"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 11 de septiembre de 2020

Libro II. Episodio 57. Una alumna deplorable

   La negociación entre el Bisojo y doña Pilar, por un nuevo salario para Julio, la llevan a cara de perro. A la réplica de uno le contradice prestamente el otro. Así, cuando el viejo droguero dice que buscará a alguien de fuera para sustituir a Julio, la maestra le expone los riesgos que ello puede conllevar.

   -Usted conoce a la gente de la ciudad mejor que yo, por tanto sabe que alguien de fuera siempre será visto como un forastero, y la gente recela comprarle a un desconocido –El Bisojo hace ademán de intervenir, pero la aragonesa le ataja-. Sí, sé lo que va a decir, que el chico también era un desconocido, pero ahora ya le conocen. Y además, todo el mundo sabe quién es su madre –Lo dice como si no fuera ella-. En cambio, si trae a un forastero, hasta que la gente se familiarice con él, perderá un chorro de clientes. Ah, y una cosa que no le he contado. El otro día me tropecé con doña Enriqueta, la señora del notario, y me contó que había ido a la tienda porque doña Herminia, la esposa del doctor Marchena, se la había recomendado, pues según ella le atendió un joven dependiente del que se deshizo en elogios por lo bien que la había tratado. Lo que quiere decir que el chico está consiguiendo algo de lo que usted no ha sido capaz: que las señoras de la buena sociedad compren productos en su tienda en vez de encargarlos a Cáceres.

   Da la impresión que el Bisojo, si no se ha rendido, sí ha bajado la guardia. Lo prueba su propuesta.

   -Y si lo dejamos en el ocho, ¿bastaría?

   -Sería mejor el once –contraoferta la maestra.

   -Llegaría hasta el nueve, y esa es mi última palabra.

   -Dejémoslo en el diez y medio –rebaja Pilar.

   -Ni pa usté ni pa mí, que sea el diez.

   Pilar no contraoferta, en vez de ello extiende su mano que el tío Elías se apresura a estrechar.

   -El chico se queda, pero a costa de que usté me haya sangrao como a un cochino por San Martín –se lamenta el Bisojo.

   -Con esas cifras creo que se quedará, pero para estar más seguros no estaría mal que también le diera el aguinaldo, una paguita extra de cuarenta duritos reforzaría su permanencia –remacha Pilar.

   -¡Mecagondié, señora, es usté más dura que el granito de Gredos! ¡Y eso que no sabía negociar, si llega a saber me deja como mi madre me trajo al mundo, en cueros!

   -Un último ruego. De esta conversación ni una palabra a Julio –Al fin ha dejado de citarle como el chico-. Mi hijo, como la mayoría de la gente joven, es orgulloso y podría sentarle mal que haya negociado a su espalda. Por eso lo mejor es que, cuando le lleve los balances, y antes de que diga una palabra, le cuente que como está satisfecho con su desempeño le va a subir la paga y la comisión. Y, aunque ahora no lo crea, le aseguro que ha hecho el mejor negocio de su vida. Palabra de aragonesa.

   -Si el chico vale la mitá que usté, no lo dudo.

   Al día siguiente, cuando Pilar llega a casa, cansada tras la sesión escolar vespertina y la atención al grupo de bachillerato, se encuentra con la sorpresa de que encima de la mesa hay una botella de sidra.

   -¿Y eso, es que hay algo que celebrar? –pregunta haciéndose la desentendida.

   -Hay mucho –contesta un sonriente Julio-. Siéntate, porque lo que te voy a contar es para no creérselo –Y le relata que, cuando ha ido a llevarle las cuentas al tío Elías, se ha encontrado con la sorpresa que menos podía esperar-. Me va a subir el sueldo, me aumenta la comisión hasta el diez y, para colmo, me ha dado cuarenta duros de aguinaldo. Todavía me estoy pellizcando para hacerme a la idea de que esto no es un sueño, sino realidad.

   -¡Pero bueno, hijo, dame un abrazo! –Exclama, alborozada, Pilar-. ¿Te acuerdas de lo que te he repetido tantas veces sobre que la paciencia acaba dando frutos dulces?, pues ya ves que es cierto. ¿Y te ha dicho el motivo del aumento? –La pregunta de Pilar tiene su aquel, es para constatar si el tío Elías le ha contado al chico su intervención.

   -Pues que está muy satisfecho con mi trabajo, que he logrado aumentar las ventas y que varias clientas le han hablado mucho y bien de como las trato.

   -O sea, que te has ganado el aumento a pulso. No tengo palabras para expresarte lo orgullosa que me siento, hijo. Abre esa sidra que hay mucho por lo que brindar.

   Pilar, después de la sesión escolar de las tardes, se queda con el grupo de alumnos que estudian con ella el bachillerato. Su metodología es dudosamente pedagógica, pero al parecer es eficaz. Cada uno de los chicos debe aprenderse de memoria una lección del libro de texto recomendado por el profesor de cada asignatura del instituto de Cáceres, con el que en junio tendrán que examinarse por enseñanza libre. La maestra reúne en torno a ella a los alumnos del mismo curso y pide que cada uno recite la lección aprendida, e insta a los demás a que estén atentos y comparen lo que canta su condiscípulo con lo que cada uno sabe. Esta tarde tiene reunidos a los del ingreso y primero, son alumnos muy disciplinados y estudiosos salvo uno que es deplorable, Julia Manzano, pues habla de pena, apenas si estudia e incluso hay días que no recita la lección alegando excusas como la que manifiesta esta tarde.

