"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 10 de febrero de 2017

104. Llegó el comandante y mandó a parar



  El Director Operativo, al ver la cara de pasmo que se les ha quedado al trío de inspectores al escuchar su pregunta sobre qué debía hacer la policía ante la información que viene de La Habana, lanza una carcajada. Se ve que es hombre con sentido del humor.  
- La pregunta era meramente retórica. No sois vosotros – dice dirigiéndose a los inspectores del Caso Inca – quienes tenéis que dar la respuesta, ni siquiera nosotros – añade englobando en ese nosotros a Ramos y a él mismo -. La respuesta ya la ha dado quien tiene competencia para ello y es que desde hoy el Caso Inca queda en stand by; dicho en cristiano para que se me entienda mejor: el caso queda inactivo a la espera de recibir nuevas instrucciones. Esto es una orden y viene de arriba.
   Bernal, como hombre que no tiene pelos en la lengua, levanta la mano para plantear el interrogante que todos tienen en mente.
- Director, ¿puedo hacerle una pregunta?
- Dispara.
- ¿Debemos entender que la célula de coordinación queda disuelta y que podemos regresar a nuestros anteriores puestos?
- En absoluto. El grupo del Caso Inca va a continuar como hasta ahora, únicamente que sin llevar a cabo nuevas investigaciones. Podéis ir poniendo al día el papeleo y disfrutaréis de unos días de vacaciones, pero sin salir de Madrid por si el viento rola de otro cuadrante. Ramos ya tiene las correspondientes autorizaciones.
   Ahora es Blanchard quien levanta la mano.
- Señor Director – el galo, como siempre, guarda las formas -, si no se van a realizar nuevas investigaciones aquí estoy de más, por lo que supongo que podré volver a París.
- Lo lamento, Michel, pero la orden le incluye a usted – Carranza habla de usted al francés cuando a sus inspectores les tutea -. Recibirá en cualquier momento la correspondiente comunicación de su departamento – y vuelve a dirigirse al trío -. Como me da la impresión de que os habéis quedado un tanto frustrados, os diré que están en marcha varias operaciones, digamos que por vía diplomática, para recabar más información sobre la oferta de los servicios cubanos. Y no puedo añadir más. ¿Alguna pregunta? – el silencio es la respuesta -. Ah, cualquier duda que se os plantee en relación al caso vuestro interlocutor será el comisario Ramos. Bien, caballeros, solo quiero decir una cosa más: felicitaros por vuestro trabajo. Espero y deseo que esta felicitación se materialice, cuanto antes, en recompensas más gratificantes. La reunión se ha terminado. Buenos días.
   Al salir de la Dirección Adjunta, Ramos pregunta:
- ¿Os dejo en la Brigada?
   Una rápida mirada parece ponerles de acuerdo y es Atienza quien responde:
- Gracias, Jefe. Iremos andando, así vamos digiriendo lo que nos ha ordenado el comisario Carranza.
- Carranza - precisa Ramos -, como yo y como vosotros, al fin y al cabo no es más que un mandado por muy aparente que pueda resultar lo de Director Adjunto. No lo olvidéis. Otra cosa, si alguien quiere tomarse unos días de vacaciones solo tiene que pegarme un telefonazo. Hasta luego.
   Cuando se quedan solos, Bernal propone:
- Opino que es el momento de tomarse un copazo. ¿Vamos a algún sitio en particular o entramos en el primer bar que mole?
- Por mí donde sea – responde Blanchard.
   Atienza, a su vez, se encoge de hombros. Da la impresión de que es a quien la orden recibida ha dejado más tocado. Buscan una cafetería que parece poco ruidosa, eligen una mesa en un rincón y piden tres wiskis dobles para empezar. Durante bastantes minutos nadie habla, como dijo antes Atienza están digiriendo la orden que les acaban de dar. Al final, es Bernal quien rompe el oneroso silencio.
- Tiene cojones de adónde ha llegado la policía – afirma hablando como si él no perteneciera a la misma -. A que te digan que dejes de investigar un delito como la copa de un pino porque hay por medio no sé que mierda de contactos diplomáticos. Como sigan así casi sería mejor que disolvieran el Cuerpo.
- Yo no hago más que preguntarme que hemos hecho mal para que nos aparten del caso – se lamenta Atienza.
