Es la etapa en la que ha entrado Sergio: la
de pon otra… copa. En el hogar paterno apenas se tomaban bebidas alcohólicas.
Solo en las celebraciones familiares se bebía vino, con moderación, y cuando
había que festejar algo se abría una botella de sidra. Fue Lorena la que lo
aficionó a la cerveza y a alternarla con distintos licores, pero nunca llegó a
tomarle verdadero gusto a la bebida. Entre otros motivos porque después de una
noche de empinar excesivamente el codo se levantaba con un mal cuerpo
espantoso. Y como solía decir su refranero abuelo: perdonaba el bollo por el
coscorrón.
En el radical giro que ha experimentado la
conducta de Sergio tiene mucho que ver el profundo cambio que, casi sin darse
cuenta él mismo, ha supuesto la alteración de su escala de valores, como si sus
más íntimas convicciones morales se hubiesen diluido en un apestoso lodazal.
Reconquistado su anterior estatus profesional todo apuntaba a que la vida del
joven volvería a discurrir por los plácidos senderos anteriores a su aventura
como directivo de la fantasmal asociación juvenil creada por los constructores.
La realidad es otra. Esa especie de mutación sufrida por el joven ha sido
originada por varias causas: quizá la más importante sea la sensación de sentir
que su vida con Lorena no se asemeja en nada a lo que soñó de estudiante. A
ello se añade el sentido de culpabilidad que arrastra por haber defraudado a
sus padres. Ni siquiera le sirve de consuelo el ser valorado en su
trabajo.
Curiosamente, la imparable adicción de
Sergio al alcohol comenzó con su renovado estatus profesional. El hecho de ser
nuevamente capataz le ha llevado a estar más cerca de sus hombres, incluso a
tratar de imitar algunas de sus costumbres. Una de ellas, muy extendida entre la
gente de la construcción, es la de tomarse un trago de aguardiente en ayunas
para matar el gusanillo, como suelen decir. Así comienza la jornada, con el
estómago caldeado por la fuerte bebida a la que suele acompañar un café solo o
con leche y de sólido, como mucho, unos churros o una porra. La primera comida
consistente es el almuerzo que para los currantes del ladrillo no es la de
mediodía, sino la de media mañana. Sobre las diez y media, más o menos, la
cuadrilla de instaladores que comanda Sergio hace una pausa para meterse entre
pecho y espalda un bocadillo de mucho respeto regado usualmente con vino
peleón. Es una forma con la que los operarios reponen fuerzas hasta la
siguiente pausa del mediodía en la que muchos de los trabajadores, aquellos que
tienen una mujer en casa, suelen llevar una fiambrera con la comida que les ha
preparado su compañera. El resto acostumbra a comer en alguno de los muchos
restaurantes baratos que han florecido en el pueblo y que a mediodía ofrecen menús
por un precio razonablemente asequible. Como Lorena sigue sin pisar la cocina,
Sergio es de los que come con la gente de este último grupo. En la comida nunca
falta el vino, generalmente de la tierra que suele ser más barato, y tras el
postre y el café siempre hay una copa de orujo de hierbas a la que generalmente
suelen acompañar otras más porque casi siempre hay quien invita a una nueva
ronda. Sergio, que es de natural generoso y que como cabeza del grupo nunca
quiere quedarse atrás, es de los que termina invitando a otra copa.
-
Paquito, pon otra ronda y cárgala a mi cuenta.
Cuando termina la jornada, y antes de
separarse, se ha convertido en otra rutina diaria la de entrar en el bar que
les pilla más a mano y tomarse unas copas para celebrar el fin de un duro día
de trabajo. Una vez en casa, donde suele encontrar a una Lorena medio
traspuesta por la droga, es habitual que se produzca un diálogo parecido:
-
¿Cómo estás churri?
La respuesta de la joven es, frecuentemente,
alguna frase vaga o de difícil comprensión.
-
¿Quieres salir a tomar algo o prefieres que te lo traiga? – ni siquiera le
pregunta si ha preparado algo para cenar, conoce bien la animadversión de
Lorena a la cocina.
