"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 16 de febrero de 2018

40. Overbooking de visitantes



   Curro Salazar y Alfonso Pacheco regresan de Castellón adonde han ido a que le hagan un reconocimiento médico al primero para comprobar su estado tras la paliza que le dio el Chato de Trebujena. De camino a Torrenostra ven al hijo del exsindicalista que va andando por el arcén de la carretera. Paran el coche a la altura del joven.
-Francisco José, ¿dónde vas? –pregunta el padre.
-¿Adónde crees? A verte. Todavía estoy esperando a que me llames… ¡Joder, papa! –exclama el chico al ver el rostro de su padre-, si estás hecho un nasareno. ¿Qué coño te ha pasao?
-Sube y luego te cuento. No sé si conoces a Alfonso Pacheco, es un paisano de Zahara.
   En el hostal hay un auténtico overbooking de visitantes esperando a Curro. Sentada en una mesa de la cafetería está Rocío Molina. En la terraza ven a Carlos Espinosa paladeando un güisqui. Y en una esquina está Jaime Sierra tomándose un helado.
-¡Virgen de la Macarena!, ¿qué te ha pasao, mi arma? –pregunta Rocío al ver el rostro de Curro.
-¡Coño, Salazar!, si pareces el Cristo de la Buena Muerte, el que sacan en procesión los legionarios en Málaga –comenta Espinosa.
-¡Dios bendito, Curro!, pero si estás hecho un eccehomo –se lamenta Sierra.
   Alrededor del doliente exsindicalista, los visitantes han formado un corro al que se suman
algunas camareras, entre ellas Anca, y la patrona. Visto el estado de aturdimiento de su paisano y de que no parece capaz de manejar la situación, Pacheco decide tomar las riendas de la coyuntura y levantando la voz advierte:
-Señores, por favor, como ustedes vosotros podéis ver nuestro amigo el señor… -está a punto de llamarle Salazar, pero se contiene a tiempo- Martínez no está en condiciones de dar demasiadas explicaciones. Acabamos de llegar de Castellón donde le han hecho una exploración clínica. Tiene dos costillas fracturadas, magulladuras y algunas pequeñas heridas. Le han recetado analgésicos y, sobre todo, reposo. Por tanto, lo mejor es que os abstengáis de hacerle preguntas, vamos a dejarle en paz y que suba a su habitación a descansar. Yo me quedo con vosotros y gustosamente contestaré todas las preguntas en la medida que pueda.
   Salazar agradece con una mirada a Pacheco su intervención y sin decir ni media palabra y ayudado por Anca se encamina a su habitación. El ingeniero, autoerigido en cabecilla del informal grupo, sugiere:
-Si os parece, vamos a sentarnos en ese bar de ahí enfrente y hablamos.
   Así lo hacen. Pacheco y Sierra han hecho un pequeño aparte mientras cruzan la calle pues se conocen de los tiempos en que ambos ocupaban cargos públicos en el gobierno de la Junta de Andalucía.
-Coño, Alfonso, eres el último a quien esperaba ver. Supongo que también estás aquí para convencer a Curro de que mida sus palabras cuando le trinquen y tenga que declarar ante la jueza.
-Más o menos, Jaime. Luego echamos una parrafada. Ahora, a ver si nos quitamos de en medio a toda esa farfolla –dice señalando con un gesto al resto del grupo-. ¿Sabes quién es el petimetre? –pregunta refiriéndose a Espinosa-. Es el único que no conozco.
-Ni idea, es la primera vez que le veo.
   Una vez sentados, Pacheco retoma la palabra:
-Para los que no me conozcan, me llamo Alfonso Pacheco. Por causa de mi profesión, soy ingeniero forestal, estaba en Castellón y como sabía que mi paisano Curro, yo también soy de Zahara, se encontraba aquí, ayer decidí hacerle una visita pues hace tiempo que no nos veíamos. Llegué justo en el momento en el que un individuo, posiblemente un ladrón, –prefiere ocultar el nombre del Chato- le estaba golpeando. Mi intervención, que no fue nada heroica pues me limité a gritar que alguien llamara a la Guardia Civil, fue suficiente para que el maleante saliera por piernas. Esta mañana he llevado a Curro a un policlínico para que le hicieran una revisión pues él no está en condiciones de conducir. Y hasta aquí puedo contaros. Antes de contestar las preguntas que ustedes vosotros queráis hacerme  solo me resta una cuestión. Al joven Salazar lo acabo de conocer, a los demás os conozco a todos salvo a ti –dice dirigiéndose a Espinosa-. Te ruego que te presentes, pues me parece que el resto tampoco sabe quién eres.
