"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 22 de diciembre de 2015

10.4. Pelea de gallos



   La súbita e inesperada desaparición del patriarca de los Arbós no provoca el vacío de poder del clan que auguraba Lapuerta. De manera tácita, sin que los hermanos lo discutan, Rodrigo se hace cargo de manejar las riendas de la autoridad familiar. Ha estado muchos años a la sombra de Benjamín y se supone que ha debido de aprender de su hermano como bandearse en el alicorto pero sutil mundo del caciquismo local. Pronto se le presenta la ocasión en la que poner a prueba su habilidad y astucia. Es una clásica batalla pueblerina en la que no se enfrentan diferentes postulados ideológicos, ni hay una lucha entre fuerzas políticas de signo opuesto, ni se ventilan negocios importantes. Más bien, es una pelea a ras de suelo, tan prosaica como minúscula. Aparentemente, la pugna es por dos empleos, tan modestísimos que en otros pagos apenas se les prestaría atención. En el fondo solo es un pulso entre los distintos poderes fácticos, que se ven obligados a demostrar que mantienen su cuota de poder, es la única forma de que sigan respetándolos. Es lo que las lenguas afiladas han bautizado como pelea de gallos.
   En este caso la pelea tiene un origen totalmente casual: con apenas diez días de diferencia se han jubilado dos de los guardas de campo que, desde mil novecientos cuarenta y cinco, formaban parte del servicio de guardería rural sujeto al tribunal jurado de la Hermandad de Labradores y Ganaderos. Como cada vez que surge un empleo que suponga escapar del trabajo agrícola los candidatos forman legión. El trabajo de los guardas rurales consiste en recorrer y vigilar el término municipal, desde el amanecer hasta el atardecer, denunciando los delitos que se pudieran cometer contra la propiedad rural, hubiesen o no daños. Los guardas de campo, en cumplimiento de sus obligaciones, deben de elevar sus denuncias a un tribunal formado por el presidente de la Hermandad y tres vocales quienes, tras dar audiencia al denunciado y al afectado, aplican la sanción correspondiente que, por la cuantía del hurto o daño y la gravedad de la falta, varían desde uno a quince días de arresto menor y a multas de cinco a cincuenta pesetas. Las sanciones pecuniarias son las más habituales ya que los arrestos han dejado de ser efectivos. Ayuda a incrementar el número de aspirantes que los requisitos que establece el reglamento de las hermandades los cumplen muchos vecinos pues son bastante laxos. La edad exigida se sitúa en una horquilla de veintitrés a sesenta años. El único de los requisitos que muchos aspirantes no poseen es el de tener carné falangista, pero eso tiene fácil solución, para ingresar en el partido no hay prácticamente filtros y basta la mera solicitud para ser admitido.
   Como la nutrida grey de candidatos se apresura a buscar los correspondientes padrinos, se produce el inevitable choque entre los poderes fácticos: el sindical,  representado por Rodrigo, el político, que comanda Gimeno, y el religioso, por mosén Bautista. El alcalde no cuenta, Marín dirá lo que su mentor le indique.
   El proceso de las recomendaciones es sutil y complejo. Todos las buscan y si es más de una mucho mejor. Dado que en el pueblo todos se conocen y los parentescos son intrincados resulta fácil encontrar quien te eche una mano o, cuando menos, te prometa que va a hacer todo lo que pueda para conseguir el favor pedido. Quienes recomiendan, en principio lo tienen fácil, salvo cuando cuentan con un recomendado que, por las causas que fueren, desean verdaderamente que consiga el puesto; entonces se impone la ley del más fuerte y se produce el inevitable efecto de que las demás recomendaciones se conviertan en papel mojado. Al finalizar el plazo abierto para la presentación de solicitudes, cada uno de los poderes fácticos se queda con los dos candidatos que han logrado atesorar las mejores recomendaciones. Los demás no cuentan, aunque los padrinos tratarán de quedar bien con quienes les pidieron su ayuda con frases del tipo de:
- Pese a todos mis esfuerzos lamento informarte que…, hice cuanto pude pero…, desgraciadamente las plazas estaban dadas de antemano – Paradójicamente, este último argumento, pese a su vacuidad, suele convencer a la gente, quizá porque todos son conscientes de que las plazas no se otorgan por los méritos de los candidatos sino por la fuerza de los padrinos.
   Los merecimientos de los seis aspirantes más recomendados son similares y no hay ninguno que sobresalga del resto. Los candidatos están entre los veintitantos y la cuarentena y su experiencia para guarda de campo se reduce a que todos ellos cumplieron el servicio militar. En cuanto a sus ocupaciones actuales, los seis tienen la misma: son pequeños propietarios que trabajan sus tierras o, en su caso, las de sus padres y de vez en cuando se contratan como jornaleros. Para cualquiera de ellos supone un ascenso social ser guarda rural y llevar la banderola de cuero con la bruñida placa de latón con el nombre del pueblo en el centro y alrededor el lema Guarda de Campo. Y también la carabina ligera al hombro que refuerza la autoridad por si alguien se les enfrenta con algo más que palabras. Y lo más importante: significa tener un sueldo fijo todos los meses.
   Seis aspirantes para dos plazas, la pelea está servida. Cada grupo presiona cuanto puede para alzarse con el triunfo, pero hay un evidente desequilibrio entre las fuerzas en liza. Todas las bazas parecen estar a favor de los Arbós que son los que manejan la Hermandad Sindical de Labradores que, en definitiva, es el ente que más tiene que decir en el asunto. Aunque el Ayuntamiento también tiene voz en el proceso, no en balde en muchas localidades es el alcalde quien ostenta las competencias de sanción propuestas por los guardas. Parece que poder eclesiástico, representado por el párroco, es el padrino más débil. Mosén Bautista, que es consciente de ello y a sabiendas de que no va a poder sacar a sus dos candidatos, se centra en uno de ellos y toca todas las teclas posibles para que sea uno de los seleccionados. A través de un familiar consigue que el obispo de Segorbe se interese por su recomendado lo que le otorga mejores probabilidades. Como en un pueblo todo termina sabiéndose, y más si el recomendado alardea de la importancia de sus padrinos, la noticia pronto llega a oídos de Gimeno que se la comenta a su mujer:
- Mosén Batiste parece que ha conseguido que el Obispo de Segorbe se interese por uno de sus recomendados. ¡Aviado va el cura! Esta vez no le valdrán ni obispos ni el Papa de Roma que avalara al tarugo de su pupilo.
- ¡Ojito, Gimeno! – avisa Lola -. La recomendación directa de un obispo no es algo baladí en la España del nacionalcatolicismo. O sea, que tendremos que estar muy atentos a las posibles maniobras de mosén Batiste, no sea que nos gane por la mano.