"Los Carreño"

Este blog guarda cinco novelas cuyo autor es Zacarías Ramo Traver. Una trilogía sobre Torreblanca (Castellón): “Las dos guerras de Aurelio Ríos”, la guerra civil en ese pueblo mediterráneo. “La pertinaz sequía”, la vida de la posguerra. “Apartamento con vistas al mar”, el boom inmobiliario y la crisis del 2008. “El robo del Tesoro Quimbaya”, el hurto de unas joyas precolombinas del Museo de América. “Una playa aparentemente tranquila”, un encausado del caso ERE, huyendo de la justicia, se refugia en una recóndita playa (Torrenostra). Salvo la primera, las demás están en forma de episodios. Ahora está publicando otra novela en episodios, Los Carreño, que es la historia de dos generaciones de una familia real e irrepetible, entre 1889 y 1949, período en el que suceden hechos tan significativos como: el Desastre del 98, la I Guerra Mundial, la Revolución Rusa, la aparición del fascismo, la Guerra de África, la Dictablanda, la II República, la Guerra Civil y el franquismo.

viernes, 17 de abril de 2020

Libro I.Episodio 25. Me da más miedo que un nublao


   El mañego prosigue la lectura de la carta de Consuelo.
   … El ajuar sigue creciendo. Lo último que sumé es un juego de toallas portuguesas que compré a muy buen precio a un chamarilero de Valverde del Fresno, un pueblo al lado del tuyo. Y no puedes imaginarte lo que me pasó. Al principio, no quería comprarlas porque ya sabes que los chamarileros son duchos engañando a la gente, pero como durante la charla me contó que era del valle de Jálama, le referí que conocía a la maestra de San Martín. Cuando oyó eso me dijo que nunca se atrevería a engañar a alguien que conocía a doña Pilar pues, aunque era de Valverde, le dio escuela tu madre. Quizá por eso me dejó las toallas tan baratas. ¡Fíjate, lo pequeño que es el mundo y la buena fama que tiene tu madre! La he escrito y se lo he contado. Lástima que no me quedé con el nombre del chamarilero. También me contó que en otro viaje podía traerme unos juegos de sábanas de algodón y que, por conocer a doña Pilar, me los dejaría tirados de precio. No sé si me dijo la verdad o es de los que son capaces de vender huevos al dueño de un gallinero…
   Julio mira su reloj de bolsillo, se acerca la hora de apertura de la bisutería. Pliega la carta y la guarda, terminará de leerla por la noche. Mientras recorre el camino hacia el establecimiento de Carbonero piensa en lo mucho que le quiere su chinata y en lo firme de sus convicciones. Le da un arrebato de alegría tal que hasta da una pequeña voltereta en el aire.
   -¡Chacho, qué contento estás!, ¿te van a licenciar? –Es su paisano Agustín quien le está interpelando.
   -Agustín, ¿qué haces por aquí, esperando a la Roser?
   -A la Roser y a la merienda. Por cierto, ¿sabes cómo se llama merienda en mallorquín? –y sin esperar la respuesta de Julio lo suelta-, berenar. ¿Dónde vas, a lo del negocio de las baratijas?
   -No son baratijas, Agustín, es bisutería y no es lo mismo.
   -Lo que tú digas, prenda. ¿Sabes quién me ha preguntao por ti un par de veces?, la Dolors.
   -¡Qué raro!, si me dio la impresión de que le caí como una indigestión de moras verdes.
   -Pues no debe ser así, porque cada vez que salimos con ella sale tu menda a relucir. Pa mí que la impresionaste con tu labia.
   -Que imaginación tan calenturienta tienes, Agustinillo, las mujeres como la Dolors no suelen impresionarse fácilmente.
   -Bueno, de las mujeres uno nunca puede fiarse, son mu largas, cuando nosotros vamos ellas ya han vuelto y una mijina más. Oye, otro asunto pero de lo mismo. Que la Roser y la Dolors me tienen dicho que cuando repetimos lo del otro domingo, que de la merienda ya se encargan ellas, que pa nosotros nos dejan los dulces. ¿Qué te paice?
