"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 13 de marzo de 2020

Libro I. Episodio 15. El regimiento de Húsares


   En el andén de la madrileña estación de Delicias está esperando al convoy militar un pelotón de soldados a cuyo frente hay un capitán y dos tenientes, aunque son los sargentos a quienes más se les oye. Al bajar del tren los mozos, se arma un tremendo guirigay hasta que los suboficiales reclaman la atención.
   -Los mozos destinados a Cataluña que formen delante de mí –dice un sargento levantando el brazo.
   -Los que van a la región valenciana y a Murcia conmigo –grita otro.
   -Los destinados a Madrid a formar aquí –vocea un tercero.
   -A los que les ha tocado las Baleares conmigo –vocifera un cuarto.
   La algarabía que se ha formado solo consiguen reconducirla los suboficiales a fuerza de gritos y algún que otro reniego. Al fin logran que los mozos destinados a las diversas regiones se agrupen en bloques. Cada quinto carga con su bagaje. Los sargentos informan a voz en grito que vocearán el nombre de cada uno de los hombres de su unidad y que el aludido debe contestar: ¡presente! Algunos no han debido entender el aviso porque al oír su nombre dan las más variadas respuestas: aquí, soy yo, a sus órdenes… Cumplida la tarea del recuento, el sargento de cada grupo da la novedad a su teniente que a su vez se la da al capitán que manda el destacamento.
   La primera información que reciben los reclutas sobre su inmediato destino es que van a pasar la noche en el regimiento de Húsares de la Princesa, 19 de Caballería, cuyo acuartelamiento está situado en el Real Sitio de El Pardo. Lo que nadie les dice es que les espera una caminata de catorce kilómetros, distancia de la capital a El Pardo. Julio es un experimentado andarín, pero a partir de algo más de la mitad del recorrido la maleta comienza a pesarle y las manos se le agarrotan. Uno de los camaradas del tren, y que camina justo detrás de él, al ver los apuros del mañego le aconseja.
   -Chacho, quítate la correa del pantalón y pásala por el asa de la maleta, asína te la podrás colgar al hombro y llegarás menos cansao.
   Ya anochecido, llegan al cuartel de Húsares. Les llevan a lo que debió ser una especie de picadero cubierto en uno de cuyos laterales hay montones de paja. Les ordenan que dejen allí las valijas y que sigan a sus sargentos. Les conducen al comedor de tropa donde van pasando ante una mesa alargada en la que a cada recluta le dan un chusco y una lata de sardinas. Un suboficial les informa que en un lateral hay varios grifos en los que podrán beber. La mayoría de mozos guardan la lata y el pan, bastante duro, para comérselos con las viandas caseras que les quedan. Cuando tras la magra pitanza les devuelven a lo que parece que será su dormitorio, los veteranos les forman en fila de a uno y les van dado una manta, luego les indican que cada quinto puede coger una brazada de la paja que hay en un lateral y hacerse con ella una yacija donde poder dormir.
   Julio está tan derrengado que acata enseguida la orden, mal que bien compone un jergón y sin desvestirse se echa en la improvisada cama. De lo único que se ha desprendido es de las botas que huelen mal después de la caminata. Por la mañana, a hora temprana, suena una corneta y acto seguido los gritos destemplados de un grupo de soldados veteranos que los despiertan al grito de ¡diana!, acompañado de algún que otro puntapié. Hay un cabo larguirucho que va cantando una letrilla que pronto le resultará familiar a los mozos: quinto levanta, tira de la manta… Cuando están todos en pie, les llevan a un recinto en el que hay pilas con agua y unas bastas pastillas de jabón y les instan a asearse. Cumplido el trámite del precario aseo, vuelven a llevarles al comedor y les dan unos platos de latón que unos cocineros los llenan de un líquido, que dicen que es café con leche, y les proporcionan un chusco para desmigarlo.
   -Como todo el rancho sea así…, apañados vamos -se dice Julio.
   Después del desayuno aparecen los sargentos y pasan lista, insistiendo en que contesten presente y no gilipolleces, y luego forman una serie de pelotones. El suboficial que manda el pelotón en el que está encuadrado Julio, y que más parece un maestro de escuela que un militar, les sienta en semicírculo y les explica los rudimentos de la instrucción de orden cerrado y lo importante que es estar cohesionado. Cuando les ordenan levantarse el paisano de Julio, que en el viaje contó sus andanzas de porquerizo, le dice por lo bajini:
   -No he entendío de la misa la mitá, luego me lo explicas profesor, pero dime ahora que es eso de coesionao.
   -Cohesionado es que alguien o algo tiene una estrecha relación con otras personas o cosas –como se da cuenta que su explicación no le vale a su paisano, recurre a un símil-. Dos mulas que van uncidas al mismo yugo están cohesionadas.
   -Ah, y otra palabreja, subordinación, ¿qué quie decir?
   -Cuando una persona depende de otra u otras. Cuando juntabas tu piara con otras os mandaba un rabadán, ¿verdad?, pues tú y los demás porquerizos estabais subordinaos al rabadán. En el ejército los guripas estamos subordinaos, de cabo para arriba, a todos los que llevan galones o estrellas.
