"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 17 de julio de 2015

6.7. De cómo Lolita pasa a ser Lola



   Lolita terminó haciendo caso a su madre y a su amiga Fina, que no a sus sentimientos, y le dijo que sí a José Vicente, que sería su novia y, pasado un tiempo prudencial y si todo iba bien, se convertiría en su esposa. Muchos cambios han ocurrido en su vida desde ese momento. Uno de ellos, hasta cierto punto anecdótico pero que marca la transformación sufrida, es su mudanza de nombre: ahora se llama Lola. Recuerda como fue lo de la desaparición del diminutivo. Estuvo dudando mucho si debía de contarle o no su pasado. Ella no era lo que se entiende por una mujer de pasado, salvo algunos episodios con Rafael que no le gustaba recordar pero que habían sucedido. Tras muchas vacilaciones resolvió que debía de contárselo todo. No se podía iniciar una relación como aquella, abocada a un emparejamiento para toda la vida, con mentiras o sin desvelar toda la verdad por desagradable que fuese. Una tarde en que ambos habían estado especialmente cariñosos, derivó la conversación hacia el tiempo transcurrido antes de conocerse y lo qué habían hecho o dejado de hacer. Gimeno le contó que había salido con varias chicas, pero salvo una novia que tuvo en Las Alquerías, cuando era poco más que un adolescente, ninguna relación tuvo un tinte muy serio, hasta llegar a Senillar dónde tuvo la segunda novia, Pepita Arnau, pero esa historia Lolita ya la conocía. En cuanto a lo de Merceditas la Estanquera fue una relación que realmente murió antes de nacer. Ella, a su vez, le contó que solo tuvo un novio, Rafael Blanquer, y que también comenzaron a salir cuando los dos eran unos críos. Luego él se marchó fuera a estudiar y ya fue un noviazgo más por correspondencia que otra cosa, aun así tuvo tiempo suficiente para portarse mal y hacer cosas que una mujer…
- Lolita, perdóname que te interrumpa – le corta José Vicente -. Mira, no tengo ningún interés en saber qué hiciste o dejaste de hacer antes de conocerte. Lo que sí me interesa, y mucho, es saber lo que vas a hacer a partir de ahora. Para mí eres una mujer absolutamente nueva. Solo va a contar el pasado desde que te conocí. Es decir – esboza una sonrisa para quitarle dramatismo a su declaración -, desde el famoso día de las corbatas. Por eso voy a pedirte algo: si no te importa a partir de ahora no voy a seguir llamándote Lolita. Ese nombre pertenece a tu pasado de niña y de adolescente, a quiénes yo no conocí. De quien me enamoré es de toda una mujer y prefiero llamarte por un nombre de mujer, no de jovencita. Me he dado cuenta de que tu madre te suele llamar María Dolores, también he notado que no te gusta demasiado que te llamen así. Por todo eso, y si no tienes inconveniente, desde hoy para mí dejas de ser Lolita y te voy a llamar Lola.
- ¡Por fin, ya me hice mayor! – exclama Lolita por toda respuesta.
- ¿Qué significa eso, no te gusta que te llame Lola? – inquiere un tanto sorprendido José Vicente.
- Al contrario, me encanta. Te voy a contar uno de mis secretos mejor guardados. Desde que dejé de ser una adolescente, me reventaba que siguieran llamándome Lolita, pero es complicado modificar las costumbres. A una abuela mía la llamaron Carmencita hasta que murió con más de ochenta años. Yo me veía igual que mi abuela, hecha un carcamal y todavía teniendo que responder por el diminutivo familiar. El que tú me llames Lola espero que sirva para que el resto de la gente se olvide de lo de Lolita. Ah, y te felicito, has atinado: me gusta lo de Lola, lo prefiero a María Dolores, resulta como más llano y natural.
   Luego, en los meses que ya llevan de pareja, resulta que cuando están solos la suele llamar más veces cariño, cielo y vida mía que Lola. A ella le sigue costando llamarle de otra forma que no sea por su nombre. Los apelativos cariñosos no le salen con naturalidad. Curiosamente, el hecho de que José Vicente haya empezado a llamarla Lola ha sido el detonante de que el apelativo sea compartido por la mayoría de la gente. Solo algunas personas mayores que la siguen viendo como la niña que fue siguen diciéndole Lolita, salvo su madre que continúa llamándola María Dolores.
