Una vez terminado el intercambio de información
con Bellido acerca de que no se ha investigado a los autores intelectuales del
caso, Grandal opta por volver a Marina d´Or, donde Chelo debe estar esperándole
. Cuando ya está en el coche recibe una llamada. Al mirar la pantalla del móvil
ve que se trata de la joven rumana.
-Dime, Anca.
-Señor
Grandal, quisiera hablar con usted. Será cosa de poco tiempo, tengo que
contarle algo.
-Bien, pues
cuéntame –El excomisario apaga el motor y se arrellana en el asiento.
-Creo que sería
mejor que se lo contara personalmente –pide la muchacha.
Grandal hace un mohín de fastidio. Me estoy
convirtiendo en un confesor, todos quieren contarme cosas pero en primera
persona, piensa.
-¿Es algún
problema personal o algo relacionado con el caso? –quiere saber.
-Un poco de
todo. Dígame dónde está e iré a verle. Me llevará Vicentín.
-¿El
problema también es de tu novio? –se extraña Grandal.
-No, solo
mío, pero como no tengo coche me lleva él.
-Bueno, estoy
delante de la barbacoa El Chiringo, supongo que la conoces. ¿Dónde estáis
vosotros?
-En el restaurante
Olimpic, he encontrado trabajo aquí…, un momento, señor Grandal, que Vicentín
me está diciendo algo –La interrupción dura unos segundos-. Que dice Vicentín que
podemos partirnos el camino si nos vemos en el Blau, es el primer bar a la
derecha que encontrará después de pasar el túnel del ferrocarril, justo en la
esquina de la Vía Diagonal.
-Bueno, pues
allí nos vemos.
El excomisario tiene que esperar cerca de
diez minutos hasta que ve llegar a Anca que lo primero que hace es disculparse
por la tardanza. Resulta que el Olimpic está en la nacional 340, después de
pasar el acceso a la AP-7, y les ha costado llegar hasta la rotonda desde la
que se puede acceder directamente a Torreblanca sin necesidad de seguir por la
nacional.
-¿Y tu
novio? –le pregunta Grandal al ver que no la acompaña Vicentín.
-Se ha
quedado en el coche, dice que no quiere saber nada más sobre el caso, que
bastantes disgustos le ha proporcionado.
-Bueno, pues
tú dirás.
-No sé cómo
empezar –balbucea la muchacha a la que se le ve un tanto nerviosa.
-Porque no
empiezas por el principio –le sugiere Grandal.
-Verá…, ayer,
Nicoleta –al ver el gesto de ignorancia de Grandal, le explica-, es una
compañera también rumana que trabajaba conmigo en el hostal –Es oír la palabra
hostal y el excomisario despliega todas las antenas de su atención-, me confesó
algo que enseguida pensé que usted debería saberlo, por eso me he atrevido a
llamarle. Pues como decía, Nicoleta, no sé por qué, me contó que un hombre ya
mayor con pinta de exboxeador le dio dinero para que le introdujera sin que le
vieran en la habitación del señor Salazar. Y eso fue el día de la Virgen de
Agosto; es decir, el 15 de este mes.
A Grandal un calambrazo le recorre la espina
dorsal. Inmediatamente piensa en Bellido, en cuanto acabe con Anca tiene que
llamarle inmediatamente para que incluya el relevante dato sobre el Chato en su
informe a la jueza.
-¿Y qué más
te contó sobre ese hombre con pinta de exboxeador?
-Solo eso,
que le llevó a la habitación del señor Salazar y le dejó allí. Ella se marchó y
no volvió a verlo.
-¿Te dijo a
qué hora ocurrió eso?
-No, solo
que fue por la tarde.
-¿No te
contó nada más?
-Nada más,
señor Grandal.
-Has hecho
muy bien en contármelo y te felicito por ello. Estamos un paso más cerca de que
tú y tus compañeros seáis exculpados de la muerte de Salazar. Enhorabuena,
Anca. Y ahora, si me disculpas, he de volver a Marina d´Or.
-Es que hay
una segunda cosa que quiero contarle –dice Anca que sigue estando bastante
nerviosa.
-Bien, soy
todo oídos.
-Pero antes
ha de prometerme que no se va a enfadar conmigo –ruega Anca.
-Te prometo
que no me voy a enfadar contigo. Cuéntame.
-Pues verá…,
es algo que llevo días diciéndome que tenía que contárselo, pero no encontraba
el momento para hacerlo. Y ahora, al confesarme NIcoleta lo del señor que la
sobornó, me he dicho que ese momento había llegado. Lo que quiero contarle es
que el día en que murió el pobre señor Salazar, cuando hacia las cuatro y pico se
fue el último cliente del comedor iba a salir fuera a fumarme un cigarrillo, y en
ese momento vi a una pareja bajando de la primera planta. A la mujer no la
conocía, pero al hombre sí…, era el paisano de Curro –El nombre familiar le ha
salido inconscientemente y enseguida rectifica-, digo del señor Salazar. El hombre
que bajaba era el señor Pacheco. Solo vi a la pareja unos segundos,
posiblemente por eso me olvidé de ellos y no los cité en ninguna de mis
declaraciones, ni ante el sargento ni ante la señora jueza. Luego si lo recordé
y todavía no sé por qué no lo conté antes. ¿Me puede pasar algo por no haberlo
hecho? –pregunta inquieta Anca.
Mientras escucha la confesión de la joven, la sobreexcitada mente de Grandal
piensa aceleradamente. Muchacha, me acabas de dar el instrumento con el que
coaccionaré a Pacheco para que hable conmigo, e indirectamente también podré
presionar a Sierra. Ahora se impone tranquilizar a la chica, se dice.
