"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 22 de julio de 2014

4.27. Pon otra…

   Es la etapa en la que ha entrado Sergio: la de pon otra… copa. En el hogar paterno apenas se tomaban bebidas alcohólicas. Solo en las celebraciones familiares se bebía vino, con moderación, y cuando había que festejar algo se abría una botella de sidra. Fue Lorena la que lo aficionó a la cerveza y a alternarla con distintos licores, pero nunca llegó a tomarle verdadero gusto a la bebida. Entre otros motivos porque después de una noche de empinar excesivamente el codo se levantaba con un mal cuerpo espantoso. Y como solía decir su refranero abuelo: perdonaba el bollo por el coscorrón.
   En el radical giro que ha experimentado la conducta de Sergio tiene mucho que ver el profundo cambio que, casi sin darse cuenta él mismo, ha supuesto la alteración de su escala de valores, como si sus más íntimas convicciones morales se hubiesen diluido en un apestoso lodazal. Reconquistado su anterior estatus profesional todo apuntaba a que la vida del joven volvería a discurrir por los plácidos senderos anteriores a su aventura como directivo de la fantasmal asociación juvenil creada por los constructores. La realidad es otra. Esa especie de mutación sufrida por el joven ha sido originada por varias causas: quizá la más importante sea la sensación de sentir que su vida con Lorena no se asemeja en nada a lo que soñó de estudiante. A ello se añade el sentido de culpabilidad que arrastra por haber defraudado a sus padres. Ni siquiera le sirve de consuelo el ser valorado en su trabajo. 

   Curiosamente, la imparable adicción de Sergio al alcohol comenzó con su renovado estatus profesional. El hecho de ser nuevamente capataz le ha llevado a estar más cerca de sus hombres, incluso a tratar de imitar algunas de sus costumbres. Una de ellas, muy extendida entre la gente de la construcción, es la de tomarse un trago de aguardiente en ayunas para matar el gusanillo, como suelen decir. Así comienza la jornada, con el estómago caldeado por la fuerte bebida a la que suele acompañar un café solo o con leche y de sólido, como mucho, unos churros o una porra. La primera comida consistente es el almuerzo que para los currantes del ladrillo no es la de mediodía, sino la de media mañana. Sobre las diez y media, más o menos, la cuadrilla de instaladores que comanda Sergio hace una pausa para meterse entre pecho y espalda un bocadillo de mucho respeto regado usualmente con vino peleón. Es una forma con la que los operarios reponen fuerzas hasta la siguiente pausa del mediodía en la que muchos de los trabajadores, aquellos que tienen una mujer en casa, suelen llevar una fiambrera con la comida que les ha preparado su compañera. El resto acostumbra a comer en alguno de los muchos restaurantes baratos que han florecido en el pueblo y que a mediodía ofrecen menús por un precio razonablemente asequible. Como Lorena sigue sin pisar la cocina, Sergio es de los que come con la gente de este último grupo. En la comida nunca falta el vino, generalmente de la tierra que suele ser más barato, y tras el postre y el café siempre hay una copa de orujo de hierbas a la que generalmente suelen acompañar otras más porque casi siempre hay quien invita a una nueva ronda. Sergio, que es de natural generoso y que como cabeza del grupo nunca quiere quedarse atrás, es de los que termina invitando a otra copa.
- Paquito, pon otra ronda y cárgala a mi cuenta.

   Cuando termina la jornada, y antes de separarse, se ha convertido en otra rutina diaria la de entrar en el bar que les pilla más a mano y tomarse unas copas para celebrar el fin de un duro día de trabajo. Una vez en casa, donde suele encontrar a una Lorena medio traspuesta por la droga, es habitual que se produzca un diálogo parecido:
- ¿Cómo estás churri?
   La respuesta de la joven es, frecuentemente, alguna frase vaga o de difícil comprensión.
- ¿Quieres salir a tomar algo o prefieres que te lo traiga? – ni siquiera le pregunta si ha preparado algo para cenar, conoce bien la animadversión de Lorena a la cocina.
   Dependiendo del grado de modorra de la joven su respuesta varía. Si salen juntos comen algo rápido en un chino o en una hamburguesería y terminan en un bar de copas o en alguno de los antros donde Lorena sabe que puede pillar material si ya no le queda ninguna dosis. Si Sergio sale solo también acaba en un bar donde tomar el último trago del día. Como esto último es lo usual, el joven se va convirtiendo, casi inadvertidamente, en un bebedor solitario.

