Jaime Sierra, enviado
por el grupo de Felipe Muñoz para contactar con Salazar, se ha hospedado
en el hotel Marina d´Or ubicado en la playa del mismo nombre de Orpesa del Mar
que es la población que limita al sur con Torreblanca. Ha hecho el viaje en su
propio coche, un Opel Cabrio, y ha seguido una de las rutas más cortas entre
Sevilla y Castellón por lo que después de Carlos Espinosa es el siguiente mensajero
en llegar a la Costa de Azahar. Su camarilla le ha instado a que se entreviste
cuanto antes con Salazar, por lo que tan pronto como se da una ducha y se cambia
de ropa se dispone a encontrar al exsindicalista.
-¿Por dónde
voy a Torrenostra? –pegunta en recepción.
-Tiene que
coger la 340 en dirección a Barcelona. A unos trece quilómetros verá el
indicador de Torreblanca, entre en la población y siga las señales que ponen
Playa, a unos tres quilómetros encontrará Torrenostra.
-Y el Hostal
Los Prados, ¿sabe dónde está?
-No sabría
decirle. Es una población pequeña. Supongo que cualquiera podrá informarle.
En efecto, una vez en Torrenostra, la segunda
persona a la que interroga le indica donde encontrar el hostal. En la hostería
pregunta por el señor Francisco Martínez, pues sabe que ese es el nombre con el
que Salazar se ha inscrito.
-La llave de
la habitación está en el casillero, señal de que no está en su cuarto. Puede esperarle
o volver más tarde. A la hora de la cena seguro que lo encontrará –le informan.
Para hacer más corta la espera, opta por dar
una vuelta a los alrededores, pero sin apartarse mucho del hostal. Cruza la
calle y se adentra por el arenal que termina en uno de los malecones que acotan
las playas y cuyo brazo orientado al sur sirve de fondeadero a un puñado de
botes y lanchas de escaso calado. En mitad de la precaria dársena se yergue un imponente
mástil en el que ondea una bandera con el rótulo de Club Náutico. La visión le arranca
una sonrisa pues acostumbrado a los atracaderos de la Costa del Sol le parece
una humorada llamar así a aquel fondeadero de barquitos de papel. Llega hasta
el final del espigón desde donde divisa las edificaciones de un núcleo urbano que
se levanta al sur. “¿Qué pueblo será ese?”, se dice, hasta que al fijarse en un
gran rótulo azulado de neón se da cuenta de que lo que está contemplando es su
lugar de partida, Marina d´Or. Algo más al sur, justo en el límite del
horizonte donde se junta la tierra y el mar, comienza a verse la señal
intermitente de lo que parece un faro. “Entonces –piensa-, ese debe ser el faro
del Cabo de Orpesa”, lo supone pues ha estado consultando Google Maps. Vuelve
sobre sus pasos y se sienta en un chiringuito llamado El Muret que está situado
casi frente al hostal, donde se toma una cerveza. Sobre las nueve de la noche
vuelve al albergue.
-El señor
Martínez todavía no ha llegado -le comunican.
-¿Suele
cenar aquí?
-Casi todas
las noches.
Como empieza a tener gazuza decide matar el
tiempo cenando allí mismo mientras llega Salazar. Está con el postre cuando ve
entrar en la sala al exsindicalista. Se levanta de la mesa al tiempo que le
hace un gesto llamando su atención. El asombro del gaditano al verle es
mayúsculo. Con la sorpresa pintada en su rostro, se acerca.
-Coño,
Jaime, ¿pero qué hases tú aquí? –El seseo de Curro vuelve a ser señal de que
sus nervios se han disparado.
-Esperarte.
Tenemos que hablar.
-¡Joder!,
hoy todo el mundo quiere hablar conmigo. ¿Cómo me has encontrao?
-Ahora te lo
cuento, pero antes ¿has cenado? Yo, prácticamente, he terminado. ¿Quieres cenar
aquí y mientras tanto te cuento o prefieres que vayamos a otra parte?
-Prefiero ir
a otro sitio. Ah, y hazme un favor, por aquí no me conocen como Salazar –se ha
recuperado, ya no sesea- sino como Martínez. No me interesa divulgar mi verdadero
apellido, limítate a llamarme Curro.
-Ya lo
sabía. De hecho he preguntado en recepción por Francisco Martínez. Y no te
preocupes, nadie sabrá por mí quien eres. ¿Dónde quieres que vayamos? Tú eres
quien conoce este lugar.
La primera intención de Salazar es llevar a
Sierra al primer restorán que encuentre, pero tras repensarlo opta por lo
contrario, irán al que esté más alejado así tendrá tiempo para pensar en el
hecho de que el exdirector de la Agencia de Innovación y
Desarrollo de Andalucía sea el segundo individuo ligado al caso ERE que
le haya encontrado y que quiere hablar con él. “¿Qué coño está pasando?