   -¡Joer, por eso te llaman profesor! Lo que tú no sepas…
   De nuevo les cogen unos cabos y un grupo de veteranos y comienza la instrucción de orden cerrado. Les enseñan las voces de mando, a formar, a alinearse, a ponerse firmes, en su lugar descanso, a marcar el paso…, ahí es cuando Julio descubre que eso es algo que se le da particularmente mal, y tiene que sufrir las continuas broncas de un cabo que parece que lo ha enfilado. Después de darles una paliza marchando arriba y abajo, les dan un breve descanso. Luego les retoma el suboficial y les da su primera clase teórica. Comienza explicándoles la diferencia entre fila e hilera, las voces de mando más comunes en la instrucción, cuales son los principales movimientos a pie firme y como han de saludar. Y ahí se queda porque suena una trompeta y los veteranos les informan que es el toque de fajina. Sudados como están, les llevan al comedor donde les sirven un rancho caliente que no es ninguna maravilla, pero que supone la primera comida medio decente desde que están en el ejército. Cuando terminan, les ordenan fregar los platos de latón.
   -¿Y con qué lo lavo? –pregunta uno de los quintos a un veterano.
   -Pues con las manos, recluta, ¿con qué va a ser, con la polla?
   Otro veterano más indulgente le explica:
   -En el próximo rancho guárdate un cacho de pan pa fregarlo, es como quedan más limpios.
   Después les llevan a su improvisado dormitorio y antes de dejarles uno de los sargentos les advierte:
   -Que no se le ocurra a nadie salir del acuartelamiento. La guardia de la entrada tiene orden de impedirlo y si alguien se pasa de listo y se escapa que sepáis que eso se considera deserción y está castigada con penas que van desde una pila de años en un penal militar hasta enfrentarse a un pelotón de fusilamiento. Por tanto, ¡ojo al Cristo, que es de plata!
   Uno de los compañeros que viajaba en el mismo compartimento que Julio viene a invitarle que se una a un grupito que durante la noche, pues ya les han dicho que la van a pasar en el regimiento, ha decidido escaparse del cuartel para volver antes de que toquen diana. Que va a ser la única oportunidad que tendrán de conocer Madrid. Al parecer, uno de los mozos ha descubierto un boquete en uno de los muretes del acuartelamiento por donde va a ser fácil salir sin que les vea algún plantón de guardia. Al mañego la propuesta le parece una locura tras haber oído la advertencia del sargento, pero luego se lo repiensa y le dice que pueden contar con él.
   -Te hemos invitao, porque como tú conoces Madrí nos podrás llevar a los lugares donde haya más bulla y estén las casas de putas más baratas.
   Es hablar de putas y Julio se da cuenta de lo que acaba de hacer. Se dice que no ha hecho bien aceptando la propuesta de su paisano. Pues sí que va a guardar bien la ausencia de Consuelo, si en la primera ocasión que se le presenta se va con mujeres de mala vida. Su novia no se merece que le haga esa marranada. Lo que haré, piensa, seré darles una excusa, les diré que estoy cansado.
   Por la tarde, se repite el programa matinal en el cuartel de Húsares. Más instrucción de orden cerrado en la que Julio vuelve a sufrir las iras del cabo que la tiene tomada con él por marcar mal el paso. La tarde la terminan con una teórica en la que el sargento da a los quintos una somera explicación de los distintos rangos del ejército, desde un cabo segunda a un general pasando por las distintas clases de oficiales y jefes. Por la noche se repite la magra pitanza y les avisan de que al día siguiente, tempranito, les llevarán a Madrid para embarcarles en tránsito al lugar de destino de cada recluta. Después de cenar, el paisano que invitó a Julio a hacer una escapada a Madrid vuelve a recordárselo. El mañego, tras decirle que no cuenten con él, le razona que es una mala idea.
   -De aquí a Madrid hay, al menos, catorce kilómetros, ¿cómo pensáis ir?
   -¡Cómo coño vamos a ir!, en el coche de San Fernando, unos ratinos a pie y otros andando.
   -Os costará llegar dos horas como poco y otras dos horas pa volver y, como mucho podréis ver algo del barrio de Argüelles que es el que está más cercano a El Pardo. No vale la pena pa tanto riesgo -El otro se limita a encogerse de hombros.
   Como les habían advertido, antes de las siete suena diana y vuelven los gritos de los veteranos conminándoles a que espabilen. Pasan la reglamentaria lista en la que faltan algunos de los que invitaron a Julio a la escapada a Madrid. Les dan tiempo a que se aseen, les proporcionan el magro desayuno de café con leche y chusco, y luego les indican que recojan el equipaje pues se pondrán en marcha inmediatamente. Como se temía el mañego van a volver a Madrid andando, pero esta vez el ejército tiene un detalle: aparecen unas carretas tiradas por mulos en las que cargan las maletas y bultos de los quintos. Del mal el menos, se dice Julio, aunque está intranquilo pues no sabe qué le puede deparar el ejército.

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio 16. El cuartel de El Carmen