"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 17 de julio de 2020

Libro II, Julia, de la novela Los Carreño. Episodio 49. Tú prometes, chico.


   Julio despierta sobresaltado, ha tenido una pesadilla: pretendía besar a Consuelo, pero la joven apartaba la cara. Intenta volver a dormirse, pero no lo consigue. Ya no suele pensar en la que fue su novia, pero sueña frecuentemente con ella. En su subconsciente parece que sigue manteniendo la relación con la chinata, lo que le tiene perplejo. Su vida de recién licenciado también es confusa. Se ha dado unos días de descanso para adaptarse a la vida civil, pero al estar acostumbrado a la rutina de su vida en Palma el no tener nada concreto que hacer acentúa su confusión. Desde que volvió del ejército vive con su madre en la casa que Pilar ha alquilado en Plasencia. Suele levantarse tarde, sale a dar una vuelta y tomarse unos vinos, aunque ahora los caldos extremeños le saben un tanto ásperos. Por la tarde su plan de vida es parecido. El hecho de deambular sin norte por la ciudad le lleva a preguntarse: y si encuentro a Consuelo, ¿qué hago, la saludo, paso de largo o le escupo a la cara? No, eso no debo hacerlo, no se le escupe a una madre, piensa  -Le han comentado que Consuelo está embarazada-. Continúa así hasta que pasados unos días Pilar le llama al orden, suavemente, pero lo hace.

   -Julio, hijico, supongo que pasar de la vida militar a la civil tiene su aquel, pero creo que va siendo hora de que pongas los pies en la tierra. Tienes veintitrés años y has de decidir qué hacer con tu vida. ¿Has pensado en el empleo del señor Elías? Lo digo porque en algo tendrás que trabajar. Los duros que has traído de Mallorca se te van a acabar en cuatro días, ¿y entonces qué vas a hacer?

   -Madre, es que no me veo yendo por los pueblos vendiendo objetos y productos de los que no sé un carajo. Además, ¿qué clase de vida será esa?, ¿dónde dormiré, dónde comeré…? ¿He estudiado para acabar llevando una vida como la de los chamarileros y los quinquilleros?, hoy aquí, mañana allá.

   -Bueno, hijo, tampoco exageres. Los chamarileros comercian con objetos viejos o usados y en cuanto a los quinquilleros, casi todos gitanos, se dedican a arreglar ollas y demás cacharros de metal. Y tú no eres gitano, no vas a reparar ollas, ni vas a comerciar con objetos viejos y usados. Venderás productos de droguería que, en ciertos momentos, todos necesitamos. Ahora bien, si no te gusta ese trabajo no pasa nada. Solo tendré que darle las gracias al señor Elías y punto –afirma Pilar un tanto molesta.

   -No te enfades, madre, me lo pensaré, pero antes me voy a ir unos días a San Martín, saludaré a los amigos y a ver si el aire de la sierra me aclara las ideas.

   Julio marcha a su pueblo natal donde todo el mundo le saluda con afecto. Constata que en San Martín las cosas están más o menos como cuando vivía allí; la gente sigue trabajando en los campos, apacentando el ganado, elaborando el pitarra y cuando tienen la oportunidad, y andan cortos de dinero, se internan más allá de la Raya y alijan lo que pueden, casi siempre en pequeñas cantidades. Una vida de subsistencia y poco más. No, tampoco está dispuesto a vivir así. Los tres años transcurridos en Mallorca le han enseñado que hay mejores formas, y sobre todo más rentables, de ganarse la vida. No quiere llevar una existencia gris y mediocre, al menos en lo material, como la llevada hasta ahora; aspira a más, lo que ocurre es que todavía no tiene una idea nítida de qué es ese más. Bueno, veamos que puedo hacer en el campo de la contabilidad, piensa. En cuanto vuelve a Plasencia se lo dice a su madre.

   -Voy a hablar con el profesor Hernández.

   -Me parece buena idea, pero te adelanto que no es el mismo que dejaste. Ha envejecido mucho y, prácticamente, ha dejado de trabajar. No sé si lleva alguna contabilidad, pero si lo hace deben ser contadas. En cualquier caso, quizá pueda ofrecerte trabajo si es que quieres seguir con lo de contable.

   -Ahí me duele, madre, que no tengo nada claro lo que quiero. Mi amigo Chimo Puig, del que tanto te hablaba en mis cartas, me aconsejó que si quería hacer fortuna debería trabajar para mí y no para otros. Y tanto si acepto la oferta del Bisojo como si llevo las cuentas de otros no pasaré de ser un asalariado…

   -¿Y qué hay de ese comercio del que tanto hemos hablado en nuestra correspondencia?

   -Me pasa lo mismo, que no tengo nada claro qué puedo emprender. Noto que me falta empuje, decisión… La verdad es que me encuentro un poco perdido, no hago más que dar palos de ciego.

   -Bueno, hijo, tómate las cosas con calma, pero sin perder el ánimo. Es una buena decisión que vayas a charlar con Hernández. Por algo hay que empezar.

