Lo
que el comerciante Paco Vives quería del encargado de la luz, y por eso le regaló
una garrafa de aceite, era que se “distrajera” varios días a la semana y que en vez de cortar la corriente a
medianoche lo hiciera a la hora que previamente hubiesen acordado. Vives no se
molestó demasiado en ser persuasivo, sabía perfectamente con quien estaba
hablando: con un empleado que ganaba lo justito para que los suyos no pasasen hambre.
- Mira Piñana, la medida que te propongo sería
beneficiosa para todos, tú el primero, la garrafa de aceite no ha sido más que
un modesto anticipo.
- Lo lamento, Vives, pero lo que me pides no
es posible, tengo órdenes precisas de la compañía y me juego el empleo si las
incumplo.
- Pero vamos a ver, ¿quién coño se va a
enterar, fuera del pueblo, si algunas noches cortas la luz a las doce o un par de
horas más tarde?
- Paco, insisto en que comprendo tus razones
y te aseguro que me encantaría poder ayudarte, pero no está en mi mano.
La
discusión es estéril: ni uno cede en sus pretensiones ni el otro en su
negativa. Al final, el encargado ofrece al comerciante una salida:
- Lo que puedes hacer es hablar con mis jefes
y si estos lo autorizan nada me produciría más satisfacción que poder echarte
una mano retrasando la hora del apagón.
El
comerciante se marchó visiblemente irritado. Creyó más prudente no informar al
electricista que la gestión que proponía ya la llevaron a cabo con resultado
negativo. Algunos colegas de Vives estuvieron hablando con los directivos de la
compañía eléctrica que se los quitaron de encima remitiéndolos a la Delegación
Provincial de Industria, de dónde procedía la prescripción de los cortes de
fluido; en la Delegación les dijeron que no hacían más que cumplir órdenes del
Ministerio. Por eso los comerciantes llegaron a la conclusión de que el
problema solo podía arreglarse en el ámbito local, de ahí la gestión personal de
Vives.
Tras
el fracaso de la entrevista con el encargado de la luz, los comerciantes
trasladaron el problema al que entonces era alcalde, Buenaventura Cucala,
haciendo hincapié que los apagones les afectaban a ellos, pero de rechazo
también a los agricultores. El alcalde se comprometió a efectuar las gestiones
necesarias para solucionar el problema. Llamó al electricista al Ayuntamiento y
le expuso la situación. El empleado repitió las mismas explicaciones que le dio
a Paco Vives. Para el alcalde la solución a las restricciones se convirtió en
una cuestión personal, no podía quedar mal ante unos vecinos que eran los que
movían la economía local. La discusión terminó mal. Cada interlocutor se empecinó
en su postura y ninguno dio su brazo a torcer. El alcalde llegó a amenazar al
encargado de que su actitud le podía costar un serio disgusto y de qué no sabía
con quién se jugaba los cuartos. El electricista se encogió de hombros, para él
la discusión estaba cerrada. Sabía perfectamente del porqué de tanta
insistencia, los comerciantes se jugaban mucho, una parte considerable de las
remesas de sus productos iban a parar directamente al mercado negro. Y el
estraperlo generaba ingentes cantidades de dinero.
Del
estraperlo, uno de los fenómenos más peculiares en la España de los años
cuarenta, era de lo que hablaban con frecuencia los asiduos a la tertulia del
café El Porvenir, tal como ocurre hoy. Celestino Bonet está explicando uno de
los efectos del mercado negro en el ferrocarril:
- … y despachamos más del doble de billetes.
Hace un par de años la mayoría de la gente solo cogía el tren para ir a Valencia,
ahora únicamente el billetaje que expendemos para el correo de Barcelona supera
a todo lo anterior.
- No me extraña – asevera Bosch, uno de los
agricultores de la tertulia -, lo que aquí vale un litro de aceite se
multiplica por cinco o por seis en Barcelona. Es un negocio redondo.
- ¿Y los estraperlistas no tienen miedo de
que les pillen los de la Fiscalía de Tasas? – pregunta Sanchís, el boticario.
- Ese es un riesgo que corren. Si los cogen,
les decomisan lo que llevan y les ponen una multa, pero si consiguen llegar al
destino sin que les detengan, la ganancia es tan amplia que compensa el riesgo
– explica Alfredo Ballesta, otro factor de RENFE y nuevo integrante de la
tertulia.
- Mucho han de ganar para que les resarza la
pérdida de lo que lleven y además la multa – apostilla Sanchís.
