Sergio se debate en
un océano de dudas. Por un lado está Lorena y la irresistible atracción que
siente por ella. Por otro, su carrera, sus padres, su futuro. No sabe qué
hacer, está hecho un verdadero lío. En ocasiones así es cuando más echa en
falta no tener un hermano con quien poder compartir sus dudas e inquietudes. Lo
que quiere la mujer de la que está enamorado lo tiene claro, pero sólo de
pensar en el disgusto que puede darles a sus padres se le abren las carnes.
Sabe lo orgullosos que están de él y de cómo lleva sus estudios. Y aunque su
padre se lo prohibió, es conocedor que su madre anda presumiendo por el pueblo
que su hijo va para ingeniero. No se engaña, a él también le gustaría terminar
la carrera y obtener el diploma de ingeniero superior. Y su padre, pese a su
postura de no alardear de ello, también reventaría de satisfacción. Todo se ve
agravado por el hecho de que no encuentra con quien confesarse. Al final se
decide a hacerlo con la persona que sabe que no le va a fallar.
- Abuelo, si te contara algo y te pidiera que no se lo
dijeras a mis padres, ¿me prometes que así lo harás?
El señor Andrés el
Punchent se queda mirando al chico. De toda su prole es su nieto preferido y
haría cualquier cosa por él. Más que por la pregunta en sí, es por el tono con
que la ha formulado y por la gravedad de su semblante lo que le da la pista de
que el muchacho está hablando muy en serio. Debe de tener algún problema – piensa
-, lo más probable es que haya una muchacha por medio. Su respuesta no puede de
ser otra:
- Prometido. Lo que me cuentes, sea lo que fuere, queda
entre abuelo y nieto. Algo así como cuando dicen en la tele lo de que esta
confidencia queda entre abogado y cliente.
- Gracias, abuelo. Sabía que podía confiar en ti. Lo que no
sé es por dónde empezar.
- Hay un sistema que no suele fallar. Comienza por el
principio.
- No sé si por el principio o por el final, pero la verdad
es que estoy hecho un verdadero lío. Tengo un rompecabezas gordísimo y no
encuentro manera de solucionarlo.
- Siempre hay formas de solucionar los problemas, sean los
que fueren.
- Ya lo sé, pero la cuestión es que opte por la solución que
opte voy a hacer sufrir a personas a las que quiero.
La inicial sospecha
del abuelo de que su nieto tiene un lío de faldas se resquebraja. No debe ser
un problema con alguna muchacha, debe de tratarse de algo más gordo y decide
allanarle el camino para que vea que él también se ha encontrado ante tesituras
espinosas:
- Verás, hijo, siempre es duro hacer sufrir a alguien que te
quiere, pero en ocasiones la vida nos pone en el disparadero de tener que
hacerlo. Llegado ese momento lo que hay que procurar es hacer el menor daño
posible y, si se tiene la oportunidad o se puede, intentar explicarlo a la
persona a la que has perjudicado. Te voy a poner un ejemplo personal por si te
sirve. Cuando aconsejé a tu madre que aquí no tenía futuro ninguno y que lo
mejor para ella era que se marchara a la ciudad, sabía que con mi consejo iba a
hacer sufrir a tu abuela. Lola era la única hija que teníamos y la abuela
contaba con ella para que nos cuidara en la vejez. Le expliqué que la muchacha
tenía derecho a tener una vida y un futuro mejor que el de quedarse en el
pueblo. Tu abuela, que era muy suya, no lo entendió y me armó una zapatiesta de
aquí te espero Baldomero. Yo me tragué la bronca, pero insistí a tu madre que
lo mejor era que se marchara y que no se preocupara por la abuela, ya la se
pasaría.
- ¿Y se le pasó? – pregunta Sergio interesado por el relato
de su abuelo.
- Tardó muchos años, pero cuando llegaron tus padres a
enseñarnos el niño que habían tenido y cuando la abuela te tuvo en sus brazos, en
ese momento supe que el enfado se le había pasado. El tiempo es un poderoso
ungüento capaz de cicatrizar la mayoría de las heridas.
Tras escuchar el
relato de su abuelo, Sergio le cuenta el dilema en el que se debate. La primera
opción, la que sabe que es más razonable, es volver a Madrid, continuar sus
estudios, tener contentos a sus padres, pero que si la elige perderá a Lorena.
La otra alternativa es quedarse en el pueblo, trabajar en lo que pueda,
posiblemente en la construcción, e irse a vivir con la joven. Si opta por lo
primero hará sufrir a su amada. Si se decide por lo segundo, serán sus padres
los que sufrirán. Y elija una u otra opción él también lo pasará mal porque
hará padecer a personas a las que quiere.
El abuelo piensa
que su primera sospecha era cierta: mujer habemus,
aunque el problema se las trae.
- Vamos a ver, Sergio, ¿desde cuándo conoces a esa muchacha?
- Desde hace tres veranos, pero salir con ella desde el año
anterior.
- Poco tiempo es ese – sentencia el abuelo.
- Pues a mí me parece que ha pasado un siglo.
- ¿Y tanto la quieres?
- Más que a mi vida, abuelo.
Las últimas
palabras del chico le han dado al señor Andrés la referencia de que el asunto
es serio y que no resultará sencillo darle la vuelta a la tortilla.
- Te voy a decir algo que no voy pregonando por ahí, pero
que sospecho que ya sabes. De entre todos los nietos que tengo tú eres mi
preferido. Hagas lo que hagas contarás siempre con mi apoyo – el señor Andrés
hace una pausa meditando cómo proseguir -. Dices que la quieres más que a tu
vida, ¿y ella cuánto te quiere, también más que a su vida?
- Ella también me quiere muchísimo, abuelo. Me lo ha
demostrado.
- ¿Cómo?
- No te lo puedo contar, pero cuando una mujer hace lo que
ella ha hecho es porque quiere a un hombre de verdad.
El abuelo duda en
decir lo que piensa, pero es mucho lo que se juega su nieto y decide lanzar un
tiro a ciegas y ver qué pasa:
- ¿Se acostó contigo?
Sergio también
vacila, hay ciertas intimidades que no deben contarse ni siquiera al abuelo de
uno, pero puesto en la senda de la franqueza se sincera:
- Sí. Y fue el primer hombre que conoció.
- ¿Cómo lo sabes?
- Porque me lo dijo ella.
- ¿Y tú la creíste?
- Naturalmente, abuelo. Lorena jamás me engañaría.
El señor Andrés se
queda mirando a su nieto y piensa que tan cándido como es va a recibir muchas
bofetadas en la vida y muchos disgustos de las mujeres, pero estando tan
enamorado como se le ve, ¿qué diablos va a aconsejarle?
- Mira, hijo, la verdad es que no sé qué aconsejarte porque
en asuntos de sentimientos siempre resulta difícil acertar por una sencilla
razón: el que quiere el consejo lo pide con el corazón y el que aconseja suele
hacerlo con la cabeza y eso es algo como intentar mezclar el agua con el
aceite. Lo único que se me ocurre es que no deberías tomar tu decisión en
caliente, tómate tu tiempo – Y el abuelo añade para sus adentros: y que Dios te
dé suerte que la vas a necesitar.