   El mañego vacila. Todavía tiene en la mente lo que le escribe Consuelo sobre como guarda la ausencia. ¿Debería aceptar la invitación de Agustín?, se pregunta. Tras meditarlo, ese domingo Julio no acude a la invitación de ir a merendar. Es Dolors la causa de su renuncia. Tiene presente que le prometió a Consuelo que guardaría su ausencia y no puede romper la solemne promesa a las primeras de cambio. Si acepté la invitación de Agustín la vez anterior fue porque no sabía que, además de la pareja, iba a asistir otra chica, se justifica. En lugar de ir a merendar, acepta la invitación de su compañero de despacho, Medrano, y se van a un teatro, llamado El Recreatiu, que está en la calle de sa Fira. Asisten a la representación de la zarzuela La Gran Vía, que se estrenó en Madrid hace tres años y que constituyó un gran éxito en el teatro Apolo de la capital. Según explica el folleto adjunto a la entrada, se trata de una revista lírico-cómica y fantástica-callejera en un acto y cinco cuadros.
   Unos días después, como todas las tardes, Julio se dirige a la bisutería cuando Agustín vuelve a cruzarse en su camino.
   -Te estaba esperando, chacho. Te echamos de menos en el berenar del domingo, sobre todo la Dolors. Trajo unas ensaimás que estaban pa chuparse los deos.
   -Lástima porque las ensaimadas me gustan un montón, pero ya sabes porque no fui, tengo novia y soy formal. Por consiguiente, no puedo andar chicoleando por ahí con la primera moza que me invite a merendar.
   -¡Y que tendrá que ver una cosa con la otra! Que tengas novia no tie na que ver con que vayas a una merendola con un paisano y unas amigas de este.
   -Pero eso supondría no guardar la ausencia de Consuelo.
   -¡Y dale!, ¿qué tendrá que ver la caldereta con el potaje de Cuaresma? Paisano, pa ser hombre de letras ties una mentalidá mu estrecha. ¿Es qué merendar con dos mozas que son buenas chicas es algo malo? Otra cosa sería si te invitara a salir con dos furcias, pero estamos hablando de unas mozas que como te propases con ellas una mijina te pueden arrear un guantazo que te deja la cara a cuadros.
   -Será como dices, pero no pienso cambiar de opinión. Y además, ¿por qué tanto interés en invitarme a salir con vosotros, porque no buscas a otro? Seguro que en el regimiento los encontrarás a patadas.
   Ante la pregunta, Agustín se explica. Le cuenta que las dos mozas son amigas desde niñas, pues ambas son del mismo pueblo, Inca. Y se tienen gran cariño como si en vez de amigas fueran hermanas. Y luego está la desgraciada historia de Dolors. La joven llevaba de novia cerca de dos años con un chico de un pueblo vecino, muy buen mozo y con fama de guapetón. Y aunque no habían hablado de boda, ella ya estaba preparando el ajuar. El año pasado, el día de una feria que se celebra en Inca una vez al año -el llamado Dijous Bo-, la pareja se fue al campo a merendar y como se pasaron de libaciones, medio consentido medio forzado, el guaperas la desfloró. Una vez pasada la resaca, Dolors se quedó muy preocupada por lo que había ocurrido. Entre la grey femenina corría la especie que después de haberse entregado la actitud del tenorio solía ser: o se olvidaba de ti porque tras haberte conseguido dejabas de interesarle o exigía tomarte siempre que quisiera. Ante el desconcierto de Dolors, su galán no hizo ni una cosa ni la otra. El siguiente día que fue a cortejarla la trató como si nada hubiera pasado. La joven inquera lo tomó como señal de que las intenciones del chico eran serias y prosiguió ampliando el ajuar. Hasta que un mal día, pilló al guaperas de su novio haciéndole una mamada a un conocido de ambos…
   -O sea que el tenorio le daba igual a pelo que a pluma.
