"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 9 de agosto de 2016

Capítulo 10. El cuarteto descubre una pista nueva.- 51. Un barrio víctima de la Ley de Memoria Histórica



   Mientras Grandal y Ponte se patean media provincia de Castellón en busca del patriarca de los García Reyes, Amadeo y Luis están metidos de lleno en el seguimiento de sus respectivos objetivos, así llaman a los empleados del Museo de América sospechosos de ser los autores del apagón de las cámaras de seguridad ocurrido el día del robo. Ambos amigos han logrado con bastante rapidez localizar los domicilios de los dos trabajadores del museo a quienes han seguido. Solo queda por averiguar el domicilio del último cuyo seguimiento corresponde a Álvarez. En cuanto Ballarín ha terminado la tarea de localización del empleado que le ha tocado seguir, llama a su compañero:
- Luis, ya he terminado con lo de mi objetivo. ¿Cómo vas con los tuyos?
- Ya tengo localizado al primero. Mañana voy a meterme con el otro que falta.
- Oye, como ya no tengo nada que hacer, ¿qué te parece si te acompaño? Entre dos el seguimiento será menos aburrido.
- Por mí, encantado. ¿Quedamos mañana un poco antes de las tres frente a la Agencia de Cooperación? Desde allí podemos seguir al objetivo en cuanto salga.
   Al día siguiente, a la hora convenida, Álvarez y Ballarín están ante la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo, organismo ubicado a la vera del Museo de América. Es un día frío, y en un sitio tan despejado como el emplazamiento de la AECID y del museo el cortante aire de la sierra de Guadarrama se nota más.
- Desde aquí le vamos a seguir en cuanto pase – apunta Ballarín.
- De acuerdo, Amadeo. Yo me quedo aquí delante de la Agencia y tú ponte en la esquina de la entrada a urgencias de la clínica de La Concepción.
   Poco antes de las tres comienzan a salir los contados visitantes del museo. Al cabo de un rato aparecen varios empleados, algunos de los cuales Ballarín reconoce de cuando les fotografió en compañía de Ponte, pero del objetivo ni rastro. Se cumplen las tres y cuarto, las tres y media y el empleado al que han de seguir sigue sin aparecer. Ballarín desde el lugar donde está apostado le envía una muda interrogación a Álvarez cuya respuesta es un encogimiento de hombros. Sobre las tres cuarenta y cinco los jubilados tiran la toalla, algo ha salido mal. Se acercan al museo. Las puertas están cerradas y no hay nadie en la plazoleta de la entrada.
- ¿Dónde se habrá metido ese fulano? – se pregunta un desconcertado Álvarez.
- El museo está cerrado, lo que quiere decir que los empleados han salido.
- Puede ser que el tipo libre hoy o que esté enfermo o que su mujer se haya puesto de parto. Vete a saber – arguye Álvarez, cabreado por el fracaso.
- Cualquiera de esas cosas ha podido ocurrir, pero quizá hemos pasado por alto que hay otras salidas además de la que conduce a Reyes Católicos. Ha podido marcharse por la Ruta Verde, o por la parte de atrás en dirección al Clínico o a Isaac Peral, o ha bajado hasta la Avenida de la Victoria a coger uno de los autobuses del extrarradio. En cualquier caso, Luis, creo que hemos metido la pata dando por sentado que iba a salir en esta dirección y esperándole donde estábamos – se lamenta Ballarín.
- O sea, que la hemos cagado. Me jode ir de pardillo, pero nos hemos portado como tal.
- Por si te sirve de consuelo te diré que Manolo el primer día que tenía que hacer el seguimiento a un objetivo se durmió. Como ves, en todas partes cuecen habas.
   Cuando se despiden hasta el día siguiente, Álvarez hace una sugerencia:
- Ah, Amadeo, yo creo que del fiasco de hoy será mejor no contar nada a Jacinto y Manolo. El cachondeo que podrían montar sería de campeonato.
