El mañego prosigue la lectura
de la carta de Consuelo.
… El
ajuar sigue creciendo. Lo último que sumé es un juego de toallas portuguesas
que compré a muy buen precio a un chamarilero de Valverde del Fresno, un pueblo
al lado del tuyo. Y no puedes imaginarte lo que me pasó. Al principio, no
quería comprarlas porque ya sabes que los chamarileros son duchos engañando a
la gente, pero como durante la charla me contó que era del valle de Jálama, le
referí que conocía a la maestra de San Martín. Cuando oyó eso me dijo que nunca
se atrevería a engañar a alguien que conocía a doña Pilar pues, aunque era de
Valverde, le dio escuela tu madre. Quizá por eso me dejó las toallas tan
baratas. ¡Fíjate, lo pequeño que es el mundo y la buena fama que tiene tu
madre! La he escrito y se lo he contado. Lástima que no me quedé con el nombre del
chamarilero. También me contó que en otro viaje podía traerme unos juegos de
sábanas de algodón y que, por conocer a doña Pilar, me los dejaría tirados de
precio. No sé si me dijo la verdad o es de los que son capaces de vender huevos
al dueño de un gallinero…
Julio mira su reloj de bolsillo, se acerca
la hora de apertura de la bisutería. Pliega la carta y la guarda, terminará de
leerla por la noche. Mientras recorre el camino hacia el establecimiento de
Carbonero piensa en lo mucho que le quiere su chinata y en lo firme de sus
convicciones. Le da un arrebato de alegría tal que hasta da una pequeña
voltereta en el aire.
-¡Chacho, qué contento estás!, ¿te van a
licenciar? –Es su paisano Agustín quien le está interpelando.
-Agustín, ¿qué haces por aquí, esperando a
la Roser?
-A la Roser y a la merienda. Por cierto,
¿sabes cómo se llama merienda en mallorquín? –y sin esperar la respuesta de
Julio lo suelta-, berenar. ¿Dónde
vas, a lo del negocio de las baratijas?
-No son baratijas, Agustín, es bisutería y
no es lo mismo.
-Lo que tú digas, prenda. ¿Sabes quién me ha
preguntao por ti un par de veces?, la Dolors.
-¡Qué raro!, si me dio la impresión de que
le caí como una indigestión de moras verdes.
-Pues no debe ser así, porque cada vez que
salimos con ella sale tu menda a relucir. Pa mí que la impresionaste con tu
labia.
-Que imaginación tan calenturienta tienes,
Agustinillo, las mujeres como la Dolors no suelen impresionarse fácilmente.
-Bueno, de las mujeres uno nunca puede fiarse,
son mu largas, cuando nosotros vamos ellas ya han vuelto y una mijina más. Oye,
otro asunto pero de lo mismo. Que la Roser y la Dolors me tienen dicho que
cuando repetimos lo del otro domingo, que de la merienda ya se encargan ellas,
que pa nosotros nos dejan los dulces. ¿Qué te paice?
El mañego vacila. Todavía tiene en la mente
lo que le escribe Consuelo sobre como guarda la ausencia. ¿Debería aceptar la
invitación de Agustín?, se pregunta. Tras meditarlo, ese domingo Julio no acude
a la invitación de ir a merendar. Es Dolors la causa de su renuncia. Tiene
presente que le prometió a Consuelo que guardaría su ausencia y no puede romper
la solemne promesa a las primeras de cambio. Si acepté la invitación de Agustín
la vez anterior fue porque no sabía que, además de la pareja, iba a asistir
otra chica, se justifica. En lugar de ir a merendar, acepta la invitación de su
compañero de despacho, Medrano, y se van a un teatro, llamado El Recreatiu, que
está en la calle de sa Fira. Asisten a la representación de la zarzuela La Gran Vía, que se estrenó en Madrid
hace tres años y que constituyó un gran éxito en el teatro Apolo de la capital.
Según explica el folleto adjunto a la entrada, se trata de una revista
lírico-cómica y fantástica-callejera en un acto y cinco cuadros.
Unos días después, como todas las tardes,
Julio se dirige a la bisutería cuando Agustín vuelve a cruzarse en su camino.
-Te estaba esperando, chacho. Te echamos de
menos en el berenar del domingo,
sobre todo la Dolors. Trajo unas ensaimás que estaban pa chuparse los deos.
-Lástima porque las ensaimadas me gustan un
montón, pero ya sabes porque no fui, tengo novia y soy formal. Por
consiguiente, no puedo andar chicoleando por ahí con la primera moza que me
invite a merendar.
-¡Y que tendrá que ver una cosa con la otra!
Que tengas novia no tie na que ver con que vayas a una merendola con un paisano
y unas amigas de este.
-Pero eso supondría no guardar la ausencia
de Consuelo.
-¡Y dale!, ¿qué tendrá que ver la caldereta
con el potaje de Cuaresma? Paisano, pa ser hombre de letras ties una mentalidá
mu estrecha. ¿Es qué merendar con dos mozas que son buenas chicas es algo malo?
Otra cosa sería si te invitara a salir con dos furcias, pero estamos hablando
de unas mozas que como te propases con ellas una mijina te pueden arrear un
guantazo que te deja la cara a cuadros.
-Será como dices, pero no pienso cambiar de
opinión. Y además, ¿por qué tanto interés en invitarme a salir con vosotros,
porque no buscas a otro? Seguro que en el regimiento los encontrarás a patadas.
