Amparín y Carlitos se siguen deslizando por la pista como si estuviesen solos.
Hay momentos en que no hablan, no lo necesitan. De vez en cuando se miran a los
ojos y sonríen. Les basta. Solo se musitan al oído dos palabras: te quiero. A
su conjuro, el resto del universo desaparece. El muchacho la estrecha entre sus
brazos con la delicadeza con la que su madre limpia la porcelana de Manises que
decora el aparador de casa. De cada uno de sus gestos emana un torrente de
ternura y pasión. La jovencita se aprieta para notar mejor como late el corazón
del chico. Con su mano izquierda le acaricia suavemente la nuca, mientras le
susurra: ¡ojalá esta noche durara eternamente!
A
Carlitos tanta felicidad le parece imposible. Incluso lo que temía que fuera un
amargo trago, su visita a casa de los Vives, salió mucho mejor de lo que pudo
imaginar. En parte gracias a su hermana Beatriz que le dio toda una lección
sobre cómo debía de comportarse y qué debía decir, le enseñó maneras como dicen
en los pueblos.
- Has de intentar portarte con naturalidad.
Mira a los ojos, habla alto, claro y sin prisa. Sonríe mucho y no te achantes.
Estoy segura de que los Vives te tratarán bien y serán amables contigo.
- ¿Y cómo estás tan segura, acaso hablaste
con ellos? – pregunta enfurruñado un desquiciado Carlitos.
- Con ellos no, pero con Amparín sí. Esta
tarde me tropecé con ella. Estuvimos hablando un buen rato y me dio un recado
para ti, lo que te he dicho: que estuvieras tranquilo, que lo ha arreglado todo
con sus padres y que te recibirán con toda la amabilidad del mundo.
- Eso es muy fácil decirlo, pero quien ha de
dar la cara soy yo. Y para empezar no sé qué voy a decirles.
- A ver, hermanito, vamos por partes. Lo
primero que has de hacer es calmarte, con ese estado de nervios lo único que
conseguirás será pasar un mal rato, hacérselo pasar a Amparín y estropearlo
todo. Trata de tranquilizarte y escúchame. ¿Qué les vas a decir? Piensa con
lógica. Dentro de un rato vas a presentarte en el hogar de la chica de la que
estás enamorado. Y contesta esta pregunta: ¿a qué vas a su casa?
- A pedir a sus padres que me den su permiso
para llevarla al baile.
- Ves que fácil. Te diriges a su padre y le
dices: señor Vives o señor Paco, conviene que te dirijas a él como señor, vengo
a pedir su permiso para acompañar a su hija al baile.
Beatriz tenía razón. Todo se desarrolló como la seda. Sorprendentemente,
la más nerviosa fue Amparín, en cambio los padres se portaron como si aquello
fuera algo cotidiano.
- Buenas noches, Carlitos, ¿qué tal, cómo
estás? – le saluda con familiaridad la señora Asunción, la madre de su
enamorada, como si fuera una visita habitual de la casa.
- Muy bien, señora. Muchas gracias. ¿Y usted?
- Bien, pero siéntate, por favor. ¿Quieres
tomar algo?
- No, gracias. Prefiero no tomar nada de
momento.
- Entonces, voy a llamar a Paco. Ahora
vuelvo.
El
matrimonio llega en seguida. Ella con la misma sonrisa con la que le recibió y
él aparentemente relajado, aunque con un semblante un tanto hosco, pese a ello
no parece ser el ogro que algunos dicen que es.
- Así que este caballerete es el famoso
Carlitos, ¿qué tal, cómo estás? – le saluda Paco, tendiéndole la mano.
- Muy bien, señor. ¿Y usted?
- Siéntate, anda. Bien, vamos al grano, vas a
llevar a Amparín al baile, ¿no es eso? Espero que nos la devuelvas igual que
como va a salir de esta casa. ¿Tengo tu palabra?
- Por supuesto, señor. Le prometo que me
portaré como un caballero y se la devolveré sana y salva. Le doy mi palabra de
honor.
- Bien. ¿Quieres un pito?
- No, señor, gracias, no fumo.
- Está bien eso de que no fumes. Yo debería
dejarlo, pero soy demasiado mayor para cambiar de vicios.
- Yo le veo muy bien, señor. Es más, de cerca
parece usted mucho más joven que viéndole por la calle.
- Oye, mi hija no me había dicho que sabes
hacer tan bien la pelota – al ver lo colorado que se ha puesto el muchacho, se
apresura a añadir -. Tómatelo como una broma, hombre. ¿A qué hora pensáis
volver?
- A la que usted diga, señor.
- Vaya, sabes cómo tratar a la gente. No os
voy a poner una hora concreta, lo único que te pido es que no seáis los últimos
en cerrar el baile.
