"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 24 de febrero de 2015

3.8. Ya tenemos al donjuán



   Esperanza, la joven que ha sido seducida por Rafael Blanquer, le ha contado a su señora lo que le ha   ocurrido y como el seductor se niega a reconocer lo hecho y a darle su apellido al niño que lleva en sus entrañas.
- No te preocupes, Espe, yo me encargaré de todo - la consuela doña Visitación -. La criatura nacerá, la bautizaremos como Dios manda y llevará el apellido de su padre, faltaría más. Ahora lo que tienes que hacer es tranquilizarte y descansar. No quiero que muevas un cacharro ni verte coger la bayeta hasta mañana. Lo que si tienes que decirme es donde vive ese caballerete y como se llama.
- Se llama Rafael Berdú y no sé dónde vive, pero mi amiga Petro, que trabaja en una casa de la Plaza de Tetuán, le ha visto entrar y salir de Capitanía General vestido de soldado.
   En el almuerzo, Visitación le comenta a su marido lo que le pasa a Esperanza y le pide ayuda: que pregunte a sus amistades a ver como encuentran a un chico que está de soldado en Capitanía.
- No te preocupes, querida. No será ningún problema. Se lo preguntaré a José María Suances. Si ese sinvergüenza sirve en Capitanía, ten por seguro que lo encontrará.

   El comandante Suances contesta la pregunta que le acaba de formular su amigo de manera típicamente militar, de forma tajante:
- ¿Dices que se llama Berdú? Si presta servicios aquí, Campins, ahora mismo le localizamos – el militar toca un timbre y al momento aparece un sargento.
- A sus órdenes, mi comandante.
- A ver, Pintado, búsqueme en el listado de tropa a un tal Rafael Berdú.
- Con be o con uve, mi comandante.
- Búsquelo de las dos formas.
   En menos de diez minutos está de vuelta el sargento: no existe nadie en  Capitanía con ese apellido. Los dos hombres se miran consternados, el asunto se complica.
- Además de sinvergüenza, falsario. Ni siquiera le dio a la pobre chica su verdadero nombre – se  lamenta Campins.
- Esos tenorios de vía estrecha saben guardarse las espaldas, pero en este caso no sabe con quién se juega los cuartos. Iremos por partes – el comandante vuelve a dirigirse al suboficial -. Pintado, primero va a buscar todos los Rafaeles que tengamos en los listados y después aquellos apellidos que se aproximen o se parezcan a Berdú. Vamos, ¿a qué espera?
- José María ¿y si ni siquiera ha estado nunca aquí? – inquiere un atribulado Campins.
- Ya lo he pensado, pero primero vamos a agotar las balas que tenemos.
- Y si no lo encuentran, ¿qué podríamos hacer? – insiste Campins.
- No nos adelantemos. Como dice el Evangelio, hay un tiempo para cada cosa.
   Apenas unos minutos después, vuelve a entrar el sargento, lleva un papel en la mano.
- ¿Da su permiso, mi comandante?
- Pase. ¿Encontró algo?
- Respecto a soldados que estén prestando servicio en Capitanía y que tengan apellidos similares a Berdú no hay ninguno, pero sí hay dos que se llaman Rafael, los de esta lista.
- ¿Solo hay estos?
- Solo y, con su permiso mi comandante, le diré que conozco a los dos: Rafael Montornés es un chaval de Onteniente del último reemplazo y el otro, Rafael Blanquer, es un chico de Senillar al que se le terminaron las prórrogas de estudios y que se licenciará en tres meses.
- Amigo Campins, me parece que ya tenemos al donjuán.
                                                                           *
   La madre de Lolita anda pachucha, un eccema más molesto que otra cosa. El médico le ha recetado una pomada para que se la preparen en la farmacia. Cuando Sanchís lee la prescripción le dice a Lolita, de manera innecesariamente brusca, que no tiene tiempo para elaborar las fórmulas magistrales a las que últimamente parece haberse aficionado Lapuerta. La chica recoge la receta con gesto de rabia y sale de la botica echa un basilisco. Va a ser la última vez que el viejo chivo de Sanchís la vea en su establecimiento. Enrique Guerrero, el sobrino del farmacéutico, que desde la rebotica ha sido testigo de la escena sale corriendo detrás de Lolita y le corta el paso.
- Perdone, señorita. Le ruego que disculpe a mi tío, pero hoy no tiene uno de sus mejores días. Si es tan amable de darme la receta del doctor Lapuerta yo, personalmente, haré el preparado.
   La joven se queda mirando al joven boticario sin saber qué hacer, ni siquiera se le ocurre qué contestarle, tal es su irritación. El hombre se da cuenta e insiste:
- No lo considere un atrevimiento por mi parte, pero me permito insistirle en que lo mejor es que me dé la receta y elaboraré el preparado. Olvídese de mi tío. Ya está mayor y los viejos pueden volverse muy impertinentes – y añade para dar pie a que la chica diga algo - ¿La pomada es para usted?
- No. Es para mi madre.
- Si me da la prescripción, esta tarde a primera hora lo tendré a su disposición.
- Muchas gracias, es usted muy amable – le agradece Lolita dándole la receta.