-¿Qué si te
puede pasar algo? No te va a pasar nada porque más vale tarde que nunca. Por tanto,
puedes quedarte tranquila porque has hecho lo correcto. Una última cuestión:
¿estás absolutamente segura de que ya no me ocultas nada más de lo que viste u
oíste aquel fatídico día?
-Se lo juro
por lo que más quiero, señor Grandal, solo guardaba ese secreto y ya no me
queda ninguno, se lo juro.
La primera intención del expolicía es llamar
al sargento para contarle la confesión que acaba de hacerle la joven rumana, pero
enseguida repliega velas. Quieto, Jacinto, quieto. Si se lo cuentas a Bellido,
se lo comunicará a la jueza y te quedarás sin herramienta para chantajear a
Pacheco y obligarle a que hable contigo. Y es lo que decide hacer: guardarse
para sí la confesión de Anca en lo referido a Pacheco, pero en cambio
confirmarle al sargento la segura estancia del Chato en la habitación de
Salazar el día de autos, para que a su vez informe a la Jueza Instructora. Sin
pensarlo más llama al suboficial.
-Bellido,
tengo una buenísima noticia sobre nuestro caso. Un confidente me acaba de
soplar que una empleada del hostal llamada Nicoleta fue sobornada por el Chato
de Cazalla para que lo introdujera de tapadillo en la habitación del difunto
Salazar la tarde de autos. Otra perla de la investigación que va a poner muy
contenta a la jueza del Valle. A este paso, su señoría te va a poner por las
nubes cuando informe de tu actuación como policía judicial del caso.
-Comisario,
ni en mil años podría agradecerle lo que está haciendo por el buen fin del caso
y de rebote por mi carrera. Estaba terminando el informe para su señoría del
que hablamos hace un rato, ahora añadiré lo que usted ha calificado como perla,
calificación que me atrevo a contradecir, más que una perla es un diamante y de
los de muchos quilates.
-Ah,
Bellido, a ver si te enteras de algo sobre la declaración del Chato y de
Espinosa, a ver qué les puede sonsacar la jueza.
-Lo
intentaré, comisario, y le dejo, tengo que incluir en el informe el dato que
acaba de facilitarme. Hasta mañana.
Grandal, satisfecho con lo conseguido en el
día, se vuelve a Marina d´Or donde le aguarda su novia, eufemismo que utiliza para
denominar a la que en realidad es su amante desde hace un montón de años,
aunque habitualmente no hagan vida de novios salvo los lunes que es el día que
Chelo descansa de sus ocupaciones como escort
de lujo. El hecho de que este verano estén pasando juntos unas vacaciones es
una excepción a sus reglamentadas relaciones. La excepción se originó cuándo
una compañera de trabajo de Chelo se lamentó de que teniendo un apartamento en
Marina d´Or no podría disfrutarlo este verano debido a que un cliente le había
ofrecido irse con él tres meses a Singapur, adónde iba por cuestión de
negocios. Antes de llegar al apartamento ha redondeado un plan para la noche:
como sabe que a Chelo le gustan mucho las pizzas le dirá que la lleva a cenar a
la pizzería La Gloria de Torrenostra, donde ya estuvieron una noche y le
encantó. Y de paso, si consigue ponerla de buen humor, igual puede echarse una
partida nocturna con los amigos. A ver si mato dos pájaros de un tiro, se dice.
-Pero, cari,
me has sacado a mediodía ¿y esta noche también? -se sorprende la mujer-, cuando
te lo propones eres un solete. ¿No será que has quedado con la pandilla para
echaros una nocturna como decís vosotros?
Grandal suelta una carcajada.
-Dear, como policía no hubieses tenido
precio, tu olfato le da cien vueltas al del mejor sabueso. La verdad es que no
he quedado con nadie, pero no me importaría llamar ahora a la panda y decirles
que si quieren echar una partida, después de nuestra cena en La Gloria, pueden
contar conmigo. Siempre y cuando reciba tu venia, naturalmente.
-¿Y desde
cuándo necesitas mi venia para hacer lo que te venga en gana?
-Casi nunca,
es cierto, pero esta noche, sí. Y ahora, o me dices que no te importa esperar
tomando un helado o lo que te apetezca mientras echamos una partida, o no hago
esa llamada.
-¡Este no es
mi hombre, que me lo han cambiado! Anda, llámales y te prometo que voy a
esperar sin un mal gesto a que termines las partidas que sean. Eso sí, espero
que luego te portes como tú sabes… -y el gesto picarón de la mujer es más
explícito que mil palabras.
Y así termina el veinticinco de agosto,
décimo día del fallecimiento de Salazar y a solo seis de que a Grandal y a sus
amigos se les acabe su estancia en la Costa de Azahar. Al acabar la partida,
Grandal les ha contado a los de la pandilla la confesión de Anca y como piensa
servirse de ella para coaccionar a Pacheco y a Sierra para que hablen con él.
-Desde
luego, figura, naciste con una flor en el culo –comenta Álvarez.
-Bueno, os
dejo que tengo que recoger a Chelo –se despide el excomisario.
Chelo está sentada en la terraza del bar Xaloc,
donde ha estado tomándose un helado.
-Darling, ¿ya terminaste la partida?
-Sí, ahora
soy todo tuyo, dear.
PD.- Hasta
el próximo viernes en el que publicaré el episodio 107. Esta noche toca bou embolat