- Sufren la pérdida, pero de multas se pagan
muy poquitas – puntualiza Esteban Clavé, el telegrafista -. Al principio se
pagaban la mayoría, hasta que descubrieron que si eres insolvente no hay forma
de que el Gobierno pueda cobrar la multa. Por eso la mayoría de los
estraperlistas son mujeres y ninguna tiene nada a su nombre.
- ¿Es verdad, Celestino, lo que dice Esteban,
qué la mayoría de estraperlistas son mujeres? – quiere saber Sanchís.
- Ciertos son los toros. Por cada hombre que
estraperlea, hay tres o cuatro mujeres. Y si lo pensáis es lógico. ¿A ver quién
es el guapo que se atreve a registrar a una mujer? Hay tías que se meten un
saquito de harina o un pellejo de aceite bajo las faldas como si estuviesen
preñadas y como no suelen registrarlas llegan tan panchas a la estación
terminal – explica Bonet.
- Yo estoy convencido de que si no cogen a
los estraperlistas es porque no quieren, con tener un piquete de guardias en las
estaciones y registrar a todos los que llevan bultos sospechosos, problema
resuelto – afirma otro de los tertulianos.
- Eso ya lo hacen – aclara Ballesta -, pero
como los estraperlistas lo saben, sirve de poco. Los de la Fiscalía tendrían
que poner guardias a lo largo de la vía en los últimos kilómetros antes de
llegar a Madrid o a Barcelona.
- ¿Por qué?
- Porque a la ciudad solo llega uno de cada
ocho o nueve fardos. Mucho antes de que termine el recorrido los estraperlistas
van lanzando los bultos por puertas y ventanillas. A pie de vía hay conchabados
que los están esperando para recogerlos. Cuando llegan a término todos están
más limpios que una patena.
- ¡Coño! – exclama Lastra -. Lo que la gente
es capaz de inventar.
- A mí me gustaría saber quién cojones es el
culpable del jodido estraperlo, porque para los labradores es un momio, pero
para los que vivimos de un sueldo es la muerte. Todo está por las nubes y los
sueldos no dan para más – se lamenta Clavé, uno de los asalariados de la
tertulia.
- Os diré quién es el culpable – Lastra, el
veterinario, se pone sentencioso -: el Gobierno.
- ¡Qué coño va a ser el Gobierno! Quién tiene
la culpa es Franco – le corrige Bonet.
- Te equivocas, Celestino. El culpable no es
el Caudillo sino la mayor parte de los ministros que son nos incompetentes.
Primero implantaron las cartillas de racionamiento, luego decretaron la
obligatoriedad de fijar los precios de los productos básicos de acuerdo a cómo
estaban antes de la guerra. ¿Cuál ha sido el resultado de unas medidas sin pies
ni cabeza? Pues que comerciantes, fabricantes y mayoristas han inmovilizado
muchos de los bienes de consumo más demandados y se ha producido un
desabastecimiento del mercado. El resultado es el florecimiento del mercado
negro, vamos, del estraperlo. Si Franco lo supiera lo arreglaría de un plumazo,
pero para mí que no le cuentan ni la mitad de lo que está pasando. Si no, otro
gallo nos cantara – asevera Lastra.
- ¿Y para arreglar todo eso no están la
Comisaría de Abastecimientos y la Fiscalía de Tasas? – interpela Sanchís.
- Esos – el veterinario baja la voz - no
arreglan nada. Ponen alguna que otra multa y decomisan unos cuantos fardos a
los pequeños estraperlistas, pero a los grandes… - sigue hablando en voz tan
tenue que alguno de los tertulianos es incapaz de entender lo que dice.
- Don Abelardo, no pretendo llevarle la
contraria, pero los de la Fiscalía también se meten con los peces gordos -
interviene Esteller, el barbero -. Sin ir más lejos, hace veinte días
registraron la almazara de Betoret, la de la calle Virgen de Loreto, y le
pillaron una montonera de litros de aceite que no tenía declarados. Han enprecintado,
o como coño se llame, el molino y dicen que le van a poner una multa de las que
levantan ampollas.
- Hombre, Esteller, de vez en cuando tienen
que justificarse y dar algún golpe, pero es mayor el ruido que las nueces. Lo
que le puedan poner de multa a Betoret será una bagatela al lado de lo que ha
ganado vendiendo el aceite de estraperlo y de lo que va ganar. Porque me
apuesto café, copa y puro que, antes de un mes, el molino volverá a funcionar.