   -¿Y que tripa se te ha roto hoy, Julia?, ¿por qué no has podido estudiar?

   -Seña maestra, no he tenío tiempo porque m´a tocao cuidar a los críos de mi hermana, pos la criá que tie pa cuidarlos se ha puesto malucha, y como ella ha de ocuparse de la tienda, m´a tocao quedarme con ellos.

   Puesto que es el enésimo pretexto que aduce la niña, Pilar opta por cortar por lo sano. Está hasta el moño de los subterfugios de la muchacha y piensa que no tiene ningún sentido continuar dándole clase a una niñata que, por lo que parece, no tiene voluntad ninguna de aprender.

   -Está bien, Julia. Luego te daré una nota para que se la des a tu madre –Pilar ya está redactando mentalmente lo que piensa decirle a la madre de la muchacha: Su hija es muy lista, pero no le gusta nada estudiar y eso no puedo arreglarlo, por lo que le aconsejo que no malgaste el dinero con ella. Va a indicar a la mozuela que puede retirarse, pero es más fuerte su pulsión docente y opta porque la chicuela, al menos hoy aprenda algo-. Julia, trae tu cuaderno. Vas a copiar veinte veces las frases que escribo –Y cogiendo la libreta redacta: No se dice tenío, sino tenido. Se dice para, no pa. Pos es incorrecto, lo correcto es pues. Tie está mal dicho, hay que decir tiene. No es tocao, sino tocado. Cuando la muchacha ve el montón de frases que debe copiar protesta ruidosamente.

   -¡No pue usté ponerme tantos deberes! Madre dice que usté está aquí pa enseñarnos, no pa hacernos trabajar como mulos.

   Pilar está en un tris de contestar como es debido a la insolente niña, pero se controla, no debe ponerse al mismo nivel de una cría de diez años.

   -Ve a tu pupitre, copia las frases que te he puesto en el cuaderno y, cuando termine con estos caballeretes, tú y yo vamos a charlar largo y tendido. Hala, a trabajar, y no como un mulo, sino como una persona responsable.

   Cuando casi al final de la tarde Pilar acaba con los demás alumnos, llama a la niña.

   -Julia, yo solo quiero tu bien, quiero que aprendas para que el día de mañana seas una mujer educada, culta e incluso que puedas estudiar una carrera si te apeteciera. Por eso, te ruego que seas sincera conmigo. Puedes decir lo que quieras que te prometo que no te voy a reñir. ¿Por qué no te gusta estudiar?

   La muchachita, cuyo semblante hosco revela su estado de ánimo, vacila. No sabe qué contestar, sí la verdad o largarle una trola a aquella marimandona de maestra.

   -Pos verá…, a mi lo de estudiar esos libracos, de los que no entiendo de la misa la mitá, me la repanchinfla –Pilar se dice que tendrá que buscar en el diccionario el verbo repanchinflar, si es que existe-. Si estoy aquí es porque mi hermana Consuelo, que es más cursi que un repollo con lazo, s´a empeñao en que tengo que hacer, al menos, el primer ciclo del bachillerato y aluego igual estudiar pa maestra o pa enfermera. Y s´a empeñao porque ella no pudo hacerlo, pos se murió mi padre y tuvo que echar una mano a madre. A mí donde me gusta estar es en el pueblo, jugando con las amigas y, si falta hace, ayudar algo a madre que siempre va mu aperreá. Lo de estudiar no me va na. Y pa decirle toa la verdá, mi madre tampoco está mucho por la labor, me refiero a lo de que estudie. Dice, y creo que tie razón, que ella nunca estudió más que lo de la escuela del pueblo y nunca le hizo falta saber na más, pero…

   -Dime, Julia, sin miedo alguno –la anima Pilar.

  -Pos lo que le he dicho, que es Consuelo la que está emperrá en que estudie. Y también ha sio ella la que aconsejó a madre que me enviara con usté, pos dice que es mu buena maestra y… le he de confesar que yo creo que enseña mu bien, pero cuando abro uno de esos libracos que hizo comprar a madre y comienzo a leer, la mitá de las palabras no las entiendo y eso es como querer hacer gachas sin tener harina de almorta –Pilar no ha podido evitar esbozar una leve sonrisa por la alusión a las gachas, pero piensa que la muchacha, todavía una niña, ha construido ordenadamente su relato, bien que dándole unas patadas al diccionario que válgame Dios. Pese a todo, y más después de la charla, está convencida de que la chiquilla tiene potencial. El problema está en cómo saber entrarle, algo que evidentemente ella no ha sabido hacer hasta la fecha. Pilar, se dice, te ha faltado psicología. Como se ha abstraído, no acaba de entender lo que termina de preguntar la muchachita.

   -¿Qué dices?, no te he entendido.

   -Que si me da la nota pa mi madre.

   Pilar se lo piensa durante un minuto y opta por cambiar su modelo de actuación, y para que funcione necesita ganarse la confianza de la niña.

    -No te voy a dar ninguna nota. Vamos a hacer otra cosa. Para mañana no estudies nada, vienes a la hora de siempre y no es necesario que traigas ningún libro, basta con un cuaderno y un lápiz.

   -¿Y qué voy a hacer, copiar otra vez lo que usté me ponga en la libreta? –pregunta una recelosa Julia.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño, publicaré el episodio 58. ¿Me puede dar en la espalda?