"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

martes, 6 de diciembre de 2016

85. Revisando hipótesis de trabajo



   En la puesta en común que llevan a cabo los inspectores del Caso Inca ponen en valor la información que les dio Lola Téllez, exdirectora del Museo Nacional de Antropología: el préstamo de obras entre museos siempre es de originales, salvo en muy contados casos. Partiendo de dicha premisa, revisan todas las líneas de investigación sobre el robo del tesoro que han llevado a cabo hasta el momento, así como las distintas hipótesis de trabajo que han elaborado. Atienza recupera el documento que confeccionó al alimón con Mariví Martín-Rebollo a raíz de la tormenta de ideas que realizaron en la Brigada de Patrimonio y escribe en el portapapeles mural los tres ítems que en el debate se consideraron como ciertos:
A) Las piezas robadas no son las auténticas sino meras réplicas.
B) Los ladrones no sabían que lo que estaban robando eran copias.
C) Las autoridades españolas ocultan a la opinión pública que las piezas robadas no son las originales.
   Tras escribir lo anterior, Atienza añade:
- Estos ítems habrá que revisarlos porque en función de la información de Lola Téllez son posiblemente erróneos, al menos el primero de ellos.
- Antes de revisarlos – sugiere Blanchard -, propongo que repasemos la charla con la señora Téllez porque alguno de los datos que nos dio no ha dejado de darme vueltas en la cabeza.
- ¿Qué datos? – pregunta Bernal.
- Básicamente uno: el de la nota informativa que pone el museo prestatario informando de a qué otro museo ha prestado una obra, por cuanto tiempo y demás datos que la dirección estime. De acuerdo con ese procedimiento, el Museo de América tuvo que poner una nota en las vitrinas informando donde deberían estar las piezas que faltaban. Si es que faltaban, claro.
- ¿Adónde quieres llegar, Michel? – se interesa Atienza.
- A qué es algo que creo que no habéis preguntado a la dirección del museo.
- Te confieso que es un dato que pasamos por alto – se sincera Atienza -, pero ahora mismo lo remediamos – coge el teléfono y marca un número -. Soy el inspector de policía Juan Carlos Atienza, me quiere poner con Mónica, por favor. ¿Qué Mónica, pero es que hay más de una? Con Mónica del Valle, la directora – una pausa -. Señora del Valle, buenos días, soy Atienza. Una sola pregunta: cuándo prestaron las obras quimbayas al Quai Branly, ¿pusieron una nota informativa en el lugar donde deberían estar las piezas prestadas? ¿Sí? Gracias, solo eso, que tenga un buen día – y dirigiéndose a sus colegas les informa -. La pusieron.
- De acuerdo, pero ¿indicaba la nota si las piezas prestadas eran originales o réplicas? – pregunta Blanchard.
- La vuelvo a llamar – es la respuesta de Atienza que repite la llamada -. Perdone, señora del Valle, pero antes me olvidé de preguntarle otro dato. En la nota que pusieron donde el tesoro, ¿se indicaba si las piezas prestadas eran las originales o copias? – otra pausa en la que Atienza escucha atentamente -. Gracias y perdone – El inspector vuelve a dirigirse a sus compañeros -. Dice que no pusieron nada porque no hacía falta. El museo solo presta piezas originales.
- Oye, Michel – Bernal cuando está a bien con el francés suele llamarle por su nombre de pila -, antes has empleado una coletilla cuando te referías a la nota informativa puesta donde deberían estar las piezas que faltaban. Has añadido: si es que faltaban, claro. ¿Qué pretendías dar a entender?
- Pues que si enviaron copias, supongo que los originales seguirían estando en las vitrinas. Algo que no sabemos y que tampoco sé cómo podemos descubrirlo. ¿A vosotros se os ocurre algo? – plantea Blanchard.
   Llevan un buen rato debatiendo como descubrir si en las vitrinas del museo, durante el tiempo que las piezas estuvieron expuestas en París, hubo los correspondientes huecos o no. No dan con un medio consistente para averiguarlo porque si preguntan a la dirección del museo la respuesta será la de siempre: el museo solo presta originales por lo que la pregunta huelga.
- ¿Y por qué no preguntamos a Grandal? – sugiere Atienza.
- A mí este recurso de echar mano del comisario cuando nos encontramos ante un impasse me da la impresión de que nos convierte en niños pequeños que llaman a mamá en cuanto se ven ante el más mínimo problema. Y dicho eso admito que también yo he propuesto en alguna ocasión recurrir a esa ayuda – Por la forma de decirlo no se sabe si Blanchard está hablando en serio o de coña.
- Bueno, en otros momentos bien que nos ha abierto puertas que nosotros no habíamos intuido que existieran – Bernal le echa un capote a Atienza.