Dependiendo del grado de modorra de la joven
su respuesta varía. Si salen juntos comen algo rápido en un chino o en una
hamburguesería y terminan en un bar de copas o en alguno de los antros donde
Lorena sabe que puede pillar material si ya no le queda ninguna dosis. Si
Sergio sale solo también acaba en un bar donde tomar el último trago del día.
Como esto último es lo usual, el joven se va convirtiendo, casi
inadvertidamente, en un bebedor solitario.
El señor Francisco ha llamado a Dimas.
Cuando el capataz jefe llega a la oficina el patrón está hablando por teléfono
y por su tono colige que no está precisamente de muy buen humor.
- …
bien, señor Toresano, descuide, lo arreglaré, déjelo de mi cuenta – concluye
Francisco.
-
Hablaba con el arquitecto – se explica el patrón -. Está que se sube por las
paredes. Dice que no vamos a entregar a tiempo el quinto bloque del sector C.
¿Qué coño está pasando y por qué me tengo que enterar por alguien ajeno a la
empresa de que mi gente no cumple?
- Hay
un pequeño desajuste en los tiempos de entrega de ese bloque, es cierto, pero
esperaba solucionarlo antes de que la incidencia llegara a tus oídos – se
disculpa el capataz jefe.
-
¿Incidencia? ¡Coño Dimas, ya hablas como los políticos! ¿Le llamas incidencia a
un retraso de casi semana y media? Explícate y no me vengas con chorradas.
- Se
trata de la cuadrilla de Sergio. Entre que tiene muchos operarios nuevos y por
unas cosas u otras han tenido que rehacer parte del tendido y de varias
acometidas. Además, el Estudiante ya no es el que era y no ha sabido, o no ha
podido, meter en cintura a alguno de sus oficiales que son más bien flojitos.
- Pues
me traes al Sergio que me va a escuchar. Como esto se repita le pongo de
patitas en la puta calle.
- El
mayor culpable no es el Estudiante, soy yo. Tendría que haber estado encima de
ellos, pero me dejé ir. Creí que el chico sería capaz de manejarse solo como
hacía antes, pero como te decía ha cambiado, no es el que era.
- No
te eches las culpas, Dimas, que te conozco. Llegas hasta donde puedes, pero ni
siquiera tú eres capaz de manejar cinco cuadrillas al mismo tiempo. Por tanto,
si no quieres que le ponga las orejas rojas al Sergio, de acuerdo, pero se las
tendrás que poner tú. Aquí, el que vale, vale, y el que no para capitalista.
Esto que no vuelva a ocurrir o alguien va a tener un disgusto sonado. ¿Has
tomado nota? Pues leña al mono que es de goma.
Dimas no ha sido del todo sincero con su
jefe. Solo le ha contado la mitad de la verdad. Hace ya un tiempo que viene
advirtiendo la deriva del proceder profesional de Sergio. Sabe que hay días que
ha llegado tarde al tajo y, además, con las huellas de una resaca más que
respetable. Llama al joven para cantarle las cuarenta:
-
Estudiante, esto no puede seguir así ni un día más. O cambias y vuelves a
portarte como antes o me temo que te van a dar el finiquito.
-
Bueno, Dimas, sé que llevamos el trabajo un tanto retrasado, pero lo voy a
solucionar. Lo que pasa es que los nuevos oficiales son poco profesionales y he
de estar continuamente enmendando sus meteduras de pata, pero te prometo que lo
voy a arreglar.
-
Menos promesas y más estar al loro, como dicen mis hijos. Y la culpa no solo es
de los oficiales. Sabes perfectamente que hay días que no das una a derechas
porque no estás en las debidas condiciones. Deberías cuidarte más y soplar
menos.
- Lo
que haga fuera de las horas de trabajo es asunto mío – responde desabridamente
Sergio.
- No
lo digas tan seguro, si lo que haces afecta a tu trabajo es tan asunto tuyo
como de la empresa. Y no te lo voy a decir más veces: o te enmiendas o esto va
a terminar de mala manera. O sea, que menos empinar el codo y ojo al cristo que
es de plata.