El Director Operativo, al ver la cara de
pasmo que se les ha quedado al trío de inspectores al escuchar su pregunta
sobre qué debía hacer la policía ante la información que viene de La Habana,
lanza una carcajada. Se ve que es hombre con sentido del humor.
- La
pregunta era meramente retórica. No sois vosotros – dice dirigiéndose a los
inspectores del Caso Inca – quienes tenéis que dar la respuesta, ni siquiera
nosotros – añade englobando en ese nosotros a Ramos y a él mismo -. La
respuesta ya la ha dado quien tiene competencia para ello y es que desde hoy el
Caso Inca queda en stand by; dicho en
cristiano para que se me entienda mejor: el caso queda inactivo a la espera de
recibir nuevas instrucciones. Esto es una orden y viene de arriba.
Bernal, como hombre que no tiene pelos en la
lengua, levanta la mano para plantear el interrogante que todos tienen en mente.
- Director,
¿puedo hacerle una pregunta?
- Dispara.
- ¿Debemos
entender que la célula de coordinación queda disuelta y que podemos regresar a
nuestros anteriores puestos?
- En absoluto. El grupo del Caso Inca va a continuar como hasta ahora,
únicamente que sin llevar a cabo nuevas investigaciones. Podéis ir poniendo al
día el papeleo y disfrutaréis de unos días de vacaciones, pero sin salir de
Madrid por si el viento rola de otro cuadrante. Ramos ya tiene las
correspondientes autorizaciones.
Ahora es Blanchard quien
levanta la mano.
- Señor Director – el galo, como siempre, guarda las formas -, si no
se van a realizar nuevas investigaciones aquí estoy de más, por lo que supongo
que podré volver a París.
- Lo lamento, Michel, pero la orden le incluye a usted – Carranza
habla de usted al francés cuando a sus inspectores les tutea -. Recibirá en
cualquier momento la correspondiente comunicación de su departamento – y vuelve
a dirigirse al trío -. Como me da la impresión de que os habéis quedado un
tanto frustrados, os diré que están en marcha varias operaciones, digamos que
por vía diplomática, para recabar más información sobre la oferta de los
servicios cubanos. Y no puedo añadir más. ¿Alguna pregunta? – el silencio es la
respuesta -. Ah, cualquier duda que se os plantee en relación al caso vuestro
interlocutor será el comisario Ramos. Bien, caballeros, solo quiero decir una
cosa más: felicitaros por vuestro trabajo. Espero y deseo que esta felicitación
se materialice, cuanto antes, en recompensas más gratificantes. La reunión se
ha terminado. Buenos días.
Al salir de la Dirección Adjunta, Ramos
pregunta:
- ¿Os dejo
en la Brigada?
Una rápida mirada parece ponerles de acuerdo
y es Atienza quien responde:
- Gracias,
Jefe. Iremos andando, así vamos digiriendo lo que nos ha ordenado el comisario
Carranza.
- Carranza -
precisa Ramos -, como yo y como vosotros, al fin y al cabo no es más que un
mandado por muy aparente que pueda resultar lo de Director Adjunto. No lo
olvidéis. Otra cosa, si alguien quiere tomarse unos días de vacaciones solo
tiene que pegarme un telefonazo. Hasta luego.
Cuando se quedan solos, Bernal propone:
- Opino que
es el momento de tomarse un copazo. ¿Vamos a algún sitio en particular o entramos
en el primer bar que mole?
- Por mí
donde sea – responde Blanchard.
Atienza, a su vez, se encoge de hombros. Da
la impresión de que es a quien la orden recibida ha dejado más tocado. Buscan
una cafetería que parece poco ruidosa, eligen una mesa en un rincón y piden
tres wiskis dobles para empezar. Durante bastantes minutos nadie habla, como
dijo antes Atienza están digiriendo la orden que les acaban de dar. Al final,
es Bernal quien rompe el oneroso silencio.
- Tiene
cojones de adónde ha llegado la policía – afirma hablando como si él no
perteneciera a la misma -. A que te digan que dejes de investigar un delito
como la copa de un pino porque hay por medio no sé que mierda de contactos
diplomáticos. Como sigan así casi sería mejor que disolvieran el Cuerpo.
- Yo no hago
más que preguntarme que hemos hecho mal para que nos aparten del caso – se
lamenta Atienza.