Ante la pregunta, Agustín se explica. Le
cuenta que las dos mozas son amigas desde niñas, pues ambas son del mismo
pueblo, Inca. Y se tienen gran cariño como si en vez de amigas fueran hermanas.
Y luego está la desgraciada historia de Dolors. La joven llevaba de novia cerca
de dos años con un chico de un pueblo vecino, muy buen mozo y con fama de guapetón.
Y aunque no habían hablado de boda, ella ya estaba preparando el ajuar. El año
pasado, el día de una feria que se celebra en Inca una vez al año -el llamado Dijous
Bo-, la pareja se fue al
campo a merendar y como se pasaron de libaciones, medio consentido medio
forzado, el guaperas la desfloró. Una vez pasada la resaca, Dolors se quedó muy
preocupada por lo que había ocurrido. Entre la grey femenina corría la especie
que después de haberse entregado la actitud del tenorio solía ser: o se
olvidaba de ti porque tras haberte conseguido dejabas de interesarle o exigía
tomarte siempre que quisiera. Ante el desconcierto de Dolors, su galán no hizo
ni una cosa ni la otra. El siguiente día que fue a cortejarla la trató como si
nada hubiera pasado. La joven inquera lo tomó como señal de que las intenciones
del chico eran serias y prosiguió ampliando el ajuar. Hasta que un mal día,
pilló al guaperas de su novio haciéndole una mamada a un conocido de ambos…
-O sea que el tenorio le daba igual a pelo
que a pluma.
-Sí, pero parece que le tiraba más la pluma.
La Dolors lo despachó y, pa quitarse de en medio y de tos los chismorreos, se vino a servir a la
capital. Desde entonces no ha vuelto a emparejarse, aunque pretendientes no le
faltan pues la moza es resultona, pero dice que no quiere saber na de los
hombres, que son tos unos puercos.
-Es una historia lamentable y lo siento por
Dolors, pero ¿y qué tengo que ver yo con todo eso? También soy un hombre y, por
tanto, para ella otro puerco.
-Ahí es donde entra el cambio de opinión de
Dolors. Le había contao lo serio que eres y como guardas la ausencia de tu
novia. Pues bien, está empeñá en que, como eres tan formal, también eres el más
indicao pa acompañarnos, me refiero a mí y a Roser porque aquí tampoco está
bien visto que una pareja vaya paseando sin compañía.
-Agustín, sigo sin entenderlo y a este paso
voy a llegar tarde a la tienda.
-¡Coño, paisano, que yo no tengo tu
palabrería! A ver si soy capaz de hacerme entender. La Roser tiene a la Dolors
pa que la acompañe. Yo necesito alguien pa que me acompañe. Ni la Roser ni yo
conocemos otro mozo tan apropiao como tú pa que seas el acompañante de la
Dolors.
-No me irás a decir que Cupido ha conseguido
que la Dolors se prende de mí.
-No sé quién es ese fulano ni me interesa
saberlo. Y la Dolors no está por ti ni mucho menos, simplemente le paeces una
persona formal, un hombre educao y no le importa que seas su pareja cuando
salgamos los cuatro. Y en este mejunje, los más interesaos en arreglarlo somos
la Roser y yo. Por eso me pongo tan pesao pa que vengas a las meriendas de los
domingos. Es un favor que te pido, paisano. No me dejes tirao, ¡por la Virgen
de Guadalupe te lo pido!
El ruego de Agustín parece tan sincero que
llega a conmover al mañego.
-Bueno, tengo que pensarlo. Ahora, habrás de
perdonarme pero tengo que irme a la tienda.
-¿Cuándo me lo dirás? –insiste el
montanchego.
-Mañana o pasado o… -al ver el rostro abatido
de su amigo agrega-. Procuraré ir, te lo prometo.
En Malpartida, la vida de Consuelo discurre
como de costumbre. Realiza las labores de la casa, sigue encargándose de la
economía familiar que su madre deja cada vez más en sus manos, escribe a su
novio y sigue atenta al estado de su ajuar. Esta tarde ha cambiado las bolitas
de alcanfor, que periódicamente renueva, para que las polillas no ataquen su
oculto tesoro. Por la noche, antes de la cena su madre ha salido a visitar a su
hermana María. Cuando vuelve se la nota muy animada e incluso alaba a su
primogénita por lo bien que ha negociado la venta del cereal de la última
cosecha. ¿Qué tripa se le habrá roto a mi señora madre para que esté tan
amable?, se pregunta la joven, que sigue sin fiarse un pelo de las intenciones
maternas. La sospecha de Consuelo tiene respuesta a las cuarenta y ocho horas.
El viernes la señora Soledad indica a su hija que para el sábado hay que preparar
una comida como la de los días de fiesta, y también ha de sacar la cubertería
de alpaca y la mantelería de lino porque van a tener invitados de postín. La
joven pregunta que quienes son los invitados, a lo que su madre contesta con un
escueto:
-Ya lo verás.
Consuelo tira de la lengua a sus hermanos,
con quien sabe que siempre cuenta, sobre si saben algo de los invitados. Andrés
es el único que aporta algo.
-Pues no lo sé, pero debe ser
alguno de los líos que madre se lleva entre manos. Y deben ser invitaos
importantes porque mañana viene la tía María a cocinar, y cuando viene, ya
sabes…
Consuelo, que conoce bien a su madre, se
pregunta: ¿qué tejemaneje debe estar tramando, madre?, porque me da más miedo
que un nublao.
PD.- Hasta
el próximo martes en que, dentro del Libro I de Los Carreño, publicaré el episodio
26. ¿Dónde
vas tan bien acompañá?