   -Sí, pero parece que le tiraba más la pluma. La Dolors lo despachó y, pa quitarse de en medio y  de tos los chismorreos, se vino a servir a la capital. Desde entonces no ha vuelto a emparejarse, aunque pretendientes no le faltan pues la moza es resultona, pero dice que no quiere saber na de los hombres, que son tos unos puercos.
   -Es una historia lamentable y lo siento por Dolors, pero ¿y qué tengo que ver yo con todo eso? También soy un hombre y, por tanto, para ella otro puerco.
   -Ahí es donde entra el cambio de opinión de Dolors. Le había contao lo serio que eres y como guardas la ausencia de tu novia. Pues bien, está empeñá en que, como eres tan formal, también eres el más indicao pa acompañarnos, me refiero a mí y a Roser porque aquí tampoco está bien visto que una pareja vaya paseando sin compañía.
   -Agustín, sigo sin entenderlo y a este paso voy a llegar tarde a la tienda.
   -¡Coño, paisano, que yo no tengo tu palabrería! A ver si soy capaz de hacerme entender. La Roser tiene a la Dolors pa que la acompañe. Yo necesito alguien pa que me acompañe. Ni la Roser ni yo conocemos otro mozo tan apropiao como tú pa que seas el acompañante de la Dolors.
   -No me irás a decir que Cupido ha conseguido que la Dolors se prende de mí.
   -No sé quién es ese fulano ni me interesa saberlo. Y la Dolors no está por ti ni mucho menos, simplemente le paeces una persona formal, un hombre educao y no le importa que seas su pareja cuando salgamos los cuatro. Y en este mejunje, los más interesaos en arreglarlo somos la Roser y yo. Por eso me pongo tan pesao pa que vengas a las meriendas de los domingos. Es un favor que te pido, paisano. No me dejes tirao, ¡por la Virgen de Guadalupe te lo pido!
   El ruego de Agustín parece tan sincero que llega a conmover al mañego.
   -Bueno, tengo que pensarlo. Ahora, habrás de perdonarme pero tengo que irme a la tienda.
   -¿Cuándo me lo dirás? –insiste el montanchego.
   -Mañana o pasado o… -al ver el rostro abatido de su amigo agrega-. Procuraré ir, te lo prometo.
   En Malpartida, la vida de Consuelo discurre como de costumbre. Realiza las labores de la casa, sigue encargándose de la economía familiar que su madre deja cada vez más en sus manos, escribe a su novio y sigue atenta al estado de su ajuar. Esta tarde ha cambiado las bolitas de alcanfor, que periódicamente renueva, para que las polillas no ataquen su oculto tesoro. Por la noche, antes de la cena su madre ha salido a visitar a su hermana María. Cuando vuelve se la nota muy animada e incluso alaba a su primogénita por lo bien que ha negociado la venta del cereal de la última cosecha. ¿Qué tripa se le habrá roto a mi señora madre para que esté tan amable?, se pregunta la joven, que sigue sin fiarse un pelo de las intenciones maternas. La sospecha de Consuelo tiene respuesta a las cuarenta y ocho horas. El viernes la señora Soledad indica a su hija que para el sábado hay que preparar una comida como la de los días de fiesta, y también ha de sacar la cubertería de alpaca y la mantelería de lino porque van a tener invitados de postín. La joven pregunta que quienes son los invitados, a lo que su madre contesta con un escueto:
   -Ya lo verás.
   Consuelo tira de la lengua a sus hermanos, con quien sabe que siempre cuenta, sobre si saben algo de los invitados. Andrés es el único que aporta algo.
   -Pues no lo sé, pero debe ser alguno de los líos que madre se lleva entre manos. Y deben ser invitaos importantes porque mañana viene la tía María a cocinar, y cuando viene, ya sabes…
   Consuelo, que conoce bien a su madre, se pregunta: ¿qué tejemaneje debe estar tramando, madre?, porque me da más miedo que un nublao.

PD.- Hasta el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
26. ¿Dónde vas tan bien acompañá?