El Jefe
Provincial del Movimiento y Gobernador Civil de Valencia recibe a José Vicente
Gimeno, jefe local de la Falange de Senillar. Contestando al saludo falangista
de su subordinado, el preboste medio levanta el brazo para inmediatamente
tender la mano al visitante.
- ¿Qué tal, Gimeno? No te había vuelto a ver
desde tu nombramiento. Toma asiento y cuéntame.
José
Vicente le explica los problemas del pueblo, desde su particular óptica, de tal
modo que la opción que plantea el alcalde queda como una especie de obra menor
que tampoco va tener un impacto social tan importante como asegura Vives. La
razón es simple: la obra de la distribución del agua potable, a cargo de las
arcas municipales, lleva aparejada una condición y es que la instalación de la
misma en cada hogar deberá de ser sufragada por cada propietario, ese gasto no
va a poder ser afrontado por todos los vecinos, con lo cual la obra solo
favorecerá a las familias que tengan más recursos.
- …y, en cambio, dándole prioridad a la
construcción de un nuevo grupo escolar, moderno y eficiente, camarada,
empezarías a ganarte a un sector como el del magisterio que tan apartado ha
estado de nuestra doctrina y comenzarías a convertir en realidad aquellas
palabras de El Ausente – e impostando la voz medio declama –: “Maestros
nacionales: ¡Ayudadnos a salvar a España! …enseñad a los niños a creer en Dios,
en la Patria y en la obra de salvar a España mediante una alegre vida de
trabajo y de milicia” – cuando termina la parrafada, pequeñas gotas de sudor
perlan su frente. Es consciente de que su disertación tanto ha podido gustar a
su superior como haberle parecido una payasada.
Al
Jefe Provincial, aunque habituado a la farragosa oratoria falangista, que él no
prodiga demasiado dada su condición de militar, no deja de impresionarle la
fogosidad dialéctica del joven mando. Oyéndole acaba de averiguar el motivo por
el qué el alcalde de Senillar también ha solicitado audiencia. Se trata de una
riña por el poder. Está acostumbrado a esas peleas tan propias de la política
de campanario de la mayor parte de políticos locales. Sabe que según cual sea
su fallo estará señalando al vencedor de la pugna.
- Muy bien, camarada. Deja tu propuesta al
secretario, la estudiaré y tomaré una resolución. Ahora cuéntame cómo van las
cosas en la jefatura.
Un
ceremonioso y obeso secretario, entrado en años, calvo, algo miope y vestido
con un terno gris en cuyo cuello se adivinan motas de caspa introduce al
alcalde al despacho del excelentísimo señor Gobernador Civil de la provincia.
Vives entra con paso un tanto inseguro y se queda de pie ante la enorme mesa
del preboste que está leyendo la ficha, que previamente le han pasado de la
secretaría particular, en la que constan los datos del alcalde. El Gobernador
alza la vista y medio levantándose del sillón le da la mano al tiempo que
señala una silla.
- ¿Qué tal…- el jerarca echa un vistazo a la
ficha – Vives? ¿Cómo está usted? ¿Cómo van las cosas por Senillar?
- Gracias por recibirme tan pronto, señor
Gobernador. Ya sé lo muy ocupado que está y le agradezco muchísimo que me haya
hecho un hueco entre sus visitas. Cuando vuelva al pueblo y les cuente a los
vecinos lo bien que se ha portado conmigo estoy seguro de que…
El
Gobernador corta amablemente, pero con firmeza, el parloteo de Vives:
- Perdone, alcalde. No hago más que cumplir
con mi deber, pero vaya al grano. ¿A qué se debe su visita?
Vives le explica el proyecto de abastecimiento de agua que el
Ayuntamiento, que tiene el honor de presidir, piensa llevar a cabo. Es una obra
de evidente calado social y de gran importancia para el pueblo en todos los
órdenes. Significaría un extraordinario paso adelante en la modernización del
municipio.
- Me parece una excelente idea que solo puede
contar con el beneplácito de todos – refrenda el Gobernador.
- Ahí está la madre del cordero, señor
Gobernador, y perdone la forma de hablar. Que no todos están de acuerdo con el
proyecto.
El
alcalde le refiere como el jefe local se opone a la obra; mejor dicho, no se
opone, al menos de manera directa, pero si exige que la primera actuación que
se realice en el pueblo debe de ser la construcción de un nuevo grupo escolar.
Y claro, el Ayuntamiento no tiene presupuesto para llevar a cabo ambos proyectos
al mismo tiempo. Ahí es donde reside el problema y por eso ha solicitado
audiencia. Espera que el señor Gobernador…
- … con su superior criterio valorará cuál de
las dos obras, ambas importantes, es más necesaria y urgente para el pueblo. Lo
que decida su excelencia a buen seguro que será lo mejor, pero si me permite
decirlo, señor Gobernador, la traída de aguas sería una de esas obras de
reconstrucción que tanta falta hacen en nuestra patria y en particular en mi
pueblo.
