día de todos los santos”. Esta festividad no debe confundirse con la conmemoración de los Fieles Difuntos que se celebra el día dos. Dicha conmemoración, también llamada el Día de los Muertos o Día de los Difuntos, en el mundo católico tiene por objetivo orar por aquellos fieles que han fallecido y, especialmente, por los que se encuentran en el Purgatorio.
   En España, como en otros muchos países, en esas fechas se continúa con la tradición de visitar los cementerios para orar por los seres queridos fallecidos, recordarles y llevarles flores que se depositan en sus tumbas. En los ambientes más rurales hay la costumbre de que en la noche del 1 al 2 de noviembre se reúnen familiares y amigos para velar y recordar a sus difuntos. Se cuentan historias y se recuerdan anécdotas de los finados mientras se comen frutos típicos de la época tales como castañas, nueces, manzanas y dulces acompañados con anís, ron con miel o en su defecto otra bebida alcohólica. Con la acelerada desaparición del mundo rural esta tradición acabará por desaparecer.
   En los ambientes urbanos se limitan a asistir a los cementerios. Es lo que hice con el mis hijos y nietos. Fuimos al cuidado camposanto de Majadahonda donde está enterrada mi mujer y madre de mis hijos. Rezamos unas oraciones, al menos yo lo hice -de mis hijos no sabría decir-, y depositamos en su nicho un ramo de 56 margaritas, en recuerdo de los años que tenía cuando falleció. Aquí quería llegar. ¿Es que solamente hay que acordarse de los difuntos uno o dos días al año? Supongo que cada uno tendrá su propia respuesta a esa pregunta. Personalmente creo que uno se acuerda de los familiares, amigos o simples conocidos que ya no están con nosotros en la medida en que les echamos de menos, no importa en qué momento del año sea.
   Lo del conocido refrán de que el muerto al hoyo y el vivo al bollo, es tan real como despiadado. Supongo que debe ser una carga insoportable recordar continuamente a un ser querido extinto, pues la vida sigue y te impone que sigas su curso, pero como en todo hay notables diferencias. Hay muertos de los que te acuerdas la mayoría de los días, bien porque les quisiste con toda el alma, bien porque formaban parte indisoluble de tu vida, fuera familiar, profesional o simplemente social. Yo recuerdo a mi mujer con la frecuencia que impone el haber llevado más de treinta años de vida en común, con sus momentos buenos y malos, pero vividos a la par. Como evoco a un querido amigo de la infancia cada vez que mis recuerdos me retrotraen a mis tiempos mozos. Me ocurre lo mismo con un amigo de los tiempos maduros que acaba de fallecer y con el que convivía durante mis veranos en Torrenostra. Nuestra amistad fue corta y se centró sobre todo alrededor de las partidas de dominó que jugábamos cotidianamente. No es que dejara una especial huella en mí, pero no sé por qué su recuerdo es más constante que el de otras personas desaparecidas con la que conviví mucho más tiempo. Como diría Einstein, todo es relativo.
   Dedicar solo unas fechas para acordarse de los muertos es poca cosa. Siempre he creído que uno no se muere del todo mientras haya un solo vivo que se acuerde de él. Y eso no necesita de unos días especiales, cualquier fecha del calendario sirve.
   Ahora, con la imparable americanización de nuestras costumbres, se está propagando a la velocidad del rayo la fiesta de Halloween que, al parecer, significa “Víspera de Todos los Muertos” y que se celebra durante la noche del 31 de octubre, víspera del día de Todos los Santos. La práctica superposición de ambas festividades temo que va a terminar perjudicando a la más antigua y más europea. Si eso llegara a ocurrir, en vez de llamar europeos a quienes lo hayan consentido más bien deberían de llamarles preteeuropeos.
   Con o sin Halloween, permítanme un consejo: acuérdense de sus seres queridos fallecidos, sean familiares, amigos o simples conocidos; al hacerlo les reviven…, al menos en sus mentes. Y eso es impagable. Habrán muerto, pero de alguna manera siguen con nosotros.