El
diálogo entre Alfonso y Beatriz comienza a adentrarse en terrenos que lindan
con lo personal, aunque enmascarado por la cortesía y una cierta cautela, más
por parte del veterinario que de la joven maestra. Esa cierta caución empieza a
abandonarla Alfonso cuando, como al desgaire, pregunta:
- ¿Acaso Carmen y tú estáis comprometidas y
guardáis ausencia?
Pese
al plural de la frase, teóricamente referida a ambas amigas, a Beatriz no se le
oculta que la pregunta no tiene otra destinataria que ella, por lo que piensa: vaya
forma tan sesgada de preguntarme si tengo novio. Sin embargo su respuesta es
tajante:
- No hay ninguna ausencia que guardar – y,
para paliar una cierta brusquedad en su respuesta, añade -. Observa a tu
alrededor. Como verás, la mayor parte de los asistentes son muy jóvenes, casi
unos adolescentes. Y tanto Carmen como yo dejamos de usar calcetines cortos
hace mucho.
- Cualquiera que te oyese hablar deduciría
que eres una vieja y nada más alejado de la realidad, más bien estás empezando
una juventud que se adivina espléndida.
- ¿Cuántos años me echas? – coquetea Beatriz.
- Entre veinte y veintidós, pero ni uno más.
Vamos, todo un pimpollo.
- No sé si hablas en serio o eres un guasón
redomado.
- Mírame a los ojos – pide el hombre – y dime
si ves en ellos algún asomo de guasa.
- Lo siento, no soy experta en analizar
miradas. Me tendré que fiar de lo que dices.
- Palabra de honor que solo miento lo preciso
y hasta el momento no he sentido ninguna necesidad de hacerlo. Te puedes fiar
de mí – asegura Alfonso poniéndose serio -. ¿Te apetece tomar algo?
- No, gracias, prefiero charlar. Aquí no es
fácil encontrar un hombre con quien mantener una conversación en que lo más
excitante que puede contarte son las novatadas que le hicieron en la mili.
- No creas que soy tan distinto, Beatriz, a
mí también me encanta contar batallitas. Cuando nos conozcamos mejor, verás la
de episodios que te voy a colocar de mi paso por los campamentos de las
milicias universitarias. Esa variable bélica los varones la debemos de llevar
en los genes, seguramente es una herencia de cuando teníamos que salir a cazar
para alimentar a la prole.
- ¿Tienes mucha prole a la que alimentar? – la
pregunta está hecha con aparente indiferencia, pero subyace un fondo de
ansiedad en la misma.
- De momento, ninguna. Aunque cuando
encuentre mi media naranja espero tenerla; mejor dicho, me gustaría tenerla. Ha
de ser precioso lo de tener hijos con la mujer de quien se está enamorado.
- ¿Eso quiere decir qué todavía no encontraste
a tu futura media naranja? – Beatriz ha hecho la pregunta con tanto miedo a que
la respuesta sea positiva como esperanzada de que sea negativa.
- A fuer de sincero tengo que decirte que
creía que sí, pero ahora no estoy tan seguro.
- Muchas dudas tienes. No sé si es bueno
dudar tanto.
- Es posible que no, pero en los sentimientos
dudar es absolutamente natural. La mente y el corazón no están siempre de
acuerdo escribió no recuerdo quien.
- De acuerdo y yo te replico que también alguien
dijo que la duda es uno de los métodos para encontrar la verdad – apostilla
Beatriz al tiempo que lanza una alegre carcajada -. Está claro que nos hemos
juntado un buen par de pedantes, pero aquí resulta tan difícil serlo que hasta
me siento feliz por ello.
La
muchacha apoya la cabeza en el hombro de su pareja. Se calla para saborear mejor
ese fugaz momento de dicha. Él siente en su barbilla el leve roce de la sedosa
mejilla de ella. Aunque la orquesta está tocando un foxtrot, siguen bailando
lentamente sin hacer caso de la música. Cada uno está metido en un mundo
interior en el que parecen encontrarse muy a gusto. De pronto, Alfonso
pregunta:
- ¿Te gusta montar en moto?
- ¿En moto? – repite ella como saliendo de un
sueño -. No he montado nunca. Bueno, ahora recuerdo que hará algunos años un
compañero de clase me llevó un día a dar un paseo en su Mobilette.