- No se preocupe, señor. Así lo haremos.
- Otra cosa, ¿tus padres saben que estás
aquí?
- Por supuesto, señor.
- ¿Y cuentas con su permiso?
- Naturalmente, señor. Si no fuera así, no
estaría delante de usted.
- Eso está bien, pero que muy bien. Me gusta
la gente que sabe respetar a sus mayores.
- Paco – interviene la madre por primera vez
-, ¿no crees que debería llamar a la niña? Como sigáis hablando van a llegar tarde
al baile.
- Tienes razón, Asun. Dile a nuestra hija que
está aquí su caballero.
La
pareja no puede imaginarse que tras su marcha, los Vives han mantenido una
animada charla.
- ¿Qué te ha parecido? – interroga la madre.
- Pues mejor de lo que esperaba. Para tener solo
dieciséis años se ha portado como todo un hombre. Me da la impresión de que
ahora los chicos maduran antes.
- Es posible que así sea. Nuestra hija es
otro ejemplo de madurez precoz.
- Es cierto y vaya genio que se gasta. Nos ha
salido peleona.
- Tiene a quien parecerse – señala ella con
una sonrisa.
- Confieso que el chaval me ha parecido muy
educadito y se le ve muy respetuoso. Espero que no cometan ninguna tontería.
- Todo es posible, pero me llevaría una gran
decepción si ocurriera algo fuera de lo normal. Nuestra hija tiene la cabeza
sobre los hombros. Y cuanto más tiempo pase, más se asentará.
- De todas maneras, procura atarla corto –
aconseja el padre -. Más vale prevenir que curar.
En
el baile, Carmen Ribes se sorprende al ver reaparecer a Beatriz. ¿Se habrá
cansado de flirtear con el veterinario?, se pregunta. No lo parece, su rostro
muestra tal contento que piensa que más bien debe ser cualquier otra cosa.
- ¿Qué pasa, qué se ha hecho de tu caballero
andante? - pregunta Carmen.
- Han venido a buscarle hace un rato. Una
urgencia, un parto de una vaca que viene mal. Ha dicho que tratará de volver
antes de que acabe el baile. ¿Sabes qué? Alfonso me ha parecido un tipo
fantástico, ya me lo había dicho Lola Sales.
- Mira, Bea, conviene que no te hagas
demasiadas ilusiones y que tengas cuidado. Todos los tíos buscan lo mismo,
aunque a veces tienen la habilidad de disfrazarlo de honestas intenciones.
- O mucho me equivoco o Alfonso no es de
esos. Por lo que me contó Lola, y aunque acabo de conocerle, presiento que es
de los que van por derecho.
- En cualquier caso, insisto en que no te
fíes. Los hombres son maestros en hacer muchas promesas y, luego, si te he
visto, no me acuerdo. De todas formas, cuéntame, ¿qué tal tu galán, cómo se ha
portado?
- No te puedes imaginar lo amable, educado y
simpático que es. Todo un encanto de hombre y, además, ¡es tan guapo!
Inopinadamente, reaparece Grau. Se le ve ligeramente agitado, como si
hubiese estado corriendo.
- Señoritas, felizmente estoy de vuelta.
Carmen, si nos disculpas, tenía una conversación pendiente con esta beldad – y
tendiendo la mano a Beatriz se encaminan a la pista.
No
parecía tan alto, piensa Beatriz, pero me saca toda la cabeza y no soy precisamente
bajita. Que bien huele, se dice Alfonso, parece que debe de ser Heno de Pravia,
pero le pega, es como la yerba recién segada: fresca y tierna. Cuando la
orquesta hace una pausa no vuelven a la barra, se quedan en el centro de la
pista en animada conversación.
- ¿Y puede saberse qué haces en el Rincón de
Ademuz cuándo sales de la escuela?
- Aburrirme como una lapa y estudiar. Curso
Filosofía y Letras por libre. No quiero terminar mis días como maestra de
escuela, aunque es una profesión que me apasiona. ¿Y tú qué haces en el pueblo
cuándo ya no quedan animalejos que visitar?
- También aburrirme – Alfonso se apresura a
cambiar de tema, le interesan otras cuestiones -. Antes me preguntaba cómo era
posible que dos preciosidades, como Carmen y tú, no estuvieseis rodeadas de
moscones intentando camelaros. ¿Acaso estáis comprometidas y guardáis ausencia?
– Lo de guardar ausencia es la frase tópica que alude a salvaguardar la no
presencia de la persona con la que estás comprometido.
Alfonso se empeña en desentrañar el entramado sentimental de la mujer de
la que, por momentos, se siente más atraído.