El Gobernador
asiente un tanto distraídamente mientras recuerda la intervención de Gimeno. Es
mucho más político el jefe que el alcalde, que no es más que un palurdo de
pueblo; eso sí, lleno de buena voluntad y de ganas de hacer cosas por los
suyos. No tiene dudas sobre la pugna: el abastecimiento de agua potable, diga
lo que diga José Vicente, es una obra más necesaria y más urgente para la
población que la construcción de unas escuelas, pero… cuando no tiene una idea
clara de cuál es la fuerza con la que cuenta cada uno de los contendientes,
suele adoptar soluciones salomónicas. Aparca sus reflexiones porque el alcalde
sigue con su cháchara:
- … también quiero aprovechar esta visita
para informarle de los problemas que las continuas restricciones están
acarreando a los vecinos en general y al comercio en particular. Si su
excelencia tuviera a bien hacer una gestión ante la compañía de la luz sería de
mucha utilidad para el pueblo que algunos días se suavizasen un poco los
apagones. Esto es algo que seguramente podría hacer el encargado del pueblo,
pero es más tozudo que una mula y no quiere o no sabe entender que el comercio
tiene su horario y que no siempre se adapta al calendario de restricciones que
aplica. Si le dieran un toque o pusieran otro encargado tendríamos menos
problemas y…
- Bien, bien, señor alcalde – vuelve a
cortarle el Gobernador -. Veré lo que se puede hacer al respecto. Y ahora, si
me disculpa, tengo muchas visitas pendientes.
Nada
más terminar la audiencia, el Gobernador llama a su secretario:
- Valenzuela, pida a Germán que mande los
papeles que dejó en jefatura el jefe local de Senillar. Compárelos con estos y
me prepara un informe. Ah, hable con la dirección de la compañía eléctrica y
que le expliquen qué pasa con las restricciones.
La
disposición que toma el Gobernador es un tanto salomónica, intenta contentar a
ambos gerifaltes locales: la instalación del agua corriente será la primera
obra a acometer y una vez terminada la obra se presupuestará la construcción de
un nuevo grupo escolar. En realidad, tanto los afectados como el resto de
vecinos toman la decisión como una victoria de Vives. Pese a que la resolución
le sienta a José Vicente como si le hubiesen colocado un par de banderillas
negras en todo lo alto, hace de la necesidad virtud y se apresura a felicitar
al alcalde por la consecución de las obras que van a cambiar la faz del pueblo.
Cuando en privado se queja al secretario de la Jefatura Provincial del desaire
que, en su opinión, le ha hecho el jefe, recibe una respuesta que le da qué
pensar:
- Mira, José Vicente. Has de tener en cuenta
que el jefe es también el Gobernador Civil y tiene que jugar a dos paños. En
aquellas localidades en los que el alcalde y el jefe estáis enfrentados se lo
ponéis muy difícil. Le obligáis a tomar resoluciones que no dejen mal a uno ni
a otro. Si quieres ganar la partida a Vives tienes que hacerte el amo del
cotarro, has de conseguir tener más apoyos que tu oponente y eso no se logra en
unas semanas, se requiere tiempo, paciencia y mano izquierda.
Salvados todos los problemas, se acomete la
instalación del agua corriente. Se levantan las calles para excavar zanjas en
las que se instalan las cañerías de agua potable y la red de aguas fecales.
Muchos vecinos se han mostrado recelosos ante lo que supone un cambio importante
en la vida cotidiana, recelo que en muchos casos se ha incrementado cuando han
tenido que hacer frente al gasto de la instalación en el interior de sus
domicilios. Esos recelos se comentan en todos los corrillos vecinales y, como
no, hasta en la trastienda de la Moda de París.
- Mi padre está que
trina con lo que le ha costado la instalación del agua corriente en casa –
comenta Consuelo.
- ¿Y qué pensaba tu
padre, que se la iban a poner gratis? – replica Fina.
- Ya veréis como todas
las dudas y recelos sobre la obra desaparecerán como por ensalmo cuando, en
cuestión de días, nos acostumbremos a que al abrir el grifo mane generosamente
el agua – afirma una redicha Lolita.
- ¿Sabéis que voy a
echar de menos?, que ya no tendremos que hacer varios viajes al día hasta
alguna de las fuentes para llenar los cántaros, sobre todo porque dejarán de
vernos los chicos cuando vamos y venimos – se lamenta Consuelo.
- Por ahí se murmura
que Gimeno, el de la cooperativa, estaba en contra de lo del agua potable –
comenta Fina.
- Ese membrillo no
sería más tontorrón si chupara picaportes – apostilla despectivamente Lolita.
El día que se inaugura la obra, con
asistencia de las autoridades provinciales, a excepción del Gobernador que está
en Madrid, el alcalde no resiste la tentación de mostrarles el verso, compuesto
por un vate local, grabado en el bordillo de entrada de la caseta del pozo y
que ya figuraba en el que había antes de la guerra: Neptuno, aquí liberal, /por
saciar la sed del mundo, /hizo de un pozo profundo /este bello manantial.
- Excelente poema, de
buena factura y muy bien medido – afirma con gesto grave, y sin dejar traslucir
su ironía, el Presidente de la Diputación -. Les felicito por su buen gusto.