- Eso no es una moto. Mañana verás lo que es
una de verdad. Te voy a dar un paseo, si me lo permites – añade Grau, esperando
inquieto la respuesta.
- ¿Y adónde piensas llevarme?
Alfonso está a punto de batir palmas. La tácita aceptación de la
muchacha le ha hecho feliz.
- No sé. Yo solo haré de piloto. La ruta y el
destino los marcarás tú. Iremos dónde quieras, cuándo quieras y las veces que
quieras – apenas ha dicho la última frase comprende que se ha puesto
excesivamente serio e inmediatamente añade una sonrisa a su comentario.
- Eres el primer hombre que conozco que le da
cancha a una mujer en un asunto tan varonil como marcar una ruta. Y te diré
que, para mí, es una experiencia tan insólita como agradable.
- Pues todavía no has hecho más que empezar a
descubrirme. Creo que en las distancias cortas mejoro. Por eso espero no hacer
ningún estropicio y antes de que se terminen las vacaciones poder convencerte
de que soy un hombre del que podrás fiarte y al que tendrás que creer. Y lo
digo totalmente en serio.
Beatriz vuelve a apoyar la cabeza en el hombro de su pareja. Pretende
así ocultar su turbación. Algo está naciendo en su interior. Todavía no lo ha
identificado, pero sea lo que fuere le gusta. Él se diagnostica una ligera taquicardia.Conoce la causa de la disfunción. La lleva entre sus brazos.
Mientras
su hermana siente como un hormigueo que le baila por todo el cuerpo, Carlos
mira el reloj, las dos de la madrugada. El baile está en pleno apogeo, es una
pena irse ahora, pero lo ha prometido. Su padre le ha repetido mil veces que un
hombre vale lo que su palabra.
- Cariño, son las dos, creo que deberíamos ir
pensando en decir adiós.
- ¿Irnos ahora?, ¿por qué? Si está más
animado que nunca.
- Le di mi palabra a tu padre de que nos
retiraríamos a una hora prudente. Y no me gustaría darle motivos para que
pensara que soy un irresponsable.
- Pero, amor mío, con lo bien que lo estamos
pasando. Si por mí esta noche no tendría que terminar nunca. ¿Y quieres irte?
¿Tan mal lo estás pasando a mi lado?
- No digas cosas que sabes perfectamente que
no son ciertas. ¿Cómo me lo voy a pasar mal a tu lado si eres lo único que me
importa en el mundo? Pero di mi palabra y pienso cumplirla. ¿Qué pensará tu
padre si en la primera ocasión le decepciono? Creerá que no soy digno de ti. Y
no estoy dispuesto a permitir que eso ocurra. Justamente porque te quiero, no
para una noche sino para todos los días y todas las noches de nuestra vida.
Nunca hasta ese momento, Amparín se ha sentido tan enamorada de Carlos.
Que se haya puesto enérgico es algo que le ha llenado de íntimo gozo. Este es
su hombre y luchará por él contra su padre y contra el mundo si hace falta.
- Lo que tú digas, cariño.
- ¿Crees qué deberíamos despedirnos de mí
hermana?
Beatriz sigue con Alfonso. Han abandonado la pista y buscado una
discreta mesa en la que conversan animadamente.
- Disculparnos. Bea, venimos a decirte adiós.
Voy a llevar a Amparín a su casa, le prometí a su padre que nos retiraríamos a
una hora prudente.
- Me parece muy bien. Amparín, no te lo dije
antes, pero estás guapísima y llevas un traje precioso. Huy, perdona, no os he
presentado. Mi hermano Carlos, su… - duda una fracción de segundo – novia
Amparín. Alfonso Grau.
Carlos le da la mano ceremoniosamente, mientras Amparín, presa de un
súbito conato de timidez, se limita a sonreírle.
- Tu hermana me ha dicho que te encantan las
motos – dice Alfonso -, pero que no sabes pilotarlas. Un día de estos, si te
apetece, vamos a ir al campo de fútbol y te voy a enseñar a manejar la mía. Ya
verás que pronto aprendes.
- ¿De verdad? ¡Fenomenal! Muchas gracias. Y
ahora nos disculpáis, pero tenemos que irnos.
Mientras
la joven pareja se marcha, Beatriz se queda mirando a Alfonso. En su mirada hay
una mezcla de sombro y de ironía envueltos en un halo de algo más que simpatía.