En mayo la investigación sobre el robo del
Tesoro Quimbaya se ha acelerado. La orden que se dio de dejar las pesquisas en stand by ha sido revocada y los policías
encargados del caso registran una actividad frenética. No tienen tiempo ni para
responder a las llamadas de Grandal, el cual sabe que hay en marcha varias
líneas de investigación porque se lo cuentan sus amigos del Cuerpo Nacional de
Policía. Hasta que el nueve de mayo recibe un telefonazo totalmente inesperado.
- ¿Comisario Grandal? Buenos
días, permítame que me presente. Soy Enrique Pérez Recarte, amigo y compañero
de Juan Carlos Atienza que es quien me ha facilitado su teléfono. Quisiera
charlar con usted de un asunto que sé que le interesa: el robo del Tesoro
Quimbaya.
- ¿Dice que es amigo y compañero
de Atienza? – pregunta Grandal con un tono que denota su reserva.
- Sí y también soy antiguo
alumno suyo de la Escuela de Ávila. De la misma promoción que Juan Carlos.
Usted no se acordará de mí, pero no me perdía ni uno de sus seminarios.
- ¿Y dónde estás destinado
ahora? – visto que quien le llama es del Cuerpo, Grandal ha pasado al tuteo.
- Hace algunos años que trabajo
en la Casa. Ya le contaré – el agente del CNI no se atreve a tutear a quien fue
su profesor -. ¿Qué día le viene bien que nos veamos? Si fuera esta misma
semana mejor.
Grandal no se lo piensa demasiado.
- Por mí podemos reunirnos
cuando quieras. Bueno, hoy no – dice cuando oye el cacharreo que está montando
Chelo en la cocina -, pero a partir de mañana en cualquier momento.
- ¿Le parece bien mañana por la
tarde, como a las diecisiete? ¿Le importaría si quedamos en la cafetería del Hotel
Barceló Emperatriz de la calle López de Hoyos, cuatro?, ¿no? Pues entonces
hasta mañana y gracias por aceptar la invitación.
Al excomisario le sorprende un tanto el
lugar de la cita, pero piensa que igual para un agente del CNI reunirse en un
lujoso hotel de cinco estrellas sea lo más normal del mundo. Al día siguiente,
a la hora convenida, nada más entrar en la cafetería ve a un hombre todavía
joven que levanta la mano. Al verle le reconoce inmediatamente, es Pérez Recarte, pero no está
solo, hay alguien con él.
- Comisario, buenas tardes y
gracias por atender mi petición. Le presento a Kevin Connolly, amigo mío que
trabaja en la Embajada de Estados Unidos. Kevin tenía muchas ganas de
conocerle, por eso me he atrevido a traerle conmigo.
- Señor Connolly – dice
ceremoniosamente Grandal al tiempo que tiende su mano al norteamericano.
- Comisario Grandal, como ha
dicho Enrique tenía un gran interés en conoserle. Y antes que nada permítame
felisitarle, por sus inteligentes análisis y su olfato de investigador como ha
demostrado en el Caso Inca.
- ¿La embajada
estadounidense estaba interesada por el robo del tesoro? – pregunta Grandal
verdaderamente sorprendido.
- No hasta
que intervinieron los cubanos. Ya sabe que todo lo que atañe al régimen
castrista es seguido con vivo interés por mi gobierno.
- Comisario,
- es Pérez Recarte quien habla - para que quede claro desde el principio, esta
es una reunión informal en la que todo cuanto se diga será off the record. Kevin está de acuerdo y deseo que usted también lo
esté. ¿Vale?
El excomisario no contesta, se limita a
asentir con la cabeza. ¿Qué querrán este par de espías de pacotilla?, se dice, porque
el yanqui tiene un tufo de CIA que echa pa atrás.
- Verá, comisario – prosigue
Pérez Recarte -, míster Connolly nos ha prestado, y sigue prestando, impagables
servicios en el desmontaje de los últimos flecos de la trama del robo. Podemos
afirmar, y le ruego la mayor reserva, que la ayuda de su gente en Francia nos
ha puesto en condiciones de localizar a casi todos cuantos participaron en el
robo y también en el secuestro de su buena amiga María Victoria Martín-Rebollo.
- ¿Y…? – Grandal sigue sin ver
claro el objetivo de la reunión y ha decidido andarse con pies de plomo.
