La mañana del domingo 28 de agosto, a tres
días de que se acabe el mes y con ello las vacaciones de millones de españoles,
en la Costa de Azahar el día amanece soleado y con un cielo raso como
corresponde al pleno estío. Entre los que van a concluir su periplo veraniego
se cuenta la cuadrilla de jubilados, que están veraneando en Torrenostra, y que
no tienen ninguna prisa en levantarse después de que la noche anterior se
acostaran a una hora desusadamente tardía para sus morigeradas costumbres. Al
contrario, en Marina d´Or otro de los integrantes de la cuadrilla se ha levantado
a primera hora pues tiene mucho tajo por delante. Grandal, mientras se está
afeitando, piensa que va a ser un día que puede resultar determinante para
cortar el nudo gordiano que mantiene sellado el misterio sobre el autor o
autores que propiciaron el fallecimiento
de Curro Salazar. Eso, si sale bien la arriesgada apuesta que va a emprender,
pues si resulta fallida el caso Pradera puede pasar al archivo de los casos
irresueltos.
Tras tomarse el desayuno, y dejar preparado
el suyo a Chelo que sigue remoloneando en la cama, se guarda en un bolsillo de
la veraniega camisa las fotos de Pacheco y Sierra y se dirige a Torrenostra
donde ha de recoger a Manolo Ponte que, como el día anterior, le acompañará a
Castellón. Ha estado cavilando en dónde abordar a los andaluces. Posiblemente,
se dice, lo mejor sea ir al hotel donde se alojan y esperarles en el comedor
donde se sirve el desayuno. Piensa que lo más eficaz sería hablar
individualmente con cada uno de ellos, pero es algo que no está en su mano. También
piensa que, puesto que se trata de individuos cultos, no debe utilizar el ardid
de mostrar la falsa placa de comisario de policía, tendrá que ser una
entrevista dando la cara y cogiendo al toro por los cuernos como diría un
taurino. Por muchas vueltas que le da no acaba de encontrar un plan que le
satisfaga. Como está llegando a Torrenostra, deja de cavilar en lo que le
aguarda y, aunque no es que se maneje demasiado bien en inglés, exclama:
- Wait and see –y añade en un giro más
propio de la fraseología española-, que sea lo que Dios quiera.
Tras recoger a Ponte, al que ha tenido que
sacar de la cama y no le ha dado tiempo ni a desayunar, toman la AP-7 en
dirección sur. Durante el trayecto el excomisario le cuenta a su octogenario amigo
sus dudas sobre cómo plantear la conversación con Pacheco y Sierra, teniendo en
cuenta que se puede dar el caso de que uno o ambos se nieguen en redondo a
dialogar con él.
-Se me
ocurre que quizá lo mejor sea decirles algo de entrada que les pueda interesar
–sugiere Ponte-. Yo les lanzaría una especie de señuelo, algo que les induzca a
concederte el beneficio de la duda y a prestarte atención al menos en los
primeros cinco minutos. Y dado que en unas horas van a volver a prestar
declaración ante la jueza del caso, ese cebo debería estar relacionado con
ello. Aunque si te soy sincero, yo no me preocuparía tanto, tú eres hombre de
muchos recursos y largas horas de vuelo y a buen seguro que llegado el momento
se te ocurrirá alguna idea que les induzca a escucharte.
-Me sobrevaloras,
Manolo, horas de vuelo sí tengo, pero recursos ya no tantos. Los años que llevo
de jubilado no han pasado en balde y me he oxidado mucho por decirlo de forma
piadosa.
-Bueno,
Jacinto, como siempre repetía uno de mis compañeros de Iberdrola ante casos así,
lo que hay que hacer es esperar y ver qué pasa.
-¡Qué
curioso!, eso mismo me he dicho cuando venía a recogerte, wait and see –comenta Grandal y traduce-, esperar y ver.
-Ya sabes
que el inglés no es mi fuerte, en mis años mozos la lengua que estudiábamos era
el francés y en ella sería attendre et
voir –recuerda Ponte.
-Estamos
hechos unos políglotas, pero lo digamos como lo digamos la pelota sigue en el tejado
de los andaluces; como se nieguen en redondo a hablar o salgan por peteneras
habremos hecho el viaje en vano.
-Te veo hoy
muy pesimista y es raro porque tú eres de los que suelen ver el vaso medio
lleno –matiza Ponte.
-Ya sabes lo
que se dice: un pesimista es un optimista bien informado y como solo me faltan
un par de piezas para completar el rompecabezas de la muerte de Salazar me
entra la desazón de que si no consigo encontrarlas el puzle se va a quedar
incompleto. Y eso me hace ser pesimista.
-¿Has
pensado en cómo presentarte?
-Le he dado
muchas vueltas. Creo que lo menos malo será hacerlo como un investigador
contratado por un grupo de empresarios andaluces que están interesados en que
el caso Pradera no se desmadre porque indirectamente podría salpicarles.
-¿Por qué un
investigador?, ¿no sería mejor decirles que eres un detective? –sugiere Ponte.
-No, los
detectives tienen un carné que los acredita como tal y podrían pedírmelo. En
cambio lo de investigador es más laxo al no estar regulado ni hacer falta
ningún tipo de carné.
-Tengo otra
pregunta, ¿y por qué mezclar a empresarios?