- Pues a mí todo esto no me ha cogido de nuevas. No es que supiera nada, claro, pero sí sé que en cuanto los políticos meten sus narices en un asunto todo puede irse al garete – Lo que significa irse al garete tuvo que preguntarlo Blanchard cuando lo oyó por primera vez y desde entonces, venga o no a cuento, utiliza esa expresión siempre que puede. Y para su consternación también ha descubierto que es una frase que ha dejado de usarse, casi nadie menor de cuarenta años sabe que irse al garete es un término que se refiere a una embarcación que por haber perdido sus anclas, tener una avería en sus máquinas  o por otra causa, se mueve solo impulsada por la fuerza del viento, del mar o de la corriente.
- Juan Carlos, no es que hayamos hecho algo mal – Bernal trata de que su compañero remonte el ánimo -, al contrario, creo que más bien se trata de que nos íbamos acercando demasiado a los autores del atraco y, dado que ni éste es un robo vulgar ni los autores deben de ser unos robaperas cualesquiera, alguien en las alturas se ha puesto nervioso y ha dicho aquello de la canción de Carlos Puebla: llegó el comandante y mandó a parar.
- ¿Tú crees? Ojalá fuera verdad lo que dices – dice Atienza que trata de consolarse con los argumentos de su colega para terminar añadiendo - ¿Y ahora qué hacemos?
   Blanchard es quien le contesta:
- Cualquier cosa menos rompernos los cuernos. Nos han ordenado que paremos y vamos a parar, seguir investigando sería un suicidio profesional. Y yo, como Eusebio, tengo hijos que están muy empeñados en comer, como poco, cuatro veces al día. Vosotros supongo que tendréis que poner al día todos los informes pendientes sobre la investigación. Por mi parte, voy a hacer lo mismo para mis jefes. Y lo de cogerme unos días libres de servicio me parece una idea tan sugerente como sugestiva.
- Bueno, pues vámonos a la Brigada y a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga – acepta Atienza y antes de que Blanchard le pregunte, explica -. Ese refrán, Michel, quiere decir que, en ocasiones, solo cabe aceptar el buen o el mal éxito de un asunto con resignación y conformidad, por el sesgo que toman las circunstancias.
   En la Brigada, Atienza encuentra la nota de una llamada. Dice escuetamente: te ha llamado el señor Vieques. Volverá a hacerlo. Preguntado, el compañero que ha tomado el recado solo puede decirle que la llamada fue a las once treinta cinco y que el tal Vieques hablaba español con un ligero acento caribeño, podría ser dominicano, portorriqueño, cubano o de por esos pagos. El hecho de que se trate de un hispanoamericano pone de los nervios al inspector de Patrimonio.
- No conozco a nadie que se llame Vieques – le explica a Bernal – y se trata de un latinoamericano.
- Bueno, ¿y qué? – cuestiona Bernal.
- Que puede tener algo que ver con el caso – responde Atienza.
- Mira, Juan Carlos, no te pongas fantasioso. Lo que sea, sonará. Ya tendrás tiempo de ponerte nervioso cuando hables con el tal Vieques. Mientras tanto, tómate una tila o algo para tranquilizarte. Creo que nos hemos pasado de wiskis. Me voy a casa a ver si los meo. Si te parece, esta tarde nos ponemos con el papeleo.
   Blanchard, que se ha ido a su hotel, no deja de pensar en el mandato que les ha dado el Director Operativo: dejar el caso en stand by a la espera de nuevas órdenes. Y a espaldas de sus colegas hispanos y por su cuenta y riesgo toma una decisión que, en el supuesto de que la persona a la que va a llamar no sea discreta, le puede costar un serio disgusto profesional. Recuerda aquella expresión que solía repetir su madre: el que no se moja, no pasa el río, y él está dispuesto a cruzarlo aunque se moje. Además, se dice, solo se me podrá acusar de indiscreto, pues el Director no ha dicho nada de que guardáramos ninguna clase de reserva. Por tanto… llama a Grandal.
- Comisario, soy Blanchard, me gustaría tener con usted una conversación privada, al margen de mis compañeros del caso. ¿Puedo contar con su discreción?
   Grandal vacila. ¿Charlar con el francés sin que lo sepan sus colegas?, ¿qué coño querrá preguntarle o contarle el gabacho? Le puede más la curiosidad y acepta. Quedan en verse después del almuerzo. Como Blanchard conoce bien el disparatado horario español en lo tocante a las comidas, quedan para las cinco de la tarde. ¿A ver qué le digo y, sobre todo, cómo se lo digo?, se dice el francés al apagar el móvil.