   Lola recuerda a menudo la etapa de su noviazgo con José Vicente, las imágenes se le han quedado impresas en la mente como si se tratara de una película en blanco y negro. Tras vencer el plazo que él dio para pronunciarse, ella le dijo que sí, que aceptaba ser su novia, pero quiso jugar limpio: le repitió que no le amaba, pero que desde ese mismo momento tenía todo su respeto, amistad, cariño y lealtad. Era lo mejor que podía ofrecerle sin estar enamorada. Recuerda que él se emocionó y le juró que nunca se arrepentiría de la decisión tomada. Acordaron que el noviazgo durara lo imprescindible para que se publicaran las amonestaciones sin excesivas prisas y poder tomar las previsiones que una boda comporta. Todo transcurrió con relativa normalidad. Eso sí, tuvo que soportar la felicitación de medio pueblo por su próximo matrimonio, y le contaron que en los lavaderos públicos y en los corrillos de las comadres hubo el natural chismorreo sobre su compromiso y, especialmente, del porqué de un noviazgo tan corto. Ambos novios resolvieron no dar pábulo a los cotilleos e hicieron oídos sordos a cuantos dimes y diretes circularon aquellos días por los mentideros.
   El día de la boda fue emocionante, quizá más para las personas del entorno de la pareja que para los propios contrayentes. Por fin, su madre pudo verla vestida de blanco y cogida del brazo de su tío Ricardo que fue el padrino. La madrina fue la madre de José Vicente que, con el resto de su familia, vinieron de Las Alquerías del Niño Perdido para no perderse el acontecimiento. Todos los miembros de su futura familia política rivalizaron en amabilidad y simpatía. Le causaron una excelente impresión, incluida quién iba a ser su suegra. La que más emocionada y nerviosa estaba era la señora Leo. Se cumplía uno de sus sueños: ver a su hija camino del altar y salir del templo convertida en una respetable esposa. Fue también quien más lloró, algo tendrían que ver también las lágrimas con el hecho de que a la madre le molestó profundamente que decidieran no vivir con ella. Realmente el decirlo en plural era inexacto, puesto que la determinación la tomó Lola, su marido no se pronunció. Tuvo que recordarle a su madre el dicho que tantas veces le había oído, siempre referido a otras parejas: que el casado casa quiere. Piensa que el enfado se le terminará pasando.
   Tras la boda una de las mayores sorpresas que se ha llevado Lola ha sido la pasión y el deseo que provoca en su marido. Sorpresa que en su fuero más íntimo, donde anidan los sentimientos más indelebles, la conmueve y… le gusta. Lo último ha tardado en admitirlo, pero al final se ha rendido. Su marido muestra tal grado de pasión que, ante su sorpresa inicial, su cuerpo la devuelve en la misma medida. Quizá haya sido en las relaciones íntimas dónde mayor impacto le ha causado José Vicente. Nunca imaginó que conjugase una virilidad tan recia con una inagotable capacidad para la ternura y la delicadeza. Es una de las facetas de su personalidad para la que no estaba preparada y que tuvo que descubrir la misma noche de bodas, porque antes de la misma, su novio por aquel entonces, solo se atrevió a besarla, eso sí con una pasión que le recordó otros tiempos y otros besos. Y eso que ella estuvo dispuesta a entregársele durante el noviazgo, pero él no hizo jamás el menor asomo de buscar algo más que sus besos y alguna que otra caricia furtiva. Rememorando lo que habían sido sus anteriores experiencias amorosas, llegó a la noche de bodas con una enorme incertidumbre sobre lo que podía esperar en la cama. De ahí su estupor y, al tiempo, su agradabilísima sorpresa. Incluso hay días en que ha de ser ella quien refrene las caricias de su esposo para no terminar en la cama. Pero, con todo, está orgullosa del varonil ímpetu que muestra su marido. Así se lo trasluce a Fina cuando su amiga pregunta:
- ¿Qué tal tu pariente?, ¿se porta como Dios manda o es un carámbano como aparenta?
   Lola sonríe y por toda respuesta se quita el fular que lleva en el cuello, las huellas de unos mordiscos recientes son más elocuentes que mil palabras. Fina tampoco dice nada, pero su boca se distiende con una maliciosa sonrisa.