-Porque es
un mundo al que tanto Pacheco como Sierra son bastante ajenos. El primero se mueve
preferentemente en el ámbito funcionarial, en cuanto al segundo, aunque trató
con empresarios en los años que dirigió la Agencia de Innovación
y Desarrollo de Andalucía, su entorno habitual es el político. Por consiguiente,
el mundo empresarial no es algo que conozcan a fondo. Y así mi coartada puede
que funcione mejor.
-Y volviendo a la carnaza para que piquen, ¿has pensado en lo que te
he dicho? –insiste Ponte.
-Sí. Creo que voy a cebar el anzuelo contándoles que conozco a unos
testigos que me han contado hechos que la Guardia Civil del pueblo, que es la
que actúa de policía judicial en el caso, desconoce. Puedo retener esa
información si ambos colaboran conmigo, si no lo hacen…, pues que se atengan a
las consecuencias. Por ejemplo, sé que hay testigos que vieron a los Pacheco,
la tarde de autos, bajando de la primera planta del hostal y ahí entra la
esposa del ingeniero que no aparece en ningún papel, ni siquiera ha sido llamada
a prestar testimonio ante el juzgado. Nadie asegura que estuvieran con Salazar,
¿pero de dónde podían venir sino de la habitación 16? En cuanto a Sierra
el cebo será parecido: tengo testigos que vieron su descapotable en las
cercanías del hostal. Si su coche estaba allí, él no podía andar muy lejos.
En cuanto llegan a la capital de La Plana se
dirigen al hotel donde se hospedaron ambos andaluces en su comparecencia
anterior ante el Juzgado de Instrucción, y donde se hospedan ahora como
verificó días antes Grandal. Echan una ojeada al comedor donde está el buffet
para el desayuno y no ven a ninguno. Puesto que es allí donde han decidido
abordarles, aprovechan la ocasión y se sientan a desayunar. Grandal solo se
sirve un café con una nube de leche. A Ponte le da tiempo a servirse un copioso
desayuno continental. Está terminando el mismo, cuando Grandal da un leve
respingo, acaban de entrar en el salón los tipos que aguarda. Les da tiempo
para que se sirvan del aparador lo que les apetezca y que es bastante parco:
unas tostadas y café. La pareja desayuna en silencio hasta que uno de ellos
dice algo que el otro replica en tono agrio, a lo que sigue un tenso y crispado
diálogo pero sin perder las formas. El excomisario aguarda hasta que se produce
una pausa en la charla de ambos hombres, momento en el que con paso decidido se
acerca a la mesa de los andaluces. Mientras, Ponte dice por lo bajini: que Dios
reparta suerte, la frase más castiza y dicha con más fervor en el patio de
cuadrillas antes de que los toreros pisen la arena del albero.
-Señores
Pacheco y Sierra, buenos días. Me llamo Jacinto Grandal y he de hablar con
ustedes antes de que declaren ante el Juzgado de Instrucción número 4. Tranquilos
–agrega al ver el respingo que ha dado Pacheco-, no soy periodista, ni policía,
ni abogado, solo un investigador privado contratado por un grupo empresarial de
su tierra que no quiere que el caso ERE se desmadre más de lo que está. Y para
ello es imprescindible que hable con ustedes antes de que depongan ante la
Jueza de Instrucción. Se trata de que salgan ustedes del caso Pradera lo más
indemnes posibles y yo cuento con información que, en el supuesto de que
llegara a manos de la jueza del Valle, les podría en el disparadero de ser
acusados de intento de homicidio. Si eso llegara a ocurrir podrían tener la
tentación de negociar con la fiscalía una rebaja de la acusación a cambio de
información sobre el caso ERE y eso es algo que a mis patrocinadores no les
gustaría un pelo.
La parrafada de Grandal ha dejado a los
andaluces tan perplejos como preocupados. En principio no dicen nada, parece
que necesitan tiempo para procesar lo que les acaba de soltar el supuesto investigador.
Su desconcierto dura poco, el primero que reacciona es Sierra que, con tono
duro y voz un tanto crispada, pregunta:
-¿A qué
clase de información se refiere?
Es escuchar la pregunta y Grandal se dice: funcionó
el cebo, ahora solo será cuestión de tensar el sedal y cobrarlo poco a poco.
-Llevo
investigando el fallecimiento de Curro Salazar desde que se convirtió en el
caso Pradera. En mis indagaciones he averiguado algunos hechos que, al menos
hasta el día de hoy, no han sido descubiertos por la Guardia Civil de
Torreblanca, que es la que actúa como policía judicial del caso. Ya pueden imaginarse
que unos guardias de pueblo no están muy preparados en técnicas
criminalísticas. Si el caso lo hubiese investigado el grupo de homicidios de
cualquier comisaría o la UCO de la Benemérita otro gallo hubiera cantado. Pues
bien, de eso es de lo que quiero hablar con ustedes, de que debemos aprovechar
la oportunidad que nos brinda la falta de pericia y experiencia de los guardias
de la comandancia local para que ustedes no se dejen muchos pelos en la gatera.
-¿Y todo eso
en qué se traduce? –inquiere Pacheco que hasta el momento no ha dicho esa boca
es mía.
Esto va a resultar más fácil de lo que
suponía, se dice Grandal. Es hora de comenzar la función. A ver si hay suerte.
PD.- Hasta
el próximo viernes en que publicaré el episodio 115. El que no se arriesga, no
cruza el río