   Como le previno su madre, Julio encuentra a su antiguo profesor hecho una ruina. Se le ve demacrado, con profundas ojeras, la boca chupada por la falta de dientes y además se ha quedado sordo, ha de elevar el tono para que pueda oírle. Hernández ya no lleva contabilidades, por tanto, no le puede pasar ninguna, y cuando Carreño le pregunta si el puesto de contable de aquella empresa que comercializaba el aceite de la Sierra de Gata sigue vacante la respuesta es negativa. Si quiere trabajar en el campo de la contabilidad tendrá que buscar ocupación por su cuenta. La frustrante visita a su antiguo maestro le provoca una suerte de reacción negativa y se dice que tampoco piensa trabajar de contable, lo de ser un empleado de camisa blanca y corbata ya no le va. En cuanto volver al contrabando, si no puede hacerlo a gran escala, tampoco es un asunto que le atraiga… Solo le queda la oferta del Bisojo, tendrá que aceptarla mientras encuentra algo mejor.

   La conversación entre el posible patrón y el aspirante a empleado es tan breve como efectiva. El droguero explica al joven lo que pretende de él.

   -Mira, chico, lo que te ofrezco es un trabajo en el que, como seas la mitad de espabilao que tu señora madre, te puedes ganar muy bien la vida. Se trata de que viajes por los pueblos de las comarcas cercanas e incluso de más allá vendiendo los productos de mi droguería.

   -Señor Elías –Julio por consejo de su madre ha abandonado el tratamiento habitual en el pueblo que es el de tío-, para serle sincero tengo que decirle que no sé ni jota de droguería.

   -Eso no es problema, déjalo de mi cuenta que te pongo al corriente en unos días. Lo importante es que sepas vender y, por lo que me contó tu madre, sí tienes experiencia en ventas. ¿No es así, chico?

   -Sí, señor Elías, de vendedor tengo experiencia pero de bisutería, algo que no tiene nada que ver con los productos de droguería.

   -Cuando se domina el arte de la venta da lo mismo lo que vendas, sea bisutería, jamones o disolventes –El mañego cree estar oyendo otra vez al brigada Carbonero cuando le dijo que no sabía nada de bisutería-. Con una ventaja, la quincalla de la bisutería solo sirve pa fardar y aquí vas a vender productos que casi siempre son necesarios. La gente los compra porque les hacen falta y no para presumir.

   -Visto desde ese punto de vista, tiene usted razón.

   -Claro que la tengo, prenda. Otra cosa, ¿qué tal te manejas con las caballerías?

   Y Julio, dispuesto a decir toda la verdad como le aconsejó Pilar, cuenta que en los tiempos en que alijaba en la Raya acarreaban la mercancía a lomos de mulos y asnos por lo que, si bien no es un consumado acemilero, si tiene experiencia en el trato con las bestias.

   -La pregunta viene a cuento porque voy a comprar un mulo o un caballo, el carro ya lo tengo, con el que viajarás por los pueblos. Otro asunto, pues como dice mi mujer el chocolate espeso y las cuentas claras, al principio te voy a pagar poco sueldo; por supuesto cubriré tus gastos de comida y hospedaje y los impuestos que los buitres de los ayuntamientos cobran por usos y consumos y por las tasas pa vender. Ah y, por descontao, la comida de la bestia y lo que hayas de pagar por el establo -El Bisojo en lo tocante a salario no lo ha dicho todo, se guarda un as en la manga en espera de la reacción del chico, como ha dado en llamarle.

   -Señor Elías, sigo siendo sincero con usted, si voy a ganar poco no voy a salir de pobre. Me temo que si es así voy a tener que rechazar su oferta, aunque le agradezco de corazón su propuesta.

   -Bueno, chico, es que no te lo he dicho to –El Bisojo se dispone a jugar el as escondido-. Hay otra forma de que aumentes tus ingresos, tendrás un porcentaje sobre lo que vendas, exactamente el cinco por ciento, de tal manera que si vendes mucho podrás ganar un dinerillo curioso.

   En ese momento, Julio recuerda a su amigo Chimo Puig cuando Carbonero le habló del porcentaje en las ventas y hace lo que hizo el morellano.

    -Señor Elías, con el debido respeto, pero… ¿el porcentaje podría ser del diez?

   El Bisojo, de momento queda sorprendido ante la contraoferta del mañego, y acaba soltando una risotada.

   -¡Vaya con Carreño!, ahora sí sé que has salido a tu señora madre. No, chico, no. No te puedo dar el diez, pero si con el tiempo llegas a vender una cierta cantidad, que ya veremos cuál sería, podría subirte uno o dos puntos la comisión. Pues hasta aquí hemos llegao, ¿lo coges o lo dejas?

   Ante la disyuntiva en que le pone el Bisojo, a Julio no le queda otra.

   -Que sí, señor Elías, que sí, y gracias por confiar en mí. Le prometo que no le voy a defraudar. En cuanto a lo del diez no se lo tome a mal, estaba obligado. Una oferta exige siempre una contraoferta.

   -Tienes maneras, chico. Tú llegarás.

   En los días siguientes, Julio va todas las tardes a la droguería del Bisojo para que este le enseñe los mil y un productos que vende en su tienda. Uno de esos días Julio acompaña al tío Elías a comprar una caballería que tire del carro, que todavía guarda de cuando era él quien vendía por los pueblos. Discuten si comprar un caballo o un mulo, al final se decantan por los mulos pues son más baratos y resistentes que los caballos. En la negociación con el chalán, el mañego saca a relucir algunas de las triquiñuelas que le enseñó Carbonero con lo que consigue una sustancial rebaja del precio de la mula, que finalmente compran; lo que hace que el Bisojo le repita:

-Tú prometes, chico.

 

PD.- Hasta el próximo viernes en que, dentro del Libro II, Julia, de la novela Los Carreño,  publicaré el episodio 50. La alternativa