"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 12 de enero de 2018

35. ¿Y si me marcho al extranjero?



   Jaime Sierra, enviado por el grupo de Felipe Muñoz para contactar con Salazar, se ha hospedado en el hotel Marina d´Or ubicado en la playa del mismo nombre de Orpesa del Mar que es la población que limita al sur con Torreblanca. Ha hecho el viaje en su propio coche, un Opel Cabrio, y ha seguido una de las rutas más cortas entre Sevilla y Castellón por lo que después de Carlos Espinosa es el siguiente mensajero en llegar a la Costa de Azahar. Su camarilla le ha instado a que se entreviste cuanto antes con Salazar, por lo que tan pronto como se da una ducha y se cambia de ropa se dispone a encontrar al exsindicalista.
-¿Por dónde voy a Torrenostra? –pegunta en recepción.
-Tiene que coger la 340 en dirección a Barcelona. A unos trece quilómetros verá el indicador de Torreblanca, entre en la población y siga las señales que ponen Playa, a unos tres quilómetros encontrará Torrenostra.
-Y el Hostal Los Prados, ¿sabe dónde está?
-No sabría decirle. Es una población pequeña. Supongo que cualquiera podrá informarle.
   En efecto, una vez en Torrenostra, la segunda persona a la que interroga le indica donde encontrar el hostal. En la hostería pregunta por el señor Francisco Martínez, pues sabe que ese es el nombre con el que Salazar se ha inscrito.
-La llave de la habitación está en el casillero, señal de que no está en su cuarto. Puede esperarle o volver más tarde. A la hora de la cena seguro que lo encontrará –le informan.
   Para hacer más corta la espera, opta por dar una vuelta a los alrededores, pero sin apartarse mucho del hostal. Cruza la calle y se adentra por el arenal que termina en uno de los malecones que acotan las playas y cuyo brazo orientado al sur sirve de fondeadero a un puñado de botes y lanchas de escaso calado. En mitad de la precaria dársena se yergue un imponente mástil en el que ondea una bandera con el rótulo de Club Náutico. La visión le arranca una sonrisa pues acostumbrado a los atracaderos de la Costa del Sol le parece una humorada llamar así a aquel fondeadero de barquitos de papel. Llega hasta el final del espigón desde donde divisa las edificaciones de un núcleo urbano que se levanta al sur. “¿Qué pueblo será ese?”, se dice, hasta que al fijarse en un gran rótulo azulado de neón se da cuenta de que lo que está contemplando es su lugar de partida, Marina d´Or. Algo más al sur, justo en el límite del horizonte donde se junta la tierra y el mar, comienza a verse la señal intermitente de lo que parece un faro. “Entonces –piensa-, ese debe ser el faro del Cabo de Orpesa”, lo supone pues ha estado consultando Google Maps. Vuelve sobre sus pasos y se sienta en un chiringuito llamado El Muret que está situado casi frente al hostal, donde se toma una cerveza. Sobre las nueve de la noche vuelve al albergue.
-El señor Martínez todavía no ha llegado -le comunican.
-¿Suele cenar aquí?
-Casi todas las noches.
   Como empieza a tener gazuza decide matar el tiempo cenando allí mismo mientras llega Salazar. Está con el postre cuando ve entrar en la sala al exsindicalista. Se levanta de la mesa al tiempo que le hace un gesto llamando su atención. El asombro del gaditano al verle es mayúsculo. Con la sorpresa pintada en su rostro, se acerca.
-Coño, Jaime, ¿pero qué hases tú aquí? –El seseo de Curro vuelve a ser señal de que sus nervios se han disparado.
-Esperarte. Tenemos que hablar.
-¡Joder!, hoy todo el mundo quiere hablar conmigo. ¿Cómo me has encontrao?
-Ahora te lo cuento, pero antes ¿has cenado? Yo, prácticamente, he terminado. ¿Quieres cenar aquí y mientras tanto te cuento o prefieres que vayamos a otra parte?
-Prefiero ir a otro sitio. Ah, y hazme un favor, por aquí no me conocen como Salazar –se ha recuperado, ya no sesea- sino como Martínez. No me interesa divulgar mi verdadero apellido, limítate a llamarme Curro.
-Ya lo sabía. De hecho he preguntado en recepción por Francisco Martínez. Y no te preocupes, nadie sabrá por mí quien eres. ¿Dónde quieres que vayamos? Tú eres quien conoce este lugar.
   La primera intención de Salazar es llevar a Sierra al primer restorán que encuentre, pero tras repensarlo opta por lo contrario, irán al que esté más alejado así tendrá tiempo para pensar en el hecho de que el exdirector de la Agencia de Innovación y Desarrollo de Andalucía sea el segundo individuo ligado al caso ERE que le haya encontrado y que quiere hablar con él. “¿Qué coño está pasando? –piensa-, porque esto no es una casualidad. Si me han encontrado estos dos tipos eso quiere decir que han descubierto mi refugio. Tendré que largarme de aquí a todo trapo”. Pasan diversos restoranes hasta que recuerda que detrás de la pizzería, en la que conoció a los jubilados con los que juega al dominó, hay un restaurante llamado Pica Pica y que debe ser uno de los últimos que está ubicado al norte del paseo.