   El señor Francisco ha llamado a Dimas. Cuando el capataz jefe llega a la oficina el patrón está hablando por teléfono y por su tono colige que no está precisamente de muy buen humor.
- … bien, señor Toresano, descuide, lo arreglaré, déjelo de mi cuenta – concluye Francisco.
- Hablaba con el arquitecto – se explica el patrón -. Está que se sube por las paredes. Dice que no vamos a entregar a tiempo el quinto bloque del sector C. ¿Qué coño está pasando y por qué me tengo que enterar por alguien ajeno a la empresa de que mi gente no cumple?
- Hay un pequeño desajuste en los tiempos de entrega de ese bloque, es cierto, pero esperaba solucionarlo antes de que la incidencia llegara a tus oídos – se disculpa el capataz jefe.
- ¿Incidencia? ¡Coño Dimas, ya hablas como los políticos! ¿Le llamas incidencia a un retraso de casi semana y media? Explícate y no me vengas con chorradas.
- Se trata de la cuadrilla de Sergio. Entre que tiene muchos operarios nuevos y por unas cosas u otras han tenido que rehacer parte del tendido y de varias acometidas. Además, el Estudiante ya no es el que era y no ha sabido, o no ha podido, meter en cintura a alguno de sus oficiales que son más bien flojitos.
- Pues me traes al Sergio que me va a escuchar. Como esto se repita le pongo de patitas en la puta calle.
- El mayor culpable no es el Estudiante, soy yo. Tendría que haber estado encima de ellos, pero me dejé ir. Creí que el chico sería capaz de manejarse solo como hacía antes, pero como te decía ha cambiado, no es el que era.
- No te eches las culpas, Dimas, que te conozco. Llegas hasta donde puedes, pero ni siquiera tú eres capaz de manejar cinco cuadrillas al mismo tiempo. Por tanto, si no quieres que le ponga las orejas rojas al Sergio, de acuerdo, pero se las tendrás que poner tú. Aquí, el que vale, vale, y el que no para capitalista. Esto que no vuelva a ocurrir o alguien va a tener un disgusto sonado. ¿Has tomado nota? Pues leña al mono que es de goma.
   Dimas no ha sido del todo sincero con su jefe. Solo le ha contado la mitad de la verdad. Hace ya un tiempo que viene advirtiendo la deriva del proceder profesional de Sergio. Sabe que hay días que ha llegado tarde al tajo y, además, con las huellas de una resaca más que respetable. Llama al joven para cantarle las cuarenta:
- Estudiante, esto no puede seguir así ni un día más. O cambias y vuelves a portarte como antes o me temo que te van a dar el finiquito.
- Bueno, Dimas, sé que llevamos el trabajo un tanto retrasado, pero lo voy a solucionar. Lo que pasa es que los nuevos oficiales son poco profesionales y he de estar continuamente enmendando sus meteduras de pata, pero te prometo que lo voy a arreglar.
- Menos promesas y más estar al loro, como dicen mis hijos. Y la culpa no solo es de los oficiales. Sabes perfectamente que hay días que no das una a derechas porque no estás en las debidas condiciones. Deberías cuidarte más y soplar menos.
- Lo que haga fuera de las horas de trabajo es asunto mío – responde desabridamente Sergio.
- No lo digas tan seguro, si lo que haces afecta a tu trabajo es tan asunto tuyo como de la empresa. Y no te lo voy a decir más veces: o te enmiendas o esto va a terminar de mala manera. O sea, que menos empinar el codo y ojo al cristo que es de plata.