   El francés se encoge de hombres y entrega la cuchara.
- Lo que decidáis, en definitiva la investigación es vuestra, yo solo soy un añadido.
   A Grandal le pilla un tanto a contrapelo la llamada de Atienza. Está muy ocupado maquinando en montar una trama para que su ruptura con Chelo, que casi tiene decidida, sea lo menos dura posible para la mujer. Han sido muchos años de vida en común, aunque esa convivencia solo se redujera a los lunes, para que ahora todo quede reducido a un desangelado adiós. Quiere hacerlo de la mejor forma posible para que la herida que va a causar a Chelo sea lo más liviana. El problema es que no se le ocurre cómo. Ha estado tentado en preguntarle a Mariví, que es la mujer que ahora llena su vida, cómo hacerlo pero tras pensarlo rechaza la idea. Jacinto, se dice, patochadas como esa antes no se te ocurrían, debes de estar haciéndote viejo. La ayuda que le pide Atienza sirve para que cambie el chip.
- Pensaré en ello, Juan Carlos, aunque no me coges en el mejor momento. Tengo que resolver un problema personal y no tengo cabeza para nada más, pero trataré de hacerle un hueco. Igual me sirve para serenarme. Te llamo si se me enciende la bombilla.
   Ninguna bombilla se enciende en la mente del excomisario. Parece como si sus neuronas no tuvieran otra capacidad que no fuera concentrarse en el modo de romper con Chelo, algo que le está llevando por la calle de la amargura. Para tranquilizarse no encuentra mejor remedio que invitar a sus jubilados amigos a que le visiten, echarán unas partidas de dominó pues hace tiempo que no juegan y se pondrán al día sobre sus respectivas vidas. Por un momento, siente la tentación de preguntarles a sus amigos por lo de Chelo, pero también termina rechazándolo. Se trata de una parte de su vida que mejor es no pregonarla. En un momento de la amical reunión, Ballarín comenta:
- No podéis imaginaros lo que más echo de menos: lo de investigar el robo. Desde que no llevamos a cabo ninguna tarea detectivesca me aburro como una ostra.
   La queja del antiguo ferretero le recuerda a Grandal la petición hecha por Atienza, lo que le lleva a contar a sus amigos como, por enésima vez, la investigación del robo se ha encallado.
- A ver si te he entendido bien, Jacinto. Lo que les pasa a esos calabacines de compañeros tuyos es que no saben cómo averiguar si durante el tiempo que el Museo de América prestó las piezas en su lugar había un hueco o estaban otras piezas. ¿No es así? – ante el afirmativo cabezazo del excomisario, Ballarín continúa -. Y también quieren saber si había un cartelito que informaba del motivo de esa ausencia, ¿correcto?
- Correcto.
- Coño, ya habláis como en los culebrones sudamericanos – se mofa Álvarez.
- ¿Alguien tiene idea de cómo averiguar eso? – inquiere Grandal -, porque lo que es a mí, ni flores.
   Ponte, que ha estado pensando en la cuestión, empieza a hablar con tono inseguro, como si no estuviera muy convencido de lo que va a decir.
- Estoy pensando en un medio, pero no sé si funcionará. Veréis, cuando saco a pasear a mis nietos y paso por delante del museo he comprobado que los visitantes más frecuentes y numerosos son alumnos de colegios e institutos, más de los primeros que de los segundos.
Y algo que indefectiblemente realiza la mayoría de escolares en sus excursiones es hacer fotos con sus móviles. Si pudiéramos localizar alguno de los colegios que visitaron el museo en las fechas anteriores al robo, es posible que entre sus alumnos encontraríamos a alguno que guarda, en la tarjeta del móvil, fotos de las piezas quimbayas y así podríamos constatar si había huecos en los paneles y si estaban las tarjetas de marras.
- Me parece una idea cojonuda – aprueba Álvarez -. ¿Y cómo podríamos localizar a esos coles?
- No tengo ni idea – confiesa Ponte.
- Es posible que en el museo haya un registro de entradas – sugiere Ballarín.
- Coño, Amadeo, ¿cuándo fue la última vez que entraste en un museo? – ironiza Álvarez -. En los museos en los que he estado en ninguno me han pedido la identificación. O sea, que de registro de entradas nanay del Paraguay.
- No se registran las visitas individuales, pero es posible que de los grandes grupos si haya alguna especie de registro, sobre todo en el caso de los centros docentes para los que algunos museos tienen preparados protocolos especiales. Sería cuestión de saber si el museo tiene alguna clase de registro de entradas de colectivos y luego quedaría el problema de cómo conseguir la información de dicho registro – explica Ponte.
- Eso no lo podremos conseguir nosotros, pero sí la policía – arguye Grandal.
- ¿Otra vez en manos de esos pazguatos de los Sacapuntas? – se lamenta Álvarez.