-Of course –el CEO malagueño hace gala de su inglés-. Mi nombre es Carlos Espinosa y trabajo en el sector hotelero de la Costa del Sol. Estoy aquí para entrevistarme con el señor Salazar por negocios. Ya tuvimos una primera conversación hace dos días y nos habíamos dado un plazo de cuarenta y ocho horas para reflexionar sobre el asunto que estábamos tratando y del que, por el deber de confidencialidad con mi empresa, no puedo contar nada. En todo caso, estoy a vuestra disposición para responder a vuestras preguntas, pero como he dicho poco más puedo añadir. Ah, y lamento mucho lo que le ha pasado a nuestro amigo. Nunca pude imaginar que en un lugar tan pequeño y familiar como esta playa pudiese ocurrir algo así.
   Antes de que nadie pueda intervenir, es Rocío quien toma la palabra:
-Esto parese una sesión del parlamento andalú de lo redichos que sois. ¿No creéis que es mu raro que nos hayamos arrejuntao tantos en este lugar de mierda? ¿Y no es más raro todavía que tos nos encontremos aquí para ver a mi Curro?
   El joven Salazar interrumpe la exposición de la mujer con malos modos.
-Es la segunda ves en pocos minutos que oigo referirte a papa como mi Curro. Te prohíbo que lo vuelvas a haser. Ni es tuyo ni lo ha sio nunca, putana de mierda.
   Rocío se levanta como impulsada por un resorte y le da un bofetón al joven. La acción ha sido tan inesperada y rápida que nadie, ni siquiera el abofeteado, ha tenido los reflejos necesarios para detener la agresión. Es Sierra el primero que reacciona y atenaza a la mujer por detrás para que no siga pegando a Francisco José. A su vez Pacheco, que también se ha levantado, coge al chico, que se ha puesto de pie, y le conmina a sentarse al tiempo que amonesta a ambos contendientes.
-Rocío o te comportas como una señora o pensaré que el calificativo que, injusta y deplorablemente, te ha adjudicado Francisco José es el que mejor te sienta. Y tú, muchacho, compórtate como un hombre y no como un niñato. A ver si nos calmamos todos y no seguimos dando el espectáculo porque ya veis como nos está mirando la gente. Por favor.
   La intervención de Pacheco ha sido como un bálsamo y tanto la mujer como el chico se sientan sin decir nada, aunque sus rostros dejan ver que la procesión va por dentro.
-Pacheco, ya que parece que te has convertido en el lazarillo de Salazar, ¿podrías indicarnos cuando estará en condiciones de recibir visitas? Lo pregunto porque mi trabajo no me permite quedarme aquí muchos días –inquiere Espinosa.
-No lo sé, eso lo tendrán que decir los médicos. El traumatólogo habló de mes y medio de reposo, pero supongo que en unos días estará en condiciones de atender visitas y tratar de sus asuntos. Oye, y por pura curiosidad, ¿de qué negocios puedes tratar con alguien que está prácticamente prejubilado?
   Espinosa sonríe y mira burlonamente a Pacheco. Contesta pero dando una larga cambiada:
-Ya apunté cuando hice mi presentación que el principio de confidencialidad me prohíbe desvelar las conversaciones que tengo con mis clientes, incluso con los que aún lo son solo potenciales como es el caso del señor Salazar. Puedo añadir, para que todos os quedéis tranquilos, que le hice una propuesta absolutamente inocua y, por supuesto, legal. Propuesta que según me dijo estudiaría en los próximos días. Tan simple como eso.
   Pacheco, en vista de que del barbilindo no va a sacar nada en claro, opta por finiquitar la reunión.
-Dama y caballeros, por mi parte no tengo más que decir ni preguntar. Tengo que volver a Orpesa donde me espera mi esposa. He quedado con la patrona del hostal que les llamaré para que me tengan al día de la recuperación de nuestro amigo. Os sugiero que hagáis algo parecido, aunque en el caso de Francisco José –se dirige al primogénito de Curro-, por tratarse de tu padre, tendrás que ser tú quien decidas lo qué hacer.
   Antes de que el joven pueda contestar, interviene Rocío.
-Yo me voy a quedar porque alguien tendrá que cuidar a Curro. Al fin y al cabo es mi novio.
   Pacheco vuelve a intervenir presto para que no se enzarzen otra vez el hijo y la exnovia.
-Que se quede quien quiera, pero pido por favor que no se vuelva a repetir la agarrada de antes. Que cada uno haga lo que estime conveniente, pero sin dar tres cuartos al pregonero. Jaime, puedo acercarte a tu hotel si quieres.
    Rocío, sin encomendarse a nadie, sube decidida a la habitación de Curro y entra sin llamar. Su examante está medio echado en la cama y una chica joven le está quitando los pantalones mientras dice algo que hace asomar una sonrisa en el rostro del dolorido gaditano. La sevillana no sabe si lo que ve es lo que parece o lo que imagina. En cualquier caso, dice con tono festivo:
-Currito, miarma, aquí estoy pa cuidarte.

PD.- Hasta el próximo viernes