–piensa-, porque esto no es una casualidad. Si me han encontrado estos dos
tipos eso quiere decir que han descubierto mi refugio. Tendré que largarme de
aquí a todo trapo”. Pasan diversos restoranes hasta que recuerda que detrás de
la pizzería, en la que conoció a los jubilados con los que juega al dominó, hay
un restaurante llamado Pica Pica y que debe ser uno de los últimos que está
ubicado al norte del paseo.
-Vamos a un
restorán que a veces tiene pescaito frito que es lo que me apetece cenar esta
noche –se justifica Curro.
En el Pica Pica esta noche no hay pescaito, pero
Salazar que ha perdido el apetito se contenta con pedir un gazpacho y unas almejas
a la marinera.
-Tomar una
sopa fría como el gazpacho es una acertada elección en un día como el de hoy en
que Lorenzo se ha puesto más que serio –Sierra, aunque conoce la retranca de
Curro, no duda en darle coba.
-¿Tú quieres
tomar algo? –pregunta Salazar.
-Tomaré un
helado, la noche lo pide.
El servicio es rápido y ponen delante del
gaditano un bol de gazpacho y una fuente en la que hay una miscelánea de hortalizas
crudas troceadas: tomates, pepinos, pimientos y cebollas. Y antes de que Sierra
entre en la conversación sobre el motivo de su estancia allí, Curro opta por
demorar el inicio de la misma.
-Déjame
cenar tranquilo y guarda para el final el asunto que te ha traído. De momento
dime: ¿conoces a un fulano, el típico señorito cortijero de nuestra tierra, que
se llama Carlos Espinosa? Creo que es malagueño o al menos vive en Málaga.
-No me suena
el nombre, pero si te interesa saber de él en cuanto llegue al hotel abro la
tablet y lo busco.
-No hace
falta, ya lo hago yo. Y cuéntame, ¿cómo has dado conmigo? –repite Salazar.
Sierra le cuenta la verdad, se ha planteado
mentir únicamente si las circunstancias le fuerzan a ello. Sabe que Salazar es
un lince y recuerda que antes se coge a un mentiroso que a un cojo. Le explica
como, por pura chiripa, un funcionario de la Junta de Andalucía le vio
almorzando en un restorán de la costa y tirando de aquel hilo fortuito
encontraron el lugar en el que se escondía…
-Y un grupo
de amigos, con Felipe Muñoz a la cabeza, pensamos que debíamos hablar contigo
antes de que lo hiciera la pasma –concluye Sierra.
A todo
eso traen el segundo plato que ha pedido Salazar, lo que le da ocasión para volver
a demorar la conversación de fondo.
-¿Tú crees
que estas almejas serán como las que preparan en Cádiz?
-Ni idea
–Sierra decide seguirle el juego a Salazar. Piensa que en algún momento de la
noche el exsindicalista tendrá que abandonar el filibusterismo coloquial y
escuchar lo que quiere contarle-. La gastronomía no es mi fuerte. ¿Cómo las
preparan en Cádiz?
Salazar se distiende explicando una receta de
su terruño natal:
-Se lavan
bien las almejas, mejor sin son de la Bahía. Se colocan en una cazuela con
aceite de oliva, mejor si es virgen extra, y se fríen los ajos laminados.
Cuando se dore el ajo se echan las almejas y el pimentón se pone encima.
Algunos le ponen perejil. Hay que rehogarlo todo rápidamente para que el
pimentón no se queme y agregar vino, mejor si es un buen fino jerezano. Se deja
unos minutos la cazuela tapada a fuego lento hasta que las almejas se abren. Se
comprueba el punto de sal y pueden servirse -y añade-. Hay lugares en que las preparan con
cebolla, jamón, tomate e incluso gambas. Así preparadas de almejas a la
marinera no tienen nada, como mucho se les puede llamar almejas en salsa. Y
estas que me estoy comiendo no son ni una cosa ni la otra, aunque reconozco que
no están mal.
Cuando termina con las almejas, Curro se
rinde ante lo inevitable.
-Bueno, pues
cuéntame lo que tengas que decirme.
Sierra le relata la secuencia entera desde
que Muñoz le localizó a través de un amigo hasta el momento en que el grupo de
compañeros y amigos decidieron enviarle para tratar con él su posible entrega a
la justicia previa negociación con la fiscalía. Le explica todo lo que pueden
hacer por él y las seguras ventajas que ello le podrá reportar. A sensu
contrario, está el mar de problemas que se le pueden venir encima si la policía
le detiene y ha de comparecer ante la juez de instrucción sin tener ningún
cortafuego preparado. Cómo Sierra ve que el exsindicalista no parece muy
convencido con su oferta añade por su cuenta el plan B: también ayudarán
económicamente a su familia y le encontrarán un buen trabajo a su hijo mayor.
Sierra esperaba cualquier clase de respuesta menos la pregunta que le plantea Curro:
-Jaime, tú
siempre has tenido buena cabeza, ¿qué te parece si me marcho al extranjero?
PD.- Hasta
el próximo viernes