- Pues a mí
todo esto no me ha cogido de nuevas. No es que supiera nada, claro, pero sí sé
que en cuanto los políticos meten sus narices en un asunto todo puede irse al
garete – Lo que significa irse al garete tuvo que preguntarlo Blanchard cuando
lo oyó por primera vez y desde entonces, venga o no a cuento, utiliza esa
expresión siempre que puede. Y para su consternación también ha descubierto que
es una frase que ha dejado de usarse, casi nadie menor de cuarenta años sabe que
irse al garete es un término que se refiere a una embarcación que por haber
perdido sus anclas, tener una avería en sus máquinas o por otra causa, se mueve solo impulsada por
la fuerza del viento, del mar o de la corriente.
- Juan
Carlos, no es que hayamos hecho algo mal – Bernal trata de que su compañero
remonte el ánimo -, al contrario, creo que más bien se trata de que nos íbamos
acercando demasiado a los autores del atraco y, dado que ni éste es un robo
vulgar ni los autores deben de ser unos robaperas cualesquiera, alguien en las
alturas se ha puesto nervioso y ha dicho aquello de la canción de Carlos
Puebla: llegó el comandante y mandó a parar.
- ¿Tú crees?
Ojalá fuera verdad lo que dices – dice Atienza que trata de consolarse con los
argumentos de su colega para terminar añadiendo - ¿Y ahora qué hacemos?
Blanchard es quien le contesta:
- Cualquier
cosa menos rompernos los cuernos. Nos han ordenado que paremos y vamos a parar,
seguir investigando sería un suicidio profesional. Y yo, como Eusebio, tengo
hijos que están muy empeñados en comer, como poco, cuatro veces al día. Vosotros
supongo que tendréis que poner al día todos los informes pendientes sobre la
investigación. Por mi parte, voy a hacer lo mismo para mis jefes. Y lo de
cogerme unos días libres de servicio me parece una idea tan sugerente como
sugestiva.
- Bueno,
pues vámonos a la Brigada y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga –
acepta Atienza y antes de que Blanchard le pregunte, explica -. Ese refrán,
Michel, quiere decir que, en ocasiones, solo cabe aceptar el buen o el mal
éxito de un asunto con resignación y conformidad, por el sesgo que toman las
circunstancias.
En
la Brigada, Atienza encuentra la nota de una llamada. Dice escuetamente: te ha
llamado el señor Vieques. Volverá a hacerlo. Preguntado, el compañero que ha tomado
el recado solo puede decirle que la llamada fue a las once treinta cinco y que
el tal Vieques hablaba español con un ligero acento caribeño, podría ser
dominicano, portorriqueño, cubano o de por esos pagos. El hecho de que se trate
de un hispanoamericano pone de los nervios al inspector de Patrimonio.
- No conozco
a nadie que se llame Vieques – le explica a Bernal – y se trata de un latinoamericano.
- Bueno, ¿y
qué? – cuestiona Bernal.
- Que puede
tener algo que ver con el caso – responde Atienza.
- Mira, Juan
Carlos, no te pongas fantasioso. Lo que sea, sonará. Ya tendrás tiempo de ponerte
nervioso cuando hables con el tal Vieques. Mientras tanto, tómate una tila o
algo para tranquilizarte. Creo que nos hemos pasado de wiskis. Me voy a casa a
ver si los meo. Si te parece, esta tarde nos ponemos con el papeleo.
Blanchard, que se ha ido a su hotel, no deja
de pensar en el mandato que les ha dado el Director Operativo: dejar el caso en
stand by a la espera de nuevas
órdenes. Y a espaldas de sus colegas hispanos y por su cuenta y riesgo toma una
decisión que, en el supuesto de que la persona a la que va a llamar no sea
discreta, le puede costar un serio disgusto profesional. Recuerda aquella
expresión que solía repetir su madre: el que no se moja, no pasa el río, y él
está dispuesto a cruzarlo aunque se moje. Además, se dice, solo se me podrá
acusar de indiscreto, pues el Director no ha dicho nada de que guardáramos
ninguna clase de reserva. Por tanto… llama a Grandal.
- Comisario,
soy Blanchard, me gustaría tener con usted una conversación privada, al margen
de mis compañeros del caso. ¿Puedo contar con su discreción?
Grandal vacila. ¿Charlar con el francés sin
que lo sepan sus colegas?, ¿qué coño querrá preguntarle o contarle el gabacho?
Le puede más la curiosidad y acepta. Quedan en verse después del almuerzo. Como
Blanchard conoce bien el disparatado horario español en lo tocante a las
comidas, quedan para las cinco de la tarde. ¿A ver qué le digo y, sobre todo,
cómo se lo digo?, se dice el francés al apagar el móvil.