   La joven se vuelve al oír el ruido del picaporte. Ante su sorpresa, tiene en la puerta de la tienda al novel farmacéutico que lleva un paquetito en la mano.
- ¿Se puede pasar?
- Adelante, por favor.
- Me he tomado el atrevimiento de venir personalmente a traerle la pomada. He pensado que su señora madre podía necesitarla.
- Por Dios, no tendría que haberse molestado. Pensaba pasar por la farmacia a recogerla.
- También es un modo de disculpar la conducta de mi tío, como le dije antes está muy mayor y por las mañanas suele ponerse insoportable.
- Aquí conocemos a don José de toda vida y todo el mundo sabe que tiene sus manías, pero que en el fondo es más bueno que el pan. Lo que ocurre es que se ve que me ha cogido en un mal día y me enfadé más de la cuenta. No suelo tener esas rabietas de niña pequeña, pero ya ve…
 
   Aquella noche, cuando su amiga Fina va a preguntar por su madre, Lolita, cosa rara últimamente, tiene algo nuevo que contar.
- ¿Y dices que se presentó aquí con la medicina?
- Y no solamente eso. No ha consentido de ninguna manera que se la pagara. Ha insistido en que me lo debía por la escena que me ha montado su tío.
- Y tú que decías que le encontrabas sosaina y pasmarote.
- De sabios es rectificar. Admito que no es ni una cosa ni la otra, pero sigue siendo un pomposo y un anticuado. Me sigue llamando señorita, tratándome de usted y solo falta que me haga reverencias al saludarme.
- La tienes tomada con el pobre chico.
- ¿Chico, dices? Debe de estar más cerca de los cuarenta que otra cosa. ¿Le has visto la cabeza?, la tiene como una bola de billar.
- Decididamente no te cae simpático. Y no tiene cuarenta, según cuenta Jacinta la Carletina, que hace la limpieza en la farmacia, tiene poco más de treinta.
- Pues no tendrá cuarenta, pero en algunas cosas parece más viejo que su tío, que ya es decir.
- De cualquier modo, algo tendrás que hacer para devolverle el detalle.
- ¿Qué detalle?
- Hija, últimamente cuando te pones borde parece que se te crucen los cables. Quien estuvo grosero fue don José, no el pobre chico. Y no ha tenido un detalle, sino tres: prepararte el remedio, llevártelo a casa y no cobrártelo. A este paso te vas a quedar para vestir santos.
- Más vale vestir santos que desnudar peleles – responde sarcásticamente Lolita.
   Fina piensa que a su amiga se le está agriando el carácter. Antes no se le habría pasado por alto el gesto del joven boticario y habría recogido inmediatamente el guante. Una gentileza solo se paga con otra. Ahora, en cambio, está cada vez más desabrida, antipática y agresiva. Fina está convencida de que Lolita sigue teniendo en carne viva la herida de su ruptura con Rafael. Mientras no cicatrice, piensa, seguirá sangrando y terminará volviéndose una solterona huraña e inaguantable. Pobre Lolita, con lo simpática que era, la vitalidad que tenía y el buen humor del que siempre hacía gala. Quien la ha visto y quien la ve, concluye Fina.