   Al día siguiente, Álvarez se sitúa frente a la entrada al museo y Ballarín se coloca al lado del horroroso Monolito a la Hispanidad en los jardincillos que unen el museo y la Agencia de Cooperación. Desde esas posiciones el objetivo no se les podrá escabullir. Poco después de las tres y diez, el empleado al que tienen fichado pasa por delante de Álvarez que le hace una disimulada seña a su compañero. El dúo de jubilados se dispone a seguir a su presa. El objetivo toma la pequeña bajada en zigzag que une la plazoleta del museo con la Ruta Verde y luego se dirige hacia el centro de la ciudad. Cruza Fernández de los Ríos y se mete en el Intercambiador de Moncloa hasta el andén de la línea 6 del metro, dirección a Ciudad Universitaria. Los jubilados, muy puestos en su papel de sabuesos, suben a vagones distintos, uno se mete en el coche al que ha entrado el objetivo y otro al vagón contiguo. Pasan las estaciones hasta que en la de Cuatro Caminos se baja el empleado para coger la línea 1 en dirección a Pinar de Chamartín. Dos estaciones después, en Estrecho, el objetivo se baja. En la salida de Bravo Murillo toma la calle Juan de Olías. Como es un vial más bien angosto, recuerdan el consejo que en su día les dio Grandal: que cuando fueran dos los que siguieran a un objetivo sería mejor no ir juntos sino separados e ir turnándose para que el que le siguiera más cerca no fuera siempre el mismo, y si la calle fuera estrecha lo mejor sería que cada uno le siguiera por una acera distinta. La calle desemboca en la Avenida del General Perón, pero el empleado tras recorrer  una manzana gira a la izquierda y acaba entrando en el portal del edificio que hace esquina entre General Perón y General Orgaz. Parece que es allí donde vive.
- Bueno, pues ya sabemos dónde tiene su guarida el mozo – sentencia Álvarez.
- Esta es una buena zona y esos pisos tienen que costar una pasta. ¿Tú crees que el sueldo del museo da cómo para tener casa por aquí? – pregunta, extrañado, Ballarín.
- Pues no creo, pero lo que más me sorprende es que en esos bloques de la izquierda vive personal de la Armada y el primero de la derecha, que es donde ha entrado, pertenece o pertenecía al Colegio de Arquitectos de Madrid – detalla Álvarez.
- ¡Coño!, ¿y cómo sabes tú eso? – se sorprende Ballarín.
- Porque en su día tuvimos en el Canal muchas reclamaciones por parte de los vecinos de ambos bloques y yo tuve que apechugar con ellos.
- ¿Y qué hace un empleado de un museo estatal en un edificio del Colegio de Arquitectos?
- Jacinto te respondería que investigando lo sabremos. O sea que vamos a dar una vuelta por los alrededores a ver qué podemos descubrir.
   La extraordinaria abundancia de bares, cafeterías, tabernas, cervecerías, hamburgueserías y restaurantes de toda clase y condición en General Perón y calles aledañas ponen a prueba el aguante prostático de la pareja.
- No vamos a poder con todos. Tendremos que hacer una selección – reconoce Álvarez con aire contrito.
- Y tanto. En los últimos cincuenta metros he contado nueve locales donde darle a la manduca o al bebercio – confirma Ballarín -. Mira, vamos a seleccionar a ojo de buen cubero tres o cuatro bares y cafeterías y si no sacamos nada en limpio, luego cuando lleguemos a casa nos metemos en internet y hacemos un barrido de locales de la zona que parezcan más idóneos para ser visitados por el fulano que estamos siguiendo.
   Entran en el bar de tapas Brokêr, en la cafetería Le Petit Bonbon, en el TapasBar y en Fher Café. Están a punto de entrar en Viavélez, pero cuando ven que la taberna está ubicada en el piso superior lo dejan. En ninguno de ellos sacan nada en limpio hablando con barmans y camareros.
- Bueno, Amadeo, será mejor que recojamos velas y que lo dejemos por hoy. Mañana será otro día – propone Álvarez.
- Es una buena idea. Ya no aguanto ni una birra más.
   Cuando vuelven en dirección al metro de Estrecho, Ballarín, que anteriormente ha estado familiarizándose con la zona por medio de Google Maps, va pensando en la cantidad de calles que hay en esa zona del barrio de Cuatro Caminos que llevan nombres ligados a la Guerra Civil, entre ellos los de muchos militares del bando franquista: General Orgaz, General Varela, General Yagüe, General Moscardó, Comandante Zorita, Capitán Haya… o el de trágicos hechos ocurridos en la contienda como Mártires de Paracuellos.
- Como apliquen en esta zona la Ley de Memoria Histórica no la va a reconocer ni el urbanista que la planificó – farfulla Ballarín y añade -. Tendrán que cambiar medio callejero.
- ¿Qué dices de la Memoria Histórica? – pregunta Álvarez que no ha terminado de entender la frase de su compañero.