- Se lo diré sin rodeos – dice
el americano -, comisario. El objetivo de esta reunión, al menos por mi parte,
es una curiosidad profesional. A través de Juan Carlos Atiensa he podido
enterarme de como usted, con la única colaborasión de un grupo de jubilados que
no tienen ninguna formasión polisial, se ha bastado para encontrar pistas, inisiar
investigasiones y elaborar análisis que han sido determinantes en el desarrollo
del caso. Y como profesional de la investigasión tengo una enorme curiosidad en
saber cómo lo hiso.
Grandal, halagado por las palabras del
norteamericano, les cuenta como él y sus tres jubilados amigos, se metieron a
investigar el robo del tesoro, porque uno de ellos fue el único testigo ocular
del atraco al furgón blindado, también como una manera de poner algo de interés
en sus monótonas vidas de pensionistas. Como la primera línea de investigación
que se propusieron fue averiguar quién o quiénes podían haberse lucrado con el
robo, lo que les llevó a investigar a los empleados del Museo de América; como
hicieron su seguimiento y de esa forma encontraron a presuntos cómplices de los
atracadores: Obdulio Romero, al que posteriormente asesinaron, y Adolfo
Martínez que terminó confesando ser compinche de los ladrones. Explica también
su ocasional participación en el secuestro de la profesora zaragozana, así como
cuanto hicieron para localizar al sicario colombiano aficionado al béisbol.
Los dos agentes de inteligencia escuchan al
excomisario con un respeto casi reverencial. Aprovechando que Grandal ha hecho
una pausa para tomar un sorbo de gin-tonic, Pérez Recarte comenta:
- No sé si lo sabe, comisario,
pero la identificación que hicieron de Efraím Gomes Restrepo fue capital para
el inminente desenlace del caso. El que lo descubrieran y el que fotografiasen
las placas de los vehículos estacionados delante del polideportivo de La Elipa fue
el hilo del que han tirado los investigadores del caso hasta casi llegar a la
madeja. Y si no se han hecho todavía del todo con ella es porque la mayoría de
sus componentes están fuera de España. Precisamente, ahí es donde la
colaboración de míster Connolly está siendo decisiva.
- A mí lo que me tiene
asombrado, comisario – apunta el norteamericano – es la capasidad de análisis
que tanto usted como sus amigos han demostrado. Y lo han hecho sin ninguna
clase de ayuda tecnológica, lo que le añade más mérito todavía. Y le voy a
pedir algo poco usual: si no tienen inconveniente me gustaría que un día,
cuando ustedes quieran, pudiera reunirme con los cuatro para conoser
personalmente como actuaron. En mis ya largos años de investigador y analista
nunca me había encontrado con un caso tan singular.
- Se lo trasladaré a mis amigos.
No creo que por su parte haya ningún inconveniente – responde Grandal que añade
-. Bien, les he hecho un relato, abreviado, de cómo investigamos algunas de las
líneas del caso, ahora es momento de que ustedes me correspondan y me cuenten,
hasta donde les sea posible, los pormenores de lo que parecen ser las últimas
secuencias de esta historia.
Los dos agentes se miran y el norteamericano
hace un gesto de aprobación a Pérez Recarte que es quien responde a la pregunta
de Grandal.
- Como comprenderá, comisario,
dado que las operaciones finales todavía están en curso no podemos desvelarle
mucho, pero si podemos levantar una punta de la alfombra referida sobre todo a
la marcha de las conversaciones Gobierno Colombiano-FARC que están en el origen
del robo. El diecinueve del pasado enero la mesa de negociaciones de La Habana
aprobó la creación de un mecanismo para monitoreo y verificación del acuerdo de
cese el fuego. El veintitrés de febrero el gobierno colombiano acordó un pacto
con los diferentes partidos políticos para el respaldo de la etapa final de los
diálogos. Y la última noticia es que a finales de marzo, el Secretario de
Estado norteamericano ha comenzado unas negociaciones con los equipos de la
Mesa del Proceso de Paz. Si la mediación de John Kerry resulta positiva la firma
de los acuerdos Gobierno-FARC puede ser cuestión de semanas.
- ¿Y todo eso en qué se traduce?
– quiere saber Grandal.
- Que la devolución del Tesoro
Quimbaya a España también puede ser cuestión de semanas.
Y no hubo forma de que la pareja de agentes
de inteligencia desbordara los límites que marca una
conversación off the record.