-Vamos a un restorán que a veces tiene pescaito frito que es lo que me apetece cenar esta noche –se justifica Curro.
   En el Pica Pica esta noche no hay pescaito, pero Salazar que ha perdido el apetito se contenta con pedir un gazpacho y unas almejas a la marinera.
-Tomar una sopa fría como el gazpacho es una acertada elección en un día como el de hoy en que Lorenzo se ha puesto más que serio –Sierra, aunque conoce la retranca de Curro, no duda en darle coba.
-¿Tú quieres tomar algo? –pregunta Salazar.
-Tomaré un helado, la noche lo pide.
   El servicio es rápido y ponen delante del gaditano un bol de gazpacho y una fuente en la que hay una miscelánea de hortalizas crudas troceadas: tomates, pepinos, pimientos y cebollas. Y antes de que Sierra entre en la conversación sobre el motivo de su estancia allí, Curro opta por demorar el inicio de la misma.
-Déjame cenar tranquilo y guarda para el final el asunto que te ha traído. De momento dime: ¿conoces a un fulano, el típico señorito cortijero de nuestra tierra, que se llama Carlos Espinosa? Creo que es malagueño o al menos vive en Málaga.
-No me suena el nombre, pero si te interesa saber de él en cuanto llegue al hotel abro la tablet y lo busco.
-No hace falta, ya lo hago yo. Y cuéntame, ¿cómo has dado conmigo? –repite Salazar.
   Sierra le cuenta la verdad, se ha planteado mentir únicamente si las circunstancias le fuerzan a ello. Sabe que Salazar es un lince y recuerda que antes se coge a un mentiroso que a un cojo. Le explica como, por pura chiripa, un funcionario de la Junta de Andalucía le vio almorzando en un restorán de la costa y tirando de aquel hilo fortuito encontraron el lugar en el que se escondía…
-Y un grupo de amigos, con Felipe Muñoz a la cabeza, pensamos que debíamos hablar contigo antes de que lo hiciera la pasma –concluye Sierra.
   A todo eso traen el segundo plato que ha pedido Salazar, lo que le da ocasión para volver a demorar la conversación de fondo.
-¿Tú crees que estas almejas serán como las que preparan en Cádiz?
-Ni idea –Sierra decide seguirle el juego a Salazar. Piensa que en algún momento de la noche el exsindicalista tendrá que abandonar el filibusterismo coloquial y escuchar lo que quiere contarle-. La gastronomía no es mi fuerte. ¿Cómo las preparan en Cádiz?
  Salazar se distiende explicando una receta de su terruño natal:
-Se lavan bien las almejas, mejor sin son de la Bahía. Se colocan en una cazuela con aceite de oliva, mejor si es virgen extra, y se fríen los ajos laminados. Cuando se dore el ajo se echan las almejas y el pimentón se pone encima. Algunos le ponen perejil. Hay que rehogarlo todo rápidamente para que el pimentón no se queme y agregar vino, mejor si es un buen fino jerezano. Se deja unos minutos la cazuela tapada a fuego lento hasta que las almejas se abren. Se comprueba el punto de sal y pueden servirse  -y añade-. Hay lugares en que las preparan con cebolla, jamón, tomate e incluso gambas. Así preparadas de almejas a la marinera no tienen nada, como mucho se les puede llamar almejas en salsa. Y estas que me estoy comiendo no son ni una cosa ni la otra, aunque reconozco que no están mal.
   Cuando termina con las almejas, Curro se rinde ante lo inevitable.
-Bueno, pues cuéntame lo que tengas que decirme.
   Sierra le relata la secuencia entera desde que Muñoz le localizó a través de un amigo hasta el momento en que el grupo de compañeros y amigos decidieron enviarle para tratar con él su posible entrega a la justicia previa negociación con la fiscalía. Le explica todo lo que pueden hacer por él y las seguras ventajas que ello le podrá reportar. A sensu contrario, está el mar de problemas que se le pueden venir encima si la policía le detiene y ha de comparecer ante la juez de instrucción sin tener ningún cortafuego preparado. Cómo Sierra ve que el exsindicalista no parece muy convencido con su oferta añade por su cuenta el plan B: también ayudarán económicamente a su familia y le encontrarán un buen trabajo a su hijo mayor. Sierra esperaba cualquier clase de respuesta menos la pregunta que le plantea Curro:
-Jaime, tú siempre has tenido buena cabeza, ¿qué te parece si me marcho al extranjero?

PD.- Hasta el próximo viernes